Nadie quiere pensar que es un arquetipo

Uno. ¿Quién es Don Draper? Ésa es la pregunta que se hacen muchos telespectadores del mundo entero. Respuesta: es el protagonista de Mad Men. No nos basta. Formulemos la cuestión de otros modo: ¿quién es realmente?

Estamos a comienzos de los años sesenta y Draper es un creativo publicitario en Sterling Cooper, una agencia mediana situada en Madison Avenue, Nueva York. Ha ascendido en la escala social: de paleto del Medio  Oeste, hijo de una familia de granjeros, a ejecutivo rico,  bien vestido y seductor. Ha rehecho su identidad, ha mudado su perfil, ha cambiado su nombre, ha formado una nueva familia.

Está casado con Betty, que viste como Grace Kelly. O, a veces, como Kim Novak. No tiene la simpatía innata de Doris Day y es fría, como Tippi Hedren. En ocasiones, sus silencios le dan un aire reservado y pecaminoso que recuerda a Janet Leigh.

Don y Betty tienen unos hijos prometedores y disponen de residencia en una zona suburbial bien lujosa. Lo tienen todo a su favor. Pero Don vive en una especie de impostura permanente, una mentira personal que a la vez parece una mentira colectiva: él es un publicitario que vende hedonismo a una sociedad que quiere olvidar las estrecheces de la Gran Depresión.

Dos. En una reseña reciente, publicada el 1 de febrero en Ojos de Papel, trato este asunto. Y en el post inmediatamente anterior, el del 6 de este mes, menciono a Daniel Bell, autor entre otras obras de Las contradicciones culturales del capitalismo.

Avisado por David P. Montesinos me informo de la muerte de este sociólogo norteamericano y en ese post del 6 de febrero me pregunto inmediatamente «por qué nunca lo cito ni hago referencia a esas páginas». La respuesta es tajante: «tal vez por la misma razón por la que no suelo citar La ética protestante y el espítu del capitalismo, de Weber: por haberlo asimilado».

Qué pregunta tan absurda. O, mejor: qué lapsus tan significativo. Repaso la reseña del día 1 de febrero, la que dedico a Mad Men. Reyes de la Avenida Madison (Capitán Swing, 2010), y descubro lo que ni siquiera recordaba:

«…esa época registra convulsiones profundas y contradictorias: el consumo de masas y el malestar; el hedonismo material y la severidad moral. Algo de eso mismo trató otro sociólogo americano, Daniel Bell. Y buena parte de esas contradicciones de la sociedad próspera se analizan en el libro dedicado a Mad Men. Es una fascinante enciclopedia de la opulencia y del vacío, de la propiedad y de la apariencia…»

Es decir, que acababa de citar a Daniel Bell, precisamente por el hedonismo, por la inconsecuencia capitalista que supone vivir confortablemente, con lujos, incluso con despilfarros: algo que contradice la severidad material, el puritanismo y el ahorro que están en la base del protestantismo.

Don Draper encarna esas contradicciones. Los espectadores comprobamos pronto, muy pronto, que es un personaje predecible, un carácter hecho de rellenos, perfectamente explicable en su contexto. ¿Un fallo de la serie? Un amigo me acaba de mandar un artículo de Daniel Mendelshon titulado «The Mad Men Account». Ha aparecido en The New York Review of Books. El autor, por un lado, admite la fascinación que también a él le provoca la serie; por otro, critica su tono de telenovela refinada, la vacuidad de sus personajes y situaciones. Don Draper sería un personaje vacío.

¿Es así?  Sorprende que Mendelshon no cite una conversación que hay en un capítulo de la serie: un diálogo con Faye Miller en el que esto queda perfectamente explicado. No he visto ese episodio pero lo sé por el libro que reseño: lo cita Iñaki Martínez de Albéniz en una página de dicho volumen.

Faye Miller, doctora especializada en Psicología y Márketing, pasa un test de personalidad a los creativos de Sterling Cooper. Draper evita ser examinado. ¿Porque su vida es una impostura que probablemente se descubrirá? Draper no desea proporcionar datos sobre su infancia (¿cuál de ellas?).

La doctora es implacable: se atreve a vaticinarle el porvenir. Conociendo superficialmente su vida reciente y sabiendo cómo obra en su trabajo, la psicóloga lo desarma: sabe qué es lo que probablemente hará en un futuro; sabe qué será de su vida familiar; sabe cuáles serán sus respuestas y comportamientos.

Draper parece muy contrariado. La doctora Faye Miller apostilla:

«Lo siento. Siempre lo olvido… Nadie quiere pensar que es un arquetipo».

Tres. Los personajes de Revolutionary Road vivían dentro de arquetipos. ¿Recuerdan la película (2008), de Sam Mendes? ¿Recuerdan la novela (1961), de Richard YatesFrancisco Fuster dedica un capítulo realmente perspicaz a esta obra en su libro América para los no americanos (Idea, 2010). Punto y aparte.

April y Frank Wheeler vivían con gran insatisfacción dentro de los moldes que los aprisionaban. Trataban de escapar, sobre todo ella. Pero cualquier acto era en vano: debían cumplir los papeles que tenían asignados.

Él, oficinista en una empresa de la gran ciudad; ella, ama de casa insatisfecha en el suburbio residencial. Sobre esas cuestiones tratamos aquí tiempo atrás, en un post que fue un éxito (a juzgar por el número de comentarios). Empezaba así:

«Cuando la vi [la película de Mendes] tuve la impresión de asistir a un espectáculo sociológico. O, si se prefiere, a un análisis de rol: un estudio de los papeles que los personajes cumplen en función de su posición social. Viven en celdillas y con tareas asignadas de antemano: así distinguimos a individuos obligados por su circunstancia, forzados por la cultura en la que han sido educados, domesticados.  Desde el principio vemos a gentes de clase media, los integrantes de una familia ejemplar que vive en un barrio acomodado: un grupo humano que goza de bienestar material y expectativas de progreso, de ascenso. Cada uno de ellos encarna a un tipo reconocible». Leer más aquí.

Cuatro. Observen esta fotografía. Lo dice casi todo… Casi todo, ¿de qué? Acabo de ver completa la tercera temporada de Mad Men. No voy a desvelar nada. O al menos nada que no pueda verse aquí: en este blog y en esta imagen (sobre la que pueden hacer click para observar con detalle).

Hay páginas en la Red en donde se revela entera la cuarta temporada. Sí, la cuarta temporada. Habría que emplear otro verbo para esos casos: destripar. No hay respeto. Todo se cuenta, todo se destripa.

Cuando éramos pequeños nos chiflaba contar películas, pero no necesariamente a quien no la había visto. Nos gustaba relatar lo que sabíamos a quien, como nosotros, también sabía. Así era precisamente en los años sesenta, cuando se funda Sterling, Cooper…

Acabo de ver la tercera temporada. Ahora prefiero esperar.

Cinco. Examinemos la imagen. Parece el ritratto di famiglia in un interno. Pero no es tal cosa. Es una escena de Mad Men que ha sido captada, una instantánea, una circunstancia que el objetivo congeló.

Pero, si nos fijamos bien, la composición está perfectamente estudiada, con una escenografía, un volumen y unos personajes debidamente colocados. Al fondo divisamos a la voluptuosa Joan Holloway, atendiendo el teléfono o haciendo una llamada. Hay un centro sobre el que gira todo: propiamente un centro de mesa sobre el que se inclina Peggy Olson, a punto de servir lo que parece un tentempié o un piscolabis. En poco espacio se concentran ocho personas, tres de ellas permanecen sentadas y las restantes de pie. Los conocemos bien: Sterling, Pryce, Cooper, etcétera.

Esos sofás y esa decoración recuerdan la sala de una vivienda de postín más que el espacio de una oficina. ¿Quiénes faltan? No vemos a Don Draper ni a su esposa Betty, pero sí que distinguimos a Harry Crane, a Pete Campbell y a una señora con gorrito rojo: es la esposa de este último, Trudy. ¿Por qué no está Draper? ¿Acaso porque esta imagen recoge su punto de vista? Si es así, entonces es que está fuera de campo.

Pero lo significativo de esta imagen no son las personas. Ni siquiera el cuadro, la composición, esa escenografía. En realidad, si nos fijamos, lo incongruente es la máquina de escribir que está en primer plano. ¿Qué pinta ahí ese artefacto? No estamos en una oficina, sino en el salón de una vivienda o algo así. ¿Entonces? No se ve a secretaria alguna de la compañía que vaya a teclear. ¿Para qué quieren la máquina y, sobre todo, quién la va a usar? Finalmente, ¿qué hacen todos ellos en esa escena? Si está Trudy y no está Don, ¿a qué estamos asistiendo?

¿Ustedes creen que puedo revelar en qué consiste esta escena? Si aporto más datos, si añado algún elemento, si conjeturo sobre ciertos indicios, destapo el final de la tercera temporada. Por ejemplo, observemos a las mujeres. Las damas que aparecen están haciendo algo, desempeñando alguna labor: una de ellas atiende al teléfono; otra sirve un refrigerio. ¿Y Trudy?  Lleva puesto el sombrero y parece estar de paso. Olson y Holloway trabajan desde el principio en la compañía. En cambio, la mujer de Pete es eso: la señora de Campbell.

Pero el salón que vemos no es una oficina: parece más bien la estancia de un domicilio particular. Mejor me callo y no digo nada más de ese episodio. Ya sé que hoy puede verse gratuitamente y con alguna calidad en la Red: esa temporada, las anteriores y la siguiente. Yo mismo he empezado a ver el capítulo que sigue a esta imagen e inmediatamente lo he dejado. Prefiero esperar. 

62 comentarios

  1. Aunque todavía no he podido ver nada de «Mad Men», tengo la impresión de que, efectivamente, los creadores de la serie han sabido recrear muy bien esos arquetipos, igual que lo hace Yates en su novela. Esa época – los años ’50 y ’60 – de la historia americana parece especialmente propicia para los arquetipos y para otra cosa que a mí personalmente me gusta mucho analizar: los tópicos.

    Supongo que en el caso de Estados Unidos tiene mucho que ver con el ambiente y el contexto histórico de la época: el maniqueísmo propio de la propaganda durante la Guerra Fría, la difusión de la televisión, etc. También imagino que los tópicos se verán más claramente desde fuera, en este caso desde Europa (de eso, en parte, trata mi libro), como les sucede a los extranjeros cuando visitan España. Hay una película americana bastante reciente que se titula «La sonrisa de Mona Lisa» que no es gran cosa – cinematográficamente hablando – pero que también va en la línea de reflejar el arquetipo de la feminidad americana de esa época, muy relacionada con el libro de Betty Friedan.

    Y sobre tópicos y arquetipos, a mí hay una película americana que me encanta y sobre la que algún día me gustaría escribir algo: «Nacido el 4 de julio». Aunque tampoco sea un prodigio de técnica, me parece que no se pueden juntar más tópicos (todos ellos con su parte de verdad) sobre la cultura americana en menos espacio de tiempo, y todo ello alrededor de ese arquetipo del marine americano (poca broma) que interpreta Tom Cruise.

    Otras películas americanas sobre arquetipos: «American Beauty» (también de Sam Mendes) y otra que me encanta, «Pequeña Miss Sunshine».

  2. Me parece irremediable asociar Mad men a Revolutionary road. Después de leer los escritos de Fuster sobre Betty Friedan y «el mal que no tiene nombre», esa enfermedad misteriosa que convertía a las mujeres de clase media que cuidaban de su hogar, yo mismo aconsejé a Paco Fuster que no se la perdiera.

    Don Draper es la historia de una gigantesca impostura. El inicio de cada capítulo, con una música que invita a sentir el vértigo de la caída que experimentamos en nuestras pesadillas, da idea de que, en realidad, más que una historia de triunfadores, es la de un vacío. Decía Baudrillard que no es nuestra fuerza, nuestro poder, lo que nos hace seductores, sino «ese misterioso vacío al que apuntamos». Draper deja de ser el tipo detestable -arquetipo del hombre de éxito que pisotea a sus rivales, ignora a su infortunado hermano y engaña miserablemente a su esposa- el día en que descubrimos ese vacío.

    Me parece clave esa escena en que el odioso Campbell acude al dueño de la empresa para revelarle que ha descubierto «la verdad», es decir, que Draper no es quien dice ser, y que oculta probablemente a un criminal. El jefe muestra una tranquilidad pasmosa ante el chivatazo y decide ignorarlo olímpicamente. Campbell no lo entiende: ¿cómo ignorar las consecuencias de tal revelación en un mundo donde todo se rige por el status? Pero eso, el status, es un invento medieval en el que sólo puede creer un hijo de papá burgués como Campbell, cuya vida, por cierto, es probablemente una mentira mayor y más cobarde que todas las de Draper. Pero nosotros sí debemos atender a la explicación:

    «Mire, Campbell, no me importa nada de lo que me ha contado, no me importa quien es Draper. Sólo sé que me sirve, y me sirve bien. América se ha forjado con hombres así, tipos que hicieron cosas mucho peores que las que usted supone que ha hecho Draper. Dicen en Japón que un hombre es el espacio que ocupa, nada más que eso.»

    La publicidad es el paradigma dominante en el tardocapitalismo, ese al que algunos llaman «capitalismo de ficción». «Convencemos a alguien de que le sucede algo terrible, y a continuación aparecemos para proporcionarle el bálsamo que va a curarle. Esa es la clave, pero falta algo: la fibra emocional. Debemos hacer que el comprador ame el producto, que se sienta emocionalmente cercano a él, que lo ame.»

    Draper es un impostor. Y por eso es el mejor creador de la Avenida Madison, una fábrica de ficciones más poderosa todavía que Hollywood.

    Dicen los fans de la gilipuertas de Madonna que es un genio por su capacidad para «reinventarse». Draper sí es una invención. Como aquel personaje, tan caro para usted, señor Serna, de «Sueños de la edad tardía». ¿Hasta qué punto soy el producto de una impostura? Un día le dije a un psicoanalista amigo que cierto allegado «no soporta vivir sin engañarse respecto a sí mismo».

    -«Sí», me contestó, «pero temo que eso, en mayor o menor medida, es lo que nos pasa a todos»

  3. Qué casualidades, sr. Montesinos. Usted alude a ese personaje de Luis Landero que, según dice, me resulta tan caro: Gregorio Olías. Hoy mismo, por otras razones académicas, he estado batallando con ese personaje de Landero y con otros posteriores que se le parecen. Estoy escribiendo algo sobre este autor y otros. Bueno, en fin, que vuelvo sobre la impostura (que es también asunto en el que está implicado Don Draper). Vuelvo sobre la impostura en Landero y analizo la ensoñación y la duermevela como motivos frecuentes en sus novelas. Es entonces cuando compruebo el lapsus que usted, sr. Montesinos, ha cometido. Feliz lapsus: ‘Sueños de la edad tardía’. No, no: ‘Juegos de la edad tardía’.
    Hoy, vamos de lapsus. Qué asquerosamente freudiano es todo esto.

    Hemos de volver a la ‘Psicopatología de la vida cotidiana’, de Freud. Pero no para examinar nuestros lapsus, sino para preguntarnos por qué Draper no suele cometerlos…

  4. Qué interesante todo lo que dicen. Quiero que sepan que aunque no intervenga mucho (hay prejubilaciones en el trabajo y voy un poco liada), les sigo leyendo.

    Coincido con el amigo psioanalista del Sr. Montesinos: “pero temo que eso [engañarse a sí mismo], en mayor o menor medida, es lo que nos pasa a todos”. Ya les digo, totalmente de acuerdo. Pero creo que cuando nos hacemos viejecitos, esa máscara protectora se nos va cayendo poco a poco.

    Draper (ya lo hemos comentado muchas veces) quiere acabar con su pasado, que no deja de ser una parte de sí mismo que detesta, para reinventarse. Pero hay cosas de las que uno no puede desprenderse tan fácilmente: de ahí su malestar.

    Y sí, sr. Fuster, estamos en los años 60. A sí que…¡A bailar!:

  5. ¡Ese twist! Uf: cuando yo era muy pequeño, el twist aún estaba de moda. En el episodio de ‘Mad Men’ en que oímos esa canción, los muchachos están en una fiesta celebrando el primer éxito de Peggy Olson como creativa de publicidad, si no recuerdo mal. Peter, que ha tenido un lío brevísimo con ella, no puede soportar su alegría: ella mueve sus caderas.

    Ya verán, ya verán. Cuando lleguen al capítulo 11 de la tercera temporada, titulado ‘La gitana y el vagabundo’, no hay twist que valga. Draper habrá cometido algún error o acto fallido. O lapsus.

  6. No, don Justo, con este twist comienza el primer capítulo de la segunda temporada, mientras los protagonistas se dan los últimos retoques frente al espejo antes de ir a la oficina. Si no me equivoco, usted se refiere a este otro (por cierto, la escena es tremenda):

  7. Tiene razón, sra. Zarzuela. Seguro que tiene razón. En poco más de un mes he visto tantos episodios de la serie, tratando de captar su continuidad, sus quiebros y sus novedades, que me confundo. En cualquier caso, hay algo incontestable: el twist aún estaba de moda cuando yo era muy pequeñito. De hecho recuerdo alguna fiesta infantil o verbena de verano a la que acudí. Acompañado por los mayores,claro.

    Yo tenía muy pocos años años y el twist me parecía el colmo de lo moderno. Los jóvenes salían a bailar exactamente igual que lo hacen Peggy y sus compañeros: con una alegría expansiva y contagiosa. Los envidiaba. Era una impresión verlos mover sus caderas. Yo no había visto aún ninguna muerte, ni nada que me aterrorizara: salvo las tormentas, eso sí.

    Poco tiempo despues de la época a la que aludo, dos o tres años como mucho, moría Walt Disney. Su fallecimiento se debió a un cáncer de pulmón. Había sido un fumador empedernido, como los personajes de ‘Mad Men’. Aquella fue la primera gran impresión de mi vida.

    Recuerdo que mis amigos y yo nos preguntábamos qué iba a ser de nosotros ahora que había desaparecido el responsable de aquellas películas de dibujos que tanto nos gustaban y nos hacían llorar.

    Con su muerte se derrumbaba una parte de nuestras fantasías infantiles, ese mundo de lujos y prosperidades norteamericanas que retrata y sublima ‘Mad Men’. Por lo que sé, el cadáver de Disney fue incinerado. Sin embargo, muy pronto corrió el rumor de que su cuerpo había sido criogenizado.

    Un amigo muy enterado que siempre alardeaba de sus conocimientos científicos fue el responsable de la difusión de la noticia entre nosotros: Disney no había muerto; su cuerpo aún vivo había sido introducido en una especie de nevera con la temperatura bajo cero.

    Fue un alivio: sería resucitado cuando la medicina pudiera reemplazar su pulmón o combatir el cáncer. En esas cosas queríamos creer. Seguramente estábamos convencidos por el sueño americano, por la publicidad quimérica que nos venía de Estados Unidos. La misma que ahora vemos en ‘Mad Men’.

    Qué cosas.

  8. Mad Men habla del mundo de la publicidad en una época muy concreta y en un lugar muy concreto. Veo, desde la perspectiva de un ejecutivo de cuentas que el aspecto exterior de los personajes es aquello que me impulsó a meterme en publicidad: el éxito. Ese aura que rodea a la publicidad entre el éxito comercial y la inspiración artística, vender ideas y sentir el reconocimiento de que eres un Artista y por otra parte recibir unos honorarios XXL que en el fondo vienen por una ocurrencia que te ha venido mientras mirabas al techo…En el fondo piensas pero que listillo soy… Pero como podréis comprobar, y tirando de arquetipo, esta es la forma de pensar de alguien que tiene la picaresca asimilada.

    El batacazo viene, y bendito sea, cuando sales de la universidad y te das cuenta de que el que triunfa es el que se lo ha currado desde el primer día de clase. A esa gente trabajadora le ha ido mejor que a ti, listillo. Weber, eres un pájaro de mal agüero. Te estudié en sociología y ya me caías gordo. Ahora más.

    Vuelvo a Mad Men: es una serie hecha por tipos vengativos. Esos que curraban tanto y que por azares de la vida no les ha ido bien y tienen puestos de mierda en agencias de mierda, cogen y dicen “¿Lo veis? Los que tienen éxito en realidad tienen una vida llena de mentiras, vacua e insulsa. No como nosotros los verdaderos artífices del éxito de niños ricos, tramposos, pequeñoburgueses… Somos los legítimos merecedores de ese éxito que nos escamoteáis. Os vomitamos de nuestra boca. Os está bien merecido ese vértigo que sentís en la boca del estómago causado por la impostura y por vuestra real falta de profesionalidad. Os creéis importantes con vuestros trajes y corbatas y peinados y casas y mujeres y status. Nada, todo apariencia.”
    Esta es la revancha de la Ética Protestante.

    Lo más gracioso es que caen en un juego muy jesuítico: “Listillos del mundo, os vamos a hacer sentir culpables.” Mas yo os digo que, como católico, me acerco cuando quiero al confesionario y el sacerdote tira de la cadena, me da la Bendición y aquí paz y después gloria.

    Concluyamos, o como diría Tip “ Concluyons”: Mad Men es una serie que por un lado, diga lo que diga, me hace sentir incómodo conmigo mismo a nivel profesional. Por otro lado me alegra que haya una serie que remueva conciencias. A parte de las típicas críticas al machismo, niñoriquismo, pequeñoburguesismo, homofobia, etc. (cosas que juzgo superadas gracias al machaque ininterrumpido de producciones cinematográficas nacionales), hacía tiempo que no se denunciaban cosas que competen a la conciencia más profunda, menos superficial*.

    Una serie así sólo podía surgir en EE.UU., lugar donde, al contrario que en Europa, Dios, la conciencia y otras hierbas no han tenido que salir por la puerta de atrás.

    ——–
    *Matizo que las juzgo superadas y superficiales por haber sido repetidas en mi cabeza desde que tengo uso de razón, no por banales, ojito.

  9. No se lo van a creer, pero quien firma como ‘Jerónimo Stilton’ es alguien real, bien real: es un ejecutivo de cuentas en una empresa de márketing y es… Me callo. Es alguien que se puso en contacto conmigo a raíz del post ‘Lo que sé de Lucky Strike’.

    La realidad supera la ficción…

    Sr. Stilton, luego le contesto a su reflexivo y generoso comentario,

  10. Coincido con Jerónimo, el simpático ratoncillo. Mad Men incomoda continuamente. No hay capítulo en el que haya al menos un par de escenas tensas y perturbadoras. Como dice la señora Zarzuela, la escena de ese baile de twist que sale en la serie es tremenda.

    Don David, coincidimos en la interpretación y en el resalte de esa escena en la que Campbell va ha chivarse al jefe supremo. Es excelente sobre todo, como usted dice, por la respuesta de Cooper. Es la esencia del neocapitalismo, ese lector de “La rebelión de Atlas”, ese enorme bestseller de finales de los 50. La respuesta de Cooper no puede ser más clara y consciente: si este tío nos hace ganar dinero me da igual de dónde haya salido o lo que haya hecho. Mientras siga haciéndolo, y a Cooper no le importa lo más mínimo cómo o a qué precio (recordemos los que le sucede a Sterling y la inhumanidad que demuestra Cooper). Aunque claro, la inhumanidad de la serie es palpable y manifiesta en todos y cada uno de los personajes y en muchas de las escenas: todo, absolutamente todo queda subordinado al éxito y al dinero.

  11. ¿»Todo, absolutamente todo queda subordinado al éxito y al dinero»? En absoluto. Llámenme folletinesco o melodramático, como prefieran, pero no todo queda subordinado al dinero.

    Hay, sobre todo, un dolor remoto y hay un amor no correspondido en cada uno de de los personajes principales o más torturados. Eso es lo relevante. No son simples títeres del sistema. Quieren ser algo más que arquetipos dentro de una lógica implacable.

    Y hay un humor verdaderamente disolvente del que los propios personajes son conscientes.

  12. Donde dije todo… digo diego. Es cierto, ése es el contexto y luego está cada personaje, que de alguna manera quiere escapar de ahí.

  13. Facil culpar al capitalismo de mentiroso. «Mad men» si que es una mentira.

    En Sterlin Cooper os querria ver!

  14. Hay mucho drama y mucha profundidad. Remueve conciencias, pero¡Hey, en la web oficial podemos hacernos un avatar a nuestro gusto! ¡Haga su propio personaje customizado a lo Mad Men! Así aligeramos un poquito la carga de profundidad. Los publicitarios teníamos una oportunidad de redimirnos con esta serie, pero vino la web y …

  15. Bueno, bueno, bueno, doña Isabel. Lamento que las prejubilaciones de sus compañeros la hayan afectado. Estoy segura de que ellos se sentirán -como yo- felices de pasar el testigo.

    Y, por cierto, puedo afirmar por experiencia que la vejez es el espejo más brillante y limpio, en el que uno se ve con sincera claridad. Ya no vale la pena seguir engañándonos, nos va mucho mejor cuando asumimos lo que somos y renunciamos a ser lo que no fuimos nunca. No sabría decir cuándo se produce el cambio, pero sí es cierto que pasamos del autoengaño a la autocrítica en un mágico instante. A veces, lo provoca un acontecimiento. Otras veces parece más deberse a una conexión neuronal que se produce sin causa aparente, pero que bien podría ser un regalo de los dioses, porque a pesar de que la visión fisiológica empeora con los años, la otra (llámela psicológica, anímica, racional, etc.) gana mucho con el tiempo. Afortunadamente.

    Y ya que hablamos de tiempo, y al hilo del retomado tema de Mad Men, que reconozco haber abandonado en el tercer capítulo de la primera temporada, aunque no pueda juzgar la serie, como hacen ustedes, sí que quiero traer a colación que mi primer empleo, con catorce añitos, fué en una agencia de publicidad (departamento de dibujo) y en la misma época (1960) que retrata la serie. ¡Qué recuerdos! Poco después la empresa derivó hacia el periodismo, lo que también me resultó muy interesante… ¡Ay!

  16. ¿El primer empleo de la sra. Bou, con catorce años, fue en una agencia de publicidad (departamento de dibujo) y en la misma época (1960) que retrata la serie? ¿En la España, en la Valencia de 1960? Pero bueno. ¿Pero esto qué es? ¿Una conspiración de la realidad para parecerse a la ficción?

  17. No, señor Serna, la realidad siempre supera a la ficción. Lo que pasa es que yo no soy precisamente una guionista de Hollywood. Pero si me atreviera a contarla… Los personajes, como la Agencia, eran muy españoles… o mejor dicho, muy valencianos. Contar sus peripecias estaría más próximo al vodevil francés que al costumbrismo americano. Pero me va a permitir que me lo reserve, porque algunos de ellos podrían leer este blog y sentirse aludidos. Además, eso forma parte del material para esa hipotética novela, que nunca escribiré por temor a que me quede más bien patética.

  18. Sí, es inevitable traer a colación «Via Revolucionaria» o Betty Friedan o El malestar de la cultura, ya que estais tan Freudianos . Sin embargo, me da la impresión que los Wheeler eran más conscientes de su vacío y su hipocresía, o al menos, era más explicito ¿no?

    A medida que la serie avanza, también es irremediable pensar que esa serie puede servir para explicarnos cómo se ha ido produciendo esa regresión en los valores y los modos de vida de esa sociedad: la gran crisis de los setenta, y el innegable giro conservador que se producirá desde la década de los años ochenta. Un giro conservador que fue más allá de la política y se hizo extensiva a la sociedad, la cultura y la moral norteamericanas, todo lo que ha se denominado la política del “contragolpe”.
    De todas maneras, no quiero que se me olvide que esto que vemos es el relato que hacemos hoy de aquella época, es la visión que tenemos ahora de lo que fue. No es una serie contemporánea a aquella época.

    Ay Sr. Montesinos ¿cuáles serán esos “sueños” de la edad tardía? …lo de la capacidad de autoengaño que tenemos y que a veces llega a límites escandalosos, merece capítulo aparte. Pero seguramente Dª Marisa tiene razón, a medida que envejecemos hemos aprendido (que no siempre edad es igual a aprendizaje) a convivir mejor con nosotros mismos, sin pelearnos cada día con lo que somos.

  19. Pues sí, vaya lapsus, voy a autoanalizarme un poco a partir del acto fallido.

    Se está poniendo muy interesante el blog hoy. Coincido con Isabel y Justo en que la escena del twist es una de las más intensas de la primera temporada, desde luego. La intervención de nuestro nuevo y católico Jerónimo me parece atinada, aunque a mí sí me cae bien Weber(Esto me lo debería callar, pero lo digo para chincharle, considérelo una novatada cariñosa que le gasto)

    Y otro matiz. Creo que Isabel, R, y Marisa son demasiado optimistas respecto a las enfermedades que se curan con la edad. Algunas no lo hacen, o en todo caso, en algunas personas no hacen tales males sino radicalizarse. Hay personas que maduran, otras sólo envejecen.

  20. Querido filósofo: ¡hay que ver qué descreído es usted! Le aseguro que el que envejece sin madurar es porque procede de un árbol «borde», es decir, sin el injerto pertinente para dar buenos frutos. ¿No conoce las reglas de la agriCULTURA?

    Pero que uno acaba por conocerse, después de tantos años viviendo con uno mismo, es verdad, en la medida en que su caletre esté cultivado mínimamente y no sea un campo sin labrar. Dicho sea esto sin petulancia, que tampoco es el caso.

    Y no empiece usted a chinchar al nuevo, no sea que se nos vaya. Que siempre es agradable leer opiniones diversas, que aquí ya veníamos conociéndonos todos. Sirva esto de bienvenida para el joven Stilton.

  21. El filosofo,con todos mis respetos, no parece que hoy lea con demasiada atención. Yo soy también bastante incrédula, la edad lo empeora casi todo subrayo «el casi» que puede ser muy interesante.

  22. Sr. Montesinos, yo no he dicho que con la edad se curen determinadas enfermedades: he dicho que conforme nos hacemos mayores o viejecitos, se nos va cayendo poco a poco la máscara protectora. ¿Para bien? ¿Para mal? Ah… qui le sait?

    Otra cosa, don David. No sabe la empanada mental que he tenido esta tarde-noche por su culpa; y todo ha sido porque usted ha introducido el concepto del autoengaño, y estando tan psicoanalíticos como estamos, no se me ha ocurrido otra cosa que acordarme de Lacan (aunque ese concepto no sea muy lacaniano). Lo he asociado con esa “fase” del proceso de formación del “yo” (fase que no acaba nunca) en la que el deseo de uno es el deseo del otro; entendiendo ese “otro”, por un lado, como semejante, como otro ser humano (el que sea), y por otro lado, como sociedad, cultura… como esa influencia que tiene en cada momento histórico el discurso social. Claro que, entonces, ese “yo creo”, “yo pienso”, que está permanentemente en discurso de cada uno de nosotros y que parecen deseos propios, no dejan de estar cubriendo necesidades de “otros”, ya sean individuales o sociales: de ahí las decepciones, los malestares…

    Así que me estoy cuestionando seriamente si de verdad Donald Draper es un impostor. La escena a la que alude don David es fundamental: cuando Campbell intenta chantajear a Draper éste parece controlar la situación, pero lo cierto es que cuando se queda solo emerge un malestar del que quiere escapar buscando alivio en brazos de la empresaria judía (de la que ahora no recuerdo su nombre). Lo que afloró en Draper en ese momento es el sentimiento de culpa, porque en el fondo él piensa que no está en el lugar donde debería estar, y eso es algo que él mismo no se perdona. Campbell le acaba de recordar de dónde viene. Regresando a Lacan: Draper, como todo ser humano, lucha entre su propio deseo (en este caso, hombre adinerado y de éxito), y el deseo de muerte (ese retornar a una etapa anterior a él, volver a una vida “mediocre”). La pugna entre esos dos deseos es la que provoca sus ansiedades.

    Hala, ya me he quedado a gusto.

    Una duda, ¿me explico tan bien como Lacan? ;-)

    Bona nit.

  23. Perfectamente. Se explica perfectamente. Ese comentario lo voy a releer y mañana, fresco, intentaré glosarlo.

    Bona nit.

  24. Pues sí, se explica francamente bien, todo y que no voy a ocultar mi profundo malestar por el hecho de que aparezca el tal Jerónimo y ya todos, y en especial todas, se pongan en mi contra. Y encima va el tío y dice que es católico.

    Conozco poco a Lacan, cuyo legado tiene subyugadas a varias personas que me son cercanas. En cualquier caso tiene usted razón respecto a Draper. Él sabe muy bien de dónde viene. La descomposición posterior, esa irresponsable decisión de huir, proviene del terror a saber que se ha de seguir manteniendo la ficción, que se ha de seguir respondiendo cotidianamente al deseo de los demás de que todo siga igual. Hay que mantener la impostura para que el sistema siga adelante. Es aquí donde advertimos el malestar de Draper, en quien aparece cuando menos lo esperamos -ya le ocurrió antes- una tendencia a vincularse al mundo outsider y desaparecer para siempre del mundo integrado de la Avenida Mad y las zonas residencias. Esa tensión interior, esa tormenta por lo que Isabel dice tan lacaniana, es lo que vuelve interesante a mi entender al personaje.

  25. Cuatro. Observen esta fotografía. Lo dice casi todo… Casi todo, ¿de qué? Acabo de ver completa la tercera temporada de Mad Men. No voy a desvelar nada. O al menos nada que no pueda verse aquí: en este blog y en esta imagen (sobre la que pueden hacer click para observar con detalle).

    Hay páginas en la Red en donde se revela entera la cuarta temporada. Sí, la cuarta temporada. Habría que emplear otro verbo para esos casos: destripar. No hay respeto. Todo se cuenta, todo se destripa.

    Cuando éramos pequeños nos chiflaba contar películas, pero no necesariamente a quien no la había visto. Nos gustaba relatar lo que sabíamos a quien, como nosotros, también sabía. Así era precisamente en los años sesenta, cuando se funda Sterling, Cooper…

    Acabo de ver la tercera temporada. Ahora prefiero esperar.

  26. Sra. Zarzuela se explica usted mucho mejor que Lacan, a él, según palabras del propio Bernardo Arensburg (que estudió con él) fueron muy pocos los que lograron entenderle.

    Ay Sr. Montesinos, es que no sabe el morbo que da eso de que el ratón sea católico, ya sabe … con la Iglesia hemos topado. Yo no digo que sólo con la edad se cure nada. Creo que si somos lo suficientemente humildes e inteligentes para aprender, es posible que con los años convivamos mejor con nosotros mismos.
    De todas formas, la capacidad de autoengaño es necesaria para sobrevivir, lo que ocurre que a veces llega a unos límites que, finalmente las mentiras que nos contamos no hay manera de sostenerlas y se nos caen “todos los palos del sombrajo”, que dicen por mi tierra y entonces de lo único que dan ganas es de correr. Creo que eso es lo que le ocurre a Don Draper, que además, no puede echar a correr porque sabe que acabaría alcanzandose.

    Sed cuidadosos con la tercera temporada que me faltan unos capítulos y en el videoclub no hay manera de “pillarla”.

  27. Usted sabe, don Justo, que esa foto se puede diseccionar, que podemos ver a dos hombres de pie, con el sombrero en la mano, que o bien acaban de llegar o bien se marchan; que Sterling en cambio parece que lleva mucho tiempo allí, como si estuviera en su casa, una casa lujosa, por cierto. Peggy manipula lo que parece ser comida para llevar, algo protegido ocn papel blanco, como si se tratara de una reunión improvisada y la persona encargada de la cocina en la casa no hubiera tenido tiempo o no hubiera podido preparar ningún tentenpié. Peggy parece que le va a dar ese trozo de comida a Coooper. Junto a ella, una mujer desentona en la escena por lo llamativo de su vestido. Un traje rojo con sombrero. Campbell está sentado en el apoyabrazos del sofá, en una actitud también familiar, como de confianza; aunque también podríamos hablar de lo que no sea ve, de lo que no sale en la escena:

    ¿Dónde está Draper?

  28. Mr. Montesinos, la animadversión por Weber no va más allá de «Oh, Dios mío, mañana tengo examen de sociología y no me he leído ni la mitad de «La ética protestante…». Le juro que es uno de mis libros de cabecera junto con «¿Qué es la globalización?» de Ulrich Beck. Mi profe de sociología ,Arturo Damián, era más bien sequito el hombre pero reconozco que me abrió un mundo fascinante y me impulso a adquirir conocimiento por que si, que no está nada mal.
    Y le prometo que por ser católico no pasa nada. Es más, a mí me funciona. Y seguro que ya que hablamos Mad Men, capitalismo y de éticas vinculadas a una parte del cristianismo, no pasa nada por conocer el punto de vista de la ética católica. ¿No le parce? Hasta aquí. No me parece apropiado abrir otro debate paralelo.
    Un abrazo.

  29. David, no es que nos pongamos en su contra, nada de eso. Lo que pasa es que también a nosotras nos gusta chincharle un poquitín.

    En cuanto a que el nuevo contertulio sea católico, le diré que me importa lo mismo que si fuera peruano: es decir, nada. Lo que me puede importar, en un momento dado, es lo que opine sobre el tema que aquí se esté tratando. Sus inclinaciones espirituales, mientras se las guarde para sí, no nos afectan, creo yo.

  30. No, no, doña Marisa. Yo estoy firme y decididamente en contra de ese señor llamado David P. Montesinos. Firme y decididamente en contra. De hecho, ya que hablamos de catolicismo, estoy pensando seriamente en comenzar una cruzada…

  31. Prometo regresar después con algunas de las cosas que plantean. Ahora voy a levitar. Y prometo describir la imagen de ‘Mad Men’ en la que no está Don Draper. La señora Leda pregunta quién es la dama del gorrito rojo. Ajajááá.

    Lo que después les diga no destripa lo que está por venir. No se preocupen: no voy a adelantar nada. Pero algo les diré…

  32. Oiga, Sr. Serna, también hay una mano anónima detrás de la dama del gorrito rojo, apoyada en el respaldo del sofá… ¡hable ya o calle para siempre!

  33. El problema aquí es que ustedes no me quieren.Una vez que no pretendía provocar y va y se ponen todas en mi contra. (Esto ya me ha pasado otras veces, tengo seis hermanas. Ahórrense llamarme machista por este comentario, lo soy, pero la culpa es del mundo, que me ha hecho así) Lo del catolicismo del amigo Jerónimo -abrazo recíproco- tampoco me incomoda gran cosa. Lo que pasa es que en este blog uno se lo curra un montón y va y al primero que llega le hacen la ola. Y ahora voy con usted, señor Lillo. Esto es el colmo. Ya iba a llamarle cobarde por no socorrerme y va y usted se pone también en mi contra.

    En los países anglosajones el «spoiler» es toda una categoría, y se utiliza en tono acusatorio. El spoiler es el que arruina, revienta o echa a perder algo. En el mundo de la crítica cinematográfica hay muchos con fama de spoilers, esos que no pueden hablar de una peli sin reventarla. El primer spoiler de mi vida fue un profesor, Don Gregorio, que nos dijo solemnemente en clase que los Reyes eran los padres. Unos contestaron con suficiencia que no lo sabían. Otros, como fue mi caso, callamos como putas tragándonos el dolor. Y mi compañero, Cuenca, se puso a llorar como una magdalena. Joder, qué llantina cogió. Nadie se burló de él porque su desgracia era tan inconsolable que nos sobrecogió.

    Otra cosa. Veo que Alejandro ha empleado sus mejores artes en el análisis de una imagen, algo de lo que he aprendido bastante en este blog, dicho sea de paso.

    Ayer mismo, leyendo a Giorgio Agamben, supe de un personaje sumamente interesante que sospecho que el señor Serna quizá conozca: Aby Warburg. Este caballero, en esa época admirable de entre siglos, trató de crear una ciencia para la que no acabó de encontrar un nombre plausible. Agambem, orientado por Panofsky, la llama «iconología», un saber que pretende encontrar la aproximación más profunda a la semántica de las imágenes.

    Los símbolos, dado que no son específicamente conscientes -como se suele entender en la historia del arte al uso- ni inconscientes -como entiende la antropología-, permiten si son analizados en profundidad crear el espacio ideal para obtener una reconstrucción unitaria de un paisaje cultural epocal. La ninfa que Warburg analiza en el cuadro de Botticelli sería entonces, antes que un objeto de belleza o un ente intrapsíquico, la figura del sujeto histórico.

    Agamben sostiene que la obra de Walter Benjamin -autor cuya sombra se agiganta cada día que pasa- sería el mejor heredero de toda esta deriva de la «ciencia innominada» que nos llega de Warburg. (Todo esto lo cuento para impresionarlas, pero temo que no me a servir de nada)

  34. Señor Jerónimo. Circula por ahí un ensayo de Arturo Damián sobre la crisis del empleo y las actividades no productivas. Ya que nombra a Ulrich Beck, suena mucho a él, en concreto a su teoría sobre el futuro de lo que llama «sociedades sin empleo». Comparto la atención a este autor.

  35. Sí, sí, me ha impresionado hasta las cachas. Con toda esa muestra de saber, a la que yo no alcanzo. Ni siquiera he leído nunca al «pelmazo» de Lacan, y como me fío de su criterio, no voy a leerlo.

    Oiga, eso de la «iconología» suena muy bien. Me apunto los autores que cita en mi lista de lecturas para la jubilación. Gracias.

  36. Examinemos la imagen. Parece el ritratto di famiglia in un interno. Pero no es tal cosa. Es una escena de Mad Men que ha sido captada, una instantánea, una circunstancia que el objetivo congeló.

    Pero, si nos fijamos bien, la composición está perfectamente estudiada, con una escenografía, un volumen y unos personajes debidamente colocados. Al fondo divisamos a la voluptuosa Joan Holloway, atendiendo el teléfono o haciendo una llamada. Hay un centro sobre el que gira todo: propiamente un centro de mesa sobre el que se inclina Peggy Olson, a punto de servir lo que parece un tentempié o un piscolabis. En poco espacio se concentran ocho personas, tres de ellas permanecen sentadas y las restantes de pie. Los conocemos bien: Sterling, Pryce, Cooper, etcétera.

    Esos sofás y esa decoración recuerdan la sala de una vivienda de postín más que el espacio de una oficina. ¿Quiénes faltan? No vemos a Don Draper ni a su esposa Betty, pero sí que distinguimos a Harry Crane, a Pete Campbell y a una señora con gorrito rojo: es la esposa de este último, Trudy. ¿Por qué no está Draper? ¿Acaso porque esta imagen recoge su punto de vista? Si es así, entonces es que está fuera de campo.

    Pero lo significativo de esta imagen no son las personas. Ni siquiera el cuadro, la composición, esa escenografía. En realidad, si nos fijamos, lo incongruente es la máquina de escribir que está en primer plano. ¿Qué pinta ahí ese artefacto? No estamos en una oficina, sino en el salón de una vivienda o algo así. ¿Entonces? No se ve a secretaria alguna de la compañía que vaya a teclear. ¿Para qué quieren la máquina y, sobre todo, quién la va a usar? Finalmente, ¿qué hacen todos ellos en esa escena? Si está Trudy y no está Don, ¿a qué estamos asistiendo?

  37. Venga, Sr. Montesinos, que sí que le queremos. No se ponga así. Mire, le dejo este regalito para que no se enfade:

  38. …Pero lo significativo de esta imagen no son las personas. Ni siquiera el cuadro, la composición, esa escenografía. En realidad, si nos fijamos, lo incongruente es la máquina de escribir que está en primer plano. ¿Qué pinta ahí ese artefacto? No estamos en una oficina, sino en el salón de una vivienda o algo así. ¿Entonces? No se ve a secretaria alguna de la compañía que vaya a teclear. ¿Para qué quieren la máquina y, sobre todo, quién la va a usar? Finalmente, ¿qué hacen todos ellos en esa escena? Si está Trudy y no está Don, ¿a qué estamos asistiendo?

  39. No he visto más que la 3ª temporada de Mad Men pero, ¿En algún momento hay suicidios o ataques de histeria de algún personaje en público? no me extrañaría en absoluto dado lo tensas que son las vidas de cada uno. Pero de eso se trata ¿no? de a ver quién aguanta más con la máscara puesta. Es una tensión que engancha al televidente.

    Sr. Montesinos, ¿usted sería tan «mamable» de facilitarme más info sobre lo de las sociedades sin empleo?
    Gracias por adelantado.

  40. Hola, sr. Stilton. Yo he visto las tres primeras temporadas de ‘Mad Men’ y no recuerdo que nadie se suicidara: sólo en los créditos vemos la sombra, la efigie de Don Draper precipitándose al vacío en lo que parece un suicidio metafórico. Probablemente, por esos malestares profundos que señalaba la sra. Zarzuela. En cuanto a ataques de histeria –tal como usted los llama– tampoco he visto algo así. O eso creo.

    He visto –eso sí– ataques de historia: los que emprende el creador de la serie, Matthew Weiner, contra un pasado que jamás vivió y que parece un ajuste de cuentas con un tiempo que es el de sus mayores, el de la generación anterior.

    La estética de la serie está cuidadosamente medida para parecer sesentera. En realidad, el diseño de los muebles y las modas son un híbrido entre los cincuenta y los sesenta.

    En el libro editado por Capitán Swing hay una página que lo indica muy oportunamente: como señala Francisco Cabezuelo, «…la clave de la verosimilitud es vestir a los actores más jóvenes conforme a la estética de los sesenta y a los mayores más bien como en los cincuenta. Las modas tardan en asentarse –y antes tardaban más– por lo que se evita cualquier trasgresión o forma de adelantarse a la época».

    Punto y seguido.

  41. A mí la estética de la serie me pone los pelos de punta. Es que hasta puedo oler los muebles y las moquetas, que supongo, olerán igual que la casa de abuelas, tías abuelas etc. El tal Matthew Weiner ha sido concienzudo para recrear el ambiente. Seguro que tenía una tía abuela a la que le obligaban a visitar en navidad y de ahí sus traumas.
    Hermano Weiner: me solidarizo contigo.

  42. ¿Una tía abuela?, dice sr. Stilton. Sólo hace falta tener algo de rencor por los mayores, algún reproche que hacerles, y disponer de un repertorio de imágenes que los enmarquen y los afeen. Como ven, todo muy freudiano.

    Matthew Weiner carga con y contra los traumas de la generación inmediatamente anterior, que es la que lo educa. La curiosidad es ésta: esa estética que él afea moralmente tiene una elegancia que ya quisieran los creadores actuales…

    Seguimos.

  43. ¿Qué es la paëlla?

    Un corresponsal me informa de ese hallazgo francés. Por lo que sé, es un plato rico rico que comen nuestros vecinos. Tiene un futuro prometedor y un mercado que podría multiplicarse.

    ¿Imaginan esta cuenta en manos de Sterling Cooper? A comienzos de los años sesenta, la agencia norteramericana se hace con la Cesta Punta. ¿Por qué la empresa de Draper no iba a poder comercializar la paëlla?

    http://monigotevalencia.org/2011/02/03/la-paella-balenciana/

  44. No esperara, Isabel, que la crea, después de una venganza como esa. En cuanto a Marisa, sospechaba que no iba a impresionarla, pero ya que lo dice, la obra de referencia de Aby Warburg, que editó Akal recientemente -ignoro si antes se había traducido- es «Atlas Mnemosine», a la que no sé si atreverme a meter mano.Está en Akal. Creo que Ginzburg escribió algo sobre el colega que, por cierto, parece que acabó majarón perdido.

    Lo que yo sé sobre Warburg lo he sacado de «La potencia del pensamiento», de Giorgio Agamben. Me gusta especialmente este autor en toda la serie de «Homo sacer» que publicó Pre-Textos. Agamben es el VIP del momento entre la gente de mi gremio, pero La potencia del pensamiento es un tostón metafísico-derridiano-heideggeriano en la mayoría de sus capítulos. (Con tal de llevarme la contraria alguno de por aquí es capaz de leerlo, pero de verdad, la mayoría de capítulos son una verborrea insufrible) En cualquier caso, el capítulo sobre Warburg me ha servido mucho.

    Brutal lo de la paella.

  45. Hola de nuevo, Jerónimo. Mi libro preferido de Ulrich Beck es «Un nuevo mundo feliz». (Subtítulo, «La precariedad del trabajo en la era de la globalización», está en Paidós) Es de lo más interesante que he leído sobre el tema que anuncia el subtítulo, al lado de los dos famosos ensayos de Richard Sennett de los que creo que en este blog hemos hablado alguna vez. La intención es explicar un fenómeno que tiene una pinta misteriosamente regresiva: de qué manera, y al contrario de lo que nos enseña el gran relato de la historia como progreso, el horizontes laboral de las naciones desarrolladas parece converger con la lógica precaria e informal que domina el proceso de industrialización de las sociedades subdesarrolladas. La primera frase del ensayo es significativa:

    «La consecuencia involuntaria de la utopía neoliberal del libre mercado es la brasileñización de Occidente.»

    Se trata de dar con las claves que explican un proceso tan alejado de las claves desde las que hemos inteligido tradicionalmente la evolución de las sociedades. «Nosotros» creíamos ser el destino de los pueblos pobres del mundo, pero parece que podría ser al revés.

  46. Ricard Sennet, sí, ha salido por aquí. Hemos hecho mención a ‘La corrosión del carácter’.

    Sr. Montesinos, dice usted: «leyendo a Giorgio Agamben, supe de un personaje sumamente interesante que sospecho que el señor Serna quizá conozca: Aby Warburg». Y luego, varios comentarios después, añade: «Creo que Ginzburg escribió algo sobre el colega Aby Warburg».

    Efectivamente, llegué a Warburg a través de Carlo Ginzburg: en concreto un capítulo de su libro ‘Mitos, emblemas, indicios’. Sobre todo esto, recomiendo un volumen de José Emilio Burucúa: ‘Historia, arte y cultura. De Aby Warburg a Carlo Ginzburg’.

    Nos estamos poniendo superferolíticos…

  47. Hablando de Burucúa, el pasado miércoles iba a asistir a la presentación de su último libro. Había quedado con Antonio Castillo, pero finalmente no pude ir. Se anuncia como un libro de microhistoria y la verdad es que tiene muy buena pinta, al menos así «a priori». Por si a alguien le interesa

    http://www.lacentral.com/agenda?evento=46682

  48. Sr. Stilton supongo que le escandaliza que se pueda sostener una vida tan asfixiante con una sonrisa permanente, sin perder la compostura ¿Cómo es posible? Yo creo que ocurrirá algo dramático, porque es todo demasiado autodestructivo, pero mi fantasía es que tendrá más la forma de un accidente del tipo que sea.

    Ah, no sabía que habían hablado de «La corrosión del carácter», yo lo estoy descubriendo ahora. Vaya

    Sr. Montesinos le está bien empleado por mostrarse tan celoso de un ratón además de un ratón como Gerónimo Stilton,un poco miedica. Pero voy tomando nota de sus recomendaciones bibliográficas.

  49. Ejem, ejem… Sr. Serna ¿podemos avanzar con el misterio de la imagen de ‘Mad Men’, por favor?

  50. Uf, qué claustrofobia. Bueno, vale, creo que podré esperar… Mientras tanto, seguiremos viendo la segunda temporada de la serie en cuestión (que por cierto, ahora tengo el privilegio de poder verla en calidad superior).

  51. «…¿Ustedes creen que puedo revelar en qué consiste esta escena? Si aporto más datos, si añado algún elemento, si conjeturo sobre ciertos indicios, destapo el final de la tercera temporada. Por ejemplo, observemos a las mujeres. Las damas que aparecen están haciendo algo, desempeñando alguna labor: una de ellas atiende al teléfono; otra sirve un refrigerio. ¿Y Trudy? Lleva puesto el sombrero y parece estar de paso. Olson y Holloway trabajan desde el principio en la compañía. En cambio, la mujer de Pete es eso: la señora de Campbell.

    Pero el salón que vemos no es una oficina: parece más bien la estancia de un domicilio particular. Mejor me callo y no digo nada más de ese episodio. Ya sé que hoy puede verse gratuitamente y con alguna calidad en la Red: esa temporada, las anteriores y la siguiente. Yo mismo he empezado a ver el capítulo que sigue a esta imagen e inmediatamente lo he dejado. Prefiero esperar».

  52. Elvira Lindo, «Cuánto cuesta el cine», El País, 13 de febrero de 2011:

    «…Mad Men nos gusta porque percibimos el talento en la ambientación, el vestuario, la luz, la música, los diálogos, el rigor histórico y esos actores que te hacen enamorarte de los personajes. Nada de eso podría sustituirse solo con vocación o un voluntarismo amateur».

    http://www.elpais.com/articulo/opinion/cuesta/cine

  53. «Pero nosotros, extranjeros, por más que nos familiaricemos con la ciudad, nos valemos de la ficción para hacerla nuestra. En este local algunos de nuestros personajes más queridos se han acodado a la barra. La experiencia que a nosotros nos falta la compensan ellos. Recuerdo a una chica memorable, Peggy Olson, esa secretaria de la serie Mad Men que a fuerza de talento y tesón acaba introduciéndose en el universo de los creativos publicitarios. Peggy estuvo aquí y nosotros con ella. Peggy, en esta sala en la que ahora nos sentamos, bailando una canción que sale del jukebox, todavía vestida con su conjuntito cateto de chica de barrio obrero, a punto de convertirse en otra. Peggy, transformada ya en mujer de Manhattan, peleando a diario porque su talento sea reconocido, acodada a esta misma barra y diciéndole a un muchacho que acaba de conocer: «¿Que mi acento no parece de Brooklyn? Deja que haga efecto esta copa y verás cómo sale»…´´

    Elvira Lindo, «Chicas de novela», El País, 20 de febrero de 2011.

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