¿Qué hacemos con la historia?

Jueves, 18 de octubre, a las 19:30 en la Casa del Libro de Valencia.

Presentación:

 

La imaginación histórica (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2012).

¿Qué es la historia? (Madrid, Fórcola Ediciones, 2012).

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Intervenciones de:

Javier Jiménez (editor),

Alejandro Lillo (historiador),

Francisco Fuster (historiador) y 

Justo Serna (historiador).

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Jueves, 18 de octubre, a las 19:30 en la Casa del Libro de Valencia (Passeig Russafa, 11).

14 comentarios

  1. Todo fue bien, doy fe, hay que felicitarles a los cuatro. Lamento que mi apresuramiento me impidiera publicitar los interrogantes y apostillas que me fueron surgiendo, pero tengo para los cuatro e incluso para la señora G.Monerris, a ver si encuentro algún momento para fastidiarles con ellas. Por cierto, la única persona a la que no conocía, el editor Javier Jiménez, qué buena idea su asistencia y que interesante su intervención. Sin desmerecer de los demás, of course.

  2. Que no se me olvide. Señor, Serna, o glosa usted la figura de Sylvia Kristel, fallecida hace unas horas, o le amenazo con hacerlo yo.

  3. Sr. Montesinos, muchas gracias por venir, por asistir y por intervenir ahora aquí. Efectivamente, las palabras de Javier Jiménez fueron un contrapunto muy positivo. Como las de Francisco Fuster y Alejandro Lillo, que estuvieron finos. Y un servidor…, pues un servidor va saliendo de la atonía.

    Hablando de atonía. Me pide, sr. Montesinos, que glose la figura de Sylvia Kristel, que encarnó a Emmanuelle en los años setenta. Para los más jóvenes: un personaje erótico del cine de aquellos años. Usted me perdonará, pero tal figura no me dice nada. Yo era adolescente cuando se estrenó ‘Emmanuelle’ (1974): Sylvia Kristel no era mi tipo. Al menos, el personake de Emmanuelle. Aquella languidez, aquel lujo, aquella sofisticación me dejaban frío. De verdad me parecía un erotismo-qualité que me dejaba helado. Lamento la muerte de Kristel, claro. Pero permítame una maldad: entre Emmanuelle y Nacho Vidal, prefiero la castidad. ¿O era la cantidad?

  4. Pues, fíjese, pese a cierta gelidez un tanto tontorrona y, como usted dice, algo sofisticada, a mí me caía bien la moza. Tan presente en mi mala educación ha estado la señorita desnuda sobre un sillón de mimbre como la imagen del Capitán Trueno gritando «Santiago y cierra España», con lo cual me sería difícil quedar indiferente ante el fallecimiento de esta heroína. Recuerdo lo que le oí decir a una vecina con aires castos y que había vivido en Francia muchos años cuando mi madre le preguntó qué película habían ido a ver al cine aquella tarde ella y su marido; «Pues hemos ido a ver a la Manuela», dijo. Como es fácil imaginar, jamás había tenido problemas aquella señora para pronunciar el francés, pero ya ve. Me suena a que en Francia, si una era española tenía más posibilidades de ser puta, vicetiple, criada o camarera y no le valía de nada ante sus compatriotas decir que se llamaba Emmanuelle, «tú, nena, eres la Manuela, no intentes engañarnos». Siempre he simpatizado más con el cine llamado erótico de aquellos años que con toda la pornografía posterior de la dichosa X. NO me refiero a aquello tan coyuntural del «destape», tampoco a chorradas seudoeróticas del tipo «Instinto básico» que vinieron mucho después, me refiero a aquella época gloriosa del «Diablo y la señora Jones» o «El sexo que habla». Eran productos cinematográficos muy poco apreciables, pero tenían cierta frescura, cierto descaro que, a mi parecer, tiene algo que ver con una tradición de desvergüenza y libertinaje que ha dejado huellas muy interesantes en la cultura, incluso en el propio cine de los tiempos fundacionales. Aquellos vellos púbicos salvajes, aquella imagen de «Garganta profunda» donde la protagonista fumaba mientras era objeto de un cunnilingus, aquellos tipos poco musculosos y sin depilar.

    No sé, hay algo ingenuo y muy libre en aquello, quizá es lo que ha quedado de un tiempo en que aún se esperaban grandes felicidades a resultas de la revolución sexual y todo aquello del amor libre. No es gran cosa, desde luego, pero todo lo de después en materia de cine erótico me suena a venta de carne por piezas. Todo se vuelve muy aséptico y previsible, todo en la porno posterior ha quedado codificado, como un zoológico donde no hay promesa ni seducción, sólo una racionalización del sexo en primeros planos protagonizados por gimnastas deshumanizados.

    Siento no coincidir con usted, yo sí amé a la Manuela.

  5. Empiezo mi breve balance del acto del jueves agradeciendo la presencia de todos los amigos y conocidos que se dejaron ver. Aunque mentiría si dijese que no esperaba ver alguno de mis alumnos por allí (tienen que leerse el libro de Azorín para un trabajo y creo que les hubiese venido bien),me quedo con los que vinieron, entre los que había no solo estudiantes de historia y compañeros de gremio, sino también viejos amigos y amigas a los hacía mucho tiempo que no veía.

    Durante el día de ayer pude hablar con varios de ellos y todos coincidían en señalarme que fue un acierto total el tipo de formato que le dimos a la mesa redonda, demostrando que se puede debatir sobre un asunto serio sin tener que ceñirse estrictamente al protocolo de lo que suele ser una presentación de libros. Creo que hubo un diálogo ágil y que, efectivamente, la presencia de Javier Jiménez le dio otro punto de vista a la charla: el de una persona que, además de una buena formación humanística, tiene un amplio conocimiento del mundo editorial de nuestro país y de sus entresijos. Alejandro supo conducir el acto con maestría y mis desordenados e impulsivos (o emotivos, como quieran) comentarios fueron compensados y completados por la inervención más matizada de Justo (rebautizado como «nigromante» por nuestro sabio y barojiano amigo, Pedro García).

    También creo que fue un acierto la decisión de hablar conjuntamente de los dos libros, pues se propició una debate sobre la compleja relación entre historia y literatura (como muy bien señaló Alejandro) que fue más allá de la aportación concreta de cada obra. No solo se habló del contenido de los textos, sino que dimos un repaso por todo lo que envuelve al mundo editorial: editoriales, premios, etc. Y, por último, decir también que me gustó mucho la defensa que hizo Justo del género ensayístico. Como decía Ginzburg y ha repetido Justo en muchas ocasiones, los historiadores deberíamos leer muchas novelas, pero también deberíamos leer ensayos – a poder ser bien escritos, como «La imaginación histórica» – para aprender a valorar un género que ha dado alguna de las mejores obras de la literatura universal.

    Varias personas me dijeron a la salida de la librería que mientras intervenían mis compañeros de mesa ponía cara de estar padeciendo. Nada más lejos: intentaba escucharles con atención mientras me concentraba en lo que tenía que decir y luchaba por no sucumbir al calor (de vez en cuando miraba de reojo y hasta las botellas de cava «sudaban» de lo lindo). De todas formas, espero ver las fotos que hizo nuestra amiga Isabel para confirmarlo.

  6. Debo reconocer que me quedé con las ganas de preguntarle, señor Fuster, sobre el asunto del amor imposible entre Baroja y España que se lleva usted entre manos, me sugiere un montón de cosas la idea, pero nos la voy a decir que si no la lío otra vez como el otro día. Creo que tiene usted una vena de la que no sé si es muy consciente y que arrastra una comicidad bestial e inimitable. Debe usted explotarla, si me acepta el consejo, a la gente le gusta aprender cosas muy sesudas cuando se presenta un libro, pero también va para beber cava y reírse un poco, que bastante jodida está la cosa. En cuanto a lo de su apagamiento, yo lo achaco más bien a la barba que últimamente ostenta, y que le da un aire una mica circunspecto.

    Y ahora me van a permitir un enlace, por si aún no han comprado El País. No le voy a poner valoraciones al artículo, sólo digo una cosa: el día que Manuel Vicent ya no esté entre nosotros, y espero que la cosa tarde mucho, las glosas van a dar hasta un poco de grima. Yo creo que es mejor honrar a los genios en vida, aunque escriban desde una lucidez espantosa para instalarnos en el desasosiego, como hoy es el caso. No les digo más. http://elpais.com/elpais/2012/10/20/opinion/1350752161_162690.html

  7. Amigo Montesinos: para crear suspense, no adelanto nada sobre el tema de mi futuro libro. Sí que digo que saldrá en primavera y que tanto el editor (como pudistéis comprobar) como yo mismo tenemos puestas muchas ilusiones en él.

    Sobre mi vena cómica, decir que sí que soy consciente de que mi intervención del otro día se sale de lo habitual y que lo habitual en este tipo de actos no es precisamente lo cómico. Fui deliberadamente sin ningún tipo de papel ni apunte porque me dijeron que era una mesa redonda para debatir y a mí me gusta debatir así: sin prevenciones ni prejuicios. Me aburre mucho decir lo que ya viene en la introducción del libro (en clase hablamos del libro casi todos los días). Por otra parte, de «La imaginación histórica» conozco su «intrahistoria» y creo que era más interesante hablar de todo lo que ha envuelto al libro (todo lo que la gente no sabe ni puede saber si no se le cuenta allí), que del propio texto (que es accesible y se debe leer).

    A mí en este tipo de actos (conferencias, presentaciones, charlas, debates) me gusta aprender riéndome. Y tampoco aprender mucho, sino un par de cosas nuevas que me resulten interesantes. Siempre me acuerdo de algo que decía V. Woolf y es que de una conferencia debemos sacar un pepita de conocimiento puro: una idea brillante, una frase genial, una duda que nos haga pensar. Pretender más que es eso es pedir demasiado y se corre el riesgo de salir siempre decepcionado.

  8. Sí, el encuentro salió a las mil maravillas. Fue un honor compartir mesa con Javier Jiménez, Francisco Fuster y Justo Serna. Las intervenciones de todos ellos fueron muy destacadas, sí. Ojalá haya muchos editores como Javier Jiménez: viendo cualquiera de sus ediciones enseguida se aprecia su amor por los libros, por un trabajo elegante y bien hecho. Desde luego, coincido con el señor Montesinos en esa envidiable virtud de Fuster vinculada con la frescura, la sinceridad y el humor. Y aún sigo encantado con esa maravillosa comparación que sacó a colación el señor Serna entre el observador, el velero y la historia. Así que espero que los libros sigan funcionando tan bien como hasta ahora y que vengan muchos, muchos más. Y que podamos leerlos y disfrutarlos como hasta ahora.

    Lo dicho: un honor.

  9. Estuvieron muy bien los cuatro, incluyo también a algunos de los intervinientes del público. Fue muy grato. Por cierto, el libro del señor Serna -el de Fuster aún no lo tengo- merece los elogios que se le tributaron, por si aún no lo he dicho. Me cuentan algunos allegados que les ha gustado mucho la exposición. Hablo de Covers, claro.

  10. Sr. Montesinos, muchas gracias por lo que dice de mi libro. Un honor.

    De Covers, lea lo que escriben en ‘Las Provincias’. Es curiosa la valoración que hacen. Y lea lo que dicen de usted:

    «…’Covers (1951-1964). Cultura, Juventud y Rebeldía’ es una exposición atractiva, de las que puede gustar a gente de todas las generaciones. A mí me sorprendió: esperaba algo más anti-norteamericano, que es uno de los mayores sectarismos, por mucho que tenga algunas justas razones, de la intelectualidad española. Sin embargo, la muestra en el nuevo espacio de La Nau es crítica, nada complaciente, pero equilibrada en sus puntos de vista, sin esa fobia y ese humo que ciega tantos ojos. El conjunto de la iniciativa no logra ocultar -seguramente tampoco lo pretende- su fascinación por la cultura USA. En este caso, por la contracultura (música negra, literatura beat, cine del malestar), pero la contracultura también es representativa, igual que las autonomías también son Estado.
    Tocadiscos, batidoras, motocicletas, portadas de ‘Time’ y ‘Life’, carátulas de discos (Elvis, The Temptations, Aretha Franklin, Dylan, Otis Redding.), secuencias de películas (‘Rebelde sin causa’, ‘Salvaje’, ‘Escándalo en las aulas’.). En el catálogo hay textos espléndidos, sin los maniqueísmos al uso. David P. Montesinos hace la mejor reflexión que he leído sobre el maccartismo: «Hubo muchas menos detenciones de lo que se cree, pero el efecto de intimidación ideológica fue brutal y se aprobaron leyes sobre militancia política y sindical o sobre libertad de expresión abiertamente represivas». Ahora serían muy oportunas otras exposiciones sobre la rebeldía juvenil en la URSS, Hungría (1956) o Checoslovaquia (1968). Los avatares de Mayo francés ya los conocemos bastante bien. Comisariada por Justo Serna y Alejandro Lillo. Hasta el 20 de enero».

    http://www.lasprovincias.es/v/20121020/culturas/rebeldia-anos-1951-1964-20121020.html

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