¿Tragicomedia de la crispación?

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1. Los púgiles

Echen un vistazo a la imagen que encabeza estas líneas. Es la cubierta de un libro, una ilustración debida a Fernando Vicente. Representa una escena de boxeo. Vemos a dos púgiles en combate: Mariano Rajoy parece amagar con un derechazo;  su contrincante, José Luis Rodríguez Zapatero, se protege con la izquierda. Esta ilustración no fue pensada para representar el debate televisivo del pasado 25 de febrero, sino para resumir una legislatura, cuatro años en que los contendientes habrían estado al ataque y a la defensiva… ¿Que es una metáfora muy gastada? Seguramente: es una imagen mil veces repetida, pero hemos de admitir que sirve, que sirve para mostrar la circunstancia de la discusión pública.

En el debate televisivo del 25, Mariano Rajoy hizo acusaciones graves, acusaciones frente a las que Rodríguez Zapatero se defendió con mayor o menor contundencia, con un punto de irritación. De tristeza, decía mi madre: como si al candidato socialista le aturdiera tanta evidencia que el adversario no quiere ver. No sé, no me acaba de convencer esa impresión de tristeza: no me imagino a un púgil fajador lamentándose de la pegada del otro. Creo, más bien, que el rostro contrito de Rodríguez Zapatero es una puesta en escena, una legítima puesta en escena. Desde ese día, los medios han agigantado la colisión haciendo drama del choque y sondeando el efecto del acto televisivo. Por su parte, los propios partidos políticos han procurado sacar ventaja de lo que el debate fue o de lo que las encuestas dicen.

No hay nada que reprochar en esta dramatización que moviliza o suma votos. Tampoco hemos de escandalizarnos de los ultrajes verbales que unos u otros se dedican: ese imbécil, por ejemplo, que Felipe González le ha espetado a Mariano Rajoy. Suena verdaderamente ofensivo y con toda probabilidad el ex presidente podía haberlo evitado: por dignidad institucional, añado. Pero ese dicterio es un insulto infantil comparado con las acusaciones reiteradas que José María Aznar ha vertido contra Rodríguez Zapatero; o comparado con las mofas y chanzas que le han lanzado otros políticos populares; o comparado con las descalificaciones  que sobre el candidato socialista han difundido columnistas muy ocurrentes a la hora de denostar.

Quizá estemos llegando al punto de saturación. Tal vez no está lejos el día en que muchos ciudadanos puedan cansarse de tanta tensión verbal: una tensión muy espectacular desde el punto de vista mediático, pero muy poco edificante si lo que exigimos es convivencia. Me digo lo anterior y a la vez no quiero pecar de ingenuo. La adhesión electoral parece requerir ese estado de verbalismo y de agitación: también lo exige la presión periodística de los medios afines. Sin embargo, inmediatamente me corrijo: entre los ciudadanos parece detectarse un hastío creciente, un hastío que alguien podría acabar pagando. ¿Quién? ¿Quizá el Partido Popular o el Partido Socialista?

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2. ¿Censura ciudadana?

¿Es posible vivir sin una tensión emocionalmente tan devastadora? ¿Es posible organizar la vida pública sin que los grandes partidos se enfrenten por lo básico o por lo nimio? La política se retransmite y se presenta como espectáculo de alto voltaje y de alto rendimiento; la realidad y los sondeos se confunden; todos tenemos o creemos tener una opinión… En esas circunstancias no es probable que el choque se alivie. De momento. Pero no es menos cierto que estamos al borde mismo de la saturación. Hay algunos observadores que manifiestan ese cansancio. Uno de ellos es  Enrique Gil Calvo.

Este sociólogo acaba de publicar el libro de cuya cubierta hemos tomado la ilustración que encabeza: el profesor de la Universidad Complutense y contertulio de la Cadena Ser hace aquí las veces de augur y de analista, de ideólogo y consejero. Se pronuncia sobre esas cuestiones que yo mismo les planteo en el blog una y otra vez. ¿Cuál es su diagnóstico? El dictamen es ciertamente discutible: por eso mismo vale la pena debatirlo. Hay un hastío general, dice Gil Calvo, que acabará pagándose: un aburrimiento que deberíamos hacérselo pagar a los partidos dominantes, añade.  «Sólo los ciudadanos podremos poner fin al callejón sin salida de la crispación política actual. Y eso podemos conseguirlo de varias formas posibles».

¿De qué manera? «Por ejemplo, aumentando el nivel de abstención hasta tal punto que los partidos políticos dominantes no puedan menos que darse por aludidos, optando en consecuencia por detener el conflictivo juego de la crispación. Tampoco resultaría imposible –aunque el sistema electoral en vigor no lo haga demasiado probable– que los ciudadanos desviasen su airado voto de castigo a los dos partidos dominantes hacia algún partido bisagra, como la UPD [Unión, Progreso y Democracia] que ha fundado con este fin Fernando Savater». Son dos posibilidades, pues, las que Gil Calvo contempla y que hay que discutir.

Por un lado, la abstención. En efecto, puede darse un hartazgo, la eventualidad de que los ciudadanos rechacen las formaciones políticas que les piden el voto, simplemente por crítica al estado de partidos y al estrépito mediático: la abstención activa. Es, desde luego, una circunstancia que no cabe descartar como posible y perfectamente legítima. Eso sí: siempre que seamos conscientes de las consecuencias. No votar, reconociendo lo muy repudiables que son ciertas formas de crispación,  es un riesgo real: no es probable que los partidos se corrijan y, simultáneamente, podemos deslegitimar la democracia imperfecta que tenemos. ¿Manifiestamente mejorable la democracia? Sin duda, sin duda: pero es la que tenemos. Además, al mal funcionamiento del sistema contribuimos los propios ciudadanos con nuestro desinterés político o público y, por supuesto, contribuyen también los medios de comunicación: siempre que alientan el estrépito por partidismo, por sectarismo. Hay periódicos que toman partido –cosa legítima– pero para convertirse pura y simplemente en prensa doctrinal. Enrique Gil Calvo cree que es posible imponer un severo correctivo a los partidos dominantes, pero no nos muestra de qué modo podríamos hacer algo semejante con los diarios agitadores, en papel y en Internet. 

Por otro, tenemos, admite Gil Calvo, el voto creativo, regenerador. En efecto, cabría la posibilidad de votar a partidos nuevos, a partidos-bisagra que proponen literalmente regenerar la democracia. Entre ellos está UPyD. No entiendo por qué el sociólogo olvida a Ciudadanos, que compite por el mismo electorado descontento. Pero lo que entiendo menos aún es por qué he de confiar en una formación política nueva que me promete no hacer lo que los partidos dominantes han venido haciendo. ¿Es que, acaso, la buena voluntad y el crédito de algunas personas garantizan su buen funcionamiento? ¿Y por qué la experiencia de Ciudadanos, apoyada por algunos de esos mismos descontentos, ha acabado en enfrentamiento interno? ¿Qué será de UPyD cuando el apetito de poder o los malos resultados despierten al partido tradicional que inevitablemente es? Si esto es así, ¿entonces por qué yo no debería votar a alguno de los partidos dominantes? No creo que sean sustancialmente peores que ese nuevo que se nos anuncia.

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3. ¿El decálogo?
 

Pero lo más discutible de lo dicho por Enrique Gil Calvo es el decálogo final, ese repertorio de normas de buena conducta democrática con el que cierra su volumen. Lo que empezó como un análisis empírico del sistema político español acaba siendo una teoría normativa de la democracia. Los partidos, nos dice el sociólogo, han de someterse a una autorregulación.“Hace falta que la clase política aprenda a autorregularse evitando su doble tentación actual de caer en la crispación y manipular las instituciones”, dice Gil Calvo. “Igual que sucede con las demás adiciones a vicios adquiridos (fumar, beber, drogarse, etcétera), la adicción al vicio de la crispación se puede llegar a superar mediante apropiados ejercicios de desintoxicación y reciclaje”. ¿Cuáles serían estos ejercicios? Hay que seguir una tabla. O, mejor, hay que obedecer una serie de reglas, que forman un decálogo, es decir, que funcionarían como mandamientos.

Primer regla: veracidad

Segunda regla: sinceridad

Tercera regla: transparencia

Cuarta regla: rendición de cuentas

Quinta regla: representación

Sexta regla: lealtad

Séptima regla: inclusividad

Octava regla: confianza

Novena regla: ecuanimidad

Décima –y última— regla: juego limpio

¿Y cómo espera aplicarlas? O, mejor, ¿cómo espera forzar a la clase política para que las cumpla escrupulosamente? ¿Será un ejercicio de buena voluntad? El propio Gil Calvo concluye su libro admitiendo que “hoy por hoy todo esto suena a música celestial. Grandes y bellas palabras, que nuestros representantes no tienen problema en suscribir ni aprobar, aunque se hallen por completo alejadas de su práctica cotidiana”. ¿Entonces? Un código de conducta funciona si su incumplimiento es más gravoso que su cumplimiento: o si la punición es efectiva. Esta sencilla regla que recordara Max Weber, el gran sociólogo alemán, parece ignorarla su colega español: Enrique Gil Calvo. Pedirle a nuestros representantes que se autorregulen y que, por ejemplo, no conviertan el estruendo crítico en su forma de hacer oposición es puro, puritito, idealismo. El propio Gil Calvo admite –y admite atinadamente— que los grandes cambios políticos se han dado en la España democrática como consecuencia de graves crisis difundidas y agrandadas con estrépito mediático.  Cuando leí esa tesis en su libro convine totalmente. Era algo que yo mismo había pensado, una conclusión no muy original y que empíricamente  es demostrable: la retirada de Suárez, el éxito de González, la llegada de Aznar, el triunfo de Zapatero. El ejercicio del Gobierno parece asegurar la repetición y el mantenimiento salvo que un grave descalabro o cataclismo político provoquen la caída del mandatario.

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4. Los sondeos (2 de marzo de 2008)

Leído el libro de Gil Calvo, echemos ahora un vistazo a los sondeos que el domingo 2 de marzo se hacen públicos, una semana antes de las elecciones. El de El País, por ejemplo. O el de Levante-Emv. O el de El Mundo. O el de Abc

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5. Los efectos de composición (3 de marzo de 2008)

La encuesta de El Mundo que hoy se hace pública confirma las tendencias ya sabidas. ¿Resueltas las expectativas? No olviden que los sondeos más rigurosos, esos que están confeccionados con las máximas garantías, no dicen quién va a ganar, sino cuál es el retrato de situación en ese justo momento. Al retratar provocamos efectos. Cuando uno se mira en el espejo, ve a alguien que se le parece: que se parece a quien uno quiere ser. Pero el reflejo nos da una impresión no siempre favorecedora: por eso, procuramos mejorar lo que contemplamos, corregir lo que nos desagrada o maquillar lo que está más a la vista. ¿Cómo votaríamos si conociéramos los datos de las encuestas hasta el día mismo de las elecciones? Al averigurar los resultados probables, depositaríamos nuestros sufragios para reforzar o corregir la tendencia que hemos visto en el espejo. Por eso, no me creo esas actitudes suficientes, sobradas, de quienes desprecian los sondeos: generalmente corresponden a quienes van perdiendo en esas encuestas. Pero lo contrario no es necesariamente sensato ni exacto: no te creas el más guapo, pues puedes ir ganando en los sondeos y, sin embargo, eso no es garantía de éxito final. La tendencia que nos muestra una encuesta no es necesariamente falsa: pero, al sumar, los resultados pueden acabar de una manera o de otra. La información constante satura, desde luego. Ahora bien, los datos que se suministran, las informaciones que se filtran, los acontecimientos imprevistos…, todo ello puede confirmar o alterar aquel retrato inicial. Son lo que Raymond Boudon llamó efectos de composición. Lo que yo haga también lo pueden hacer otros, luego el resultado final es, relativamente incierto.

En su blog de El Mundo, Arcadi Espada habla de la abstención a que puede inducir la primera plana de su periódico. Con prosa escueta aborda lo que nadie sabe: que el sondeo del periódico puede provocar cambios electorales… ¿deseados? Imagino a Espada algo inquieto con la circunstancia y con las consecuencias de la circunstancia. «Habrá quien lea el titular del periódico como una sibilina estrategia de desmovilización electoral», admite. «Ni las ficciones ni las intenciones pueden desmentirse. Por lo tanto yo lanzo mi cuarto a espada y sostengo que si el titular desmoviliza a alguien será al potencial votante del Partido Popular. ¡Justo ése que, si desmoviliza, asegura la victoria del Partido Popular!», apostilla.

O no… 

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5. Hemeroteca

JS, “Cháchara“, El País, 28 de febrero de 2008 

13 comentarios

  1. ¡Y tan discutible como es el dictamen de Enrique Gil Calvo, D. Justo, y tan discutible!.Cualquier persona que haya estado medianamente informada de lo que ha acontecido en este país desde el 14 de marzo de 2004 hasta nuestros días, sabe que desde ese mismo momento ha habido un grupo político,con sus dirigentes en primera línea, que se ha dedicado a jugar al pim,pam,pum con el candidato del partido que ganó, por poco, pero ganó las elecciones de 2004. A ese candidato,luego convertido por los votos del Parlamento español en Presidente del Gobierno, se le ha dicho y desde diferentes ámbitos, tribunas,plataformas,medios informativos e incluso,desde el mismo Parlamento, de todo lo que le puede decir a alguien.
    No ha habido dos grupos políticos (no hablo solo de los partidos,sus dirigentes y militantes,sino también de sus simpatizantes que constituyen un grupo político,sobrepasando la idea de partido), sino un solo grupo político,todos sabemos cual es y que tampoco voy a nombar, para no hacerle campaña electoral gratuita,el que ha crispado la política española y que ha contribuido a que la POLITICA esté bajo mínimos sociales, por el rechazo que esas conductas han producido entre la ciudadanía.
    Por eso, no puedo estar de acuerdo con Enrique Gil Calvo. Sus conclusiones son parangonables al estruendo final de una mascletá. Porque, y ahí está el busilis, lo que hace, no es ni más ni menos, que arrimar el ascua a la sardina de UyP D, que a mi resulta un partido respetable porque para mi casi todos lo son.No puedo decir lo mismo,de alguna de sus componentes, que en su momento me pareció que tenía un discurso irrelevante y de alguna manera crispante.
    No me gustan personas así,porque nunca puedo saber porque crítican,si por convicción o por despecho y no quiero averiguarlo demasiado tarde.
    P.S..El «insulto» de D. Felipe González resulta muy llamativo en alguien que no ha tenido ese comportamiento insultante hasta ahora.No puedo decir lo mismo de otros componentes del circo político español

  2. Vuelvo. Hacia muchos días que no escribia aquí. El articulo de J. Serna en El país me parece bien pero eso podria decirse de casi todos los candidatos. Y de los periodistas!

  3. Voy a ser breve en mi intervención. Creo que el resultado de estas elecciones está bastante claro, el PSOE vuelve a ganar el 9-M pero sin lograr la mayoría absoluta; el PP queda en segundo lugar, otra vez en la oposición; mi opinión coincide con los sondeos de “El País”, que otorga el 70% de los votos a estos dos partidos. ¡Qué injusto es este sistema electoral! Con el 70% de los votos, PSOE – PP consiguen el 91% de los escaños; el resto de los partidos, 30% de votantes, tienen que conformarse con el 9% de los escaños. ¡Dan ganas de no ir a votar! El partido de Savater y Rosa Díez y otros disputa un escaño al PP, ya se ve de qué pie cojean, de dónde salen sus votos, de la derecha extrema de este estado.

  4. Pues yo sí creo, con su madre, Justo, que Rodríguez Zapatero estaba triste. Yo lo habría estado e su lugar, lo estuve mientras se producía el debate. Es una verdadera pena que tenga que producirse así. Con esa falta de naturalidad, esa tensión y ese envaramiento al dictado de Rajoy. Dicen que los grandes actores logran que los mediocres se crezcan al darles la réplica. Es que a Rajoy no se le puede dar réplica. No sé, yo lo siento como muy triste.

    Y quizás resulte jesuítico, pero lo digo con toda mi alma: Felipe González no ha llamado imbécil a Rajoy. De tanto repetirlo la derecha nos lo vamos a creer. Le ha dicho que se comporta como un imbécil o que hace cosas de imbécil, que es parecido pero no es lo mismo. No es lo mismo decirle a alguien que no diga imbecilidades o que no haga el imbécil (hasta puede resultar más despectivo, pero menos insultante) que mirarle a los ojos y decirle «Eres un imbécil». Que no, que no es lo mismo.

    Y ¿Esa abstención unánime de castigo que propone Gil Calvo quien la controla? ¿Quién me garantiza a mí que todos van a cumplirlo? Ese tipo de castigos me parecen a mí auto-castigos y bastante tengo con lo que me rodea como para castigarme a mí misma. ¿Y Zapatero? ¿Hay que castigar a Zapatero? ¿No ha tenido bastante con ese mal perder de sus contrarios, con la descalificación constante, el insulto y el desprecio sin pausa que ha sufrido durante cuatro años mientras, además, le tiraban de la chaqueta para no dejarle dar un paso? Y lo de ser creativo con el voto… yo no, gracias.

    Con permiso y, si quieren con perdón; yo no lo puedo decir mejor:

    http://www.elpais.com/articulo/ultima/Vota/elpepiult/20080303elpepiult_1/Tes

  5. Pues va a ser que no, don Justo. El empirismo para vincular un cambio político y un cataclismo mediático, no me cuadra. No hubo nada de ello cuando los socialdemócratas perdieron Suecia ni nada por el estilo cuando la recuperaron. En los otros países escandinavos los cambios se suceden con una abulia atronadora. No lo hubo en Gran Bretaña después de estar entre los ganadores de la Segunda Guerra Mundial – salvo que ganar una guerra se considere como tal – y resultar perdedor el gobierno conservador que estuvo al frente del país durante el conflicto, ni llegaron al poder a estos de mano de doña Margarita Tatcher tras hecatombe alguna. No la hubo en Francia ni para que llegara el sr. Mitterrand ni para que lo hiciese el sr. Sarkozy. Ni lo ha habido en Alemania ni en los Países Bajos para ningún giro en su presidencia. En el caso estadounidense se compendia esa desvinculación al poseer un despliegue histórico continuo importantísimo en sucesiones y cambios gubernamentales serenos por mayores escándalos mediáticos que hubieran (por ejemplo, el asesinato del sr. Kennedy, al que siguió otro presidente demócrata). Podríamos seguir, siempre que estuviéramos en países con democracia consolidada. Resultado: de que algunos cambios políticos en sistemas democráticos se den precedidos por impactos mediáticos no se puede inducir que estos sean imprescindibles para los otros.

    El caso español creo que está tomado por los pelos. Primero porque es una democracia bastante inmadura, que la petulancia de los políticos españoles les haga ir por el mundo dando consejos de democracia no niega que es el país de Europa occidental con menos años vividos en un régimen democrático del último siglo. Así que, por un lado, todavía quedan elementos de endeblez en su sistema y, por otro, los españoles son tan susceptibles de reaccionar irracionalmente como cualquier otro colectivo cuando perciben una amenaza. Los casos concretos que se citan son buena muestra de ello: el acceso al poder del sr. Suárez no estuvo precedido de mayor cataclismo que el que afecto a toda la sociedad y nada tuvo que ver directamente con la muerte del dictador y sí mucho con una especie de “prudencia colectiva” bastante alejada de las reacciones extremas que podían haberse generado, precisamente, con aquel óbito. El sr. González sí lo hizo aprovechando el miedo generado por el 23-f, indudablemente (y ahí se aficionó el PSOE a anunciar las grandes desdichas patrias si no se le votaba a él). Pero de nuevo el sr. Aznar alcanza el poder sin hecatombe alguna. Respecto al sr. Zapatero, yo les rogaría que repasaran la evolución ascendente en la intención de voto del PSOE y la descendente del PP en el periodo electoral previo al atentado del 11-m: la tendencia indicaba, claramente, un empate técnico a la hora del comicio; el atentado apenas si fue el inductor a que un número respetable – para los magros resultados de IU – de votantes de esta formación cambiara su voto y lo hiciera al PSOE, de ahí la escuálida victoria que obtuvo y que no le libró de tener que pactar en el Parlamento para obtener mayoría. Esto es, que incluso con una barbaridad como la de los trenes explosivos y los doscientos muertos, el resultado apenas si hubiese cambiado y, con toda probabilidad – aunque menos escaños – el sr. Zapatero hubiera sido igualmente presidente. Conclusión: el sistema democrático español, aunque inmaduro, no se aleja especialmente del funcionamiento normal de sus pares más asentados.

    Las claves del cambio político, pues, pasan antes por el hartazgo ciudadano dada una insatisfacción reiterada – la decepción permanente del sr. González es el paradigma: “ahora os he entendido” dijo en el 91 y siguió igual; “ahora sí os he entendido” tuvo la osadía de decir en el 93 pero siguió en lo mismo – o un ejercicio de gobierno decepcionante – caso del sr. Aznar, en su segunda legislatura, cuando se dejó de exquisiteces liberales y se apuntó a la acción reaccionaria – Lo otro, el cataclismo mediático, es un hecho extraordinario e improbable. Indudablemente posible pero en absoluto un “fatum” inexcusable para que los ciudadanos cambien su gobierno. El PP o vuelve ahora al poder bajándose los pantalones ante los partidos nacionalistas de derechas (no se pierdan uds la opción que por más hilarante que sea no la descarta nadie – de poder – entre los conservadores) o vuelve tras laminar a todo el equipo de impresentables güelfos aznaristas y retoma su discurso liberal, de aquí a cuatro años (o cuarenta). En la medida de que la democracia española madure esto será más obvio y la reacción histérica cada vez más lejana de la decisión ciudadana.

    Sin duda me sumo a la apreciación de doña Francisca (Fuca para uds) sobre lo que al final está latiendo en las elecciones españolas: la obsesión de los políticos españoles por el bipartidismo. Hemos reiterado hasta la saciedad la desfachatez democrática del sistema D’Hont, aquí se ve claro, con lo que dice nuestra contertulia gallega. Y aquí, si hay cataclismo a la vista: en la medida que las opciones se reducen, las opiniones se simplifican; las opiniones simples son el preámbulo de las acciones irracionales y éstas el caldo de cultivo de los conflictos civiles armados. La historia contemporánea española así nos lo enseña (carlistas y liberales, en el XIX y monárquicos y republicanos, en el XX) ¿estamos preparándonos para hacer el imbécil histórico una vez más gracias al interés del PSOE y PP por que la política española se vea en blanco y negro? Si Goethe pedía luz, queridos contertulios, yo les pido color, mucho color, mucho matiz, mucha necesidad de respetar, de dialogar y de pactar porque, de estas elecciones puede salir un monstruo de dos cabezas pero un solo cuerpo que a partir de este año sólo sabrá empobrecer el pensamiento político, simplificar los problemas y adocenar las personas.

  6. Por cierto, la sra. Pavlova tiene ud. toda la razón del mundo: el sr González se expresó tal como ud dice pero, ah, ya estamos en periodo de simplificación de las ideas y mala intención en la interpretación de las palabras, ya estamos en el debate bipartidista.

  7. Oiga, señor kant, yo no he dicho que la democracia deba experimentar un terremoto mediático para que se produzca un cambio. Menos aún pienso en casos foráneos. Lo que digo es que en España ha sido efectivamente así. Nos guste o no.

    Como he dicho más arriba, el propio Gil Calvo admite –y admite atinadamente— que los grandes cambios políticos se han dado en la España democrática como consecuencia de graves crisis difundidas y agrandadas con estrépito mediático. Cuando leí esa tesis en su libro convine totalmente. Era algo que yo mismo había pensado. No diga lo que yo no he dicho ni extienda el caso más allá de la circunstancia española.

    En cuanto a los monstruos de dos cabezas, pues qué quiere que le diga: prefiero un Jano bifronte a la expectativa de partidos prometedores. Básicamente, porque cuantos menos monstruos, mejor. Lamento ser poco sutil.

  8. Sernaaaaaa te noto irritado. O es cansado? O es que tu psoe no chuta? El sr. Kant reverendísimo es anti-psoe y tu te cabreas eh serna! Madreeeee. Como se está poniendo esto! Mu bueno. Y Arcadi Espasa què dice de esto? AAAAAAAADDDDDDIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEUUUUUUU

  9. Vaya, pues le leí mal porque cuando dice “El propio Gil Calvo admite –y admite atinadamente— que los grandes cambios políticos se han dado en la España democrática como consecuencia de graves crisis difundidas y agrandadas con estrépito mediático. Cuando leí esa tesis en su libro convine totalmente.” entendí, precisamente, que ud. junto con el sr. Gil Calvo coincidían en que los cambios en la España democrática se habían dado merced a graves crisis difundidas con estrépito mediático. “Ergo”, para haber nuevos cambios, debían producirse otras graves crisis con nuevos estrépitos, inducción que, veo, no parece la apropiada.

    Obviamente, no lo extiendo a otros casos, me he limitado a apuntar que en las democracias serias eso no pasa. La nuestra sigue siendo transicional – la permanencia de su Constitución así lo señala – y, como nos propuso don Manuel Fraga Iribarne, en sus tiempos de ministro de Información y Turismo, parece que se confirma que “Spain is diferent”. “Ergo”, en la nuestra pasa.

    De todas formas, nos guste o no, en efecto, los hechos son tozudos. Como ya le indiqué en mi anterior intervención., tampoco ese ha sido el caso español. Me reitero: el único presidente que accede al poder a través de un condicionamiento especialmente grave y agrandado por los medios fue el sr. González por el 23-f. Ni el sr. Suárez, ni el sr. Aznar, ni el sr. Rodríguez Zapatero llegan al poder precedidos de un asunto grave, agrandado por los medios, que desvíe la intención de voto de los ciudadanos de una manera substancial. Todo señalaba a UCD y al PP cuando ganaron (independientemente de la muerte de Franco y del asunto del GAL) y, si no se hubieran fanatizado tirios y troyanos, habrían visto que la tendencia de las encuestas favorecía un incremento acelerado del voto al PSOE antes, repito, antes, del 11-m, que le hubieran llevado a obtener unos resultados muy parecidos a los que obtuvo finalmente. Y esos son los datos, no las especulaciones. El CIS facilita estos puntos por si alguien tiene dudas.

    No, no, me parece espléndido el símil con Janus Bifrons – uno de mis dioses favoritos – lo que no llego a entender es qué hace él aquí – dios de los cambios, del pasado y del futuro, dios axial por excelencia – cuando hablo de abominaciones monstruosas de dos caras y un solo corazón. Tal vez la imagen que les propuse no fuera la más apropiada. Cambio la imagen de esa bestia “bicapita” por el cuadro de don Francisco de Goya y Lucientes (cuyo nombre no recuerdo) de dos bestias españoles, enterrados hasta las rodillas, a unas distancia prudencial el uno del otro, la suficiente como para darse de garrotazos hasta reventarse la cabeza. Tal vez así sea más explícito.

    Por otra parte, no comprendo porqué, cuando hablo de pluralidad política, entiende ud. que me refiero a “la expectativa de partidos prometedores” (‘sic’) Me refiero a que dentro de todos los partidos tradicionales hay condiciones y capacidad de cambio, de hacer propuestas más atractivas y plurales para la sociedad más allá de la resignación evidente que tienen ahora viendo crecer ese bipartidismo que sólo nos ha traído guerras civiles desde 1812 a la muerte de Franco. Ahora, ¿qué quieren hacer un partido nuevo? ¡pues háganlo! ¿dónde está el problema? La esencia de la democracia está en la deliberación ¿no? y en la agrupación de los ciudadanos a través de sus representantes para hacer presentes sus propuestas a la polis, ¿cierto?… pues entonces… no seré yo quien vote una opción de botarates, como pueda ser la UPD, pero si ellos quieren presentarse como la regeneración democrática ¿quién soy yo para recriminárselo?, son otro color en la paleta, con mayor o menor gracia, pero, desde luego, no son el blanco y negro, nefasto, del bipartidismo.

  10. Pues yo también leí mal o nuestro amigo Justo Serna se expresó mal, porque si dice que Gil Calvo admite “que los grandes cambios políticos se han dado en la España democrática como consecuencia de graves crisis difundidas y agrandadas con estrépito mediático” y Justo Serna está totalmente de acuerdo, no veo en que está desacertada la respuesta de Kant.

    Sobre el bipartidismo, ya sabéis mi opinión. ¡Tanto enseñarles a mis alumnos que entre el blanco y el negro hay muchos matices, para que ahora me vengan con esos cuentos de que hay que votar al PSOE si no queremos que gane el PP! Somos un 30% de votantes los que no votamos a estos dos partidos, casi un tercio de los que ejercemos nuestro derecho al voto y, sin embargo, nos quieren amordazar, desean que estemos calladitos para no interferir en los debates a dos bandas. Como muy bien escribía nuestro amigo Kant en un mensaje anterior, somos muchos los que pedimos “mucho color, mucho matiz, mucha necesidad de respetar, de dialogar y de pactar” para no “empobrecer el pensamiento político, simplificar los problemas y adocenar a las personas”.

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