El nombre de la cosa. Pasado y presente

He leído con placer, con aprovechamiento, Historias de las “Terceras Españas” (1933-2022), del hispanista italiano Alfonso Botti. Es una obra recién publicada.

Su volumen es algo más, mucho más, que un estado de la cuestión sobre esa expresión, sobre ese sintagma: la ‘Tercera España’.

Este libro es más, mucho más, que un estado de la cuestión sobre los usos u olvidos de esta fórmula (‘Tercera España’).

De hecho, este volumen no sólo interesa a los colegas de nuestra disciplina. Interesa a políticos en ejercicio, a exdirigentes con tiempo libre, a periodistas en activo, a ‘opinion makers’, a tertulianos.

Pero, sobre todo, interesa al público en general. Es decir, a toda persona que aspire a esmerarse, a cultivarse, para así evitar simplezas sobre el pasado y el presente.

Permítaseme un desvío.

Entre otras impartí una asignatura de Historia en Periodismo y Comunicación Audiovisual durante unos cuantos años.

Sorprendentemente, los futuros periodistas sólo disponían de dicha materia en primero de carrera: era la única que les ponía al día del pasado.

No es raro que quienes redactan planes de Estudio incurran en pifias tan deplorables. Al fin y al cabo, son humanos.

Quienes se ocupan de ello son comisiones integradas por los propios profesores de sus respectivas áreas de conocimiento.

¿A un periodista le basta con una sola asignatura de historia para hacerse una idea cabal del pasado del mundo y de España?

Evidentemente, no.

Pero dejemos a los periodistas y reparemos en los conciudadanos.

¿A los españoles de a pie —según expresión de Antonio Cazorla— les vale un conocimiento superficial de los tiempos precedentes o remotos?

Da la impresión de aquí todo el mundo parece saber qué ocurrió durante la II República o durante el Franquismo o durante el proceso de Transición.

Todo el mundo se cree autorizado para emitir juicios contundentes sobre lo que ahora ocurre en función de lo que supuestamente sucedió.

¿Y eso a qué se debe?

Pues a que mucha gente estima adecuado un saber breve e indirecto sobre lo sucedido, justamente porque lo acaecido no sería presente.

No son pocos los que creen disponer de un caudal de conocimientos suficiente…
El problema es que con frecuencia ese caudal no contiene más que tópicos desechados por los historiadores.

Es decir, que hay mucho conciudadano que no se actualiza y con desparpajo sigue repitiendo explicaciones históricas completamente desautorizadas.

¿Pero y los historiadores? Pues no siempre podemos corregir estas carencias. Entre otras cosas por la actitud de no pocos colegas, que desprecian la difusión de un saber bien escrito, bien dicho y accesible.

El prestigio del historiador encerrado en la Academia, ajeno al mundo o al presente, es un absurdo que aún perdura entre ciertas élites rezagadas.

Pero no echemos la culpa sólo a los conciudadanos o a los historiadores. En las ignorancias culpables también tienen grave responsabilidad los ‘mass media’.

La prensa o los medios en general no suelen convocar a los historiadores para que, en sus programas, emisiones o páginas, divulguen y repartan su saber a manos llenas. Hay excepciones, claro.

Por todo ello, por todo lo que largamente detallo, el libro Historias de las “terceras españolas” (1933-2022) debería ser de lectura obligada y su autor, Alfonso Botti, debería ser invitado por radios y televisiones para ejercer una pedagogía pública.

Lo primero que destaca de ese volumen es el análisis crítico de tópicos. Es un ejemplo concreto de lo que nos aporta un estudio esmerado.

Dicho de otro modo: hay que quitarse las anteojeras para hablar de una o dos Españas.

Debemos preguntarnos: ¿la historia de nuestro pasado y presente se resume en las Dos Españas, en el dolor de la Dos Españas?

Ciertamente ha habido y hay bandos, guerras y orillas. Ha habido y hay polarización que nos divide. Pero la historia de lo real es muy compleja y hasta los extremos y los extremismos pueden estar entreverados.

Las Dos Españas es un lugar común, pero que lo sea no significa que no haya ha tenido efectos reales. ¿Somos un país cainita?, se preguntan algunos con una fatalidad inapropiada.

En su incisivo ensayo, Alfonso Botti plantea preguntas incómodas sobre las supuestas evidencias de las dos Españas, sobre dicho tópico.

Puestos a admitir la existencia de ambas, una Tercera también sería pensable.

Sin duda, esa Tercera España a la que Botti rastrea —y de la que encuentra pruebas abundantes— es algo más que un término medio entre extremos o extremistas.

Es algo más que un grupo de intelectuales descontentos con los radicalismos.

Y es, en fin, algo más que un grupo de franquistas desencantados o de opositores moderados que finalmente convergen… en una Tercera España.

En los años treinta, más allá de ciertos intelectuales o políticos que aspiran a la moderación, hay una abundante población ajena al extremismo, a la inevitabilidad de las armas.

La violencia política de esa década que precede al golpe de Estado (el Alzamiento) y a su fracaso, con la Guerra Civil como consecuencia, es una desgracia muy común en la Europa de entonces.

Julián Casanova nos ha dado buena cuenta de ello.

No somos una anomalía y el siglo XIX no se reduce a la historia de múltiples y fatales fracasos o atrasos. Las guerras carlistas no tienen como inevitable y lógica conclusión la Guerra Civil.

Antes de la contienda, España es un país moderno y con achaques, que va superando sus atrasos.

Y esto se vislumbra no sólo a comienzos del Novecientos, sino ya en el siglo XIX, con ciudades y áreas comerciales y burguesas de notable empuje.

Etcétera, etcétera.

Por otra parte, más allá de la historiografía, el libro del hispanista italiano tiene un valor civil, político y moral.

Frente a simplezas, frente a radicalismos verbales, frente a adanismos, Botti opone una lógica argumentativa y una prosa convincente.

El historiador nos obliga a dejarnos de tópicos y de particularidades castizas.

Debemos agradecer a Botti su penetrante y pedagógica atención a la historia española del Novecientos. Busca lo que no es visible a simple vista.

Son numerosos los casos de conductas pacíficas, dignas, moralmente dignas, que nos mejoran en momentos de violencia, de dictaduras o de indecencia política.

¿Decimos de ellas que integran la Tercera España? Yo no plantearía batalla en una cuestión de nombres.

Los nombres de las cosas no son asunto baladí. Es más: la investigación del nombre de las cosas nos faculta para apreciar, distinguir y valorar conductas que están etiquetadas así o asá.

Hay que afinar. Y la suya, la de Alfonso Botti, es historia fina. No se pierdan ninguno de sus libros.

Como las conductas dignas de las que antes hablaba, sus obras —y esta que cito— nos mejoran. Afinan nuestros juicios evitando generalizaciones o analogías indebidas.

Estado de Derecho, dictadura, golpe, totalitarismo son nombres, pero no sólo: rotulan lo mejor y lo peor de que aquello que nos ha pasado. El presente no puede designarse si ignoramos el nombre de las cosas pasadas.

Deja un comentario