Las clases que doy

basuras1. El depósito de inmundicias. Soy profesor, profesor de Historia Contemporánea, y una parte fundamental de mi tiempo la empleo mejorando y ampliando los temas sobre los que voy a impartir. Eso no significa que gaste horas y horas preparando concretamente las clases que doy, sino que consumo muchas energías leyendo, releyendo o completando libros sobre asuntos y objetos que luego salen en el aula. Procuro hacerlo de manera cruzada.

Es decir, no me marco un plan de lecturas acorde con esta o aquella asignatura, con el orden previsible de las materias a impartir, sino que procuro aumentar lo que sé de modo libre, indisciplinado, intuitivo y transversal. Si averiguo más cosas sobre x o sobre y —digamos–, el siguiente paso será adentrarme en un tema distante y ajeno. Lo distinto, lo variado y lo contradictorio  te obligan a plantearte preguntas no previstas y, por tanto, te hacen cambiar la perspectiva que podrías repetir todos los años.

No quiero aburrirme. Entonces…  Entonces, un libro te lleva a otro libro diverso y el resultado de lo que aprendes suele ser imprevisible. Generalmente acudo a clase  con pocas notas, con unas referencias básicas, con un esquema mínimo, con cinco frases anotadas que me sirven de pecios en mi posible naufragio. Si la alquimia de las lecturas funciona (perdonen la cursilada), entonces lo ya sabido y lo recién aprendido me provocan, me interpelan. De ello procuro dar cuenta en las clases: o, al menos, intento que se me note. En otros términos, el volumen que acabo de disfrutar produce un reajuste interno. 

¿Un reajuste interno? Mi interior es un contenedor de desechos líquidos  y sólidos: si arrojo algo nuevo –una obra recién editada o un clásico disfrutado o un libro releído–, eso hace que floten ciertos saberes o intuiciones, lo que ahora he aprendido o los restos de objetos viejos que también vuelven a la superficie. La imagen, ya lo sé, es simplemente repulsiva. Comparar el proceso del saber o del aprendizaje con un depósito  de inmundicias es repugnante, nauseabundo. Y, sin embargo, a mí me funciona así: en ese estercolero de líquidos y sólidos siempre actualizado hay cosas que flotan y cosas que no, materia orgánica que cobra nueva forma, viejos instrumentos desechados que ahora recuperan su función.

Aparte de inmunda, la imagen quizá no sea muy adecuada: si  hay líquidos en el depósito, todo lo sólido permanecerá en el fondo, anclado o perdido para siempre. Y no es exactamente así: cada vez que echo nuevos datos, que remuevo unos contenidos, las piezas sólidas también recuperan la flotación, aunque sea brevemente. Y es entonces cuando yo recuerdo algo que tenía efectivamente perdido, sumergido, olvidado. El proceso me lo provocan las lecturas, pero también la necesidad: tener que impartir una materia de la que no has leído en tiempo es un acicate nuevo, un estímulo para renovar los sedimentos del estercolero, en fin.

profesor32. Clases. Escribo lo anterior y un amigo me manda un correo cariñoso para apoyarme. Piensa que la imagen del contenedor revela un estado de ánimo: apesadumbrado, decaído, entristecido. No, no. El depósito de basuras es la descripción gráfica de lo que yo creo que es mi cabeza. Holmes, Sherlock Holmes, decía que la suya era como un pequeño ático lleno de muebles: un ático del que  periódicamente había que desalojar trastos para dar entrada a otros. Yo no aspiro a tanto. Mi cabeza es un depósito de restos en suspensión que flotan, reflotan o quedan hundidos hasta que algo nuevo los saca al exterior. Es una vivencia puramente objetiva, no una tristeza de profesor.

Pero digo esto y recuerdo la observación de John H. Watson, el Dr. Watson. «Tan notable como lo que sabía era lo que ignoraba», decía refiriéndose a Holmes. Ustedes me perdonarán la vanagloria: en eso me reconozco igual que el detective. Pasa el tiempo y  leo para explicar y explicarme mejor en mis clases. Pues bien, me sorprende mi ignorancia: la ignorancia culpable de lo que no quiero saber y la ignorancia que jamás conseguiré colmar a pesar de mi voluntad. Hay conocimientos útiles, decía Holmes, y hay conocimientos inútiles, esos que los necios amontonan en el ático, en la cabeza: no dejan espacio para los conocimientos que podrían serles ventajosos. Creo saber qué me puede ser útil para mis clases, pero conforme me hago mayor casi todo acaba interesándome: casi todo lo que compro o y finalmente leo. El resultado es económicamente gravoso y el caos mental aumenta. O, si quieren, las imundicias del contenedor amenazan con rebasar los bordes.

Desde que empecé la docencia, hace veintidós años, he dado clases de Sociología, de Historiografía, de Historia del pensamiento social, de Introducción a la historia, de Historia y cultura en la época contemporánea, de Historia del mundo actual, de Historia Cultural. En las licenciaturas de Historia, de Historia del Arte, de Comunicación Audiovisual, de  Periodismo. En el doctorado y ahora en el máster. Con temas tan variados y con asignaturas tan diversas, ¿cómo quieren que me ordene y me ciña? Son materias que cubren un campo vasto, un dominio amplio de saberes e intereses. Y de problemas: incluso para uno mismo. Así son las cosas…

Ahora, para el curso que viene, dejo las licenciaturas de Arte y Periodismo, con alumnos generalmente muy preparados y motivados, y regreso a mi Facultad para impartir otra vez Introducción a la Historia. E Historia del pensamiento contemporáneo (que compartiré con el amable profesor que era titular de dicha materia hasta este año). Tengo la sensación de que acaban un ciclo y un paraíso. Pero tengo también la impresión de que mi caos mental puede agravarse. Para explicarlo quizá podría emplear otra imagen, ya que la del contenedor les resulta definitivamente repulsiva. Aunque a mí, no. Cambio, pues.

Mi circunstancia personal se parece a aquella en la que uno echa leña escasa a un fuego creciente e inextinguible: como en la película de los Hermanos Marx cuando gritaban Traed madera. Perdonen esta cita archisabida. Groucho reclamaba  más madera para mantener en marcha el convoy. Acabado el combustible, los Marx  arrancaban como posesos puertas, ventanillas y paredes de la máquina ferroviaria con la que avanzaban. La propia necesidad de combustible les llevaba a consumir deprisa justamente lo que les mantenía en pie o lo que protegía a los viajeros: la superficie y el armazón del tren. Cada vez más tengo la impresión de que mis intereses varios, temporalmente saciados con nuevas lecturas, se me convierten en leña de una combustión que amenaza con agotarse y agotarme.

Por ejemplo, las clases, las asignaturas que impartiré al año que viene, me hacen recuperar restos de antiguas lecturas, fervores y entusiasmos de otro tiempo, consultas bibliográficas casi olvidadas. Son restos que quemaré. Por eso me pongo manos a la obra para obtener nuevos materiales, leña distinta: nuevas lecturas, nuevas maderas, que me permitan mantener la superficie y el armazón del tren. No quiero repetirme perezosamente ni quiero quedarme vacío cuando explique o cuando escriba. Quiero que una cosa me conduzca a otra, que una idea me conduzca a otra, que una lectura me conduzca a otra. Por eso, en ocasiones tengo la impresión de estar subido a un ferrocarril cuyo avance algo demente me lleva hacia ninguna parte. Ahora, eso sí, mientras tanto disfruto y me entusiasmo. Como los Marx.

34 comentarios

  1. Muy interesante. Me interesa -y me genera un gran respeto, por no decir pánico escénico- el tema del profesor frente a su saber y sus alumnos. Siempre he pensado que sería incapaz de enhebrar un discurso académico q durara una hora, y así durante un curso docente entero, pero quizá me infravaloro demasiado.

    No obstante, hay que tener muchas horas de vuelo para llegar a ese nivel de mantenerse a flote con cinco frasecitas en un papel escuálido.

    Un saludo veraniego,
    E.

  2. No sabe la suerte que tiene. Yo tengo asignatura nueva para el año que viene pero, a diferencia de lo que comportaba… antes, llevo semanas peleándome con el programa moodle. Es una materia de primero y de grado boloñés. Las grandes innovaciones pedagógicas han llegado a las aulas universitarias. Preparar una asignatura quiere decir llenar plantillas y plantillas, calendarios que no se pueden alterar y actividades para las que no hay aulas adecuadas…
    Qué se va a transmitir importa poco, menos que nada. El profesor no debe leer, apúnteselo para el futuro inmediato. Aproveche mientras tanto. Suerte.

  3. La imagen del contenedor de basuras resulta muy cinematográfica. Y el simbolismo es de lo más acertado. La pesca en rios revueltos siempre resultó muy productiva para el pescador, y -como consecuencia directa- para el consumidor.

    Estoy segura de que sus alumnos consumen el mejor pescado (léase cultura) del mercado, puesto que usted, su proveedor, cultiva su coto de pesca con las mejores técnicas. Esas lecturas suyas, a veces desenfrenadas, producen el mejor krill, que alimenta muy bien a los peces que lanza al mercado. No sólo en la facultad, también aquí tiene alumnos que sacan partido de su sapiencia a diario y en silencio. Gracias.

  4. Ando casi completamente unplugged, respirando el aire de O Grove, península entrometida de lleno -de no ser por una estrechísima lengua de playa llamada A Lanzada- en el Mar Tenebroso, y azotada por vientos que dejan las brisas mediterráneas en soplidos de rapaz ( Hola, Fuca, por cierto) Bueno, les pareceré idiota, pero pasó horas contemplando las mareas, con la misma cara embobada que cuando veía trabajar a las hormigas durante horas. Curiosa la afinidad con la metáfora que utiliza Justo. No queda demasiado chapapote por aquí, al menos no lo parece, aunque la resaca de las mareas deja toda suerte de restos de naufragios. Espero que Fuca y algún otro contertulio gallego no se me enfade, pero tengo la sospecha de que Galicia tiene unos gobernantes lamentables y algunos hábitos equivocados. ¿Peor que Valencia?, me dice mi acompañante… buena pregunta, sí, diría que igual de mal, pero con otro estilo.

    No sé si me equivoco, pero Justo es uno de los pocos «empleados» de la universidad que conozco y que no parecen sentirse agraviados por entrar cada día en un aula y tratar con un montón de gente tan imprevisible y tan cara de interesar y lograr atención como son los jóvenes. No se imaginan la cantidad de mediocres que he conocido y que decían ser ´»investigadores vocacionales» y aburrirse con sus clases. Para algunos, la escuela o la facultad ideal sería aquella en que se prohibieran los alumnos, especialmente esos que andan últimamente por la Literaria de Valencia y no paran de lanzar perversas sospechas sobre Bolonia. Una «solución final», para los alumnos, por lo menos para los que sostienen la vieja manía socrática de opinar y discrepar. Yo soy medio idiota, ya lo saben mis allegados, pero me enorgullezco de poder aprender siempre algo de mis alumnos, me gustan mis alumnos en suma, y por tanto es una obligación no solo estival cavilar sobre cómo dar mejores clases, cómo ser mejor profesor y, a ser posible, cómo ser más decente. Besos atlánticos.

  5. Debo reconocer que desconozco tanto “Bolonia” como, en sentido contrario, me preocupan las reflexiones de Ángel sobre la disposición del profesorado universitario. Partiendo de la endebilísima base de las sospechas infundadas, uno intuye, entre otras cosas, un futuro profesorado más burocrático aún que el actual – que ya apesta a funcionario decimonónico – y unas clases más dadas a la forma (esos cuadrantes obsesivos a los que aludía Ángel) que al fondo. Vaya, que el modelo de discurso socrático, en el que el diálogo con el alumno – en este caso, lo apuntado por David – y la sólida formación del profesor que ejerce como maestro – tal como yo veo a Serna –, dan al acto presencial de una clase un carácter generador de inteligencia, tanto para el alumno como para el profesor, que irremediablemente se pierde.

    Parece sensato pensar que la propuesta de “post” no debería ser la alternativa individual de una persona, sino el “modus operandi” normal del colectivo del profesorado, al menos, al de uno que se dedicara a la didáctica, sólo a la didáctica, porque, reconocedme que si bien un profesor universitario medieval, o hasta uno del primer tercio del siglo XX, podía alternan sus actividades especulativas con las docentes, hoy es bastante dudoso que logre hacer bien ambas funciones, radicalmente diferentes y hasta opuestas las dos. Serna es un pésimo ejemplo. Da clases, investiga, publica, comisaría exposiciones, ofrece conferencias… y lo hace todo bien, o al menos, razonablemente bien, que no quiero que me llaméis pelota. ¿es factible eso, hoy, para la “mediocritas” del profesorado universitario? Creo que no.

    Cuando veo a alguno de los actuales profesores acumular clases en un trimestre para tener el resto del curso “libre”, cuando los veo salir con esas chuletas de cantos amarillentos de las décadas que sigue reiterando las mismas cosas, o competir por mezquindades de departamento con sus propios compañeros, o combatir la inteligencia de quienes no está en su grupito endogámico de amiguetes con argumentos de estrambote, o perseguir con saña visigótica a los discrepantes, o republicar refritos propios para acumular puntos para hipotéticas promociones, o asistir a cuanto curso se pague bien para sacar unos cuantos óbolos, o pasar de sus alumnos – y no precisamente de los pesados – como del “cobrador del frac”, o envejecer en viejas poltronas sin haber conocido más vida que la universitaria ni haber visto más mundo que el académico… ¿qué queréis?… Ya que hablamos del profesorado, me hubiera gustado que “Bolonia” hubiera servido para evitar esas corruptelas y/o sinvergüencerías pero no veo que nada apunte en esa dirección, al revés, parece insistirse en un profesorado substituible, a medio plazo, por un ordenador; un tipo que administra conocimientos más que genera inquietudes e inteligencia, un siervo de la rutina, enemigo declarado de la crítica y malabarista de los imposibles: ser un buen investigador y un buen profesor. Se debería ser más realista. No agarrarse como a un clavo ardiendo a la excepción – a Serna, por ejemplo – para salvar un colectivo lastrado por la pereza, la indolencia, el descrédito y la burocratización. Que de “Bolonia” se poco, pero de soplagaitas universitarios voy muy bien servido.

  6. Qué alegría da descubrir verdaderos profesores, aquellos que ejercen, al margen de los años que llevan haciéndolo con interés innato y con fervor por la lectura.
    A mi me ocurrió algo parecido a su relación con los libros cuando tuve el primer vocabulario de alemán entre mis manos…al principio, la explicación de una palabra que consultaba enteramente en un idioma ajeno, me llevaba a buscar otras palabras que se encontraban en dicha explicación, y así sucesivamente, con total devoción y persistencia hacia el alemán.
    Me gusta la comparación con el contenedor, de hecho, aún se podría ampliar más: el problema será cuando las inmundicias que se encuentran más a la vista, a alguien le dé por llevárselas, quizá por necesidad,quizá no.
    Ays, qué bien me sienta ésto de divagar, jajaja…

  7. No puedo contestar ahora, adecuadamente, a sus interesanes puntualizaciones. Lo haré, lo haré.

  8. Insisto, querido Justo, suerte tienes de poder leer. A los demás contertulios preocupados por la predisposición docente, decirles que no se preocupen. La verdad es que en clase la gente que quiere este oficio se lo pasa fenomenal y, normalmente, con ellos buena parte de los estudiantes.

    El problema radica en que estas semanas, que podrían ser decisivas, para leer y pensar como hacer llegar informaciones, inquietudes, razonamientos, debates a los alumnos que se matriculen, se van en encajar como piezas, sin que me sean devueltas por incoherencias detectadas por el Sacrum Pedagogicum, las competencias que tengo que trabajar en clase (a saber: CTUdG01 Utilitzar la llengua anglesa CTUdG02 Recollir i seleccionar informació de manera eficaç CTUdG09 Llegir, comprendre i comentar textos científics CTUdG03 Utilitzar tecnologies de la informació i la comunicació CTUdG05 Comunicar-se oralment i per escrit CTUdG04 Treballar en equip CTUdG08 Dissenyar propostes creatives T6. Ser conscients de la diversitat lingüística i cultural i respectar-la com a font de riquesa. CTUdG07 Analitzar les implicacions ètiques de les actuacions professionals CT9. Reconèixer la diversitat cultural i les seves implicacions al llarg del temps i l’espai) en relación a los contenidos previstos: una asignatura tipo Historia del Mundo Actual, de 1945 a nuestro días (Política, Sociedad y Economía) para alumnos de 1º de Historia y 2º de las demás titulaciones de la Facultad.

    No se trata de establecer un marco de orientación, se exige fijar los días y horas de las actividades de manera exacta. Proceder a detallar los cuatro días en los que tendré que evaluar, indicando con claridad a qué aspiro –en relación a los alumnos- y cómo -en porcentajes que se equilibren al final en relación a las competencias atribuidas- pondré una nota. En el bien entendido que todo ello plasmado en cuadros de gran claridad pedagógica que llevan por título EDICIÓN DE PARÁMETROS DEL CURSO, ASIGNACIÓN DE ROLES (sic) o ACONTECIMIENTOS.

    Ni que decir tiene que si a alguien se le ocurre, por ejemplo, montar una exposición durante esos meses, y yo no la he tenido en cuenta, quizá se podrá ir, pero no será evaluable. Ah, los documentos a trabajar también se cuelgan ahora.

    Por lo demás, y a pesar de que se obliga a trabajar en grupo, las aulas tienen unas magníficas hileras de pupitres, perfectamente clavadas en el suelo, de difícil (sic) movilidad. Estamos ante circunstancis valleninclanescas.

    En fin, lo que te decía, bienaventurado tú que puede leer y sedimentar, crear poso y transmitirlo con pasión y gracia. Me temo que ‘mis’ psicopedagogos me han ‘ocupado’ en otros menesteres.

  9. Creo, don Justo, que esa sensación de «pérdida del paraíso» que le está afectando tanto ante la visión de su nueva situación profesional-académica, le ha llevado a una deriva metafórica desagradable y, creo, desafortunada: Esa visión tan negativa del «residuo» o «lo residual» tan propia de nuestra mentalidad urbanita y capitalista, y tan contraria -en este y otros aspectos- de aquella rural, campesina (más allá del topos clásico).
    Aunque comprendo su desazón, no puedo, por otra parte, mas que apaludir su capacidad camaleónica -en el buen sentido, en un sentido cercano a la música que Truman Capote intuyó-, su grata y fecunda curiosidad, que nos ha ofrecido esos frutos que los que le seguimos le hemos ensalzado. Si leo de usted: «me sorprende mi ignorancia: la ignorancia culpable de lo que no quiero saber y la ignorancia que jamás conseguiré colmar a pesar de mi voluntad.», no puedo sino admirarle doblemente por su valor y su gallardía intelectual. Con el próximo sombrero que compre, mi primer saludo será por usted, sin dudarlo. Muestran sobrada maestría sus obras y siempre nos sorprenderá su capacidad para la sorpresa y el asombro.

  10. Me sorprende la notícia de tu traslado docente, Justo. Uno se acostumbra ya a asociar asignatura y profesor. Esta mañana he ido al Depto. y varias personas me han dicho que ayer se repartieron las asiganturas (famoso POD) y que había reacciones para todos los gustos. Aquello de nunca llueve a gusto de todos…

    «Introducción a la historia» es una asignatura peculiar. Yo no la cursé (en los primeros años porque no tenía referencias del profesor que la impartía; en los últimos años porque sí que tenía referencias), pero por lo que comentaban mis compañeros, era una asignatura tan necesaria como desconcertante. Lo que desconcierta es el nombre y su relación con el contenido, o al menos, con el contenido que a ellos les impartieron. A toro pasado, reconozco que es una asignatura que, según mi opinión, debería ser obligatoria, aunque para ello se readaptara su contenido.

    «Historia del pensamiento contemporáneo» es una de las mejores que yo he cursado. Eso sí, tiene el título de ser una de las más inabarcables. Si todos los objetos de las asignaturas son inabarcables, el de ésta lo es más.

    En cualquier caso, son dos de las pocas – quizá junto a la Hª del Arte que dejas y la de Hª y Género – de nuestra titulación que impariría con gusto algún día.

    Espero que tu caos mental no aumente, pero no te lo garantizo. Tendrás alumnos de primero y alumnos de quinto. Espero que no se note mucho el contraste.

  11. No me gustó la imagen del contenedor, pero sí el contenido que refleja. Me ha recordado a un profesor de historia de la comunicación que tuve en la Facultad, César Aguilera. Sus clases eran las primeras, a las ocho de la mañana, e íbamos unos diez alumnos (un 20% más o menos); son uno de los mejores recuerdos que guardo de los años de estudio en Madrid. Salías de clase pensando.
    Te deseo que el cambio sea para bien y, coincidiendo con Marisa, me incluyo entre los alumnos que visitan este espacio de encuentro, aprendizaje y discusión. saludos.

  12. Alguien me dijo en una ocasión que era inútil meter a Hegel en el Bachiller porque nadie le entiende, ni profesor ni alumno. Al final hemos sido capaces de sacar algo en claro del pensador de Jena, pero después de muchos esfuerzos. Bien, digo esto porque con el asunto de Bolonia pasa algo parecido, cada cosa que cuenta alguien vinculado de alguna forma a la Facultad refuerza mi impresión de que nadie entiende es capaz de ponerle orden a este caos, salvo algunos que están directamente implicados en el marasmo y hablan aparentando mucha seguridad. Mi problema es que, presuntamente, debo explicar a mis alumnos de Bachiller lo que va a ocurrir… Y el problema es que no soy capaz, y ya he descubierto que, antes de meter la pata, mejor callarse la boquita. La conclusión es que mis alumnos no saben dónde demonios se meten. ¿No es sospechoso que un plan de estudios que habría de ser claro y conciso sea abstruso y laberíntico? ¿No es la prueba más clara de la impropiedad de aplicar dicho plan con urgencia, como ya han denunciado muchas asociaciones de alumnos y profesores? ¿No será una estrategia de poder el que sintamos que no entendemos en que suerte de lodazal nos estamos metiendo?

  13. Me quedé a medias, lo que intento decir es que lo que es tolerable para un metafísico no es de ninguna manera presentable para una ley-marco.

  14. Un metafísico, creo yo querido David, no puede considerar tolerables las leyes marco de la filosofía, limitadas por las fronteras de la razón —aunque a menudo inasibles: por ello hay metafísicos que persisten. Solamente la poesía nos puede hacer libres. Nada que ver con el lema naz Arbeit macht Frei, ni con la verdad nos hará libres atribuida a Juan el evangelista: Dichtung Macht Frei. ¿Por qué? La emoción conducida por la música del pensamiento proporciona el vuelo al tiempo que a las alas. Cualquier profesor puede convertir las oscuras normas administrativas en belleza expositiva, en cultura que penetra las mentes de sus discípulos. Lo importante es enseñar a pensar (como hace la poesía en una de sus múltiples, proteicas actividades en el cerebro humano). Cuando más pude pensar en un aula, la asignatura se llamaba «Lógica Matemática»: la daba un santo laico llamado Manuel Sacristán (por cierto, el primer traductor de Gramsci al castellano: yo también aguardo la serniana). Justo Serna tiene la materia para ser el primer maestro de Historia Contemporánea en alcanzar ese título de santidad humana que otorgamos los descreídos. Lo hará. Lo hará, como también Àngel Duarte, en cuanto se aprendan normas y reglamentos y aprendan a olvidarlas.
    Un abrazo a todos.

  15. Yo también que quedé a medias. Tuve que suspender bruscamente mi entrada y argumentación a causa de una interrupción perentoria. Quise decir que jamás supe una palabra de Lógica matemática, pero aprendí a pensar. La universidad debe servir para eso, no convertirse en una FP de grado superior. No se aprende una profesión en la Universidad, aunque eso es lo que pretendan quienes han ganado la batalla de ese liberalismo capitalista que aparentan haber perdido. Se aprende a pensar y a ser libre pensando. Y no hay pensamiento más libre que el pensamiento poético. Padre y madre del científico. Los principios fundamentales de la mecánica cuántica se encontraban ya contenidos en el poema de Parménides, documento fundador de la filosofía. Un poema.

  16. Don Miguel, albricias por su nuevo poemario. ¡Qué título! Ya desde él la belleza y la inteligencia se unen para mover la adormecida razón común. Sus versos respiran y nos alientan preguntas e incertidumbres. Palabra tensada que lanza certeramente al centro de la desazón íntima y el desamparo, siendo ella razón alta de excelencia pensativa.
    Alude a Parménides, pero qué lejos quedamos de todo aquello que el eléata decía y que cerca cuando sus palabras las encarnamos en la dicción íntima.
    Hay más que razón en el poema parmenídeo, es la sílaba que golpea y es el acento que cincela, componiendo espacios meditados, planos alzados en la penumbra de los ecos la lengua.
    Razón poética, como la de aquellos versos suyos de Ítaca:
    «Tu nombre
    es estela –y lo borran
    constantes el viento y las mareas»

  17. Pero la estela se recompone siempre. Basta con seguir navegando. A veces basta con dejarse ir la pairo para que la nave sola encuentre el rumbo y nos deje una estela que seguir. Ese era mi consejo (más de viejo que de ex enseñante, hermosa palabra más bella que la de profesor) para paliar la melancolía de nuestros amigos: enseñar, enseñar a leer y a pensar, aunque sea a través de la «asignatura» asignada por el gran robot. Los conocimientos, que se los busquen en las bibliotecas.
    Gracias por leer poesía, Juan Antonio, y por escribirla, como me han dicho. El mejor homenaje a un autor no es comprarlo, como decía no sé si el Corte Inglés o Galerías preciados, sino leerlo. Y a veces tampoco es necesario «comprarlo». Porque a menudo «no se venden».

  18. Perdonen mi silencio. Estaba fuera, en la Sierra de Aitana, y desconectado. Ahora regreso. Acabo el post con lo que abajo repito y luego les comento sus puntualizaciónes.

    «…Para explicarlo quizá podría emplear otra imagen, ya que la del contenedor les resulta definitivamente repulsiva. Aunque a mí, no. Cambio, pues.

    Mi circunstancia personal se parece a aquella en la que uno echa leña escasa a un fuego creciente e inextinguible: como en la película de los Hermanos Marx cuando gritaban Traed madera. Perdonen esta cita archisabida. Groucho reclamaba más madera para mantener en marcha el convoy. Acabado el combustible, los Marx arrancaban como posesos puertas, ventanillas y paredes de la máquina ferroviaria con la que avanzaban. La propia necesidad de combustible les llevaba a consumir deprisa justamente lo que les mantenía en pie o lo que protegía a los viajeros: la superficie y el armazón del tren. Cada vez más tengo la impresión de que mis intereses varios, temporalmente saciados con nuevas lecturas, se me convierten en leña de una combustión que amenaza con agotarse y agotarme.

    Por ejemplo, las clases, las asignaturas que impartiré al año que viene, me hacen recuperar restos de antiguas lecturas, fervores y entusiasmos de otro tiempo, consultas bibliográficas casi olvidadas. Son restos que quemaré. Por eso me pongo manos a la obra para obtener nuevos materiales, leña distinta: nuevas lecturas, nuevas maderas, que me permitan mantener la superficie y el armazón del tren. No quiero repetirme perezosamente ni quiero quedarme vacío cuando explique o cuando escriba. Quiero que una cosa me conduzca a otra, que una idea me conduzca a otra, que una lectura me conduzca a otra. Por eso, en ocasiones tengo la impresión de estar subido a un ferrocarril cuyo avance algo demente me lleva hacia ninguna parte. Ahora, eso sí, mientras tanto disfruto y me entusiasmo. Como los Marx».

  19. Les agradezco las palabras que me dedican, como si yo fuera alguna excepión entre los docentes. En absoluto. Conozco a colegas que obran así. ¿Cómo? Las claves de una buena docencia las han ido apuntando ustedes mismos. Yo, ahora, les pongo orden.

    En primer lugar, no debes basarte en apuntes amarillos, en fichas añosas. Eso no significa que uno tenga que tirar a la basura los resúmenes que se hizo años atrás. Significa que debe completarlos continuamente. Cada año tiene uno que hacerse la promesa de leer al menos un libro nuevo sobre cada tema, un libro o un librito. No hace falta que sea la última sensación, ni un tocho monumental, sino aquel volumen reciente o clásico que no habías leído y que te hace reflotar lo que sabes y lo que no sabes. De ahí, pues, la imagen del contenedor de restos.

    En segundo lugar, debes convertir el aula no en un centro de experimentación, ni en un circo, ni en un espectáculo (no me gusta el compadreo), sino en un espacio de estímulo y entusiasmo. Uno sabe ciertas cosas y allí las hace públicas con ardor, con implicación, con compromiso. La vehemencia fría es mi ideal. La clave está en no aburrirse uno mismo: si lo que haces te provoca tedio, eso se transmite inmediatamente. «Sí, ya, bueno, pero es que mis estudiantes no saben nada», me dirá por ejemplo un colega. Pues aprovecha esas ignorancias o aprovecha la cultura de masas en la que están imbuidos. Sacarás beneficio.

    En tercer lugar, uno sabe que no sabe ciertas cosas. ¿Qué hacer? ¿Ocultarlas? ¿Hacer como si…? En realidad, lo recomendable es hacerlas explícitas: no debes aparentar haberlo leído todo de esto o de aquello; debes mostrar que lo poco que has leído te ha producido una convulsión y te ha permitido saber lo que no sabes. Siempre cito a Freud: es culto quien sabe, pero es culto sobre todo quien sabe lo que no sabe. De una ignorancia se puede sacar mucho provecho y, en clase, te permite comprometerte: el próximo día llevas leído ese texto que no conocías. ¿Que es largo? Pues escoge el texto corto, el ensayo breve del mismo autor. Seguro que lo hay.

    En cuarto lugar, lo que explicas en el aula no es una antigualla. Es algo que nos concierne hoy. Eso has de hacerlo manifiesto, sacando provecho de la actualidad, mostrando el desconcierto de las cosas que hoy nos pasan. Pero no para hacer creer que en la historia está todo, sino para reflejar las ignorancias con que tuvieron que vivir nuestros antepasados. No somos mejores que ellos. Hay naturaleza humana, pero hay conductas repetidas, gestos y actos que son antiguos y que nos sobrevivirán. Saber algo y saber aplicarlo para resolver tentativamente nuestras incertidumbres son metas que valen la pena. ¿Sabremos explicarlo y, sobre todo, sabremos transmitir esa impresión?

    En quinto lugar, has de mezclar sin culpa. No peques de academicismo tedioso. Debes proporcionar el esquema básico, por supuesto; debes dar los datos primarios, claro. Pero para de inmediato combinar aspectos que no son los que académicamente tocan, mostrando un leve apunte de lo que podría decirse. «Es que me ciñen los planes, los programas, las guías docentes», me dirá mi colega. Pues mire: yo también he estado en esos procesos de cambio, en lo que Bolonia o el plan de 1973 nos exigen o exigían. Espero seguir haciendo lo que vengo haciendo: lo que mejor sé hacer. No voy a explicar lo que no sé ni tengo voluntad de saber. Me voy a morir –como todos– y desde luego espero transmitir lo que mejor pueda transmitir, no lo que dicen que yo debería explicar. Hace tiempo le dije a una autoridad académica –que, a la vez, es amigo– algo que le desconcertó: me toque lo que me toque, la asignatura que sea, no explicaré lo que no sepa y lo que no quiera aprender fervientemente. Voy a explicar siempre lo mismo, que es lo que sé y lo que quiero conocer. En ese punto, lo importante es tener, precisamente, intereses varios. De ahí la imagen del depósito.

  20. Le sentó bien, muy bien, la Sierra de Aitana. Se nota.

    Aunque, entendámonos, en universidades más pequeñas, en las que el control sobre las obligaciones de nuevo tipo del profesorado es facilísimo, hacer lo que se viene haciendo, e intentar hacerlo con la misma ilusión que le ponías, se convierte en una tarea ímproba. Entre otras cosas porque te exigen una condición previa: que te desprendas del contenedor.

    Y tienen medios para verificar que lo has hecho.

    La clandestinidad, a estas alturas de la vida académica, me viene grande. No creo poder afrontarla ni aún en el caso que pudiera refugiarme en la Sierra de Aitana.

    Saludos dominicales.

    pd. No todo son desgracias. Ayer en Mérida, Tito Andrónico. Lástima que Alberto San Juan no dé la talla. Pero la obra, siendo menor, contiene todo lo grande de Shakespeare: la madre, la familia, el poder, el odio, el duelo, … la vida.

  21. Después de leerle, don Justo, lo que nos viene diciendo de la docencia y de cómo ve usted, encara y prepara sus clases, a uno no le entra sino el digusto por no haber asistido a sus clases. Sí, se lo digo sinceramente, su actitud no sólo es loable, bien la querría haber disfrutado y compartido en mis años universitarios. No quiero decir que no tuviese maestros dignos, que los tuve: quiero recordar a Joan Baptista LLinares o a José Luis Villacañas, en mis tiempos de Filosofía, o a Evangelina Rodríguez, ya en Filología, así como a Ángel López o a Albert Hauff). No hay sólo quebrantos, si uno elige bien, es vocacional, persistente y no se deja arrastrar por la estulticia o la aridez, sopicaldo de tantas bocas.
    Don Miguel, urdo líneas de canto íntimo desde que descubrí el feraz sol y con él la pasión de la vida, en la sierra malagueña de Canillas de Aceituno, mi matria, en la asombrada y salvaje infancia. La patria de Sagunto y las lecturas hicieron el resto. «Enseñar a leer, a pensar…después las bibliotecas», dice usted, y estoy de acuerdo. Pero hay un más allá de todo eso que fluye parejo con todo eso y que no atino a darle hoy palabra exacta. Sin «eso» tampoco sirven clases, tarimas, pizarras, y anaqueles. De dóndre vendrá esa voz y cómo se convocará todo ello, para mí sigue siendo un enigma…del que tampoco tengo interés por descifrar.

  22. Señor Millón, «eso» que usted no localiza en su vocabulario, que no sabe cómo nombrar (¿o no quiere?), yo lo llamaría sensibilidad. Es éste un don tan escaso, que se expende en pequeñísimos frascos, como las esencias. La inteligencia, con la que todos contamos al nacer, pero que se desarrollará más o menos, o incluso se malogrará, según sean las circunstancias vitales de la persona. Se puede trabajar, se puede ampliar, se puede potenciar -sobre todo, con ayuda de profesores como Justo Serna- mientras que la sensibilidad, cada quién recibe su frasquito.

    En algunos, el frasco es tan pequeño que pronto se ve anulado por otros objetos de más interés (en este caso, hablaríamos de interés material) mientras que otros tienen tanta que, además de disfrutarla para sí, se pueden permitir el lujo de comunicarla a sus semejantes. De ahí esos profesores; de ahí esos poetas (don Miguel); de ahí, en definitiva, los grupos de gente interesante que se reúnen y charlan, como en este blog, poniendo a trabajar su sensibilidad en su provecho y en el de los que escuchan -o leen-, razón por la que yo no puedo abandonar su lectura, con la ilusión de contagiarme de tanta sensibilidad y sabiduría como encuentro por aquí. Leyéndoles, me siento colmada.

  23. No doña Marisa -es un honor volver a departir palabras con usted-, no es la «sensiblidad» a lo que me refería. Ésta puede y debe ser educada, transida de trato humano, fomentada y dirigida, voluntaria. No, yo aludo a algo no mesurable, algo más que humano y divino, que los griegos llamaron en alguna ocasión «Moira», definida por el extraordinario Martínez Marzoa como «juego del conceder y ser concedido», «adjucación de parte». Un «no se qué», una «razón de mirlo» (pidiendo prestada la imagen a Veyrat) que es locura y es clarividencia, un límite y confín del yo y el mundo.

  24. Yo también me alegro de leerle de nuevo, Juan Antonio, pues nos tenía usted un tanto olvidados.

    En el caso que nos ocupa, está muy bien el concepto griego de la Moira, pero discrepo de usted en que la sensibilidad sea un acto voluntario. Se tiene, o no se tiene. Se tiene en pequeña cantidad, o para dar y vender. Pero nunca podrá comprarla quien no esté provisto desde su nacimiento de un frasco en el que almacenarla. Es como vaporizar un buen perfume sobre la piel: de momento, parecerá haberla impregnado, pero el agua o el aire lo eliminan sin piedad, más pronto que tarde. Hay que tener un frasco para poder seguir disfrutando de su aroma.

    Usted me dirá que en el comercio hay hermosos frasquitos a la venta, pero el de la sensibilidad no es un frasco de cristal, susceptible de ser fabricado y vendido -o comprado- sino que forma parte (o no) de nuestro bagaje, y nacemos con él (o no)como nacemos con nariz (poca o mucha), lo cual no garantiza que tengamos mucho o poco olfato.

    Sin embargo, me gusta lo que dice de «juego de conceder y ser concedido». Y aún más, esa «razón de mirlo» de Veyrat, nuestro sensible poeta.

  25. He ido al fragmento 8 del poema de Parménides, en la traducción que Alberto Bernabé editó en Akal para relatarles el inicio de todo lo que he querido decir. Lo transcribo:
    «34.Así que es lo mismo pensar y el pensamiento de que algo es,
    35. pues sin lo que es, en lo que está expresado,
    36. no hallarás el pensar, que no hay ni habrá
    37. otra cosa fuera de lo que es. Pues la Moira lo aherrojó
    38. para que sea total e inmutable. Por tanto será un nombre todo
    39. cuanto los mortales convinieron, creídos de que son verdades,
    40. que llega a ser y que perece, que es y no es,
    41. que muda de lugar y cambia de color resplandenciente.
    42. Pues bien, como hay una atadura extrema, completo está
    43. por doquier, parejo a la masa de una bola bien redonda,
    44. desde su centro equilibrado por doquier, pues que no sea algo mayor
    45. ni algo menor aquí o allí es de necesidad,
    46. ya que ni hay algo que no sea que le impida alcanzar
    47. lo homogéneo, ni hay algo que sea de forma que haya de lo que es,
    48. por aquí más, por allí menos, pues es todo inviolable.»

    Cómo no, sería interesante acudir al comentario de Heidegger y a las glosas lingüísticas y hermeneutas de Martínez Marzoa.

  26. La poesía contiene toda la vida, dice Miguel Veyrat. Cierto, cierto. Hace falta, además, que la vida contenga toda la poesía. Y lo de Bolonia, ciertamente, no tiene nada de poesía, como bien admite Àngel Duarte. La Universidad como institución es prosa administrativa, pero comparada con otras faenas es verso sublime. Gracias a Juan Antonio Millón y Marisa por sus palabras generosas y excesivas.

  27. Sí, Justo, tienes razón en parte. Quizá en todo menos en el depósito de inmundicias referido a lo que vives, vivís los enseñantes en activo, sin haber previsto ni reaccionado a la amenaza del sistema cuya sombra planea desde hace diez años. La inmundicia no sólo forma parte de la vida, sino que es su fuente. Todo nace de la podredumbre. Incluso nuestros cuerpos. La vida contiene toda la poesía, sólo hay que buscarla, y esa es vuestra, nuestra tarea: enseñar a a verla entre la mierda —eso es el tan cacareado «conocimiento»—, dejarla crecer salvaje hasta que los bosques inunden la humanidad o trasplantarla delicadamente a nuestro comportamiento. La prosa administrativa (¡Ay, el «español empapelado» tragedia de nuestros ancestros) es para todo y para todos. El resto no es sino la «cólera del español sentado», paremia también debida a nuestros clásicos. Bolonia se adaptará, como todo, a la realidad, la práctica la adaptará, acaso regada con vuestro llanto. Un fuerte abrazo. De nada. Yo también agradezco a Millón y Marisa sus palabras generosas y excesivas hacia tu estado depresivo.

  28. Tras un extraordinario fin de semana, alejado de la ciudad y del ruido, de la polución y del calor, y en magnífica compañía, regreso resignado a la cotidianeidad contemporánea.

    Veo que les preocupa Bolonia, que en el texto parece que no hay claridad. Este fin de semana hablaba con un amigo, precisamente, sobre el retorcimiento del lenguaje, sobre cierta confusión premeditada en el uso de las palabras y de los conceptos. Parece una actitud sospechosa e innecesaria, y más si se trata, como es el caso, de un proyecto relacionado con la educación. Desde luego lamento que don Ángel Duarte se sienta tan constreñido con esas planificaciones obsesivas que le obligan a realizar, y me inquieta que insinúe el nivel de control que existe sobre su docencia. ¿Cómo va lo de la libertad de cátedra? Por otro lado, coincido con lo expresado por don Miguel: la universidad debería servir para formar mentes críticas o, lo que es lo mismo, ciudadanos. No sé en que dirección va Bolonia –seguramente en la misma que el resto de la sociedad europea- pero la Universidad española, así en general, hace bastante tiempo que dejó de formar ciudadanos, que dejó de fomentar el pensamiento crítico. Al menos en las carreras con más salida, en las más masificadas (que deberían ser, precisamente, las más críticas).

  29. Serna ya te conozco en clase. Blablabla. Y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla y blablabla.

  30. Este blog es muy «literario» pero no veo el bla bla bla.

    A ver si Serna se anima a hablarnos de Ciencia.

  31. Desde luego, con lo del Plan Bolonia voy algo despistado, como creo que les sucede a muchos, entre otros, creo, a nuestro contertulio David. Alguien, versado en sus vericuetos legislativos y en sus problemáticas organizativas, debería aclarárnoslo. Después de leer el contundente artículo firmado, entre otros, por Manuel Atienza, Fernando Savater, José Luis Pardo o Juan Manuel Navarro Cordón: «Preguntas sobre Bolonia», andamos todos algo azorados, porque de la parte de la línea pro-Bolonia también hay mentes preclaras y con sobrado criterio, sin ir más lejos el propio ministro de Educación Ángel Gabilondo, por el que muchos sentimos sincero aprecio.
    Yo me he dirigido a un viejo texto -del año 30 del siglo pasado- para buscar guía y consuelo: «Misión de la Universidad». Creo que la validez de sus propuestas y el análisis de los problemas siguen siendo válidos y deberían ser atendidos por nuestras autoridades legislativas. Es un texto sin desperdicio, incluidos la contundencia de sus metáforas e imágenes, su sabiduría compositiva, ese espejeo de la historia y la actualidad, o esa capacidad de síntesis, acercando la complejidad desde la evidencia o lo perogrullesco. Toda una lección.
    Por cierto, encuentro en el texto de Ortega y Gasset una línea que le viene calzada al subtítulo de este blog: «…el desmoronamiento de nuestra Europa, visible hoy, es el resultado de la invisible fragmentación que progresivamente ha padecido el hombre europeo… Todo aprieta para que se intente una nueva integración del saber, que hoy anda hecho pedazos por el mundo»

  32. En mi casa siempre ha habido muchos libros y yo siempre he sido un modesta lectora. Pero desde las clases del señor Serna he empezado a masticar lecturas con voraz apetito. Ánimo, don Justo, que si consigue despertar en sus nuevos alumnos la mitad de la curiosidad que ha sembrado en mí, puede darse con un canto en los dientes. Me encanta como escribe y las cosas que cuenta. Creo que fue David Montesinos quien dijo en su blog (muy acertado, por cierto) que usted era un buen cuentacuentos; estoy totalmente de acuerdo. Que ese contenedor o cajón desastre de su cabeza siga funcionando a pleno rendimiento, es muy bueno ese almacén desordenado.
    Un saludo.

  33. Candy Candy, muchas gracias por sus palabras. En mis clases no pretendo otra cosa: despertar la curiosidad. Muchas gracias.

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