El progreso modesto de las cosas

Uno. «¿Pero quién es este personaje?», me pregunto. Ignacio Abel, me respondo. «Es un arquitecto madrileño, nacido en el barrio de la Latina. Es un reformador, alguien que confía en el progreso modesto de las cosas, en la edificación y en la calefacción, en la mejora y en el avance». Hablo del protagonista de La noche de los tiempos (Seix Barral), la última novela de Antonio Muñoz Molina. En la reseña que publico en Ojos de Papel me pregunto eso y al hacerlo pienso en la idea misma de progreso. Estamos en 1936 y el mundo está a punto de derrumbarse. Un cataclismo rompe las expectativas o, al menos, las hace imposibles en la España que empieza a cambiar, a mejorarse. O eso parece. ¿Qué expectativas?  El progreso modesto de las cosas, ya digo.

O, como indica el narrador de La noche de los tiempos, «el progreso tangible, el desarrollo metódico y gradual de las invenciones técnicas, todo lo que a él le había parecido terrenal e indiscutible, ajeno a los desvaríos verbosos de los iluminados, lo que había discutido tantas veces con Negrín, la buena alimentación, la leche diaria en las escuelas para fortalecer los huesos de los hijos de los pobes, las viviendas espaciosas y aireadas, la educación higiénica para que las mujeres no se cargaran de hijos».

Cosas sencillas pero que dan confort a la vida, cosas modestas que alivian, que evitan penalidades. «Él había asistido a la irrupción de los tranvías eléctricos y los automóviles, de los teléfonos y los barracones del cinematógrafo, de todas las cosas que a sus padres los desconcertaban o los aterraban, al fin y al cabo habitantes del país sombrío del pasado», leo en La noche de los tiempos. Pero ahora, en 1936, los contemporáneos se envanecen. Pueden creer que todo está dado o a salvo, que todo es irrefrenable. «El progreso había tenido la inevitabilidad de la corriente caudalosa de un río. Los edificios eran más altos y gracias a la luz eléctrica la noche no sumergía a la ciudad en las tinieblas. El progreso era más indudable porque él lo había visto con sus propios ojos cuando viajó por Europa. Lo que existía en París o en Berlín no tardaría mucho en llegar a Madrid», prosigue el narrador.

Dos. Miro la fotografía de Agustí Centelles y releo, repaso, el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1793), de Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet. Extraigo unos pasajes de la edición que publicara Espasa Calpe en 1921. Es la versión de Domingo Barnés, que circula en la España de los años treinta.

«Tal es la bella empresa que he emprendido y cuyo resultado será mostrar por el razonamiento y por los hechos que no hay marcado ningún término al perfeccionamiento de las facultades humanas; que la perfectibilidad del hombre es realmente indefinida; que los progresos de esta perfectibilidad, independientes de todo poder que quisiera deternerlos, no tienen ningún otro término que la duración del globo en que nos ha lanzado la naturaleza. Sin duda, estos progresos podrán seguir una marcha más o menos rápida, pero jamás será retrógrada; al menos en tanto que la tierra ocupe el mismo lugar en el sistema del universo y que las leyes generales de este sistema no produzcan sobre esto globo un desquiciamiento general (…).

«¿Hemos llegado al punto en que no tengamos ya que temer ni nuevos errores ni la vuelta de lo santiguos; en que ninguna institución corruptora no pueda ser ya presentada por la hipocresía y adoptada por la ignorancia o por el entusiasmo, y en que ninguna combinación viciosa no pueda hacer ya la desgracia de ninguna nación? ¿Será acaso inútil saber cómo han sido engañados los pueblos, corrompidos o sumergidos en la miseria?»

Llegará el día, añade el marqués de Condorcet, en que el sol únicamente alumbre a hombres libres, hombres que sólo reconozcan como señor a su propia razón. Con ella se guiarán para gobernar la economía doméstica, para administrar sus negocios, para desarrollar sus facultades, para conocer sus derechos. En suma, para ser dueños de sí mismos. Si eso ocurre, la igualdad de la instrucción corregirá la desigualdad de las facultades: lo mismo que una legislación previsora disminuirá la desigualdad material. La razón acelerará el progreso de las ciencias y de las artes. ¿Su efecto? El crecimiento del bienestar para todos.

Tres. La idea de progreso que hay en Condorcet se basa en una concepción optimista del ser humano, de la naturaleza humana. Vamos a mejor simplemente porque las capacidades de estos seres los hacen moldeables y efectivamente mejores. Condorcet dirá que los hombres son perfectibles («que la perfectibilidad del hombre es realmente indefinida») y, por tanto, que la felicidad humana es alcanzable, una felicidad no sólo individual, sino colectiva:  fruto de esa mejora que haría de nosotros seres superiores.

Es una idea firme que podemos rastrear  ya en Anne Robert Jacques Turgot. Éste rinde homenaje al cristianismo y a Luis XIV, como no podía ser de otra manera a mediados del Setecientos, pero el futuro es una dicha, un horizonte de expectativas que confirmará lo que ya somos. En su Cuadro filosófico de los progresos sucesivos del espíritu humano, el célebre discurso pronunciado en la Sorbona en diciembre de 1750, Turgot lo había dicho.

Repaso la edición de Tecnos (la versión de Gonçal Mayos): «Se ven establecerse sociedades, formarse naciones». «Las artes, las ciencias se descubren y se perfeccionan una y otra vez (…). Las costumbres se suavizan, el espíritu humano se ilustra, las naciones aisladas se acercan la sunas a las otras. El comercio y la política reúnen, en definitiva, todas las partes del globo. La masa total del género humano, con alternativas de calma y de agitación, de bienes y males, marcha siempre –aunque a paso lento– hacia una perfección mayor». ¿Y ahora, en 1750? Ahora ha llegado el tiempo de la ilustración. «En definitiva, se han disipado todas las oscuridades. ¡Cuánte luz brilla en todas partes! ¡Qué multitud de grandes hombres en todos los géneros! ¡ Qué perfección de la razón humana!», exclamó. «¡Oh, Luis! ¡Cuánta majestad te rodea! ¡Que brillo ha repartido en todas partes tu mano beneficiosa! ¡Tu feliz pueblo se ha convertido en el centro de la civilización!».

Vistas desde hoy, estas declaraciones –la de Condorcet o la de Turgot– nos parecen ingenuas, bienintencionadas: el progreso se plantea como una marcha imparable que depende sólo de la la razón y de la instrucción. Qué bello ideal, sin duda. Qué irreal. Las sociedades mejoran, claro: podemos transformarlas. Pero siempre están a punto de empeorar. Los individuos son capaces de lo superior, claro, pero siempre están a punto de caer, de perder los controles, de animalizarse. El progreso ilustrado es un avance material pero es sobre todo una mejora moral. Y la moral no es un sedimento o un logro, sino criterio humano que siempre puede perderse. Por eso, lo peor no es la guerra. Lo peor es el hábito de la violencia, del exterminio. Una contienda provoca destrucción material:  siempre podrá recuperarse lo perdido. Pero la violencia sañuda y exterminadora hunde la civilización y hunde la moral. No está claro que podamos rehabilitarnos.

En los años treinta, ese tiempo en que transcurre La noche de los tiempos, los avances parecen dados y a salvo, como antes decía. Ignacio Abel vive creyendo en el progreso. Sin duda no es exactamente el que defendieron Condorcet o Turgot. Pero se inspira remotamente en aquel concepto dieciochesco. Como ellos, también cree que lo material y lo moral van aparejados. La electricidad y la edificación son avances que traerán bienestar y un alivio general. ¡Cuánta luz brilla por todas partes!, podría haber dicho Abel citandoa Turgot. Pero hay demasiados indicios de que las cosas no van en la dirección deseable. No se han disipado todas las oscuridades. En realidad, el cataclismo es venidero. No sólo es un levantamiento armado de una parte del Ejército, unos insurgentes que vulneran el orden constitucional. No es sólo la oleada fascista que se extiende por Europa. Es la violencia cotidiana, la destrucción y la muerte de gentes, de numerosas gentes, que no confian en el sistema republicano: por burgués, por hipócrita, por impotente, por irreligioso.

Condorcet fue víctima de aquella otra Revolución y su Bosquejo lo escribió poco antes de ser eliminado por el Terror. Ahora, Abel ve desmoronarse la República modesta, la institución de la que tantos se apartan o en la que ya no confían: la someten a embates con el fin de derribarla o de sobrepasarla. El progreso… Nunca como en los años treinta hubo una utopía modesta y practicable: la de la Instrucción Pública, la de la mejora de las artes, la del cultivo del espíritu. Pero la tierra tiembla. Miro la fotografía de Agustí Centelles, esa cola de votantes de 1936. La tierra tiembla bajo sus pies. Ellos aún no saben lo que les espera. Tampoco Ignacio Abel.

Fonoteca y Hemeroteca sobre Antonio Muñoz Molina:

·Conferencia en la Fundación Juan March, 22 de octubre de 2009: Autobiografía e Historiografía. El caso de Antonio Muñoz Molina (aquí).

·Artículo «Menudas historias», Mercurio, núm. 115, noviembre de 2009 (aquí).

·Reseña de La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina, Ojos de Papel, 1 de diciembre de 2009 (aquí).

·Revista Mercurio, núm. 115, noviembre de 2009, dedicada a AMM (aquí).

25 comentarios

  1. Gracias, don Justo, por presentar este nuevo vástago internauta. Espero de la condescendencia de nuestros contertulios y amigos ya que se encuentra en sus inicios, meramente en ciernes, expuesto a vaivenes y amagos, esperando que el tiempo y la labor lo consoliden.

  2. He leido su comentario sobre Muñoz Molina en «Ojos de Papel» y no conocia su «blog». Voy a leer «La noche de los tiempos».

    La guerra civil todavia interesa. Buenas tardes.

  3. Ha muerto Paul Naschy. RIP.

    ¿Descanse en paz?

    Le dediqué una breve mención en Héroes alfabéticos. Capítulo «Licántropos»:

    «…me acordaba por supuesto de la tradición del licántropo, pero no de las grandes fieras que la pueblan, sino de otras bestias, aquellas de maquillaje menesteroso que encarnara Jacinto Molina, alias Paul Naschy. ¿Recuerda alguien sus películas españolas, las de los años setenta? La verdad es que, antes de leer a algunos clásicos góticos, yo me inicié con aquellos films pobretones de licántropos…»

    Entrevista:
    http://www.elpais.com/articulo/cultura/descanso/noches/luna/llena/elpepucul/20091201elpepucul_10/Tes

    Noticia de la muerte:
    http://www.elpais.com/articulo/cultura/Fallece/75/anos/actor/Paul/Naschy/icono/terror/elpepucul/20091201elpepucul_5/Tes

    El decálogo del licántropo. anotación de Jordi Costa:
    http://www.elpais.com/articulo/cultura/decalogo/licantropo/elpepucul/20091201elpepucul_12/Tes

    Salva, perdone. Bienvenido.

  4. Leo la reseña de “La noche de los tiempos” y escribo lo que se me ocurre, no sé si es adecuado, no sé si está bien pensado, pero “me dejo llevar” por la espontaneidad y por la naturalidad y digo lo que me sugiere.

    Creo que la reseña que ha hecho más que contarnos datos de la novela es una crítica a esas otras que se han realizado y que estos días venimos leyendo , sin embargo, a pesar de lo negativo o el “destripe” que provocan inevitablemente muchas de ellas ,pone usted el contrapunto con la cita de Ortega , es verdad, que no importan tanto los datos, ni “ es el argumento el que nos complace” porque lo que importa de este autor -al menos a mí- es cómo cuenta, la capacidad que tiene este señor para narrar, para describir unos mundos que encierran muchos otros, por cómo nombra y por cómo habla de lo que sentimos, por su precisión en el lenguaje que parece eliminar las barreras entre este y los hechos. Ese placer no lo desvanece ninguna reseña que se haga.

    Me gusta su reseña, por las preguntas que se hace, las que deja en el aire y las que le hace a los lectores, porque incitan a buscar respuestas, a pensarlas, a dar significado a lo que no entendemos, a conjeturar. Me gusta especialmente porque se reivindica como lector y porque nos reivindica a todos los lectores con ello, ya lo hizo en “Héroes alfabéticos” ya lo citó Alfons Cervera en el acto de la entrega del premio de la crítica “ese premio lo recibía sobretodo un lector”.
    Dice “se acaba el libro y se cierra un mundo” un mundo que sin embargo cuando nos adentramos en él parece libre e independiente de la voluntad de su creador. Con esta reseña transmite, o así me lo parece, el esfuerzo y la complejidad de esta creación literaria.

    Dice el propio autor que “Las novelas no son un propósito. Escribir es dejarse llevar” esto, define también el acto de leer “dejarse llevar” y eso haré ante las novecientas páginas que tengo por delante.

    Habría mucho más que decir pero espero que los contertulios lo hagan.

  5. R.S.R.: gracias por sus precisiones, que comparto.

    La lectura breve, de aforismos o de poesía, es un placer. La lectura copiosa, de novecientas cincuenta y ocho páginas, es un placer. Sólo hay que escribir con técnica, estilo y convicción. Nada menos.

  6. Hola.

    Perdone Serna, se necesita mucho más que técnica. Hay que saber historia. Serna es historiador. ¿Estará de acuerdo no? Hay que saber mucha historia antes de ponerse a escribir. Si no salen novelas analfabetas.

  7. Justo: yo pregunto otra cosa distinta que no tiene que ver con la historia o el arte.

    Otra novela de la guerra civil? No está todo dicho? Muñoz Molina escribe muy bien pero no se si va a gustar un tocho sobre la guerra.

    Saludos

  8. Hola, buenos días. Bienvenido, Juan Carlos. Me permitirá contestarle escuetamente pero yendo a lo fundamental.

    1. No sé exactamente qué son novelas analfabetas, a qué obras identifica usted con ese calificativo. Parece una contradicción en los términos, ¿no?

    2. Yo no he dicho que para escribir novelas se necesite técnica: sólo técnica. En respuesta a R.S.R. he dicho que se necesita técnica, estilo y convicción. La técnica sola no lleva muy lejos.

    3. «Hay que saber historia (…). Hay que saber mucha historia antes de ponerse a escribir», dice usted, Juan Carlos. La pregunta que yo le hago es: ¿estamos hablando de novela histórica o usted dice que con cualquier clase de novela es preciso saber historia? En ambos casos, saber historia no hace daño, pero –como advertí al presentar la novela de Isabel Barceló– la erudición no es un requisito del autor o del lector. Si para crear o para disfrutar de una narración, debemos documentarnos mucho, entonces es que la novela es deudora de lo externo. Lo que necesitamos saber debe estar dentro de la ficción: son datos internos que pueden ser reales o inventados. Al novelista sólo hay que pedirle que no cometa anacronismos ingenuos o ignorantes si trata de un determinado período histórico. Por el contrario, si quiere incurrir en anacronismos deliberados pero la novela es coherente y verosímil, entonces tiene toda la libertad. Y, en ese caso, la historia –el dato histórico cierto– no puede aherrojar al autor.

    P.s.: más tarde contesto a la observación de SaraB sobre su pregunta: ¿otra novela de la guerra civil?

    Vuelvo…

  9. Serna. Me pasma el rollo que tienes con la novela. Es un género pasado. De otra época. La imaginación que tanto defiendes no te deja ver la realidad y se te nota.

    Dice Juan Carlos que hay una novela analfabeta. No sé quien es Juan Carlos, profesor, escritor. Yo soy nuevo y del montón y digo lo que pienso.

    No se si hablamos de lo mismo pero yo pienso que hay miles, millones de novelas analfabetas. Un ejemplo? Muchos.

    Serna te gustan esos tochos con las que hoy se forran las editoriales? Edad Media, los romanos, los templarios, los cruzados. Con cuatro datos son suficientes. Un manuscrito y ya tenemos una novela histórica. Un rollo personal y ya tenemos novela psicológica.

    Buen periodismo es lo que necesitamos. No novelas.

  10. SaraB, gracias por intervenir. Me pregunta si era preciso escribir otra novela sobre la Guerra Civil. Vamos a ver si puedo responder con sensatez. Yo no creo que una novela sea mejor o peor en función del contexto histórico en que esté ambientada. La Guerra Civil no está agotada: simplemente es un momento en que se muestran con toda desnudez e incluso con toda obscenidad lo mejor y lo peor del ser humano. La II Guerra Mundial no ha acabado, al menos desde el punto de vista cinematográfico. Con la Guerra Civil española sucede lo mismo.

    Antonio Muñoz Molina no ambienta una ficción en la Guerra. Lo que hace es poner en el límite a un personaje. ¿Qué harías tú si estuvieras en esa circunstancia? ¿Que harías tú si fueras un burgués de afiliación socialista que ve temblar su vida? ¿Qué harías si te repugnara la violencia verbal (y la real)?

    Hoy vemos la guerra como un hecho lejano y épico. Para quienes les tocó vivirla es un espanto sórdido. No hay literatura que la enaltezca. Eso es, paradójicamente, lo que Muñoz Molina aborda con maestría y con la ficción, con la literatura.

  11. No importa si soy profesor o no. O si soy de Medias o Universidad. Simplemente digo que la novela analfabeta es una peste. Es la que escriben los jóvenes con poca cultura y mucha imagen, tipo Kronen. O es la que escriben los viejos que venden esas novelas para públicos incultos. Como Dan Brown.

    Novela histórica para hoy. Eso es la novela histórica hoy. ¿También Muñoz Molina está con ese genero?

  12. Respondo a FAE y a Juan Carlos, rápidamente.

    Yo no creo que debamos meter toda la novela histórica en el saco de lo perecedero. Hay ejemplos muy notables y cercanos(como el de Isabel Barceló) y luego hay bodrios históricos, con anacronismos culpables, con deslices increíbles, con documentación de parvulario.

    No juzguemos todo con el mismo patrón. En todo caso, Muñoz Molina no está en este género. Como antes decía, Antonio Muñoz Molina no ambienta una ficción en la Guerra. Lo que hace es poner en el límite a un personaje. ¿Qué harías tú si estuvieras en esa circunstancia?

    Vuelvo…

  13. Pienso que la idea de progreso, esa en la que tanto confía el protagonista de la novela de Muñoz Molina, es capital para el pensamiento ilustrado, como puede verse en las citas de Condorcet que reproduce el señor Serna. En los siglos XVIII y XIX todas las ramas del saber se ven influidas por esa idea central, tan optimista e ilusionante. ¿El resultado? Sin duda uno de ellos es la configuración de las ciencias tal y como hoy las conocemos. Pero no solo las “naturales”; también las sociales (sociología, historia, psicología etc, etc.).

    Creo que esa idea domina el panorama, pese a los embates del Romanticismo, hasta ni más ni menos que la Gran Guerra. Desde entonces esa fe ilimitada en el progreso, esa idea de mejora constante de la humanidad se rompe, junto con las vidas y esperanzas de miles de personas, en innumerables trozitos. Aún hoy estamos intentando recogerlos.

    En España tal vez esa crisis fue algo más tardía, debido a su no intervención en la I guerra mundial. Tal vez por eso que sus efectos no se hicieron notar hasta el fin de la II República, aunque el desencanto fuera el mismo. Lo que resultaría urgente e interesante plantearse es el modo de recomponer la situación, ese que se fractura en el siglo XX. Creo que no nos hemos recuperado de esa desilusión, de ese desastre, tal ha sido el desconcierto provocado, producto en parte, también, de la razón. Pero creo que hay que encontrar un camino que beba de la Ilustración, o la religión y la sinrazón se adueñarán de todo (joer, parezco Nostradamus). El señor Serna viene citando últimamente a ilustrados que afirman y reflexionan sobre asuntos terriblemente actuales. Me parece bastante significativo. Me paro aquí, que me parece que estoy algo espeso.

    Saludos, señor o señora F.A E. Es cierto que existe mucha basura, y que las editoriales sacan muchos títulos infumables. Eso, sin embargo, no invalida a todo el género novelístico. Piense en el cine, donde sucede lo mismo. O en el ensayo. Cuatro datos mal tomados, cuatro referencias inventadas, y ya tenemos un ensayo superventas sobre las verdaderas causas de la guerra civil o sobre las mentiras y falsificaciones de la historia. Eso sí, también coincido con usted en que necesitamos buen periodismo, pero también buenos historiadores, buenos novelistas, buenos editores, etc., etc. ¿No le parece?

  14. Exactamente, sr. Lillo. Exactamente. ¿Por qué condenar un género si las posibilidades que ofrece son múltiples? En ‘Lecciones y maestros’, en Santillana del Mar, el propio Muñoz Molina defendía los subgéneros novelescos (detectives, terror, etcétera) como su punto de partida frente al experimentalismo narrativo de los años setenta…

    Vuelvo más tarde.

  15. Dice F.A.E. “(…) Con cuatro datos son suficientes. Un manuscrito y ya tenemos una novela histórica. Un rollo personal y ya tenemos novela psicológica.” Parece sensato pensar que si seguimos el curso lógico de ese razonamiento, acabemos por concluir que con una novedad ya tenemos una noticia y con una noticia, un periodista. Mal rollito…

  16. No hay dos visiones iguales de un mismo hecho; no hay dos vidas iguales ni hay dos voces iguales. Mientras eso sea así, nada estará terminado, agotado. Lo que importa es la voz del que lo cuenta, lo que importa, como en todo, es el talento. Estoy harta de oír, en todas las bellas artes, que algo está terminado, que ya está todo dicho ¡Ja! Me parece una mera jusificación, una disculpa a no tener nada que decir, pero, cuando surge alguien que sabe decir, con los mismos mimbres que han usado otros durante siglos, las mismas cosas de una forma nueva, hay que callarse y dejar de demostrar la envidia que produce ese talento.

  17. Tiene usted mucha razón, Doña Ana: no todas las voces son iguales, ni nadie cuenta una historia de la misma manera que otro. Todas las madres han contado a sus hijos los mismos cuentos, pero en boca de algunas sonaban mucho más hermosos que en la de otras. Lo importante no es -o no sólo es- la historia, sino la forma de contarla. Y Muñoz Molina la cuenta muy bien, extraordinariamente bien.

    Además, no me gusta la opinión expresada por algunos de que ya está todo dicho sobre la guerra civil española. No es cierto. Hay mucha más literatura de cualquier otra guerra, de cualquier tiempo. Aquí se ha callado durante mucho tiempo. Hora es ya de levantar ese tabú, de escribir tantas historias como queramos escribir y deseemos leer sobre ese tema, tan válido como cualquier otro para ambientar una novela y, seguramente, mucho más rico que otro en anécdotas todavía no contadas.

    Y, señores, comparar la novela con el periodismo me parece una solemne tontería. Cada género tiene su sitio, su razón de ser, su influencia -inmediata, o no- en la vida del lector. Yo abogo por un buen Periodismo, con mayúscula (cosa que abunda poco hoy) y por la buena Novela, y por el buen Ensayo, y por la buena Historia. Claro. ¿Y quién no? Pero cuando leo, sólo puedo juzgar la impresión que esa lectura me ha causado, si me ha parecido creíble o no, nunca me arrogaré el derecho a decidir si es, o no, una obra de arte que merece ser leída más que otras. Mi opinión sobre ella será siempre personal.

  18. Serna. Me pasman mas tus amigos. Pero que os pasa con la novela? La imaginación novelera es lo que gusta? Realidad es lo que necesitais.

    Un buen periodista cuesta tiempo. Un novelista regular se hace muy pronto. Y a lector con rollo como Serna se aprende en dos tardes.

    Buen periodismo. Novelas no!!

  19. ¿A lector con rollo se aprende en dos tardes?

    Perdone, pero hablando de tardes, de novelas y de lectores me lo pone fácil, muy fácil. Le cito a Marcel Proust en la versión de Pedro Salinas: «¡Hermosas tardes de domingo, pasadas bajo el castaño del jardín de Combray; tardes de las que yo arrancaba con todo cuidado los mediocres incidentes de mi existencia personal, para poner en lugar suyo una vida de aventuras y de aspiraciones extrañas…»

    Utilicé esta referencia como exergo en ‘Héroes alfabéticos’, fíjese que casualidad.

    Ah, por cierto. No soy nada novelero (yo, al menos). Admiro el buen periodismo y deploro la fantasía del periodista. ¿La imaginación? No imagino nada sin ella.

    Buenas noches.

  20. Pues sí, don Justo. A mí también comienza a cansarme esa denostación de los subgéneros literarios. Eso de despreciar la ciencia-ficción, la novela policíaca o la fantasía «per se» me incita a la rebelión.

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