Qué hacemos con las máquinas

Goût et degoût. ¿Qué es un archivo? Con gusto explico en clase  lo que es. Estamos en una asignatura de introducción a la historia y, por tanto, debo describir qué tiene de particular la investigación. Y debo indicar de dónde extrae sus datos el historiador.

Acude al archivo, generalmente un recinto cerrado y custodiado en el que se albergan toda clase de documentos clasificados, catalogados. Gracias a los índices y a otros instrumentos, los facultativos facilitan el trabajo a los investigadores, que acuden rastreando papeles, expedientes, legajos, cajas, libros, manuscritos, etcétera. 

El historiador elige un objeto de conocimiento: por ejemplo, ciertos actos del pasado. Va al archivo para hallar rastros de aquel tiempo ya desaparecido, inerte, irrepetible. Aquello no es un laboratorio en el que puedan reproducirse los hechos; es un lugar aseado y ordenado en el que hay y no hay restos de ese tiempo pretérito. El archivo es, pues, un lugar muy delicado: por la información que contiene; por la guardia de los documentos, que deben durar para consultas futuras; por el patrimonio que atesora. Los facultativos son custodios, en efecto, y están allí para facilitar la tarea de los investigadores. Pero sobre todo están también para conservar, para vigilar el uso de los materiales, su buen uso. Están para alentar a los principiantes, a aquellos historiadores que se estrenan tanteando las fuentes. Un libro reciente, titulado precisamente Qué es un archivero, de José Ramón Cruz Mundet, lo explica muy bien.

A los estudiantes les digo estas cosas y  algo más. Les hablo de la emoción del descubrimiento: el gusto, la atracción del archivo, como indicaba Arlette Farge en Le Goûte de l’archive.  Y justo cuando les digo esto no puedo más. Estallo. He de confesarles lo que me ha pasado, la hecatombe a la que sobrevivo: mis archivos han desaparecido o se han conservado malamente, parcialmente. No me refiero a este blog: tampoco a los depósitos de documentación que durante años he frecuentado. Me refiero a los archivos de mi ordenador.  Cuando escribimos producimos documentos. Los archivos son repertorios de instrumentos. Un documento alude a lo que no está y es versión de lo que ha ocurrido o nos ha ocurrido. En cambio, el archivo es el espacio que alberga distintos documentos. Cuando guardamos el texto escrito, archivamos, según la terminología de Word

A los estudiantes les insisto en el cuidado, en la vigilancia, en la importancia de conservar. Pues bien, por hacer torpemente las copias, por hacer pocas, y por azares informáticos (virus y formateos), mis documentos electrónicos han salido dañados o simplemente se han perdido. Estoy reescribiendo lo que parcialmente ha sobrevivido  y es de urgente entrega; estoy rehaciendo lo que no existe; estoy lamentando mi mala cabeza: mi degôut electronique.

Me dedico a explicar qué es la historia, me dedico a subrayar la importancia de los archivos y ya ven: no sé cumplir con lo básico y con lo propio, que es conservar mis propios documentos electrónicos. ¿Le echaré la culpa al ordenador? Odio las computadoras a pesar de que me facilitan el trabajo. Contrariamente al automóvil, que funciona a poco que lo cuides, los ordenadores te exigen muchos mimos. En momentos como éste me acuerdo de mi antigua Olivetti Lettera 32, la primera máquina que tuve, la que me regaló mi padre: pequeña, robusta, a la que podías tratar con rudeza.

En fin: es fácil achacar nuestros problemas a la técnica cuando el fallo es humano, demasiado humano. Qué le vamos a hacer. Ay, mi mala cabeza.  

16 comentarios

  1. Me escribe un amigo, periodista y fotógrafo, para darme ánimos. Comparte conmigo desgracias parecidas: un disco duro externo, donde tiene almacenadas muchas fotos digitales, se ha descacharrado,»como llamábamos antes a las averías de los primeros automóviles», precisa. Lo ha llevado a reparar y todavía no saben si podrán rescatar con vida todo el material gráfico que conserva.

    Me habla de los soportes y de su desconfianza hacia lo digital: nos arregla la vida, sí, pero siempre tenemos la impresión de que todo va a desaparecer. Creo que lleva razón: el celuloide o el papel duran. ¿Y lo digital? Pues lo digital: como decía Umberto Eco en ‘Nadie acabará con ellos’, si quisiera que perduraran mis memorias las escribiría en papel procurando conservarlo bien. Durará. En cambio, lo digital, ¿quién sabe? ¿Alguien se acuerda del Floppy Disk, del Disquette? Lo dices ahora y parece que te remontas a una época prehistórica.

    Gracias, amigo.

  2. Mi querido D. Justo.Gracias por su regalo.
    Ni es tan malo el soporte informático como dicen algunos, ni estan bueno el papel,que nos inunda.Piense además,cuantos árboles se destruyen para producir la pasta de papel.
    Los archivos informáticoa pueden destruirse con solo hacer un clic mal.Pero es más fácil almacenar mil archivos, mil veces, en floppys,compactdisc,disco duro externos,memorías usb,que hacer tres copias en papel con una Olivetti Lettera,maravillosa máquina que me sirvió para elaborar toda una teoría sanitaria,por los años 70.
    No se apure.Los actuales informáticos sacan petróleo de los discos duros,aparentemente rotos.La dificultad consiste en encontrar a alguno que tenga paciencia para extraer esa información.Pero hay que tener paciencia,también usted,para buscarlo.Lo conseguirá.

  3. Realmente prefiero WORD a la máquina de escribir. Me equivocaba mucho y tenía que borrar y tachar, romper el papel. Ha sido una ventaja para mí el ordenador, aunque sólo sea por eso.

  4. Animo y suerte, Justo. Personalmente temo atravesar por una situación como la que ha descrito, pero soporto esa cruz mejor que la de conservar el papel, que termina ahogándome y en el desorden acabo por no encontrar nada. Saludos.

  5. Son muy amables con el ánimo que me dan. Me complace mucho. Pero el desastre es mayúsculo: esta misma tarde he recordado una reseña que tenía escrita desde septiembre y que había dejado que se enfriara para retocarla mejor. Esa reseña no está en el disco duro externo. Simplemente no está. Y, por supuesto, no está en el ordenador formateado. ¿La culpa? Mía y sólo mía. Pero hay cosas peores, desde luego. Dentro de lo que cabe me lo he tomado con humor.

    Creo haber contado aquí esta anécdota, pero la repito porque es mi sentimiento actual. Más o menos es así… Ocurrió en el interior de un taxi. Ante un atacasco monumental, el conductor que me llevaba me dijo que tenía la solución. «¿La solución, para qué?», pregunté. «Para acabar con los atascos», me respondió. «¿Y cuál es?», dije con interés. «¿Usted ve todo esto? Pues asfaltamos y empezamos de nuevo», me aclaró. «¿Dejando los coches bajo el asfalto?», pregunté. «Sí, sí, dejando los coches bajo el asfalto». No quise averiguar si a nosotros, los que íbamos en el taxi, también nos afectaba el alquitranado.

    Con el desastre informático tengo la impresión de haber asfaltado yo mismo. He allanado el terreno, vaya que sí.

  6. La informática nos da a menudo quebraderos de cabeza y nos crea problemas que antes no teníamos, pero también muchas ventajas. He tenido que sufrir varias veces lo mismo que le ha pasado a usted. Le doy un consejo, por si todavía no lo ha hecho, puede hacer una partición del disco duro y así guardar los archivos en una y el Sistema Operativo en otro. Puede servir.

    ¡Un saludo!

  7. Le agradezco mucho el consejo. Mi problema con la informática es que me obliga a unas mañas que otras tecnologías no me exigen.

    Yo tengo un Volkswagen. Es un vehículo fiable. No es lo más apreciado del mercado (hay coches de mayor pedigrí), pero es una máquina que hasta ahora no me ha fallado: es más, tampoco me ha obligado a tener grandes conocimientos mecánicos. Un Golf no es gran cosa, pero oigan: marcha como un reloj. ¿Imaginan que tuviéramos que actualizarnos constantemente cuando fuéramos a conducir nuestro vehículo? ¿Imaginan que tuviéramos que tener conocimientos técnicos para mejorar su rendimiento? Un coche que funciona sabes cómo accionarlo: no estás obligado a mayores sofisticaciones. En cambio, con los ordenadores estamos permanentemente en riesgo: es como si te fueran a fallar los neumáticos a la primera. O como si te fuera a fallar el delco (si es que el delco aún está en los coches).

    En fin.

  8. Señor Serna, lamento mucho lo que le ha sucedido. Yo no sé si me lo hubiera tomado con el mismo humor que usted. No sé si por suerte o por desgracia, en estos temas dependo totalmente de mis hijos. Mi conocimiento de la informática es ese que se suele llamar «a nivel de usuario», y aún me parece exagerado.

    Tenga usted paciencia, como le recomiendan, pero hágase copias de seguridad de cualquier cosa que haga, para que no le vuelva a suceder. Digo yo. Por decir algo.

  9. Después de leer este post no he podido evitar acordarme de la pérdida de memoria en el ser humano, salvando las distancias, claro. Me he acordado de mi abuela, enferma de alzheimer, y de esa frase que al principio de su enfermedad repetía cien veces al día: “estoy perdiendo memoria a punta pala”.
    No puedo olvidar la angustia que muchas veces experimentaba ante la pérdida de sus recuerdos, de su pasado, de su historia familiar -de sus archivos-. Ahora ya, sólo vive para la ternura.

  10. Mi abuela, Isabel, en un momento de lucidez, ya en una fase profunda me dijo: «vas metiéndote en un agujero negro y luego ya no sales». Creo que fue la última vez que me reconoció.

    No puedo evitar solidarizarme con lo que cuenta Justo hoy, que sin duda arranca de una desgracia personal nada despreciable y que yo he sufrido también en distintas ocasiones. Me llama la atención su melancolía por la olivetti. Hace como diez años, yo recordé diez minutos antes de la clase que tenía un examen. Aquel día, por misteriosa coincidencia, se habían roto las dos impresoras del instituto, con lo que de nada me valió llevar un bonito diskette con el examen. En medio del apuro, tuve un arranque de genio y recordé cierto objeto que dormitaba en algún rincón oscuro. Era una olivetti como la que muestra Justo en la fotografía. Y, así como un samurai que se arma de katana para resistir a un ejército ultramoderno, agarré el jurásico aparato, le enrollé un folio blanco al «carro» (ya no se acordaban de la palabreja, ¿eh?) y me puse a arrearle mandobles a las teclas, provocando ese ruido de ametralladora que inundó las oficinas, burós y escribanías durante décadas. En aquel momento, mientras yo descubría feliz que aquel fósil milagrosamente aún tenía tinta, alguien entró en la sala y dijo con rictus de melancolía:

    -«Ah, ese sonido de oficina, acabas de trasportarme al pasado, qué bonito.»

    Y sí, fue bonito. Hemos ganado mucho con la cibernética, pero, entonces, ¿por qué no soy más feliz?

  11. La verdad, me da apuro que me hagan caso, me den tantos ánimos y me manden sus anécdotas (muchas gracias, sr. Montesinos, espléndido episodio) o bromas (vaya video, sr. Lillo). Pero permítanme impresionarme con lo que cuenta Isabel Zarzuela: es tan conmovedor. Me conmueve, sí, que traiga el recuerdo de su abuela, aquejada de alzheimer. Frente a ese drama bien real, mi estúpido y errático comportamiento electrónico es sólo eso: estúpido y errático.

    Aunque, bien mirado, quizá haya algo aprovechable en mi ridícula desgracia: la reflexión sobre la tecnología. En otras épocas, muchos aparatos sabíamos cómo funcionaban interiormente y sabíamos cómo hacerlos funcionar apretando el botón. Luego, andando el tiempo, cuando los cacharros complicaron sus resortes, aún sabíamos accionar eficazmente sus teclas, pero ignorando el funcionamiento del mecanismo interno. Los trastos marchaban y punto. Ahora (y cada vez más), desconocemos qué ocurre en el interior de aparatos sofisticadísimos y, además, no sabemos si seremos capaces de hacerlos funcionar: a poco que te descuides te quedas obsoleto o destruyes su mecanismo.

    Vuelvo al ejemplo que ponía más arriba. Los únicos cacharros que están pensados para tontos son los coches: por eso han de ponerse a punto; han de pasar revisiones. ¿Por qué razón? Por seguridad, un criterio muy razonable: desde siempre, la tecnología resuelve problemas y, por tanto, ha de hacernos las cosas más sencillas (aunque no sé si nos hará más felices, como denuncia el sr. Montesinos). En cambio, en otros ramos (en el sector de los ordenadores, por ejemplo), los programadores o los fabricantes exigen una puesta a punto del cliente. Recuerdo el manual de instrucciones del primer grabador de dvd: era un grueso volumen que en mi familia nadie leyó. Resultado: ninguno de los habitantes de la casa aprendió jamás a programar la grabación de películas.

    Y añado: de las cosas ridículas que nos ocurren no hay nada que me angustie más, que me desasosiegue más, que un aparato sofisticado cuando deja de funcionar. Siempre me echo la culpa. Acudes al experto, ¿y qué ocurre? Los técnicos te hablan en jerga, prácticamente te incriminan y, encima, la reparación es carísima. Que se lo hagan ver: los teléfonos móviles acabarán por desplazar a los ordenadores; al menos les arrebatarán muchas de sus funciones. Accionarlos es muy sencillo y salvo accidente siguen marchando aunque se queden obsoletos.

  12. De estúpido y errático, nada, don Justo: se trata de la pérdida de mucho trabajo y de mucho esfuerzo realizado en unos cuantos meses. No sé yo si sería capaz de afrontarlo con la templanza que usted tiene y que siempre le acompaña. Me acordé de mi abuela porque, de algún modo, esa pérdida de archivos o documentos también constituye una pérdida de nuestros recuerdos, de nuestra memoria. Se nos va una parte de nosotros mismos.

  13. Gracias, sra. Zarzuela, por su amabilidad. Sigo pensando que no tengo disculpa: la pérdida de documentos se debe a mis descuidos. ¿Templanza? Bueno, eso sí: tras el estupor, la rabia y el desconcierto he procurado tomármelo con tranquilidad. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Ya le dije que tengo una carta de Umberto Eco firmada de su puño y letra, una carta fechada a comienzos de los noventa (imagine) que no encuentro. ¿Imagina? Soy así y yo mismo me ocasiono estos destrozos. Por otro lado, los ordenadores nos hacen sentir muy inseguros: justo lo contrario de lo que ocurre con los automóviles actuales. De eso no me apeo.

    En cuanto a la pérdida de memoria por nuestros mayores, ¿qué le puedo decir? Cuando es enfermedad, el asunto resulta muy doloroso. Nos da mucha pena. En el caso de mi padre, que no padeció dicha enfermedad y sólo acusaba los olvidos propios de los años, su supervivencia me inspiraba mucha ternura (ya lo he contado otras veces): cuando tenía que recordar algo, mi se ponía un post-it. Aún veo su salita de estar y la entrada de la casa llena de estos papelitos, amarillos por supuesto. Mi madre aceptaba esa decoración…

  14. El pasado 29 de septiembre en un comentario del post ‘La vida cotidiana’ ante una provocación me atreví a decir lo que sigue: «Yo no grito Viva Zapatero ni Viva Zapata. De hecho no suelo gritar. Es más: me encantaría que Rodríguez Zapatero no se presentara a las elecciones y que lo sustituyera el ‘crack’ que tiene en el Gobierno. ¿Nombre? No me pidan más. Gestión, capacidad, experiencia. Y su guasa…

    ¿No lo adivinan?»

    El sr. Montesinos respondió…

Deja un comentario