Vampiros

0. Vampiros. ¿Otra película de vampiros? ¿Hay algo nuevo que decir? Miren, yo no me sacio. Es tal la fascinación que me despierta la figura doliente del vampiro que procuro estar al tanto de su suerte. O mala suerte. Una y otra vez se le da nueva vida con películas, con novelas, con ensayos, con poemas. No todo es igualmente válido, claro. Pero cuando una obra da en el clavo (y nunca peor dicho), entonces procuro no perdérmela.

Ese aspecto sombrío, triste, apesadumbrado; esa piel cenicienta o cerúlea, según; esos ojos exaltados y dementes, depende; esa voracidad insaciable y penitente. Esto es lo que más me gusta de las últimas generaciones de muertos vivos. Los vampiros siempre han lamentado su suerte: ese vivir que es un sin vivir, esa longevidad fúnebre y trasnochada. No hay manera de morir en paz. Ahí los tienes, arrastrando su cuerpo frío, blancuzco, añoso o incluso milenario. Pero, además, ahora te hincan los dientes con mala conciencia, como deplorando su mala acción: inevitable, fatal.

No forcemos los simbolismos… El vampiro sólo es un calco del humano que fue y, por tanto, no carece de escrúpulos, de conciencia. No tiene más remedio que sorber tu sangre: comete una grave falta, sin duda, pero no lo hace por nada personal. No tiene nada contra ti: sólo es la voracidad todavía humana que ha de satisfacer. O, si se quiere, sólo es ese ser aún vivo que, como todos los congéneres, persevera en su propio ser. Como diría Baruch Spinoza.

Le he dedicado un capítulo a los vampiros en Héroes alfabéticos. Allí rindo un pequeño homenaje a Bram Stoker y a Bela Lugosi. Digo pequeño porque mis capacidades vampíricas son magras, pero me he atrevido: era el tributo que yo pagaba por la felicidad que me han procurado. Pensaba, entre otros, en Max Schreck, en Christopher Lee y en Klaus Kinski.

Todavía recuerdo el día en que acudí al estreno del Nosferatu (1979) dirigido por Werner Herzog.

En aquella película se rehabilitaba a Kinski, un actor entonces muy desaprovechado. De paso, el director alemán celebraba el homónimo film (1922), de F. W. Murnau. Recuerdo, ya digo, cuando la vi. Un lastimero Nosferatu-Kinski gemía y sollozaba poco antes de hincar sus dientes mientras el irrespetuoso público se burlaba de él. Con veinte años, abandonando la adolescencia, yo deploraba aquella grosería de los espectadores. Me quería sentir solidario. Tontamente solidario, me dije tiempo después, al madurar: al vampiro, ni agua. Había que abandonar esas caridades. Hoy no pienso igual. Vuelvo a experimentar una incómoda ternura con los muertos vivientes.

dejameentrar11. La niña. Acabo de ver Déjame entrar (2009), de Tomas Alfredson, y siento una dicha triste por esa niña que chupa sangre. Observen su mirada. ¿Qué revelan sus ojos? No es exactamente miedo. Tampoco la suya es la actitud característica del vampiro arrogante, satisfecho. Esa imagen muestra timidez, soledad. Tiene unas ojeras marcadas que le dan un aspecto enfermizo. No está bronceada. Su pelo, rotundamente negro, anda algo revuelto. En conjunto, tiene  un aire vagamente cíngaro.

dejameentrar0Ahora observen a este otro muchacho. Tiene un aspecto evidentemente septentrional. Rubio como la cerveza. Incluso más claro: su largo cabello aún es más claro. Tiene una tirita en su rostro sonrosado. Es la cara de un jovencito bien nutrido. Mira con desconfianza: no sabemos si esos ojos revelan miedo o desamparo o dolor.

El muchacho y la muchacha tienen doce años. Como tantos adolescentes a esa edad, ambos se sienten solos, muy solos: incomprendidos, hostigados, ajenos al mundo que les rodea, prácticamente huérfanos. Cuando escribo prácticamente huérfanos empleo esta expresión de manera equívoca: aunque hay figuras tutelares que velan por su nutrición, en realidad el chico y la chica sobreviven o malviven –ya digo–  en un retiro que es espiritual y es físico. La acción se desarrolla –calculo– en la Suecia de finales de los setenta o principios de los ochenta. Todo el mobiliario lo pregona; también los Volvos, el aparato de televisión, la indumentaria. Es un país septentrional sumido en una nieve perpetua, con calles enterradas en un blanco asfixiante, con adultos que se reúnen para beber y beber: precisa o paradójicamente desnortados.

Antes, las películas de vampiros nos atemorizaban. Ahora, estos films nos dejan tristes. Ya no estamos en Transilvania, en efecto. Tampoco en la Inglaterra victoriana. No nos las vemos con un Drácula feroz e inmisericorde, ese noble voraz y milenario. Nos las vemos con gente sencilla, de condición modesta… Nos hallamos en una Suecia acomodada, asistencial, con jóvenes que asisten a colegios bien dotados, con familias que no parecen pasar graves apuros económicos. La vida transcurre sin mayor sobresalto: poco a poco iremos descubriendo violencias implícitas o insinuadas; o violencias de pura, de estricta supervivencia. Alguien debe desollar y desangrar para nutrir a quien tutela. Qué fatalidad.  

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Ilustración:

33 comentarios

  1. Perdonen que me cite. He dicho antes: «la verdad es que he acabado bastante arañado. Me escuece. Me he echado agua bendita y ya noto alivio».

    Ahora que lo pienso, el agua bendita espanta a los vampiros. Pero yo no quiero que se me vayan.

  2. Extraño film. Reúne las características del género, todos los tópicos si se quiere, pero recreados en un escenario absolutamente alejado de las nieblas de Transilvania y los castillos góticos, un escenario que yo asocio irremediablemente a Bergman. Produce lástima esa niña que, ciertamente, parece cíngara… el vampirismo como una maldición atroz, sin vicio ni perversión. Y, sin embargo, la irremediable carga erótica, esta vez dentro de una historia de amor adolescente. Merece la pena, sí.

    Me cuesta tomarme en serio el tema, no obstante, o me lo he de tomar con toda la seriedad que me producen las cosas que me hacen reír, por más que las imágenes de esta película incitan poco a la comedia. Mi Drácula para siempre es el de Martin Landau, interpretando al ya moribundo y drogadicto Bela Lugosi, en «Ed Wood». Copia de copia, en cierto modo, pues en aquellos años en que coincidió con el que sería después considerado como peor director de la historia, el gran Lugosi era ya solo una caricatura de sí mismo. Inolvidable la escena en que Ed (Johnnie Depp) entra en la casa del viejo actor y ven en la tele el programa de Vampira. Es lo más cerca que he estado de creer de verdad en vampiros. (Bueno, también por un viejo amigo que solo sale de noche y me pide pasta de vez en cuando)

    Me gustó mucho la de Herzog que nombra Justo. Yo creo que es muy recomendable «La sombra del vampiro», donde se recrea la leyenda creada en torno al rodaje del Nosferatu de Murnau. Impagable John Malkovitch haciendo de Murnau y Willem Dafoe interpretando al actor que hizo de vampiro y que, al parecer, era un chupasangres auténtico. Da miedo de verdad.

  3. Ya me pareció a mí, Justo, que lo del agua bendita no estaba muy bien traído. Debió ponerse un poco de iodo, o mercurocromo, para esos arañazos. Que no espantan a los vampiros.

    Que de niña, por cierto, me atraían tanto como me horrorizaban: la atracción del Mal, así con mayúsculas, ¿quién no la ha sentido alguna vez? Hoy día sólo me atraen. Como usted, siento una gran ternura por ellos.

    No he visto aún esa película que comenta, pero estoy en vías de solucionarlo. Mañana le comento.

  4. Comparto la pregunta con Juan Antonio Millón a propósito del artículo de Valentí Puig en ABC. Es ésta:

    «Como en él toma como centro de su comentario el último libro de Ángel Duarte, me gustaría hacerle una pregunta abierta en este blog, si lo tiene a bien y no le molesta: ¿Comparte usted la opinión que expresa Puig en dicho artículo? Esa lectura tan sesgada y acre del republicanismo y la Segunda República, ¿se colige de su libro?»

    Formularía la misma pregunta, ya digo: una pregunta dirigida a Àngel Duarte. Pero es que en el caso de Valentí Puig ya conocemos la respuesta: siempre escribe muy bien la misma anadanada.

  5. Por Dios, esto de escribir en la cama es un problema. Contestas a Juan Antonio y te encuentras con que Justo ha reeditado la pregunta. Ya puestos diré que, a diferencia de muchos historiadores del fenómeno republicano, a medida que han pasado los años, he procurado poner distancia en relación al objeto de estudio. Me parecía lo más considerado para con la profesión que decidí ejercer hace décadas.

    ¿Por qué no pasamos a los vampiros?

    Abrazos

  6. Gracias por su diligencia en la respuesta, señor Duarte, pero creo bastante preocupante que, como muy bien a calificado el señor Serna, la «andanada» de Puig, tome su libro como base para un ataque panfletario. Extraigo una cita, verdaderamente «vampírica» -vea que no andamos lejos del tema del post- del artículo: «Dice Duarte que el republicanismo como proyecto fue un paraíso perpetuamente desplazado y que los recientes intentos de reactivación derivan de que la izquierda española necesitaba sustituir la bancarrota marxista al caer el muro de Berlín». Ha sido este derrape ideológico el que me ha llamado la atención. La primera parte del aserto («proyecto de un paraíso perpetuamente desplazado»), la entiendo, pero la otra, ¿no le parece torticera? Los valores republicanos, el republicanismo que hoy se discute y se proclama es algo mucho más complejo de lo que seguramente la estrechez monárquica y liberal del señor Puig puede abarcar.

  7. Veo que he cometido dos errores: uno, escabullir la «h» del verbo auxiliar; y dos, confundirme de post. Pido excusas y sigan con los vampiros.

  8. La reactivación del republicanismo, en escenarios como el español, se debe, a mi entender, a la convergencia de una serie de factores. Uno de ellos sería el que apunta Puig y, yo mismo, quizá con otras palabras podría suscribir. Grosso modo: la erosión sufrida por proyectos alternativos a las sociedades demoliberales y capitalistas en el tramo final del siglo XX obligó a la izquierda a repensarse. Ello condujo a la reutilización política/al redescubrimiento de una filosofía, la republicana, de raíz comunitarista – que no individualista-, que entendía la libertad como no-dominación y que exigía del ciudadano una ‘actitud vigilante’ y una participación activa en la cosa pública.
    En España, la expresión más interesante de este repensar/reutilizar el republicanismo tiene lugar en ciertos espacios de la izquierda antiguamente denominada socialdemócrata. Bien es cierto, que las demostraciones más curiosas proceden del ámbito de la fenecida izquierda comunista. El movimiento por la Tercera República es un ejemplo concreto de lo que les digo. A falta de programa plausible se propone, es un decir, el horizonte utópico de una República que desbordaría/profundizaría los estrechos límites de la democracia actual. Enferma, añaden los exegetas de la III, por sus orígenes franquistas.
    Bien, en este punto, y como ciudadano, estoy radicalmente en contra. Mientras en España la República se siga identificando con un programa concreto, y de izquierdas por más señas, su advenimiento será imposible. La democracia, sea del signo institucional que sea, ha de contemplarse, necesariamente, como un terreno de juego en el que sea posible la realización de programas contrapuestos y, todos ellos, en principio, igualmente legítimos.

  9. Su matización es plausible, señor Duarte, y tiene poco que ver con el cariz y el tono del artículo de Puig. Hay diversas concreciones del republicanismo y ciertamnete esas que usted llama «demostraciones curiosas», no son más que una expresión, y en muchos casos, superficial, de la complejidad republicana. Su análisis, de todas formas, no lo comparto. Veo, más bien, en la respuesta a las debilidades y a los graves fallos del neoliberalismo, el auge del republicanismo, quien, en gran parte, supone una via de mediación entre el liberalismo y el comunitarismo, como se ha encargado de poner en evidencia Javier Peña.

  10. Sin ir a la yugular –muchos contertulios aún no han visto la película- diría que afirmar que la niña tiene un aire vagamente cíngaro es quedarse corto. Al fin y al cabo, el Drácula de Stoker cuenta entre sus más fieles seguidores a numerosos cíngaros. Para mí es una cíngara de cabo a rabo, vamos. No diré más de ella, como tampoco del niño rubito que evidentemente es su contrapunto físico, aunque me atrevería a decir que también “psicológico”, “moral” o “existencial” (ustedes me perdonarán, pero no encuentro la palabra exacta que expresa lo que quiero decir, y miren que la busco y la busco. Para explicarlo adecuadamente tendría que revelar cosas de la película que no quiero).

    Bueno, don David, creo que el film es extraño por infrecuente, por su originalidad. También por la naturalidad de su planteamiento, por la verosimilitud de la que hablábamos hace algún tiempo con Fuca, los cortes de los planos, tan inquietantes y leves, que ni siquiera llegan a insinuar cosas tremendas, aunque por eso mismo lo hacen. Hay alguna escena que sobra, cierto, precisamente porque reproduce el tópico de manera descarada, poco más. Bastante se podría hablar de la película. Me muerdo el labio para no decir más. Espero no sangrar, no vaya a ser que el olor a sangre fresca atraiga a los vampiros…

  11. …Antes, las películas de vampiros nos atemorizaban. Ahora, estos films nos dejan tristes. Ya no estamos en Transilvania, en efecto. Tampoco en la Inglaterra victoriana. No nos las vemos con un Drácula feroz e inmisericorde, ese noble voraz y milenario. Nos las vemos con gente sencilla, de condición modesta… Nos hallamos en una Suecia acomodada, asistencial, con jóvenes que asisten a colegios bien dotados, con familias que no parecen pasar graves apuros económicos. La vida transcurre sin mayor sobresalto: poco a poco iremos descubriendo violencias implícitas o insinuadas; o violencias de pura, de estricta supervivencia. Alguien debe desollar y desangrar para nutrir a quien tutela. Qué fatalidad…

  12. Un par de ideas…

    Merecería destacarse el aspecto que señala Serna sobre la dualidad entre el niño nórdico y la niña pseudozíngara. Una de las ideas que suele repetirse sin mayor escrúpulo es la de que el racismo es “innato” en los seres humanos. Es falso. Y lo es, entre otras cosas, porque podemos rastrear, en negro sobre blanco, la argumentación racial peyorativa o revalorativa, en el sentido moderno de racismo, y no encontraremos nada anterior a la Ilustración. También ésta tiene su lado obscuro y uno de sus recovecos más ominosos fue la conversión en ciencia del principio ideológico de la «desigualdad de las razas». ¿Qué tiene que ver eso con la película? pues que sí hay precedentes literarios de una especie de pre-racismo que viene, oh, vaya, precisamente de las sagas escandinavas medievales. ¿Dónde lo encontramos?: en los personajes femeninos. La “mala” suele ser una mujer morena, de piel blanquecina y comportamiento fosco, terrígeno. La buena, indefectiblemente, es una rubia de sonrosada tez y actitud celestial, lumínica. De pronto, la película nos abre otra brecha en la visión del vampiro: la racista.

    Otro asunto es la diversificación de la figura del vampiro que apuntaba, igualmente, Serna. “Nuestro” Drácula, el de toda la vida, el romántico de Stocker y Murnau, ya no tiene cabida en el mundo postmoderno en crisis. O eso creo. Éste, muerde con una carga erótica irrenunciable (y lógica). Vive su vida entre la angustia por su/la inmortalidad y la/su soledad, el desprecio depredador por los humanos (ojo, de nuevo el racismo) y la denigración de los valores aristocráticos en los que se cimenta su existencia. Es el espectador, activo, eso sí, que ve derruirse su castillo, su Transilvania, su propio devenir – ya por la ruina ponzoñosa que hay en si, ya por la que le procura, desde afuera la nueva economía europea, los nuevos burgueses, el nuevo mundo liberal – y trata de evitar su propio ocaso cambiando (nuevo país, nueva actividad económica, su adaptación al mundo en cambio). Su carencia de sombra, su imposibilidad de reflejarse ante un espejo, nos muestran al individuo inerme a las luces, al margen de todo, como natural de un plano diferente de la realidad que, accidentalmente – o por un castigo homérico – se ve forzado a aceptar y vivir en él. Un desdichado social.

    La actualidad ha deslocalizado al vampiro, se ha despreocupado de su propia vida (profesión, clase, valores, cosmovisión…) y ha tendido en convertirlo en un tipo violento, tosco, elemental, carente de cualquier atractivo erótico. Ya no seduce a sus víctimas, no intercambia con ellas placer por sangres. Es estrictamente violento. Ya no desprecia la debilidad humana es que ni siquiera la considera. Carece de principios de caballero. Ya no se cuestiona su papel en el mundo, sencillamente, vive en un elemental día a día sin preocuparse de más. Más parece un descerebrado. E integrado. Su relación con la luz desaparece, la recibe como cualquier mortal, las sombras lo envuelven, los espejos lo reflejan; está plenamente imbricado en la vida cotidiana. Pero lo está con una carga atroz de violencia, ya sea la torpe, soez y sanguinaria de un asesino sin escrúpulos, ya sea bajo una inteligencia psicopática en la que el dolor y la angustia, más que la sangre, parece ser su recompensa. Un desubicado social.

    Si se me admite esa dualidad, ¿dónde colocar ese vampirismo sueco de “nuevo” cuño?… Pues no os lo puedo decir. Espero que alguien lo haga. Porque para cuando vaya a ver la película el blog ya llevará varios posts interpuestos. Seguro. Así que si me hacéis el favor…

  13. Hombre… Pumby, es que a los vampiros también les ha afectado el capitalismo ¿o qué te crees? ;-)

  14. Abundaré en un aspecto de lo dicho por el gato. Si me permiten nuevamente la autocita, en Héroes alfabéticos, un servidor hablaba del Drácula de Bram Stoker como un noble secular que sobrevive desde un pasado estrictamente feudal. ¿Quiere adaptarse al mundo moderno, a la Europa victoriana? Bueno, quiere adaptarse si por tal entendemos que desea ir a Gran Bretaña a adquirir propiedades: a adueñarse del centro del mundo, del emporio capitalista. Por eso solicita los servicios de Jonathan Harker. ¿Qué aspecto tiene? Desde luego tiene señorío (entiéndanlo en todos los sentidos) y tiene gran poder de seducción: a Mina Harker casi se la merienda. Insisto: de esto hablo en el último capítulo de Héroes alfabéticos.

    De los vampiros actuales, desalmados, brutales, la especie más divertida la encontramos en Vampiros de John Carpenter. Allí aparece un James Woods violentísimo que ejerce de cazavampiros. Tiene aspecto de rocker, si no me equivoco. Creí morir…, de risa. El lugar en donde se desarrolla la acción es Nuevo México. Insólito, tan insólito como esa Suecia de Déjame entrar. En una película hay nieve abundantísima; en la otra hay arena del desierto. En Vampiros de John Carpenter, todo es polvoriento, sucio: como si estuviéramos en un western muy muy crepuscular. En Déjame entrar, como dice David P. Montesinos, parece que estamos en una localización de Bergman.

  15. Aunque “Drácula” se escribió en 1897, el clima decadente que transmite de esa Transilvania ponzoñosa parece reproducir la pervivencia de un mundo rural, medieval, ignorante, tosco, incapaz de sumarse a la nueva Europa de la segunda mitad del XIX, quintaesencialmente burguesa, hasta manchesteriana, si vale la imagen fabril. El traslado a Gran Bretaña es obvio: busca sangre fresca, nueva, ascendente. Y la profesión de Harker no puede ser más significativa de la modernidad: es un agente inmobiliario. Vlad se nos convierte en especulador de terrenos, no sólo para tener escondites para sus féretros sino, también, para substituir su propia economía decadente, feudal, basada en el agro por otra urbana y especulativa, financiera. Me reafirmo pues en mi opinión. Drácula lo ha entendido, algo tarde pero sin duda con acierto: si quiere seguir alimentándose y que su eternidad no sea una tortura famélica, ha de cambiar, ha de adaptarse a los nuevos tiempos liberales, angloparlantes (el papel del tejano no tiene desperdicio) y ubicados en la ciudad. Drácula miraba hacia delante y veía el siglo XX.

    Lo que es para morirse de risa es la pléyade de vampiros surgidos con la postmodernidad, si entendemos su alumbramiento, el de la postmodernidad, tras el asuntillo aquel del 68. Es para pensárselo, pues lo de Carpenter parece una fina obra llena de sutilezas. Ahí os va un par de ejemplos: Blackula de 1972 ¡¡el primera vampiro negro!! (no aportó demasiado a la dignidad de la negritud) y Brácula (Condemor II) de 1997, un monumento al delirio patrio.

    Me resulta curioso que, el elemento de ver y mirar (en el espejo, en las ventanas, por las sombras) se convierte en un ejercicio reiterado en la novela y que parece incitar al lector a ver-se y mirar-se. Especialmente por la repulsión y/o miedo que da el vampiro. Ver películas de vampiros, grotescas o pretenciosas, clásicas o disparatadas, nos antepone permanentemente ante el ojo machadiano que mira y que ve, ante lo que no queremos mirar aunque no podemos dejar de ver. Y es turbador.

  16. Veo que en lo esencial coincidimos. Reproduzco unos párrafos de ‘Héroes alfabéticos’ (pags. 289 y siguientes). En ellos trato de especificar qué historia se nos cuenta en ‘Drácula’:

    «Los hechos abarcan desde el 3 de mayo al 6 de noviembre de un año cualquiera del Ochocientos. Es una historia que tiene un protagonista principal que nunca testimonia, el Conde Drácula, un noble rumano, en realidad un vampiro que reside en Transilvania y que tiene intereses inmobiliarios en la Gran Bretaña victoriana, un protagonista que es un ‘nosferatu’ que emprende viaje hasta Inglaterra para regresar finalmente a los Cárpatos en donde encontrará la muerte y el descanso eterno, ahora sí. Contamos también con Jonathan Harker, primero pasante de procurador y después abogado en ejercicio y socio de su antiguo jefe, alguien que acude a asesorar al Conde sobre Inglaterra, sobre lo inglés y sobre los sistemas legales de propiedad imperantes en las Islas (…). Contamos, además, con dos mujeres Lucy Westenra y Mina Murray, que son las protagonistas implícitas del relato. Ambas son el ángel del hogar, la promesa de la esposa fiel, abnegada, prudente, contenida, reservada. A lo largo del relato, es su virtud la que está en peligro, es su honor lo que está en riesgo, pero sobre todo es la revelación, la exhumación del ser voluptuoso, pecaminoso que hay en toda mujer desde tiempos adánicos. Son amigas, son casaderas y son algo atolondradas, fantasiosas, como corresponde a unas damas distinguidas. Sin embargo, a pesar la edad (Lucy, por ejemplo, cuenta 19 años), son jóvenes sensatas y comedidas, pero a las que las fantasías pueden torcer, los sentimientos turbar y las pasiones obnubilar. Mina, en particular, sueña con la escritura, aspira secretamente a ser periodista, según confiesa en un par de ocasiones. Pero su futuro será el de esposa de Jonathan Harker. Las mujeres serán succionadas por Drácula, a Lucy hasta convertirla en una muerta viviente y a Mina hasta debilitarla en un proceso de anemia perniciosa que amenaza su propia vida. Justamente cuando son chupadas por el vampiro, se vuelven lascivas, voluptuosas, con una lubricidad desbordante, con una torrencial sexualidad devoradora, amenazadora, incontenible, temible, en fin. Mina, la prometida de Jonathan Harker, contraerá matrimonio con su novio santificando así una unión que el Conde Drácula estará a punto de pervertir, como un adúltero lascivo. La primera mujer mordió la manzana, la fruta del árbol prohibido sucumbiendo a la tentación del demonio. Por su parte, Mina Harker será mordida por un ser diabólico hasta casi ver destruida su alma, corriendo, pues, el riesgo de ser ella misma diabólica al dejar de ser pura: tiene infiltrado el veneno del vampiro, como ella confiesa según la transcripción de uno de los diaristas.

    (…)

    «Pero, además de estos personajes y de lo que significan, del sentido que cabe atribuirles, está el mundo, el mundo británico propiamente, los logros y avances de un siglo, los adminículos, los objetos materiales, las concepciones y los valores que dan solidez y forma al Ochocientos. Esta novela, publicada en 1897, contiene todo el siglo, en efecto. Si exceptuamos a las clases trabajadoras, a los menesterosos y empleados que sólo desempeñan esporádicamente funciones o tareas de servicio (celadores del asilo, cocheros y algún cerrajero), está todo el Ochocientos, los grandes inventos o logros de la centuria de la que tan orgullosos estaban los contemporáneos. Enumerémoslos: la contención de la sexualidad y de la lascivia, el control de lo libidinoso gracias al matrimonio burgués; el veraneo y el turismo formativo; los avances de la medicina y del alienismo; la información periodística de sucesos, la crónica y la noción de la actualidad; el tren, el fonógrafo, el telégrafo, la maquina de escribir y el rifle Winchester de repetición. Pero, sobre todo, en la novela está el triunfo de la propiedad, de la propiedad privada. En este caso, hablamos de la propiedad inmobiliaria, de la libertad de compra, de adquisición, así como de la mediación legal que la regula. Es por eso por lo que aparecen abogados, pasantes, procuradores, notarios, figuras públicas que ejecutan los intereses privados y los contratos. Un contrato es siempre un acuerdo que se establece entre dos o más personas y que está sometido a ciertas formalidades para obligación recíproca. Eso es lo que relaciona a Drácula con su pasante. Este tipo de relación es especialmente característico de la sociedad burguesa, la sociedad de ‘contractus’, frente a la de ‘status’, aquella sociedad en la que el individuo alcanza su autonomía y dispone libremente de su persona y de sus posesiones. Es decir, Drácula es un superviviente. Es, en efecto, un viejo aristócrata de la Europa feudal que quiere adaptarse a la sociedad liberal y capitalista del Ochocientos, ese siglo acelerado de cambio en el que la propiedad circula, en el que el mercado se extiende, en el que los límites espaciales se ensanchan, en el que los signos estamentales se eliminan y en el que el anonimato se impone. Pero no lo logra, entre otras cosas porque Drácula es el pasado, un residuo, aquello justamente que debe ser aplastado por el progreso. «El señor de ayer, que hoy ya no encuentra su lugar en ningún sitio, se transforma en un vampiro –recordaba Peter Sloterdijk–, es decir, en la versión metafísica de un hombre inútil del ‘ancien régime'». ¿Quiénes ejecutan al Conde? Jonathan Harker, el joven y próspero abogado inglés, y Quincey Morris, el joven y rico propietario americano. ¿Qué cabe interpretar de ese hecho? Se me permitirá no pronunciarme…»

  17. Coincido con sus magníficos análisis, señores. Llegados a este punto me gustaría recordar la obra que John Polidori, el médico de Byron, escribió sobre el vampiro allá por los principios del siglo XIX y que tanto influyó en autores posteriores, incluyendo a Bram Stoker. Coincidirán conmigo en la importancia que aquella mágica velada en Villa Diodati tuvo para la narrativa de fantasía y de terror. Con Polidori surge ese vampiro aristócrata, vividor y seductor, tan distinto a la imagen que se tenía hasta entonces del vampiro, asociado también a lo rural, pero tal vez en un sentido más despectivo, como puede apreciarse en los relatos de Charles Nodier.

    Porque claro, con un personaje tan fascinante como el vampiro, con tantas posibilidades, es inevitable que en la (pos)modernidad se lo adapte a las necesidades, intereses e inquietudes del momento. Recuerdo ahora “Abierto hasta el amanecer”, en el que se remonta el vampirismo nada más y nada menos que a las civilizaciones precolombinas.
    Es cierto que la figura del vampiro se ha modernizado, se ha simplificado, desvalorizado, descontextualizado, “deshumanizado” incluso. No es de extrañar en una cultura del vacío. Por eso considero que debe valorarse muy positivamente la contribución sueca al vampirismo, como dice Pumby. Sin tratarse de un bicho como el de Bram Stoker (cosa que por otro lado ni puede serlo ni me parecería deseable que lo fuera) creo que tiende puentes más que suficientes entre aquella filosofía vampírica, original y cargada de significados y simbolismos, y el incierto, desasosegante y cruel mundo por el que nos movemos en la actualidad. Un mundo éste, el actual, en el que entrar en contacto con un vampiro no es, ni de lejos, lo peor que te puede pasar.

  18. ¡Qué rabia me da coincidir con Serna!… grrrr…

    Gracias por recuperar la figura de Polidori, Alejandro. Esto sería alejarnos un poco del tema pero bueno, creo que vale la pena porque el vampiro es otra de las encarnaciones literarias del mal y el diablo, Lucifer o Luzbel venido a menos, de Milton (“El Paraíso perdido” es de 1663… en pleno racionalismo) pone las bases de un mal seductor, atractivo, aristocrático, inteligente diseñado para aparecer ante nosotros como el poderoso decadente por el que las “señoritas” suspiran y los “caballeros” temen. ¿No es curioso? El mal moderno es atractivo; como en la imagen de Nietszche, es como el abismo al que miras pero que acaba mirándote; el mal postmoderno es un repulsivo, tosco, osco, vulgar, democrático, desagradable, carente de inteligencia. Precisamente, cuando un mal postmoderno destaca e inquieta – pongamos Alien – es, precisamente, por su condición de fuerza inteligente, sagacidad, o sea, por lo que se carece en nuestra actualidad (ahora, sí, Fuca) bruta.

    En efecto, os decía que la lectura del vampiro – de cualquier vampiro en el tiempo – es un ejercicio de mirar y ver. El vampiro, también tiene la capacidad de metamorfosearse. No sólo en murciélago – su imagen icónica – también en lobo – otro tótem europeo que se hunde en las tradiciones culturales neolíticas – en sombra – o sea, justo en lo que él carece – o incluso en polvo, para filtrarse en cualquier sitio y burlar cualquier intimidad. ¿A quien ves cuando lo miras? ¿a su imagen real? no tiene reflejo en el espejo, carece de imagen propia ¿entonces, cual su imagen real, la del culto y melancólico aristócrata o la del voraz y sanguinario lobo? nada sabemos de él, de su fisiología, sólo conocemos su presencia asesina ¿así, cuál es su realidad en una vida eterna, el pasado feudal o su presente capitalista? mírate al espejo, asómate a la ventan, enciende la radio o el televisor, abre el periódico, ahí está esa realidad tan difícil de asumir (salvo por los depresivos, clarividentes humanos… esa es su desgracia) ¿cuál será/sería su futuro sin un Van Helsing que lo decapitara?… realmente… ¿vosotros también creísteis esa historia con “final feliz” de la estaca clavada, del cuello seccionado, del fuego o la consumición por la luz?… No creo que ni Van Helsing, pobre viejo iluso del XIX, ni Blade, musculoso descerebrado del XX, pudiesen con una figura tan sutil y pérfida como el Conde Drácula, capaz de mutar… hasta en un gato, negro, por supuesto… otra de las carecterizaciones del mal. Ups.

  19. empieza serna sigue lillo y acaba el gatillo. no sois mas que frikis. el mundo hace crac y los señores le dan a la lengua con dracula.

    es que es el dia del libro!!! aaaahhhh!!! auuuuu!!!

  20. Ya falta menos para el mundo se hunda, para que se junte el cielo con la tierra, para que Pumby y Planas se amisten, para que Veyrat y servidor nos tratemos con la vieja cordialidad, para que yo salga volando: a hincarle el diente a una víctima.

  21. Ya falta menos para que presente esta tarde mi ponencia en el Congreso sobre Dacia Maraini…

  22. Falta menos para casi todo lo que tenga que suceder. La película -en VOS- me resultó triste, una historia de soledad y dependencia eternas, de padre sucesivamente amado y devorado: necesidad a intervalos de sangre y pasión, real como la vida misma…

    Suerte, Serna:-)

  23. 1. Gracias, Planas.

    Veo que también coincidimos…

    2. Por cierto, he notado que la plantilla de wordpress hoy no va bien. Hace cosas raras. Cuando digo «plantilla» no refiero a staff alguno, claro.

    3. Qué casualidad. Nosferatu resucita…

  24. O explica quien es Dacia Maraini o pediré que sea expulsado de su propio blog, Serna.

  25. Se está usted volviendo un gato blando, Pumby, cualquier día coincidirá incluso conmigo.

  26. Señor Montesinos, no nos expulse usted a don Justo, yo les paso la información que pide, por medio de un corta y pega de un mensaje que me llegó hace unos días. Lo que siento es que no he podido asistir, pues tenía un compromiso previo, presentaba Paco Muñoz su último disco (por ahora) en el Club Diario Levante, y estaba invitada desde hace tiempo. Ha sido un acto muy entrañable.

    De todas formas, estoy segura que Justo nos contará.

    «La Companyia de Recerca i Innovació Teatral, (CRIT), va a llevar a cabo dos representaciones en forma de lecturas dramatizadas sobre una serie de testimonios de mujeres de diferentes países víctimas de la violencia de género, como actividad que se enmarca en el Congreso Internacional «Dacia Maraini: escriptura,escena, memòria i feminisme», que se celebra el 23 y 24 de abril en la Universidad de Valencia.
    CRIT, cuenta con la colaboración de varias entidades, entre ellas, la de Amnistía Internacional.
    Por ello, desde el Grupo de Valencia invitamos a asistir a nuestros socios y socias a la representación de Passos Lleugers / Pasos Presurosos, que bajo la dirección de Dacia Maraini tendrá lugar en el Colegio Mayor Lluis Vives de Valencia, los días 23 y 24 de abril a las 20’30 horas.
    Agradecemos su atención.

    Amnistía Internacional
    Grupo de Valencia»

  27. ¡Maldita sea, David!… tienes razón… en todo… me hablando… acabaré coincidiendo contigo… ditasea…

    Serna, no te rajes y escribe de tus relaciones (lectoras)con la Maraini.

    Por cierto, el link de la «resurección» de Nosferatu aporta una noticia bonísima. Se la recomiendo a los amigos del vampirismo.

  28. ¡¡¡¡Por mil rabos!!! metí una «h» procelosa en mi anterior participación, convirtiendo mi ablandamiento en habladuría. ¡Como estoy a estas horas!

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