Historia del espárrago

Esta historia del espárrago que aquí reproduzco es la versión extensa del artículo El capital no tiene patria (que publica El País, 3 de abril de 2013). O en otros términos: esta versión es la que escribí antes de ser editada y finalmente impresa, que es siempre más breve, ajustada a los caracteres con espacios que marca el diario. Publico este texto más largo para que vean lo que dejo fuera…

Esparragosenlatados

El capital no tiene patria (Versión extensa)

A los chinos les debemos grandes hallazgos, enormes contribuciones. Los valencianos, por ejemplo, no seríamos nada sin la pólvora de la que ellos son pioneros. Nos gusta hacer castillos en el aire para asombrar a vecinos y visitantes y nos place asustar a locales y foráneos con nuestras explosiones terrenales. Es una machada,  cosa cultural y telúrica. Somos un poco fanfarrones, ya saben.

A los chinos, aquí asentados, les debemos los bazares a los que acudimos. ¿Quién no ha recurrido a estas tiendas de baratijas y comestibles? Se esfuerzan por endosarnos el producto aun cuando no sea exactamente lo que buscamos. Me cuenta un familiar que la palita para remover y recoger la caca del gato, algo que necesitaba para su minina, acabó comprándola en un Chino tras la insistencia que puso el comerciante asiático. Una vez fuera del establecimiento la herramienta le resultaba inservible, pero por unos pocos céntimos, ¿qué iba a hacer?, admitió. Pues eso: premiar al esforzado negociante.

A los chinos de la China popular o de Taiwan les debemos parte de la indumentaria que vestimos. Amancio Ortega ha trasladado su producción de textiles creando puestos de trabajo en ciudades orientales. Allí los nativos, apiñados en naves propias de tiempos decimonónicos, los fabrican con salarios reducidos y en condiciones precarias. Aquí, gracias a los asalariados asiáticos de don Amancio, nos mostramos como clientes distinguidos. Al menos los miles y miles de jóvenes españoles que seguramente carecen de empleo, pero lucen muy modernos. O muy rumbosos.

A los chinos les debemos todo tipo de artefactos tecnológicos. Un amigo me muestra un smartphone de línea blanca. Literalmente de línea blanca: es de ese color y además no le veo la marca. Es una  perfecta reproducción de un móvil de gama alta y muy apreciado por todos los públicos. No se cuántas horas habrá detrás de su producción. Gracias a nuestros móviles, a nuestras tabletas, a nuestros ordenadores, alimentamos o mal alimentamos a un ejército industrial de asiáticos. Aquí, los desempleados de unas fábricas y servicios clausurados esperan una ocupación poco probable. Forman lo que Karl Marx llamó un ejército industrial de reserva.

Leo en El País que el Gobierno de la República Popular ha decretado migraciones masivas del campo a la ciudad. Tal cosa debería ocurrir en pocos años y supondría el traslado de 200 millones de chinos. Los imaginamos ya hacinados en las periferias urbanas produciendo las quincallas o las joyas industriales que los occidentales precisamos:  aumentando la fabricación que en Europa se pierde, es decir, ordenadores, tabletas, frigoríficos, móviles y escobillas de baño.

Alemania se enorgullece de su tecnología y sus productos sofisticados, tan apreciados. Nada, nada. En poco tiempo será también una industria en declive, quizá un país fallido. ¿Dónde están los ordenadores alemanes. ¿A quién se los venden? ¿Y sus teléfonos? Los coches y los electrodomésticos germanos aún se exportan y tienen prestigio, se responderá. Nada, nada. También  en pocos años, los autos y los cachivaches asiáticos sustituirán el parque móvil y semoviente de los occidentales. ¿Que eso no sucederá? No: ya está sucediendo.

A los chinos les debemos una gastronomía agridulce, con pollo, repollo, lechuga, almendras, gambas, arroz y rollitos. Es un almuerzo que nos resultaba exótico y económico, un tentempié o una comilona que en estos momentos ya no apreciamos. Pero los orientales, avispados como son, han decidido cambiar y ahora nos sirven, por ejemplo, sepia, sepionet, calamares, patatas bravas y cerveza: lo más demandado por el valenciano que sale a picar.

El mundo cambia vertiginosamente y nos aferramos a las rutinas. Yo acostumbro a comprar en distintos establecimientos las vituallas de la casa: en el supermercado o en el paquistaní de la esquina. Y cuando puedo me escapo al Mercado Central. Soy un comprador con prisas… No suelo examinar las etiquetas de los productos. Por pereza, por irresponsabilidad: qué sé yo. Pues bien, a partir de ahora lo haré. Esta semana, mi cuñada me ha hecho un gran descubrimiento: los espárragos enlatados que adquiero en Mercadona o en Consum también son chinos.

Quedé estupefacto cuando me lo confesó. Al corroborarlo me daban ganas de mandar a freír espárragos a los responsables de ambas empresas; me daban ganas de mandarlos a escarbar cebollinos. De repente pensé en los ricos trigueros de España: en trigueros, en rústicos y en carniceros. De repente pensé en Amancio Ortega y en Juan Roig, en su patriotismo. Según dice el castizo, tiene cojones la cosa. Como los espárragos de Navarra, tan cojonudos. El capital no tiene patria ni corazón, su alma ha emigrado, y nosotros estamos descolocados. O mejor, deslocalizados: como los millones de chinos a los que su Gobierno sin alma también forzará a emigrar.

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Los espárragos y yo:
https://justoserna.com/2010/04/07/interludio/

6 comentarios

  1. Muchas gracias por compartir buena información.
    Desde hace ya algún tiempo, anda por ahí una corriente de opinión que opta por consumir de manera sensata, productos cercanos sin la necesidad de viajar, evitando costes y ganando en calidad.
    Aunque a algunos les pese, cada día somos más conscientes de las jugadas a que nos someten. No lo podemos evitar, cierto, pero las cosas pueden cambiar.

  2. Muchas gracias por sus palabras tan generosas. Yo, la verdad, nunca he sido demasiado consciente de estas cosas. Quiero decir que no he mirado regularmente las etiquetas. Como tampoco leo los prospectos farmacéuticos. ¿Por qué? Para no ponerme malo. Si leyera enteramente dichos avisos, sólo comería productos naturales. ¿Naturales? ¿Qué es eso? Me temo que nos engañan con lo bio, con lo natural, con lo ecológico. También… Si nos engañan con dichas mercancías, imagine con los productos enteramente comerciales. Creo que Occidente muere por la boca: como el pez. Somos peces boqueando, casi ahogándose, atragantándose. Estoy aturdido, a qué negarlo. Llevo años comiendo ensalada tras ensalada: una dieta envidiable que en los análisis da unos resultados espectaculares. No sé por qué pero no me creo esos resultados. ¿Acaso me mienten? No. Creo que no hay remedio. Como dice David Bowie en una de sus últimas canciones, «you feel so lonely that you could die». Yo solo no me siento, pero siento que en cualquier momento voy a morir. Como todos, ¿no?

  3. Sr. Serna, este artículo me ha recordado al momento en que el Frente de liberación de Judea, en ‘La vida de Brian’, se preguntaba qué les habían dado los romanos. Es evidente que los pobres chinos nos han dado muchas cosas, especialmente a los grandes empresarios españoles y no españoles: los tendrían que tener en un altar.

    Otrosí: momento desternillante el de la palita para recoger la caca del gato.

  4. Creo que toman el asunto con muy buen humor, y yo desearía sumarme aunque sin compromiso alguno por todas las partes, pero dudo que pueda ponerme en ese plan.
    Decir, por ejemplo, que vamos a comprar la miel producida por abejas que liban las flores de azahar, de romero,… del pueblo más cercano al lugar donde estamos, significa que no habrá necesidad de gastar en transporte, y además seguro que sale más barata y tiene más frescura. Esa era la base de mi comunicación.
    Sí que parece inevitable tener que contar con un final, al menos en cuanto al envoltorio aparente, tanto de una ensalada estupenda como de una persona fenomenal, y la verdad es que como todo llega a cansar, a mi esto también me parece muy bien.

  5. Amigo Justo. Buen artículo y excelente reflexión. Lo de los espárragos de China (y de Perú) hace años que existe en nuestro supermercados (todos). Inclusos marcas de prestigio de Navarra envasan espárragos producidos en China (que no chinos, pues los espárragos no tienen nacionalidad).Una de mis lecturas preferidas desde hace muchos años es el etiquetado de todos los productos (no sé si es subgénero literario o comercial). Enseña mucho de cómo funciona este mundo. De verdad.
    Sólo añadir un dato anecdótico, pero real: Alfonso Rus (sí «nuestro» Alfonso el de la «dipu») creó hace unos doce años una marca de ropa para importarla de China y le puso un nombre italianizado, Stefano Russini, y le añadió lo de Fato a Milano o Moda de MIlano. La empresa la regente ahora su hija. Esto lo he visto ante mis narices en una cena de aquella época en Xàtiva:
    El capital no tiene patria ni corazón.Ni puñetera falta que le hace. Se ríen de nosotros todos los días.

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