El historiador Tony Judt


TonyJudt2006
Uno. ¿Qué es un historiador? Permítanme una pedantería etimológica que he repetido muchas veces y que debo a Émile Benveniste. El origen de la palabra ya lo dice todo: histor, en griego clásico, significa el que sabe, el que ve, el que investiga.

Un histor es alguien que repara y justamente porque repara está en disposición de relacionar hechos: no hay un proceso obvio que los vincule. Siempre es un historiador quien los pone de consuno. Y el historiador es alguien que procura documentarse para tal fin. Es alguien que busca todo tipo de testimonios para obtener versiones de esos acontecimientos. Y es alguien que traza una línea…

El histor sabe que no todos saben lo mismo, que no todos los testigos dicen lo mismo, que no todos los humanos conciben lo mismo. Es por eso por lo que ha de recopilar datos y relatos, versiones y relaciones. ¿Para qué? Para poder ordenar las informaciones y para poder contar las cosas con la mayor probidad posible: con las mayores rectitud y erudición posibles. Con el máximo de rigor,
vaya.

Escribe y sabe que escribe. Su texto tiene retórica y tiene referencias exteriores. Tiene soporte estético y tiene un referente externo. Un historiador es un tipo modesto que no construye sistemas ni tiene epifanías o revelaciones. Es, como mucho, una analista de grandes procesos. Lo normal es que reproduzca hechos menores para sacarles un significado y para relacionarlos con otros. Atribuye causalidades y supone
casualidades. ¿Para qué? Tener una visión fundamentada del pasado te ayuda a sobrevivir, a soportar mejor lo que pasa o el fin que te espera. Tener un relato documentado de lo pretérito te alivia y te complica. Te alivia porque te hace ver que muchos de tus problemas son equivalentes o parecidos a los de los antecesores. ¿Te vas a morir? Imagina los que te precedieron. Todos calvos. Eso no significa que te consueles. La historia no conforta. Significa que tu crisis o tu dolor o tu muerte no son novedades jamás vistas. Los antepasados tuvieron que soportar ultrajes mayores, estrecheces inconcebibles, persecuciones sin cuento.

Conocer todo eso no te contenta, pues te hace ver los problemas en contexto y en proceso. Pero conocer todo eso, según decía antes, te complica. Cuando crees saber por qué pasa lo que pasa, cuando crees saber cuál es el proceso y el contexto de lo que ocurre, entonces –justamente entonces— descubres que la realidad humana está sometida a factores diversos; descubres que no hay una causa que todo lo explique; descubres que hay una parte previsible en el comportamiento individual y colectivo y que hay un lado azaroso, impredecible, en los actos humanos. Hacemos cosas con un fin, con una meta. ¿Y…? Como hay otros que también las hacen, la composición o el resultado no siempre pueden profetizarse.

Por tanto, el futuro es algo extraño, resistente, insólito. Estamos habituados a porvenires de ciencia-ficción: de tecnología punta y con humanos robotizados, vestidos con indumentarias plateadas o metálicas, con cascos que aíslan. Ustedes me perdonarán, pero digo futuro y pienso en Stanley Kubrick, un director que amo a pesar de ser tan ampuloso. Estamos acostumbrados a pensar el porvenir como algo deshumanizado. La literatura y cine nos han familiarizado con esas utopías negativas, como la que trazaba Kubrick en 2001. En realidad, lo que anticipamos no es más que una suma de miedos bien presentes, un repertorio de males, de perversidades actuales que proyectamos con pánico en un futuro que ya no nos pertenece. A finales de los sesenta del siglo pasado, Kubrick nos presentaba un mundo gélido, un espacio al que nos vamos acercando.

¿Tienen algo que decir los historiadores cuando vaticinan? O en otros términos: ¿pueden los historiadores anticipar lo que nos va a ocurrir? Si saben tanto del pasado, algo podrán predecir, ¿no es cierto? Los investigadores que han acumulado datos e informes de los hechos pretéritos aventuran un discurrir posible, pero a la vez sospechan del fracaso de sus predicciones. Lo que los humanos hagan dependerá de lo que quieran hacer y sobre todo de la composición y de los efectos imprevisibles que tengan sus actos sumados.

UnagranilusionDos. Acabo de leer el último libro de Tony Judt traducido al castellano. Lleva por título ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa (2013). Data de 1995 y, con finura, el autor acierta en casi todas sus predicciones. Es cuestión de
tener los ojos bien abiertos. Es cuestión de examinar con cuidado. No es
frecuente que los historiadores acierten. Lo normal es que profeticen el pasado
con mucho esmero. Leído ahora, leído retrospectivamente, Judt tiene mucho
mérito. Sabía de nuestro futuro alemán. Y sabía de nuestra Europa de tendencias populistas.

Aquejado de un gravísimo trastorno neurovegetativo, una esclerosis lateral amiotrófica que lo mató, la vida de Tony Judt se consumió perdiendo toda función motora. Diagnosticada esa enfermedad en 2008, su cuerpo resistió poco tiempo, apenas un par de años, pero su mente se mantuvo firme hasta el final.

En el nuevo número de L’Espill, (42, hivern 2012/2013) hay un apartado titulado ‘Pensadors estimulants’ En esas páginas aparece un artículo mío titulado ‘La Suïssa de Tony Judt’. Es una reflexión sobre la fantasía que dicho país representó para este historiador, fallecido en 2010. Estoy muy agradecido a los responsables por haberme pedido un texto sobre Judt. Este historiador fue un judío nacido en Inglaterra, de padres no británicos. Contempló las montañas, los lagos, los parajes, los hoteles, los trenes, las cumbres de ese pequeño país, de Suiza, como un espacio de asiento, de fijación; como un lugar de estabilidad emocional.

Frente al cosmopolitismo, frente al desarraigo, frente a la errabundia, Suiza era para Judt el último destino familiar: allá en donde había sido feliz cuando niño, en largos veranos infantiles; allá en donde estaría con sus hijos ya adolescentes. Poco tiempo después morirá.  Miro a Judt y me pregunto.

Lespill42Tres. ¿Es el historiador alguien que mira el pasado? ¿Es posible tal cosa? Lo pretérito no está, se ha consumido y se ha consumado. Por tanto, no puede ser mirado directamente. Lo único que podemos observar son algunos restos que permanecen. ¿A qué restos me refiero? A los documentos, claro. Estamos rodeados, rodeados de documentos, de pruebas históricas. Y la prueba histórica no son papeles viejos. O al menos no son sólo papeles viejos. Todos nosotros somos productores
de documentos.

Escribimos artículos, redactamos prospectos, firmamos impresos, remitimos mails, tuiteamos, compartimos experiencias en Facebook,
publicamos un post en el blog personal. Mandamos cartas. ¿Alguien
manda cartas todavía? Todo eso forma parte del aluvión informativo de nuestros días, pero no es exactamente una novedad. Documentum
viene del infinitivo docere, que significa enseñar. La acción es una cosa: el vestigio que dejamos de ella es otra. Pero en muchas ocasiones la acción es la producción documental. Hay actosde habla. Y hay documentos que son huella de acciones que ya se consumaron y se
perdieron, versiones. Con unos y otros documentos trabaja el historiador, un modesto erudito que exhuma. Gracias esos vestigios que permanecen, el historiador se informa de la acción, de la reflexión, de la pasión, de la
emoción, de la sensación de los antecesores. ¿Cómo recuperar esos patrimonios? Forman parte del hilo y de las huellas.

En principio, los documentos suelen albergarse en los archivos. Los archivos son recintos en los que después podrá ser posible hallar un expediente, un papel, un legajo. ¿Existe mayor goce que el descubrimiento documental? Un día, sin más, sin previo aviso, descubres algo imprevisto. En la rutina casi balnearia del recinto de repente advertimos lo inexplicable o lo imprevisible. Tony Judt lo indica una y otra vez…

Hay archivos que son públicos o privados, administrativos o ya históricos: según la vigencia legal de los documentos y según el período de carencia. Los documentos se conservan en dichos recintos porque son un patrimonio;  y se custodian allí para que puedan ser examinados por los interesados y después por los investigadores. Ya que estos últimos no pueden mirar directamente el pasado, al menos esos legajos y expedientes –pongamos por caso– les permitirán hacerse una idea de lo ocurrido. Y al consultarlos podrán comprobar y confirmar que en verdad el pasado no está acabado: ni consumido ni consumado. El pasado es una herencia material e inmaterial que nos llega y que hemos de acarrear. Parte de lo que alarmó a nuestros predecesores aún nos preocupa y parte de lo que anhelaron todavía nos inquieta.

Por tanto, familiarizarnos con el documento es tarea prioritaria, así como con los archivos, la idea y la realidad del archivo. Nos ayuda a comprender que el pasado no existe y a la vez nos permite ver de qué modo podemos aproximarnos a lo pretérito: por una única vía de acceso, la del resto, la de la huella. Estamos rodeados: de documentos, añadía. Pero no necesariamente están
albergados en el recinto del archivo. La ciudad en la que residimos, el espacio por el que transitamos, es soporte informativo: saber observar esa topografía documental es un descubrimiento que suele asombrar. Que se nos ponga cara de observadores, siempre atentos a una pesquisa que podríamos desarrollar. La fuente histórica está cerca de nosotros: restos materiales e inmateriales que son muy informativos y a la vez enigmáticos. Como cuando acudo al cementerio. Los restos están allí. A ellos no puedo acceder, pero las lápidas, los panteones, los nichos me informan. Perdonen este regodeo. Tenemos un dato. ¿Qué nos falta?

Nos hacen falta marcos, criterios de contigüidad y de discriminación para discernir. Eneso insistió Tony Judt una y otra vez. Estamos envueltos en una urdimbre dedocumentos de la que no siempre somos sabedores: las relaciones de las que formamos parte, esas relaciones de las que somos nudo, cruce o intersección.Estamos en medio de fuentes históricas potencialmente aprovechables. Lasrelaciones humanas son fruto de las capacidades o habilidades reconocidas: cada individuo tiene papeles que ejecutar y funciones que desempeñar. Se establece entre nosotros una red de relaciones que nos ata, red dentro de la cual cada uno realiza sus tareas o servicios. Ejecuta sus roles o desarrollos. Los demás saben o no saben cuáles son nuestras habilidades o capacidades. Por lo general, la sociedad –esa red de redes, esa estructura de estructuras— establece y fija los papeles y las funciones de los individuos, pero esos individuos no son sólo una cosa. Por tanto, tienen múltiples labores que realizar, tareas que no siempre son compatibles, ni sucesivas, ni congruentes. Es por eso por lo que hay contradicciones en la acción humana: por falta de información no siempre sabemos qué hacer; por falta de información no siempre sabemos qué hacen los otros, los actos que emprenden y que pueden reforzar o frenar nuestras acciones; por falta de información no siempre sabemos cuál es el contexto y la
estructura de nuestras actividades.

Pero, como decía, los individuos no son sólo una cosa: nos faltan noticias o desechamos la experiencia, aunque a la vez desempeñamos distintos roles en diferentes espacios y eso hace que tengamos frecuentes contradicciones. Si ello no le ocurre a uno solo, sino a todos los individuos, el resultado es ciertamente complejo. Advertir eso y tratar de analizar los actos humanos ya realizados y las consecuencias que se han derivado es tarea del pensamiento histórico. Y Tony Judt dio sobradas pruebas. Pero es imprescindible hallar el contexto adecuado, los marcos de actuación, los procesos en los que insertar las actividades humanas.

A eso podemos llamarlo cultura histórica, que no es forzosamente erudición, sino conocimiento de la ignorancia, de las ignorancias. Una persona culta no es necesariamente la que sabe mucho, sino la que sabe cómo colmar sus lagunas, cómo llenar sus vacíos. En sus libros de memorias, Judt subrayó esto. O por decirlo de otro modo:  culto es quien sabe qué itinerario seguir ante una referencia, un dato o una información que finalmente es enigma. Puede que ignore los pormenores de esa referencia, de ese dato o de esa información, pero sabrá arrancar y sabrá documentarse: precisamente para llegar a un conocimiento suficiente, razonable, útil.

Hay conceptos que aprender, conceptos que son esquemas analíticos que han probado su eficacia entre los historiadores. Son abstracciones, condensaciones y regulaciones: recursos para sintetizar lo real y para preverlo. Y hay destrezas que adquirir, destrezas que son protocolos habituales entre los investigadores: instrumentos que nos permitirán analizar cosas distintas a partir de analogías. La analogía es un recurso fundamental de la historia. Y es un medio habitual del sentido común: las cosas se parecen y las cosas son comparables. Ahora bien, esas mismas cosas tienen circunstancias diversas: es como el juego de las diferencias de cuando éramos niños. Dos viñetas son prácticamente idénticas, pero hay leves o pequeñas variaciones que trastornan los parecidos. Las diferencias son esenciales para poder percibir las similitudes, aquello que hace cotejables dos hechos distintos. Pero esto no es un juego de niños; es un examen adulto, como aquel al que Tony Judt nos sometió.

4 comentarios

  1. Tantos argumentos, tantas connotaciones, tantas referencias y tan poco tiempo para leer concienzudamente que me siento un poco desbordado y sin opción de analizar lo que usted escribe, ni siquiera para llevarle la contraria, que ya sabe que me gusta, y no es nada personal, es que no sé pensar de otra manera. En cualquier caso firma usted uno de los posts más densos que le recuerdo.

    Usted lee a Judt gracias a Gaia, yo estoy ahora mismo con Toni Negri, un autor que consigue fascinarme y a veces irritarme y que, desde luego, tiene mucho que decir también sobre como nos enfrentamos al pasado y al futuro. Quizá le arranque una sonrisa si le digo que he compaginado esta lectura en el poco tiempo del que dispongo últimamente con una pequeña joya que hallé husmeando entre las donaciones de la biblioteca del Instituto: «El caso Moro», de Leonardo Sciascia, un autor al que regreso de vez en cuando desde hace muchísimo. (Digo lo de la sonrisa porque Negri es uno de los numerosísimos implicados por los jueces en el secuestro y asesinato de Aldo Moro hace más de tres décadas, en su caso por supuesta autoría ideológica). No siempre me gusta Negri, demasiado iluminismo en sus textos de los setenta, especialmente en este «Marx más allá de Marx» que se reeditó recientemente en español pero que proviene de finales de los setenta. Pero hay algo en esa vibración revolucionaria que se encarniza en sus exámenes de los Grundrisse que me produce una inmediata complicidad y que asocio con algunas de las cosas que dice usted a propósito de Judt: el futuro lo decidimos nosotros, nosotros y las circunstancias, si remedamos a Ortega… Y es imprevisible. Incluso para un marxista radical -quizá por eso hay que ir más allá del propio Marx-, la interpretación mecanicista, que cree ver en la vieja teoría de la lucha de clases el relato de una sucesión de acontecimientos ajenos a las voluntades, es la mala interpretación de un adalid de la revolución. No sabemos lo que va a pasar porque lo vamos a tener que hacer entre todos, nada está escrito, o mejor todo está escrito, y por eso precisamente no tenemos más remedio que deambular con débiles linternas en los recovecos del laberinto, el del pasado y el del futuro.

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