Héroes literarios

Uno. El número del mes de marzo de 2011 de  Mercurio viene con una llamativa ilustración de cubierta y anuncia placeres lectores. No se pierdan la revista: sólo tienen que acercarse a su librería y hacerse con un ejemplar.

Aparte de algún ingenio mecánico, en la portada vemos a la criatura de Frankenstein, al capitán Ahab, a Sherlock Holmes, a Lolita, a Tom Sawyer. Son Héroes literarios, camaradas de una misma aventura, ideaciones de escritores geniales. Son caracteres, tipos de rasgos bien definidos, generalmente empecinados, destilación o deformación de alguna cualidad o virtud humanas. A ellos está dedicado el dossier de la revista.

Son una selecta, una distinguida representación: no forman la nómina completa de nuestros queridos personajes, pero en este retrato que los amalgama hallamos a algunos de los que más nos han  impresionado.

No es posible olvidarlos: los frecuentamos desde niños. Una parte esencial de nuestras figuraciones, de lo que soñamos o tememos, es fruto suyo. Fernando Savater les dedicó un volumen que aún leemos con arrobo: La infancia recuperada (1976). También yo, modestamente, les rendí homenaje muchos años después en Héroes alfabéticos (2008).

Perdonen la cansina adjetivación, pero no sé decirlo de otro modo: esos personajes son el monstruo repudiado, el arponero obsesivo, el mozalbete corajudo, el sabueso infalible, la ninfa tentadora.

La ilustración es atractiva, pero no se despisten. Su responsable, Fernando Vicente, los ha imaginado con el rostro, con la encarnación de sus equivalentes fílmicos. Sí, leemos, pero a esos cofrades más o menos desdichados los vemos como los vieron los grandes cineastas del siglo pasado: con sus rostros fotogénicos o con la indumentaria de época que vistieron.

Dos. Entrevista con Luis Mateo Díez, Mercurio, núm. 129 (marzo de 2011).

Fotografía de Ricardo Martín.

(…)

Héroes y antihéroes. ¿Qué diferencias podríamos establecer?
El héroe arquetípico es alguien que tiene una identidad mítica, una aureola legendaria y una tarea. Es héroe porque hace heroicidades, porque sus actos se compaginan con esa aureola que siempre es épica, un componente de trabajo dificultoso que supera. Y el patrimonio del héroe acarrea cierto sentido de ejemplaridad: es un espejo de la grandeza humana, de las cosas que se pueden hacer a pesar de las dificultades.

Esas características encajan bien en El Quijote y, sin embargo, es el gran ejemplo del antihéroe.
Sí. En El Quijote se suscita, no por primera vez pero sí de manera radical, la posibilidad o el intento desde el fracaso. Ahí está el germen del héroe del fracaso, una denominación que he acuñado para mi uso y para mis personajes. En él está la ejemplaridad de la ambición y del visionarismo y también la realidad que te pone en tu sitio, que te derriba y te vence continuamente. Eso está en El Quijote, el sueño clásico y la realidad –la vida– que impide ese sueño.

Hablamos del fracaso y quizás tengamos que remontarnos hasta las tragedias griegas. Una de sus características es que el protagonista siempre sucumbe ante el destino. ¿Qué eran aquellos personajes, héroes o antihéroes?
Esos personajes están bajo la sombra y el capricho de los dioses. En ellos, el destino tiene un componente metafísico y poderoso. son héroes lacerados por el destino, pero sí, son héroes, aunque avasallados por la desgracia y el destino los coloca ante la contradicción extrema. Las figuras trágicas tienen componentes heroicos porque son arquetipos de comportamiento que contienen ejemplaridad. Miremos a Antígona… En la gran tragedia griega, y después en Shakespeare, ya está la precariedad del ser humano, todo lo que nos habita, nuestros grandes contrastes.

El héroe clásico, el de caballería, se mantiene inalterable a lo largo de la narración. El que se va transformando es el que conoce el fracaso. ¿Modifica el fracaso más el alma humana que el triunfo?
Sin duda. No podemos olvidar que la novela, la grande, la decimonónica, es la historia civil del ser humano. No hay una cercanía de aureolas épicas, la de los grandes héroes puros. La novela está más habitada por antihéroes; por figuras que están más en la vida que en la imaginación o en los sueños; por seres humanos con precariedades y pasiones de la condición humana. La subsistencia es contingente y precaria. La picaresca es básica para la figura del antihéroe. ¿Qué es Lázaro? Un superviviente, alguien que lucha por la subsistencia. Donde por primera vez se establece la lucha por la vida, desde la parte más material de la misma. Luego, en Galdós, en Dikens, en la gran literatura del XIX y del XX, ya está la figura del ser humano. Entra hasta Freud, hasta las consideraciones psicológicas, de las que el héroe estaba mucho más incontaminado.

(…). Leer más aquí.

Tres. Índice de Mercurio, «Héroes literarios» (marzo de 2011):

Héroes eternos, Alejandro Lillo

Los cuernos de la abundancia, Justo Serna

Entrevista con Luis Mateo Díez, Tomás Val

Del héroe épico al héroe trágico, Jordi Balló

(Anti) Heroínas: algo más que adulterio y arsénico, Laura Freixas

La indomable estirpe de Tom Sawyer, Susana Fortes

(…)

Cuatro. Historia y literatura. Actualidades de Pío Baroja (A propósito del centenerario de El árbol de la ciencia, 1911). Curso de la UIMP. Organizado por Francisco Fuster y Justo Serna.

¿Qué relación hay entre Historia y Literatura, entre la disciplina de la realidad y la disciplina de la imaginación? No nos andemos por las ramas. Hay que bajarse del árbol para darse unos paseos por los bosques narrativos: es lo que nos proponía Umberto Eco años atrás. Pues eso hacemos: nos bajamos del árbol de la ciencia para curiosear, para preguntarnos qué significa narrar; para ver qué mezclas se dan entre realidad y ficción. Es algo que importa a los académicos y a los lectores en general. 

Pongamos un ejemplo: Pío Baroja, escritor prolífico y autor de El árbol de la ciencia, novela de la que en 2011 conmemoramos su primer centenario. Las obras de don Pío son creaciones deliciosas y tentadoras, como el fruto bíblico: se les puede extraer mucho jugo. El objetivo de este seminario es analizar el conjunto de su obra desde la doble perspectiva de la historia y la literatura. ¿Con qué fin? Con el de establecer el lugar que ocupa el novelista vasco dentro de la historia cultural española. Por otra parte, el seminario también tiene como objetivo discutir la vigencia de la obra barojiana dentro del actual panorama editorial hispano. Aún podemos leerla con interés, con provecho y con entretenimiento. También es propósito de los organizadores exponer algunos de los enfoques a partir de los cuales ha sido analizado este novelista, abriendo posibles vías de investigación todavía no contempladas por la crítica.

En función de estos dos objetivos hemos reunido a un importante y selecto conjunto de prestigiosos especialistas en la obra de Pío Baroja, desde historiadores e historiadores de la literatura, hasta teóricos de la literatura o escritores. Todos ellos ofrecerán su visión personal de la obra del autor de El árbol de la ciencia (1911). No nos andaremos por las ramas: bajemos a la historia, a las historias.

Leer más aquí: https://justoserna.wordpress.com/historia-y-literatura-actualidades-de-pio-baroja

Cinco. Fíjense bien. Observen la fotografía que Ricardo Martín ha hecho a Luis Mateo Díez. Hay pose y hay serenidad. El retratado mira directamente al objetivo, retando incluso: se presenta con un punto de insolencia. ¿O es  timidez? ¿Quizá gravedad? Con aplomo, Luis Mateo Díez sujeta su cabeza mientras apoya el codo derecho. La estantería es su fondo.  

En las baldas descansan numerosos libros, con un orden casi perfecto. Gracias a la fotografía de Ricardo Martín, que publica Mercurio, podríamos examinar los lomos de algunos de esos volúmenes: Doktor Faustus, por ejemplo. Pero no lo haré. ¿Por qué razón? Porque me produce muy mala impresión: es como si estuviéramos invadiendo su intimidad.

El escritor es sobre todo lector y justamente por eso se retrata con sus más preciados bienes. Se retrata, sí, con elegancia indumentaria. Luis Mateo Díez  tiene un envidiable porte,  de caballero antiguo, con su pelo cano y su barba cuidadísima.

Aparece vestido con una camisa impoluta a la que aún se le notan los pliegues. En el bolsillo del pantalón, de buen paño, introduce la mano.  En esa muñeca vemos un reloj escueto que marca, si no me equivoco, las 12:30 horas.

Con ese estilo y con esa tranquilidad, nadie diría que el escritor imagina a tantos personajes zarrapastrosos, a tantos héroes fracasados. Bien pensado, no es raro: también los concibe con gran elegancia, arrojando luz sobre sus vidas, una luz parcial y precisa. Como la que él recibe: de una ventana que adivinamos con visillos.

27 comentarios

  1. Héroes alfabéticos, sí, bonito libro. Tom Sawyer es una gran historia de Mark Twain. Hemos dado a leer a los alumnos una versión resumida en inglés y les ha gustado. Es un cásico. Injun Joe, Aunt Polly, Huck Finn …

  2. Creo que hay plagios involuntarios, pero desde luego esa portada es muy deudora de tus ‘Héroes alfabéticos’, con Frankenstein en primer plano. El mismo titulo, sin ir más lejos, es muy serniano.

    Por cierto que aún estoy en deuda con ese libro, que me enviaste amablemente y que no tuve el detalle de ni siquiera hacer un mínimo post. No tengo perdón, excusa, ni circunstancia atenuante (bueno, quizá de esto último sí).

    feliz domingo

  3. Se lee bien el ensayo Héroes alfabéticos, efectivamente. Con interesantes referencias literarias. Bien ordenado y compuesto. Fue ganador de los XIX Premios de la Crítica Literaria Valenciana en la modalidad de Ensayo.
    Gulliver’s Travels, la novela antiutópica de Jonathan Swift y Tom Sawyer, la fantástica historia de aventuras de Mark Twain están siendo leídas por nuestros alumnos de inglés.
    Participamos en la divulgación cultural. Para saber y para disfrutar. Enjoy reading!

  4. Sr. NáuGrafo, no, no. Lo de ‘Héroes literarios’ no es un plagio involuntario. No, por Dios.

    Y, sr. NúaGrafo, no se preocupe por mi libro. Se lo envié y ya está. ¿Le he retirado el saludo acaso? Venga, sr. Laporte, reciba un saludo.

    Ah, otra cosa. Luego pondré los enlaces a las reseñas que hemos escrito Alejandro Lillo y yo en Mercurio. La mía es sobre ‘Sunset Park’. ¿Le suena? No vamos a estar de acuerdo…

  5. Seres averiados
    Alejandro Lillo

    Brillan monedas oxidadas
    Juan Eduardo Zúñiga
    Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores
    Precio: 16,92 €
    Páginas: 160

    «Juan Eduardo Züñiga reúne en este volumen quince inquietantes historias en las que despliega su maestría con un lenguaje claro y elegante. Las narraciones, agrupadas en tres grandes apartados, son de claro contenido y vocación poética, y su prosa va calando poco a poco en el lector como cala la lluvia, que aparece en varios de los relatos: esa lluvia “impalpable, que descendía, o que brotaba de cualquier sitio para mojarlo todo, hombres y casas, como si ya estuviesen sumergidos en el cercano mar, que se encontraba de repente, al doblar una esquina”. Aunque distintas en temática e intenciones, todas las ficciones en este libro comparten un motivo literario que, aunque más visible en los primeros, permanece de una manera u otra en el conjunto del volumen. Se trata de una contraposición, de una antítesis que ya está presente y se insinúa en el propio título que da nombre a la obra: Brillan monedas oxidadas.

    Leer más: http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas/606-25narrativa

  6. La calma chicha
    Justo Serna

    Sunset Park
    Paul Auster
    Anagrama
    Precio: 18,50 €
    Páginas: 288

    De repente, un individuo toma ciertas decisiones. En realidad, vivir es capear el temporal, la marejada, y saber remontar la felicidad. El azar no nos gobierna, pero nos cerca, nos rodea. ¿Qué hacer? ¿Acaso dejarnos arrastrar por la corriente? En Paul Auster, la contingencia no es un destino irremediable, sino una suma de pequeñas elecciones que provocan efectos imprevistos. Si estamos en una nave, debemos saber gobernar el timón y las velas: el oleaje y, sobre todo, la calma chicha. Lo primero puede desarbolarnos; lo segundo puede desesperarnos.

    Leer más: http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas/606-25narrativa

  7. Claro que se lee bien ‘Héroes alfabéticos’, Aleskander62. Precisamente, hace muy poquito tiempo, comentaba con un buen amigo la dificultad que conlleva la escritura de una prosa clara y sencilla, así como el mérito de poder acceder al mayor número de públicos posibles -empleando terminología utilitarista- sin que por ello se resienta la erudición y la calidad de lo escrito.
    Creo que Justo Serna logra reunir todos estos requisitos con ‘Héroes alfabéticos’. Es una obra fundamental que debe tener en casa cualquier persona con un mínimo o un máximo interés por la cultura.

  8. Leda: por los clavos de Cristo. Si algún día, me dejan hacer una segunda edición de dicha obra y la corrijo (e incluso añado algún héroe más), entonces le admitiré su alabanza. Mientras tanto, mi libro es un instrumento simplemente útil. Nada más.

    No obstante, le agradezco su generosidad.

  9. Sr. Serna, no soy generosa: intento ser lo más objetiva que puedo…¡Y usted demasiado modesto, por todos los Dioses!
    ¿¿¿Ha dicho que existe la posibilidad de una segunda parte???

  10. Siempre existe esa posibilidad, desde luego. Pero no sería una segunda parte, sino una segunda edición. Pero mire en qué términos lo digo: «si algún día, me dejan hacer una segunda edición de dicha obra y la corrijo (e incluso añado algún héroe más)». Es decir, que eso de momento no lo veo cercano. Salvo que me hicieran alguna oferta en tal sentido.

    De todos modos, Leda, gracias por su cortés «objetividad».

  11. Un exceso de modestia puede resultar cansino, pero en su justa medida es una virtud que yo asocio a la lucidez. Cuando hacemos algo digno de elogio tenemos derecho a desear que los demás -en especial aquellos que nos quieren- nos feliciten. Pero por cada cosa que hemos hecho bien, uno sabe la cantidad de estupideces que deja en su trayectoria. Cierta humildad es entonces una cuestión de equilibrio y salud mental. Dicho lo cual, no puedo por menos que felicitar tanto a Justo como a Alejandro por los artículos de Mercurio, que me parecen estupendos y que me ha resultado especialmente placentero leer (el placer de leer, esto parece que no siempre se valora como debería)

    Una opinión, el mayor de los héroes que conocí en la ficción fue Don Quijote (fuera de la ficción los he conocido también, y acaso eran mejores y, normalmente, anónimos). Es fácil ser Aquiles cuando de un espadazo uno mata a veinte troyanos… pero «querer ser Aquiles», ese es el verdadero designio del héroe del que me siento cerca… Y sí, su horizonte es el fracaso.

    Cioran dixit: «¿Por qué no habría de ser yo comparado a los grandes santos? Ellos se han esforzado tanto por superar sus contradicciones como yo por preservar las mías.»

  12. Sr. Montesinos, la cosa tiene miga. Usted habla de Don Quijote esta noche y yo leo ahora su comentario. También es casualidad, hombre. Por razones académicas, esta misma tarde estaba escribiendo sobre el personaje de Cervantes. En un ensayo más largo en que hablo de las novelas… Una tontería, pero sobre él estaba escribiendo.

    Por otra parte, me gusta que se lo haya pasado bien leyendo los artículos de Mercurio. Si me permite, no se pierda la entrevista con Luis Mateo Díez. Qué sensatez. Qué envidia.

  13. Ah, y Cioran. Siempre es tiempo de regresar a él. Y de volver al género que tan bien practicó: el aforismo. Hablábamos de poesía días atrás (‘La puerta mágica’) y hablaremos pronto de poesía (‘Los lugares del sitio’). Pero, ah, el aforismo. Cuánto arte hay que tener para cultivarlo con tino.

  14. El fragmento de la entrevista que ha incluido usted en la portada del blog resulta prometedor, desde luego.

  15. En primer lugar, le agradezco mucho, señor Serna, su atención para con mis artículos. Siempre los cita y los resalta. Gracias.

    Es un honor escribir en Mercurio, creo que ya lo he dicho en otra ocasión, pero es así. Qué decir abrir un número de la revista.

    Don David, muchas gracias por su felicitación. Viniendo de usted me congratula especialmente que haya disfrutado.

    En efecto. La portada de la revista es magnífica, y la entrevista a Luis Mateo Díez muy buena. Incide además en aspectos que tanto el señor Serna como yo mismo hemos tratado en los artículos. Creo que las figuras del héroe y del anti-héroe son muy interesantes, y que Mateo Díez las analiza a la perfección. En muchas de sus respuestas se aprecia, de alguna manera, -o así lo entiendo yo- que la figura del anti-héroe no es algo tan moderno como pueda parecer. Es decir, es una figura moderna, pero sus antecedentes también están en la antigüedad. El héroe antiguo, ese arquetipo al que se refiere LMD, nos habla de la grandeza del ser humano, pero también de la inutilidad de sus esfuerzos. Al final la muerte nos atrapará a todos. Por cierto, la muerte, en griego, era masculino.

    Recuerdo ahora dos pequeños relatos vinculados con esta idea y que quizá también estén de alguna forma relacionados con los aforismos de Cioran.

    Uno de ellos lo leí por primera vez en “Obabakoak”, el excelente libro de Bernardo Atxaga, aunque luego lo encontré en una antología realizada por Borges y Casares.

    EL CRIADO DEL RICO MERCADER

    Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.

    Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.

    – Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.

    – Pero ¿por qué quieres huir?

    – Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.

    El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.

    Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.

    – Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado? -¿Un gesto de amenaza? -contestó la Muerte-. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado.

    El otro relato se titula “No tengo qué ponerme”, está escrito por Quim Monzó y aparece en su libro “Ochenta y seis cuentos”, editado por Anagrama. Para mi gusto este relato en concreto es un pelín largo (a pesar de no llegar a las 5 páginas), y hay que hacer un esfuerzo para leerlo hasta el final, pero da igual: Monzó es un maestro. Léanlo y verán.

  16. Sr. Lillo, no me agradezca nada. ¿Usted cree que yo iba a citar sus artículos y a resaltarlos si no me gustaran?

  17. El libro: Valencia, una realidad histórica, de Fernando Millán, publicado por la editorial RIE de Paiporta, ha resultado finalista en los XXI Premios de la Crítica Valenciana.
    Puede que sea interesante.

  18. Para un trabajo académico, releo a Eduardo Mendoza, sus personajes atolondrados, esos héroes o antihéroes cazados siempre en un renuncio, con el pie cambiado y en un contexto que no es el suyo. En particular, releo las andanzas de ese loquito que protagonizó, entre otras ‘El misterio de la cripta embrujada’ (1979). Qué fina sociología. Qué capacidad para mostrar lo que la rutina no deja ver. Ir de la mano de un orate nos permite descubrir la vida loca que se esconde tras el orden aparente y la seriedad cotidiana. Con ese humor…

    Días atrás, una amiga me dijo que había acabado la última novela de Mendoza: que no era para tanto; que, vaya, no le había gustado; que no estaba mal, pero… No hay peros que valgan. Con Eduardo Mendoza, desde ‘La verdad sobre el caso Savolta’ (1975), el héroe triste de la picaresca vuelve. Está fuera de contexto y eso hace que le den coscorrones. Lo siento por él, pero, ah amigos, qué placer, qué lecturas.

  19. Cinco. Fíjense bien. Observen la fotografía que Ricardo Martín ha hecho a Luis Mateo Díez. Hay pose y hay serenidad. El retratado mira directamente al objetivo, retando incluso: se presenta con un punto de insolencia. ¿O es timidez? ¿Quizá gravedad? Con aplomo, Luis Mateo Díez sujeta su cabeza mientras apoya el codo derecho. La estantería es su fondo.

    En las baldas descansan numerosos libros, con un orden casi perfecto. Gracias a la fotografía de Ricardo Martín, que publica Mercurio, podríamos examinar los lomos de algunos de esos volúmenes: Doktor Faustus, por ejemplo. Pero no lo haré. ¿Por qué razón? Porque me produce muy mala impresión: es como si estuviéramos invadiendo su intimidad.

    El escritor es sobre todo lector y justamente por eso se retrata con sus más preciados bienes. Se retrata, sí, con elegancia indumentaria. Luis Mateo Díez tiene un envidiable porte, de caballero antiguo, con su pelo cano y su barba cuidadísima.

    Aparece vestido con una camisa impoluta a la que aún se le notan los pliegues. En el bolsillo del pantalón, de buen paño, introduce la mano. En esa muñeca vemos un reloj escueto que marca, si no me equivoco, las 12:30 horas.

    Con ese estilo y con esa tranquilidad, nadie diría que el escritor imagina a tantos personajes zarrapastrosos, a tantos héroes fracasados. Bien pensado, no es raro: también los concibe con gran elegancia, arrojando luz sobre sus vidas, una luz parcial y precisa. Como la que él recibe: de una ventana que adivinamos con visillos.

  20. O héroes literarios como los personajes pirados de Luis Mateo Díez. Lo escribí hace un par de años y puse un ejemplo.

    «…Yo estaba pensando en Alejandro Saelices Cordal, el poeta olvidado, el vate enterrado de El expediente del náufrago (1992). Es una novela antigua de Luis Mateo Díez pero su lectura o relectura actuales aún siguen conservando el encanto demente, humorístico y finalmente patético de la primera vez. ¿Alguien imagina a un versificador que decide enterrar entre legajos su obra poética? Trabaja en el Archivo –así, con mayúsculas– y allí, entre los expedientes de Actas –si no recuerdo mal– sepulta su obra. No les cuento más, claro. No sé por qué esta novela de Díez me cautivó especialmente: es probable que sea el espacio del Archivo, ese mundo de papel polvoriento en el que el tiempo arruina todo lo previsible, toda expectativa razonable.

    «El Archivo es un depósito ordenado, un limbo, pero es también metáfora viva del caos real que la clasificación o la catalogación de los facultativos no pueden detener, un pozo de aguas estancadas. A la postre, muchos expedientes cuidadosamente guardados en lengajos que a su vez van a parar a secciones forman eso: un archivo. ¿Podemos hacer analogías con la vida? Es posible hacerlas porque en este negociado también habitan esos individuos pirados que sobreviven o mueren entre la rapiña polvorienta de los documentos. Los documentos no son toda la existencia, no registran toda la vida. Hay siempre un exceso y una falta, y entre el exceso y la falta están los sanos y los insanos que entre sí tienen tratos directos o vicarios.

    «La obra de Luis Mateo Díez es como un inmenso archivo con documentos varios, algunos hermanados entre sí y otros orgullosamente solos. En todo caso, necesitan ser leídos para comprender las intenciones de los individuos que las pueblan y para explicarse el mundo general que les rodea. Si, además, su lenguaje sabe captar registros antiguos y expresiones actuales, fórmulas arcaizantes y modismos de hoy, el resultado es el de una sintaxis espectacular. No es prosa sonajero, sino una lengua de recias resonancias, de ecos cervantinos, y con un poderoso dominio de la descripción, de la representación. ¿De qué? De lo fantaseado, entre la suma ingente de pirados que luchan por hacerse un hueco entre las páginas de las averías humanas».

    https://justoserna.wordpress.com/2009/06/21/lecciones-y-maestros/

  21. Tengo reciente la última obra de Luis Mateo Diez “Azul serenidad”, del que usted escribió no hace mucho. Un libro conmovedor donde los haya, en ese libro consigue una prosa serena y equilibrada para hablar de dos tragedias familiares que comparten la ruptura violenta e inesperada de la vida, y que deja a los que sobreviven llenos de estupor. Luís Mateo Díez, que según dice, pertenece a una familia donde no se habla mucho, opta por poner palabras a esas muertes porque es la manera que tiene de recuperarlos y trascender de ese modo la tragedia. Habla con elegancia y delicadeza ( la misma que Ricardo Martín ha captado en su fotografía) porque sabe de la magnitud de la herida. Refleja, sin dramatismos, una realidad que queda para los que sobreviven a un suicidio, “el exilio de seguir viviendo”; la culpa por la supervivencia, y en lo más hondo la convicción devastadora de no haber sido capaces de retener a los seres queridos.

    Otra historia es, sin duda, Riña de Gatos 1936, Anthony Whitelands comparte con algunos personajes de Mendoza como el protagonista de “El Misterio de la Cripta embrujada” “El laberinto de las aceitunas” o “Las aventuras del tocador de señoras” cierta extravagancia, el lenguaje relamido, casi impropio de la clase social de procedencia. Sus avatares, son por momentos desternillantes, y suele darse un desequilibrio tremendo entre las percepción que tienen de los acontecimientos y de los hechos, con lo que sucede en la realidad. Ese descentramiento es una de las cosas que me gusta de Mendoza.

  22. Vaya, R. S. R., qué bien tenerla por aquí. Y más comentando la obra de Luis Mateo Díez y de Eduardo Mendoza.

    Algún día escribiré sobre ‘El animal piadoso’, la excelente novela de Luis Mateo Díez. No sé por qué no lo he hecho hasta ahora. Pero lo haré.

    En cuanto a Mendoza, destaca usted «cierta extravagancia, el lenguaje relamido, casi impropio de la clase social de procedencia. Sus avatares, son por momentos desternillantes, y suele darse un desequilibrio tremendo entre las percepción que tienen de los acontecimientos y de los hechos, con lo que sucede en la realidad. Ese descentramiento es una de las cosas que me gusta de Mendoza». Es un buen análisis, sí, del orate.

    Lo que recomiendo es la relectura de esas obras menores, presuntamente menores, que protagoniza el loquito (como a veces lo ha llamado Mendoza). No es literatura menor: ‘El misterio de la cripta embrujada’, pongamos por caso, es literatura mayor y, por supuesto, divertidísima. No creo que sus aventuras sean «por momentos desternillantes». Es toda ella desternillante. Lo constato otra vez. Lo estoy desarrollando ahora, justamente ahora, en el ensayo académico que estoy escribiendo. Está el folletín y está el teatro: la comedia de Mihura, Tono, etcétera.

  23. Si la tiene por ahí, lea ‘Riña de gatos. Madrid 1936’. Es una espléndida novela: y la recreación de José Antonio Primo de Rivera es muy precisa, además de bien fundamentada. Lo que le hace decir lo dice hasta marzo de 1936. Con exactitud documental.

    De la obra de Marzal no puedo hablar. No la he leído.

  24. Pues vuelva entonces a “El laberinto de las aceitunas” en este libro su salida del manicomio es memorable. Ni que decir, su relación con Sugrañes y el comisario. Ese loco innominado es hilarante, son tan ridículas las situaciones en las que se pone que rozan la genialidad

    “El expediente del náufrago” es la primera novela que leí de LMD.Me sorprendió el despliegue de conductas de sus personajes, y la multitud de sentimientos que podían expresar. Una sarta de despropósitos y una pandilla de “poetas” que compartían el más absoluto anonimato. Me pareció peculiar la manera en la que LMD sacaba a sus personajes de la mediocridad: la salida no era la adaptación sino la construcción de un delirio. Son por tanto personajes estrafalarios, pero vitales.

    Creo que fue en Santillana del Mar, en algunas de aquellas conferencias, donde hizo una diferenciación preciosa entre lo que supone narrar una ficción más o menos autobiográfica, de lo que supone narrar algo ajeno: “Quién narró otras vidas, quién contó sus tribulaciones e iluminó sus almas no debe sentirse orgulloso por lo que no es suyo, pero sí complacido por su aportación y acompañamiento”

    Hay un paralelismo entre lo que para LMD significa narrar otras vidas, (multiplicar la experiencia de vivir) con lo que usted señalaba de lo que suponía la lectura (leer sirve para ensancharse, para dilatarse…)

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