La música y nosotros que la quisimos tanto

Bob Dylan. La Exposición COVERS se basa en portadas, en carátulas: algunas de esas imágenes que no han perdido actualidad ni reflejo; que son espejo y posibilidad.

Echen un vistazo a su derecha. Es bellísima la fotografía que ilustra The Freewheelin’ (1963), de Bob Dylan. Vemos a dos muchachos abrazos que avanzan por la calle de un Nueva York nevado. Se aman y se sienten jóvenes. Distinguimos una furgoneta Volkswagen.

Él lleva un Levi’s, el mismo que yo luzco ahora, con cincuenta y tantos. ¿Patético? Adopto una pose similar: muerto de frío y con las manos en los bolsillos. Tuve un cazadora semejante a la chaqueta con la que Dylan se protege. Me doy cuenta: repito ademanes y vivo como réplica.

Mi primer Levi’s lo compré diez años después de que fuera tomada la fotografía. Costaba mil cien pesetas: una fortuna. Mi pantalón actual repite las rozaduras y las arrugas, el camal estrecho, ese tubo.

Releo ahora la glosa que escribió Antonio Muñoz Molina meses atrás con motivo de las memorias de la chica que aparece en dicha foto: Suze Rotolo. Algún día redactaremos con la precisión y el sentimiento de Muñoz Molina:

«La portada de aquel disco que fue el primer LP de Bob Dylan que escuchamos entero, The Freewheelin’ Bob Dylan, tiene algo de foto de familia. El hombre y la mujer de la foto eran increíblemente jóvenes, pero nosotros éramos más jóvenes aún. No entendíamos las letras de aquellas canciones que poseían una fuerza inaudita aunque estaban hechas tan solo con una voz y una guitarra, pero su furia y su ternura traspasaban nuestro desconocimiento del idioma…» (Leer más).

Elvis Presley.  El escritor Javier Marías homenajea a Elvis Presley en Mala índole (1988), un relato divertido, muy cómico. Lo narra Rogelio Ruibérriz de Torres a la altura de 1996 y cuenta ciertos hechos acaecidos en 1963,  cuando el rodaje de Fun in Acapulco, un film menor de Presley. En 1963, Ruibérriz de Torres es un tipo joven: cuenta 22 años. Es patoso, atolondrado.

Décadas después, cuando el personaje reaparezca en Los enamoramientos (2011) será un individuo crepuscular y dinámico, egocéntrico y relamido. Un conquistador, vaya. Para entonces ignoramos exactamente su edad, pero sospechamos que se quita años.

En Mala índole asesora a Elvis Presley como profesor de dicción castellana. Le ayuda con la fonética: fonética peninsular, que no mexicana. Y allí lo acompaña, en aquel rodaje, en aquella “cinta absurda y sin pies ni cabeza según mi criterio”, precisa Ruibérriz de Torres.

“No debe inferirse de este último comentario”, se disculpa en Mala índole, “que yo despreciara ni desprecie al señor Presley. Todo lo contrario. Poca gente habrá habido que lo admirara y lo admire más que yo”.

Pero Ruibérriz de Torres –Roy, como cariñosamente lo llama Elvis– no se engaña: “cada vez que presenciaba el rodaje de una nueva escena yo pensaba: «Oh no, Dios mío, eso no, señor Presley», y lo asombroso era que el señor Presley parecía no dar importancia a nada e incluso disfrutar del horror con su indudable capacidad de zumba”.

Con guasa o no, lo de Acapulco era –a su juicio– un disparate. Por ello Ruibérriz, ignorante de la cultura charra, añade con tono fatuo: “…«Oh no, santo cielo, ahórrenle algo», pensaba yo cuando descubría que Presley iba a tocar la pandereta y a jugar con un sombrero mexicano rodeado de mariachis de feria –el Mariachi Águila y el Mariachi Los Vaqueros, para mí indistinguibles– , mientras cantaban Vino, dinero y amor todos a coro en una cantina. «O Señor, no lo permitas», pensaba cuando me anunciaban que el señor Presley había de vestirse de corto con chorreras en la camisa y faja escarlata para interpretar la solemne canción El Toro al tiempo que zapateaba…”

No puedo dejar de sonreír. Cada vez que leo Mala índole, quiero más a Presley, al señor Presley, tan inerme: «un hombre risueño, de risa fácil y pronta, quizá demasiado, una de esas personas poco exigentes que acaba por caerles bien a todo el mundo, hasta los pelotas y los imbéciles».

No sé en que categoría estamos…

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Blog de JS en El País:

Presente continuo. Con noticias de actualidad política: Combustible para Fallas.



12 comentarios

  1. No eres el único, Justo. Yo también soñaba con pasear así, con una chica agarrada a mi brazo tratando de protegerse del frío de Manhattan, cuando era más joven. Y aún hoy, de vez en cuando…

  2. …Y yo también deseo redactar algún día con la precisión y el sentimiento de Muñoz Molina.

  3. Cuando todo se despertó, el otro libro de referencia generacional, “On the Road”, estaba allí. Concebido tras las experiencias vivenciales de finales de los años 40 por Kerouac y sus amigos, rematado en 1951, apareció publicado en 1957, cuando, según indica Carlos Granés en “El puño invisible”, “encontró una audiencia harta de la mercantilización de la vida norteamericana, del consumismo y la tecnocracia, y ansiosa de una vida menos normativizada y predecible, salpicada de aventuras, hallazgos espirituales, emociones e instantes de euforia real. Esa sincronía mágica, que combinó, justo en el momento preciso, las obsesiones privadas del escritor con las necesidades, preocupaciones e inquietudes públicas, convirtió la novela en un fabuloso mito cultural…”.

    Es decir, el camino de la rebelión y la lucha contracultural, que no todavía de la contracultura como movimiento, estaba delineado desde mediados de los 40 con los hipsters y la generación beat, que crearon a su modo, sin ser del todo conscientes, un estilo de vida libre, marcado por la velocidad, el exotismo, la marginalidad, las drogas y el alcohol, el sexo y la búsqueda de la autenticidad.

    Hoy el profesor Serna nos habla de la cubierta del disco de Dylan, de su estilo, de la forma de vivir, del ambiente y de cómo le imitamos. ¿Quién no se tomó también “En el camino”, al menos en parte, como la brújula de sus correrías de adolescencia y juventud a mediados de los 70 y durante los 80, cuando aquella España gris comenzaba a desvanecerse?

  4. Esa furgoneta Volkswagen antigua es del mismo modelo que la que sale en la película «Pequeña Miss Sunshine».

    Buscando otra cosa (y enlazo con Elvis), ayer leí una frase de Aldo Cammarota (un guionista y humorista argentino que vivió varios años en EE.UU) sobre los norteamericanos: «la mitad creen que Dios está muerto y la otra, que Elvis está vivo».

  5. Miedo me da pensar en lo evocadora que va a ser esa exposición, y constatar que todo aquello ya lo vivimos. En fin…

  6. Elvis Presley. El escritor Javier Marías homenajea a Elvis Presley en Mala índole (1988), un relato divertido, muy cómico. Lo narra Rogelio Ruibérriz de Torres a la altura de 1996 y cuenta ciertos hechos acaecidos en 1963, cuando el rodaje de Fun in Acapulco, un film menor de Presley. En 1963, Ruibérriz de Torres es un tipo joven: cuenta 22 años. Es patoso, atolondrado.

    Décadas después, cuando el personaje reaparezca en Los enamoramientos (2011) será un individuo crepuscular y dinámico, egocéntrico y relamido. Un conquistador, vaya. Para entonces ignoramos exactamente su edad, pero sospechamos que se quita años.

    En Mala índole asesora a Elvis Presley como profesor de dicción castellana. Le ayuda con la fonética: fonética peninsular, que no mexicana. Y allí lo acompaña, en aquel rodaje, en aquella “cinta absurda y sin pies ni cabeza según mi criterio”, precisa Ruibérriz de Torres.

    “No debe inferirse de este último comentario”, se disculpa en Mala índole, “que yo despreciara ni desprecie al señor Presley. Todo lo contrario. Poca gente habrá habido que lo admirara y lo admire más que yo”.

    Pero Ruibérriz de Torres –Roy, como cariñosamente lo llama Elvis– no se engaña: “cada vez que presenciaba el rodaje de una nueva escena yo pensaba: «Oh no, Dios mío, eso no, señor Presley», y lo asombroso era que el señor Presley parecía no dar importancia a nada e incluso disfrutar del horror con su indudable capacidad de zumba”.

    Con guasa o no, lo de Acapulco era –a su juicio– un disparate. Por ello Ruibérriz, ignorante de la cultura charra, añade con tono fatuo: “…«Oh no, santo cielo, ahórrenle algo», pensaba yo cuando descubría que Presley iba a tocar la pandereta y a jugar con un sombrero mexicano rodeado de mariachis de feria –el Mariachi Águila y el Mariachi Los Vaqueros, para mí indistinguibles– , mientras cantaban Vino, dinero y amor todos a coro en una cantina. «O Señor, no lo permitas», pensaba cuando me anunciaban que el señor Presley había de vestirse de corto con chorreras en la camisa y faja escarlata para interpretar la solemne canción El Toro al tiempo que zapateaba…”

    No puedo dejar de sonreír. Cada vez que leo Mala índole, quiero más a Presley, al señor Presley, tan inerme: «un hombre risueño, de risa fácil y pronta, quizá demasiado, una de esas personas poco exigentes que acaba por caerles bien a todo el mundo, hasta los pelotas y los imbéciles».

    No sé en que categoría estamos…

  7. Disculpeme usted, don Justo, si lo ofendo, pero, en unos momentos que supongo que serán muy difíciles para él, me causa un poco de pena que no haya hecho usted ninguna referencia a la dimisión de Joan Alcázar, prototipo de integridad, de su cargo en Gandía

  8. En los últimos días, mientras ustedes se dedicaban a tirar petardos, he escuchado un porrón de veces In the ghetto, obviamente cantada por Elvis. Bueno, no tan obviamente, porque ha sido versioneada infinidad de veces. La mejor forma parte de la antología del mundo friki, por supuesto la del Príncipe Gitano, que es a su vez un curso acelerado de inglés. Aparece también en las antologías de versiones más delirantes, entre la que también aparece con mención de honor el Aquarious de Raphael, en cuyo video aparecen unas chicas con look hippie meneando contumazmente unas sábanas de colores que rodean al artista. Elvis era maravilloso, pero, como sucede con todo mito convertido en fetiche religioso, su leyenda desencadena episodios humorísticos impagables. Creo haberle contado ya en alguna ocasión que un amigo, concretamente Ricardo Signes, que ha estudiado intensamente el tema de la «elvisología», descubrió páginas webs hagiográficas sobre el ídolo, incluyendo alguna sección de «avistamientos», pues no sé si usted ya sabe que Elvis no ha muerto. Se le ha avistado en distintos lugares del planeta, incluyendo alguna turística localidad de la costa alicantina.

    No acabo de saber qué ganan la CIA, el Pentágono y demás personajes de la serie los Simpsons con la conspiración que nos hizo creer que Presley había muerto, pero la relación del cantante con la política tiene recorrido. En los sesenta visitó a uno de mis actores favoritos del mundo de la comedia, Richard Nixon, en el Despacho Oval. El secretario le dijo: «Presidente, viene el Rey». Nixon contestó que no sabía que había recepción de algún monarca esa mañana… «Bueno, quería decir el Rey del Rock, señor Presidente». El Rey entró ataviado con su gusto sublime para el vestuario, aunque parece que a Nixon le pareció un espantajo. Le dijo cuando amaba a su nación y criticó a los mariquitas esos de los Beatles que se habían forrado en América para luego ponerla a parir. Le insistió también en la necesidad de luchar contra las drogas, que estaban corrompiendo a la juventud, y le pidió que le hiciera «agente federal», pues pretendía sumarse a la causa policial contra la pérdida de valores que había lanzado a los chicos al infierno de los estupefacientes. Curiosamente, los papeles desclasificados por el Gobierno USA sobre esta asunto hace unos años insinúan que Elvis entró al Despacho Oval completamente colocado.

    Antes de irse le dejó el regalo que le había prometido al anunciarle por carta la intención de visitarle: era una pistola.

  9. Voy a darles la lata un ratito más, yo soy así. He leído su artículo sobre las Fallas. Creo que tiene razón en todo lo que dice, pero me gustaría hacerle un par de apuntes.

    Mire, a mí me pone enfermo esa costumbre que tienen los falleros, algunos de ellos, de ir por la calle en cuanto se abre el periodo festero como si fueran los amos. No entiendo que hablen a gritos y que beban en la calle como si esto fuera el far west. Me parece bien que la gente tome las calles, que el escenario agresivo y deshumanizado en que convertimos nuestros barrios se corte al tráfico y se llene de bandas de música y de niños felices. Pero, la verdad, no creo que sustituir la agresión cotidiana por la festera sea lo más deseable. Y en las Fallas hay una tendencia al descontrol que está mal entendida porque es incívica y da pábulo a la barbarie. ¿Cuándo entenderemos que los petardos indiscriminados -no hablo de la mascletá, que me parece otra cosa- son una peste? Cuesta mucho -soy docente- convencer a los chavales de que deben comportarse decentemente para que, de pronto, los adultos les marquen el camino de hacer el cafre. ¿Cómo cuestionar entonces la legitimidad del Botellón? Me estoy acordando, hablando de pirotecnia incontrolada, de aquel grito de una alcaldesa sudorosa y eufórica cuando un tribunal desestimó un recurso de un ciudadano sobre el asunto: «¡Petardos para todos, y para los niños también!»

    Lo sé, mi posición respecto al tema tiene cierto aire de ambigüedad. Pienso en Bajtin, como usted, cuando aparecen estos temas. Creo que las fiestas pueden tener un efecto vertebrador sobre la comunidad. Acepto la discusión sobre si lo que se vertebra es deseable o es un bodrio, pero temo unas calles globalizadas y desterritorializadas donde la televisión, las franquicias, los fast-food y la atomización de los individuos acabe con cualquier celebración de lo colectivo. Y sospecho que vamos hacia eso. No soy nacionalista ni patriótico, usted lo sabe, pero creo que el problema de las Fallas no es su existencia misma, sino la apropiación que de sus símbolos y su sentido se ha ido haciendo. Quizá sea una batalla perdida, pero hay comisiones falleras -yo simpatizo especialmente con la de Arrancapins- que reivindican una mirada diferente, mas popular y tradicional, sobre esta fiesta. Deberíamos escucharles. No sé, a veces se me ocurre si este tipo de delirios colectivos no son uno de los últimos refugios de calor en un mundo gélido.

    Por cierto, voy con relativa frecuencia a los estadios de fútbol. Le tengo que explicar alguna vez el porqué. NO es tanto que me guste el fútbol como que a veces me conmueven ciertas situaciones que se viven en un estadio. No llevo bufanda ni me meto con nadie No sé si soy más animal gregario que usted, pero me interesan este tipo de liturgias colectivas, digamos que no me dejan frío. Otra cosa es que se consienta la barbarie, pero me temo que ese en España es un problema en todos los ámbitos, no sólo en el fútbol o las Fallas.

    (Le he mentido, sí me meto con alguien, al Madrid le pito siempre cuando sale por el túnel de Mestalla, es lo más vandálico que me permito una vez al año, el resto del tiempo de mi vida lo paso leyendo a Kant)

  10. En la línea del Sr. Montesinos, en vez de escuchar el ruido ensordecedor que hacen algunos valencianos por esta época,durante estos días y siguiendo con esta música evocadora que tanto queremos he escuchado un montón de veces «Suspicious minds». No hay nada como subir los decibelios a las 7,00 de la mañana y llegar al trabajo más contenta que unas Pascuas.

    Una sabe dónde está y sé que no puedo alcanzar el nivel de ironía del Sr. Montesinos, pero si no fuera porque después de varios intentos me es imposible insertar una imagen , le dejaría una foto del interior del museo del Rey en Memphis; en concreto, de uno de sus trajes. Una amiga que ha realizado un periplo por aquellas tierras me la envió. ¡Madre de Dios! lo que sería ver a Elvis embutido en ese traje, lleno de lentejuelas, pantalon acampanado, y bien prieto marcando…. y chorreando sudor.

    Como ve no le supero en ironía pero sí en brutalidad.

  11. Usted me supera en casi todas las cosas que puedo imaginarme, pero a bruto ya le digo a usted que no me gana. Por cierto, hay una duda que me corroe desde hace mucho: ¿por qué las legiones de imitadores siempre intentan parecerse al Elvis decadente? Siempre el blanco puntuado de cordajes, estrellitas e iridiscencias, el tupé inmoderado, los kilos de más, el sudor… Siempre el ángel caído, sosteniendo a duras penas su dignidad en actuaciones de casinos de Las Vegas donde uno adivina la sonrisa suficiente de algún mafioso.

  12. Estoy muy agradecido por estas intervenciones. Sobre Elvis, pobre Elvis. Justamente horas después de que ustedes pusieran estos irónicos comentarios, Alejandro Lillo y yo acabábamos nuestro texto para el libro de ‘Covers’. Por supuesto algo decimos del episodio con Richard Nixon y algo indicamos sobre el Elvis terminal. ¿Terminal?

    Elvis no ha muerto. Yo sigo oyéndolo. Entre los varios discos que tengo de él –algunas recopilaciones previsibles–, el que prefiero empieza con ‘Suspicious Minds’. Qué maravilla.

    ‘In the Ghetto’: bromean con la versión del Príncipe Gitano (que a mí me descubrió mi hijo), pero fíjense en la letra. La del Rey, no la que canta el Príncipe.

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