(P)Ícaro. El Pequeño Nicolás

Una noche de hace diez años, en un programa televisivo que yo estaba viendo, anunciaron la presencia del Pequeño Nicolás.

Por entonces, Francisco Nicolás Gómez Iglesias ya era una celebridad del candelero político o seudopolitico.

Su nombrecito se las traía. Los periodistas le acababan de endilgar un apodo de personaje infantil.

Admito el interés morboso que por entonces me movía. Admito el horror al que yo mismo contribuía, mirando la tele, incrementando la audiencia.

Estábamos ante un chaval de veinte años, un chisgarabís casi imberbe, que aparecía en la Cadena Amiga (Telecinco) para decir lo que hasta entonces no había revelado.

Francisco Nicolás habló de las altas esferas que frecuentaba con la omnipotencia de un adolescente tardío. Resultaba entre increíble y ridículo.

Aquella noche, el joven, armado de valor, largaba con aparente autenticidad, con una voz rota. Le salían gallos y espinillas. El borde de los párpados lo tenía rojo, irritadísimo.

Por otro lado, mientras lo miraba, confirmé que carecía de cuerpo. Estaba aún en plena fase de desarrollo.

Por entonces vestía camisas planchadas y el pelo lo lucía con ondas envidiables. Le sobraba papada, que el tiempo no ha corregido.

Aquella noche llegó a decir que el CNI le había hecho encargos, que le había endosado trabajitos. Llegó a decir que la Casa Real le había pedido favores.

Aún estoy recuperándome… Aún estoy recuperándome del documental que emite Netflix bajo el título de (P)Ícaro. El Pequeño Nicolás (2024).

Me sigo haciendo cruces de lo que decía y de lo que aún proclama con vanidad. De sus habladurías y gestas reales y presuntas de 2014 y 2024.

En aquella primera intervención habló de las Infantas, habló de la Zarzuela. Habló de las relaciones con agentes del CNI. Y con el aplauso del público.

Había (re)nacido una estrella… en el plató de la Cadena Amiga.

Con apenas catorce años lo habíamos visto en actos del Partido Popular y, por lo que decía, se dedicaba a resolverle problemas (como el Sr. Lobo de Tarantino).

¿De dónde ha salido este mindundi?, me preguntaba entonces. ¿Quién ha sido su padrino?

En el documental de Netflix tiene un papel preponderante el comisario Villarejo. Con esto no quiero decir que sea su padrino.

Lo que quiero decir es que Villarejo aparece como personaje central en las altas esferas y en las cloacas más inmundas y aparece también con personajes de opereta como Francisco Nicolás.

¿En el Partido Popular de Aznar no habían notado nada cuando el chisgarabís se hacía presente entre sus dirigentes?

Fran o Francisco Nicolás tenía y tiene la viveza del bocazas que parece saber más de lo que calla. Tenía y tiene apariencia pija, la de un joven con labia y barriguita, con un pronto de niño bobo o espabilado.

¿Qué era este muchacho? ¿Un pícaro de tres al cuarto? Por lo que entonces averiguamos parecía un pillo que había engatusado a una parte de la clase política.

Eso lo confirma el documental de Netflix.

En 2014, ese descubrimiento me desconcertó. Pensé: estamos rodeados. Pensé: ¿en manos de quién estamos?

El chaval era un mindundi, sí, pero se había colado con astucia en círculos prohibidos.

Me recordaba a ciertos personajes ególatras, petimetres y trastornados que ascienden en la escala social.

Aspiran con ambición a metas que los sobrepasan. Esperan obtener beneficio. Viven del chisme. Son de natural impostores. Van y viven de farol.

Pero para ello deben protegerse. Deben ampararse por la gente fina y principal, por algún ricachón ostentoso u ocioso.

Esos tipos son trepas que viven del secreteo. Pero para ello deben evitar la visibilidad.

El Pequeño Nicolás no supo. Le pudieron más sus ganas de ostentación. Es el Ícaro de la mitología y del documental.

Tras estar un tiempo en el candelabro acabó encausado. El Tribunal Supremo tiene la última palabra.

Quizá la figura del pícaro acabe derretido, abatido. O quizá remonte como el Ave Fénix, qué sé yo.

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