La identidad fotográfica

Uno. ¿Quién es el muchacho de la imagen? Lo que distinguimos es el detalle de una fotografía más amplia. Apareció en la prensa días atrás. La reproducción que aquí vemos tiene escasa calidad, mucho grano y poca precisión. Pero algo querrá decir si la hemos puesto.

Aunque el joven está de espaldas, casi adivinamos su perfil. Todo apunta a que está tocando la trompeta. Por lo menos tiene la pose adecuada, con la parte superior de su cuerpo en tensión y con sus extremidades inferiores relajadas.

Está en la playa, está descalzo y viste ropa veraniega: una simple camiseta y unos pantalones de pirata, esa prenda inelegante que tanto aprecian los jóvenes de hoy. Parece ensimismado observando el oleaje. Ignoramos si mira algo concretamente, algo que puede estar flotando, tal vez un objeto arrastrado por la furia menor de las aguas.

Parece un episodio de la vida privada. Fantaseemos. Un joven acude a la playa desierta a tocar el instrumento. Ensaya, pues. Se ha alejado con el fin de no molestar a los vecinos. O quizá no, quizá tiene un momento melancólico: necesita expresar sus emociones, manifestar su rabia o su contento, la tristeza que lo embarga.

¿Está posando? Lo vemos ajeno al objetivo de la cámara, pero tal vez sabe lo que pasa a sus espaldas. Afecta naturalidad, ignorancia. ¿O, por el contrario,  ha sido sorprendido por quien le hace la instantánea?  Si es así, el joven ignora que está siendo retratado: en ese caso, una parte de sí mismo ha sido secuestrada, justo en ese momento.  ¿Lo habrá advertido? ¿Habrá sido advertido?

Nos faltan el resto de la imagen y su significado. ¿Es propiamente un retrato o es paisajismo fotográfico, un paisaje con figura? Si apareció en un periódico, entonces tendrá pie, una leyenda que contextualice y dé significado. ¿Cuál es?


Dos. Pie de foto. «¿Música para espantar el frío en la Malva-rosa? La caída de temperaturas parece que no fue obstáculo ayer para que este joven se enfilara un look primaveral y se colocara a la orilla de la Malva-rosa para tocar la trompeta. Pese a los nueve grados de máxima y ocho de mínima que se registraron ayer en Valencia y la intensa lluvia que cayó desde primera hora de la mañana no supusieron un problema para que el joven disfrutara de un rato de soledad frente al mar. Y es que la capital provincial vivió ayer otra jornada lluviosa que, desde mediados de diciembre se ha hecho común. Según la predicción meteorológica, el próximo sábado se podrá empezar a ver el sol, aunque todavía no se sabe si será, de nuevo, sólo una tregua de unos días».

Éste es el pie de foto, efectivamente. Es lo que, en términos periodísticos, se llama una fotonoticia. Encabezaba la página de «Valencia / Sociedad» de El Mundo el pasado viernes 8 de enero de 2010: nada menos que a cinco columnas (pueden hacer click en la imagen para verla a mayor tamaño).

Otras dos noticias completaban esa plana. Sus titulares: «El temporal baja hoy la cota de nieve a los 400 metros y las temperaturas bajo cero» y «Familias no llevan a sus hijos a clase porque no hay calefacción«. Llevo varios días examinándola. Primero fue la lectura, el silencio y la incredulidad. Luego fue la relectura y el estupor. No es posible que un hecho así encabece una página de periódico, me decía. No es posible –me repetía– torturar tanto la sintaxis, colocar tan mal las comas, proferir tantas frases hechas. No es posible –me insistía– fantasear tan irresponsablemente con una imagen muda.

El autor de la fotografía es José Cuéllar. Ignoro quién es el redactor del pie. Sin datos, sin contexto que aclare, el periodista que escribe convierte al joven en metáfora. ¿En símbolo de qué? No se pregunta por su identidad; tampoco por su circunstancia o estado de ánimo. No sabemos si fue avisado antes o después. A la redacción de un periódico llegan innumerables fotografías con protagonistas anónimos. O presuntamente anónimos. Hay que completar una página. De repente, el redactor encuentra una imagen paradójica, una foto que sirve de contraste: hace frío y ahí tenemos a un muchacho al que no parece importarle. Puestos a redondear, el autor del pie cree salvarse poniendo un interrogante a una fantasía inverificable: «¿Música para espantar el frío en la Malva-rosa?» Esta fotonoticia es, pues, lo contrario del periodismo. Exactamente, su negativo.

Pero, más allá del uso periodístico, me interesa esta imagen en sí misma: algo nos dice de la identidad fotográfica, de las convenciones con que nos presentamos ante los demás. El joven trompetista (en el caso de que el muchacho toque efectivamente la trompeta) está de espaldas. O nos da la espalda.

Tres. Retratarse. Como nos recordaba Ernst Gombrich en La máscara y la cara, en el Ochocientos burgués era de todo punto inaceptable retratar la impresión instantánea.

Al menos durante los primeros años de la fotografía. Psicológicamente no podía tolerarse esa reproducción de la conducta humana. Había que prepararse para el retrato.

Nada podía dejarse al discurrir de lo diario, al gesto imprevisto. Y lo imprevisto era indecoroso; lo ordinario no era  digno de ser fotografiado. Salvo excepciones, claro.

A mediados de siglo XIX, muchos varones se dejan retratar de pie junto a columnas, asidos al mundo, enhiestos. Otros se fotografían sentados, incluso recostados en sillones más o menos vistosos. En ambos casos no mostraban naturalidad, sino dominio, poderío masculino.

Las columnas o los sillones eran puntos de apoyo muy útiles en exposiciones fotográficas que podían durar horas. Pero eran también escenografía de una representación que jamás se hacía a la intemperie o de espaldas. Había que mostrar la identidad de cara y a cubierto.

Tendrán que pasar décadas y décadas para que pueda tomarse una fotografía como la de los Trenor (que servía de motivo gráfico de nuestra Exposición ya clausurada). Este retrato lo fechábamos a comienzos del siglo XX. Por la indumentaria que llevan y por los adminículos de que son portadores.

Es una fotografía de aire cosmopolita y a la intemperie. ¡Con un varón dándonos la espalda! Pero no nos engañemos: también en este retrato hay una composición absolutamente escenográfica. Sin embargo, hacia 1909, el mundo burgués tiene ya unas aperturas de las que carecía la época victoriana. ¿Recuerdan lo que decíamos concretamente de esta fotografía?

«La cubierta de un barco, dos pasajeros elegantemente vestidos para la ocasión: una travesía. Ambos varones componen la escena. Uno mira al horizonte: no distinguimos su rostro, tampoco sus pensamientos. El otro posa sentado con languidez, con distinción: vemos su cara pero no adivinamos sus sentimientos. ¿Quiénes son? No importa averiguarlo: el individuo ahí, en la cubierta del buque, es sólo un hombre de mundo, un hombre de negocios, un viajero que emprende un tour. La cámara cuelga del hombro. Ambos esperan…»


Cuatro. La identidad fotográfica. «El éxito realmente extraordinario de Disdéri se debió justamente a su ingeniosa idea de la tarjeta de visita. Su olfato de industrial había funcionado bien y en el momento preciso. Disdéri acababa de crear una verdadera moda que iba a entusiasmar de golpe al mundo entero. Más aún, dándole la vuelta a la proporción económica existente, es decir, dando infinitamente más por infinitamente menos, populariza definitivamente la fotografía», Nadar, Los primitivos de la fotografía, 1900 (Leer más).

«Comparado con el texto gramatical, el sujeto del retrato es el rostro, su representación visual, la descripción de la individualidad que puede evocar al yo. Si la representación de las particularidades físicas del rostro se entiende ilustración del nombre propio con mayúsculas (dar la cara frente a la colectividad), el reverso de esta posición, dar la espalda, supondrá la pérdida de señas de identidad. Ni mote, ni seudónimo, sino el otro lado: el reverso (…). Si el ‘retrato cortesano’ del siglo XVI y el ‘retrato de estado’ del XVII introdujeron un canon para la representación del sujeto basado en el ideal, el ornato y los atributos de estatus, la cualidad lujosa de la superficie pulida y, en fin, la puesta en escena dirigida a centrar al personaje solo, frente al mundo, mirando directamente a los ojos, podemos considerar que en los retratos del ‘don nadie’, en las ‘figuras de compañía’, en aquellos de perfil y en los que sostienen miradas ajenas al espectador, se manifiesta una pérdida de los valores considerados principales del sujeto, según las convenciones dominantes e institucionales», Rosa Martínez-Artero, El retrato, 2004.

Cinco. Josep Renau, por Ricardo Martín. Tenemos un rostro fotografiado. La toma se realizó en 1981. Muy amablemente, Ricardo Martín me la hecho llegar. Su fotografía es el complemento gráfico de un reportaje-entrevista de Manuel Vicent titulado «Josep Renau desde un cartel en llamas».

Apareció en El País el 10 de octubre de 1981. No me interesa ahora el texto de Vicent. El escritor detallaba aspectos sobresalientes de la vida del artista gráfico, del pintor, del fotógrafo, del fotomontador: el traslado del Guernica o los exilios de Renau en México o en la República Democrática de Alemania.

Me interesa la fotografía, de una precisión extrema, como todas las que debemos a Ricardo Martín. Me interesa ese rostro, la identidad fotográfica que revela. No vemos la espalda del retratado. Ignoramos qué acarrea. Yo lo vi en persona por aquellas mismas fechas, en Valencia. Lo recuerdo pequeño y cargado de espaldas, justamente. Pero recuerdo la impresión que me causó su cabeza, blanca, o sus ojos claros. Como también recuerdo el bigote cano que era la huella de otro tiempo, de una época de hombres con mostacho, en España, en México.

Conmueve esta fotografía vista ahora, con una revelación que quizá entonces no supimos ver. Toda imagen tiene un punctum, ya lo dijimos tiempo atrás: eso que Roland Barthes llamaba así para calificar el centro de atención gráfico. Todo retrato tiene algo que sobresale y rasga, que nos interpela.

Aquí vemos a Renau mientras apoya la cabeza en la mano. Vemos las arrugas que surcan su cara, la carne que pesa, la piel cuarteada. Vemos la americana y la camisa, a cuadros: una indumentaria informal que contrasta con la edad del retratado. Hay un punto de coquetería o de desaliño juvenil en esa forma de presentarse. Pero en el retrato se distingue algo que sobrecoge: el cansancio. Por aquellas fechas, Renau parecía un viejo la mar de joven, un anciano resistente que conservaba la lucidez expresiva del artista que siempre fue. Había sido un activista, un agitador, un propagandista. Había tenido una vida convulsa y su vuelta a Valencia confirmaba su fortaleza.

Ricardo Martín supo captar lo vivido, pero sobre todo supo mostrar el agotamiento de Renau, un vaticinio. El artista valenciano posa ante el objetivo, lo mira directamente, pero los ojos vivos manifiestan un cansancio extremo, subrayado por las bolsas: un cerco. No hay sonrisa ni gesto expresivo. El artista prácticamente se recuesta y sólo su mano le impide caer. Un año después, justo un año después, Renau fallecía. También Disdéri, el creador de la carte de visite, el activista de la fotografía, se hizo un autorretrato con la mano en la cabeza. El retratista francés no miraba a la cámara: posaba de manera aparentemente distraída. Siglo y pico después, Renau es captado por Martín. ¿Tienen algo en común?

Ese gesto, tantas veces visto. Es el ademán de la reflexión y del cansancio. Pero también de la naturalidad con la que tantos varones se han hecho retratar. Recostados sobre una mesa, sobre un aparador, el hombre nos mira y reflexiona. En algunos casos hay algo de desesperanza; en otros hay algo de desenvoltura.

Seis. Colofón. Sor Juana Inés de la Cruz

Este que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil del hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

56 comentarios

  1. Me deja en ascuas lo de la foto, lo de ver gente tocando un instrumento en la playa de forma un tanto anárquica y extemporánea me hace pensar en Fellini, no sé por qué, creo que por ese caos organizado de sus películas, esa aparente espontaneidad sin embargo tan tribal. En relación con el enlace que nos proporciona José A.Millón… es espeluznante, sí. El franquista fue un régimen basado en el terror de principio a fin, un régimen criminal sobre cuyas responsabilidades -pienso por ejemplo en los torturadores- se debería seguir rastreando. Y, sin embargo, algunos elementos del trailer que me llaman la atención no están tan lejos. Periódicos: «Muere un estudiante a consecuencia de los incidentes», o, «la policía se ve obligada a reaccionar ante los ataques de que fue objeto». Es una asquerosidad, la aplicación exhaustiva de los dictados del Ministerio de la Verdad del que hablaba Orwell… sí, pero, qué quieren que les diga, pongo Canal 9 y experimento a veces la misma sensación… y me produce impotencia, la verdad, porque esa miseria moral la pagamos todos.

  2. Don Justo, me tiene usted en ascuas. ¡Siga, hombre de Prometeo, no se detenga! Es que… no se lo va a creer pero yo no veo casi nada de lo que usted dice. Veo otras cosas. A veces veo muertos. Así que me quedaré calladito para no enturbiarle su propósito pero sepa que lo sigo muy atentamente, a ver por donde nos sale…

  3. ¡Maldita sea! No le había leído, don David… Henos aquí, compartiendo hasta las ascuas… ¡qué despropósito!

    Y, mire, a renglón de lo que va contando por lo que el señor Millón aportaba, y hasta que el sr. Serna nos saque de dudas fotográficas, le traslado una duda (irónica) que corroía a Raimon – el cantante – entrevistado en Canal 33. Se preguntaba él o un contertulio suyo – pillé la entrevista comenzada y había varias personas – cuándo iba a acabar la Transición (la Santa Transición, que dice don Miguel Veyrat). ¿O acaso lo de la memoria Histórica no es parte inequívoca de ese tránsito? ¿Y alguien ha reparado que en unos pocos años la Santa alcanzará, en tiempo de duración, a la II Dictadura? Aquella, de 1975 a 2010, ya “transita” desde hace 35 años; ésta, de 1939 a 1977, son 38 años. Encima sin la certidumbre de que el proceso esté acabado… ¿Cabe en la cabeza de alguien que un proceso político transicional dure más que el proceso político superado?. Hala, se lo van pensando…

  4. Bueno pues yo a lo de las ascuas me sumo. Estoy igual de expectante que el resto de contertulios. Todo son interrogantes pero me quedo con el título que me parece especialmente sugerente. ¿Qué nos aporta una fotografía de la identidad de una persona? sí que nos certifica de alguna manera una presencia, pero ¿nos dice algo más? A ver si el post sigue por esos derroteros. Como ve, la cabra tira al monte y cada uno interpreta una cosa.
    Sr.Pumby ¿leyó La elegancia del erizo?

  5. Reposa plácidamente, el libro, a la espera de que acabe con las últimas peripecias de Marco Didio Falco, pero en ello estoy, señora R.S.R. ¡No me dirá usted que está en ello? o, más, que ya la hubiera leído…

    Ejem, don Justo, no nos haga más “de sufrí”…

  6. Sra. R.S.R., sr. Monytesinos, sr. de Villa Rabitos. He revelado, ya ven, parte del pequeño misterio. Pero eso no significa que el post haya acabado. Yo aún estoy en ascuas.

  7. Pues fíjese, Pumby, mis alumnos creen que Franco es un señor de hace mucho, mucho tiempo… ¿Verdad que a usted no se lo parece? Mi padre nació en el 31. Un día le dije, para chincharle: «tú eres hijo del franquismo». Y me contestó: «hijo, padre, cuñado, primo… y todo lo que te apetezca, yo al Rana me lo tragué enterito, querido». Veo que R se refiere a la novela, yo no la he leído, pero este fin de semana vi la película y me gustó. ¿La han visto?

  8. Mis hijos sienten a Franco como nosotros a Alfoso XIII, como algo que han estudiado, muy lejano. Está bien. Pero yo lo tengo sentado en las rodollas, mire usted. ¡Le dije a mi padre lo mismo que usted, David P.! Es muy curioso todo porque me contestó algo parecido: «Hijastro y víctima, hija mía» y lo llamaba, aparte del enano sangriento y el enano del Pardo, el batracio. Qué cosas.

    Esa foto, Justo… Está muy montada. A no ser por fuerza mayor (muy mayor) nadie que lo toque lleva un instrumento metálico cerca del mar. Los hace polvo.

  9. No excluyendo que la fotografía sea un montaje, doña Ana, es decir, que haya habido una planificación previa, que se hayan calibrado el espacio, la luz, los detalles y el contexto de su difusión; no excluyéndolo, digo, la foto posee una cierta poeticidad (sí, ya sé, eso está muchas veces en la mirada, en la voz que recita o en el oido deleitado), un aire de locura que me atrae. Y no aludo al frio que suponemos que estará pasando el joven en manga corta, si es que está tomada estos gélidos días, no. Es la imagen del piantao, del músico que dirige su nota al movimiento de las olas, acompañándose de la sonoridad marina del batiente oleaje. Un música al alba o al orto, no se sabe muy bien. Un acto desinhibido, gratuito, de una candidez abrumadora.

    Sí, estamos en invierno, gracias por la lluvias, por la nieve, no somos mas que juncos que nos mece vuestro viento y vuestra fuerza. Mi viento, mi fuerza no es más que este soplo musical que modulo y que os muestro y os dono.

    A David le ha traído la imagen de las películas de Fellini, a mí las canciones del aquí recordado Antonio Vega, ¿se acuerdan?

  10. Ana, a propósito de si la foto es un montaje, dice: «Esa foto, Justo… Está muy montada. A no ser por fuerza mayor (muy mayor) nadie que lo toque lleva un instrumento metálico cerca del mar. Los hace polvo». Ana, usted piensa que el trompetista de la fotografía es un músico cabal. Por tanto, nadie sensato se llevaría la trompeta a la playa. No lo sabemos. Digo que no sabemos si el chico es un músico cabal. Ni siquiera si es músico. No tenemos datos sobre el muchacho. Eso es lo que invalida una fotonoticia de este tipo, pues convierte al joven en un signo vacío, en un significante sin significado real…

    Yo, contrariamente a lo que dice el sr. Millón, no le veo poesía alguna a esta foto. Lo digo con todo el respeto. Otra cosa (y es lo que pretendo desarrollar) es el reconocimiento icónico de una pose, la del muchacho.

  11. Señor Millón, más le vale que la foto haya sido tomada al alba, porque -caso de haber argentinos leyéndonos- podría resultar extraño relacionar la poesía de la que habla (y con la que Pumby no está de acuerdo) con el «orto», tan poco poético él…;-)

    A mí no me parece un músico cabal, como dice don Justo. Más podría verlo en un grupo de feriantes, de saltimbanquis, de cómicos, detenidos por el mal tiempo en su viaje. El muchacho, aburrido de esperar que se restauren los caminos, pasea por la playa arrancando sonidos sin pauta a su trompeta, esa que utiliza para convocar al pueblo a su espectáculo, y que (como doña Ana supone) no le resulta más familiar de lo que le resultaría una bocina, empleada para el mismo fin.

    Creo que, cerca, podría haber una vieja rulot, tal vez convertible en caseta de feria, junto a la que el resto de la «troupe» calienta sus manos en una hoguera prendida en un viejo bidón.

    O tal vez no…

  12. Exacto, exacto, sra. Bou. Lo que usted dice de manera tan humorística…

    Me he imaginado la escena que describe. La ‘troupe’, la caravana. Dios.

    O tal vez no.

    Por otra parte, ¿ustedes han leído bien el pie de foto? «La caída de temperaturas parece que no fue obstáculo ayer para que este joven se enfilara un look primaveral». ¿Uno se enfila un look? «Pese a los nueve grados de máxima y ocho de mínima que se registraron ayer en Valencia y la intensa lluvia que cayó desde primera hora de la mañana no supusieron un problema para que el joven disfrutara de un rato de soledad frente al mar». ¿Quién le ha enseñado a redactar? «Y es que la capital provincial». ¿La capital provincial? ¿Es que hay otra cercana que no lo sea? «Vivió ayer otra jornada lluviosa que, desde mediados de diciembre se ha hecho común». ¿Y la segunda coma? «Según la predicción meteorológica, el próximo sábado se podrá empezar a ver el sol». ¿…? «aunque todavía no se sabe si será, de nuevo, sólo una tregua de unos días”. ¿…?

  13. Pero, ¿cuánta sabiduría lingüística, doña Marisa? Desde luego ni yo soy argentino, ni me dirijo a ningún argentino, por lo que a duras penas iba este vocablo a tener su referente a esa imagen que aparece tan jocosa :-)

    Aunque, si bien lo pienso, no me extrañaría nada que el jovencito entonara un canto jovial a una noche feliz en el «orto».

  14. ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Señor Millón, sus conclusiones son más atrevidas que las mías! Entonces, ¿puede ser que la nostalgia que destila la foto, sea de amor?

  15. Poco misterio ha desvelado, sigo sin saber donde va a ir a parar. Yo sé que a usted le escandaliza, a mí también, pero dada esa batalla que yo tengo emprendida con algunos signos de puntuación, me parece honesto ni opinar.

    Sr.Pumby, ya la leí, este verano sin ir más lejos. No le desvelo nada de esta historia simpática y extravagante. Ya me contará, algunos pasajes son realmente preciosos. Yo la película no la he visto, pero el libro me conmovió.
    ¿Habla usted de Marco Didio Falco el detective? ¿El de “La plata de Britania”? No me lo puedo creer.

  16. Hay buen periodismo, poco. Y mal periodismo, demasiado. El píe de foto que acompaña a esta imagen pseudopoética pertenece al segundo género. Es malo, rematadamente malo. Mal redactado, mal traído, sin gracia, sin poesía, sin nada destacable, ni como píe de foto, ni como breve comentario meteorológico.

    La foto es otra cosa. Puede sugerir mucho, incluso podría servir para inspirar el inicio o el final de una buena o mala novela. Como foto periodística no dice nada, absolutamente nada. Más bien parece que el editor del diario se ha dejado llevar por un cierto espíritu bucólico que siempre se saca a relucir cuando hace mal tiempo.

    Hablar del tiempo, del mal tiempo, siempre es una escusa para no hablar de otras cosas. Es uno de esos lugares comunes, de esas muletillas, de las que se habla cuando no se quiere decir nada. Un recurso muy socorrido, no sólo por los periodistas.

    Por cierto, ya que se trata del diario El Mundo, les sugiero que estén atentos a cómo este periódico informa sobre la polémica –no sé si es apropiado el termino- suscitada a raíz del informe del Ministerio de Cultura declarando que hay indicios de expolio en el plan del Ayuntamiento de Valencia de prolongar la Avenida Blasco Ibáñez hasta el mar partiendo por la mitad el barrio del Cabanyal.

    Mientras don Justo nos desvela toda la intriga de este post, me apunto a las ascuas.

  17. Perdonen, estoy algo resfriado (y armando muebles “precocinados” de una empresa sueca a la que Camps no deja radicarse en el País Valenciano… ah, los «liberales») y ayer no pude entrar al “blog” de don Justo. Bueno, ya sabía yo que tenía que callarme. En efecto, poco o nada tenía que ver lo que iba a comentar, por lo que me sugería la foto, con lo que ahora estamos tratando. Valga como ejemplo que yo no “vi” al trompetista descalzo.

    Por lo demás, vengo en este caso a coincidir con don Alfons y no abundo más en el asunto. Lo que sí me hizo gracia fue las opciones que dieron ustedes a la presencia del trompetista junto al mar un horroroso día de frío. Indubitablemente, doña Ana tiene razón: un instrumento metálico junto al mar tiene sus días contados, más, ay, estamos en un País que todo él, por más alto que se esté, incluso encaramado a la Meseta, da al mar. Y, paralelamente, es tierra de bandas de música, una formación musical que tiene en los instrumentos de viento su parte suculenta. No hay contradicción. Aquí se toca la trompeta junto al mar independientemente de que la fotografía fuera un “posado” o un «robado» (observen mi dominio del lenguaje de la prensa rosa). Así que bien puede ser de un músico de banda en pleno arranque melancólico (coincido en ello con lo poético que apunta el sr. Millón), o bien un aficionado, émulo de Chet Baker, ajeno al mundo (y al Mundo)… o ¿porqué no? simplemente un trompetista en plena intoxicación etílica propiciada por la proximidad de los lugares públicos de expedición de bebidas espirituosas y alcohólicas dedicadas a los festejos y alegrías privadas. De baretos, vaya, de los que la zona anda bien provista. Lo cierto es que puede ser demasiado, o demasiado poco. Seguimos a la espera.

    Don David, leñe, claro que he visto “El erizo” ¡pero si la recomendé hace un “post” o dos…! Oiga, sabe, con eso que ha dicho de sus alumnos… en fin… debo estar en plena regresión… A mi también me da la sensación que lo de Franquito fue hace mucho, mucho tiempo… pero mucho tiempo. Como puede suponer, por otra parte, en mi condición de “granota” que se compare a aquel hombrecillo frustrado con una rana o un batracio, hombre, duele, duele en mi alma azulgrana por más que no sea un forofo del fútbol.

    Como le decía al sr. Montesinos, señora Erreserre (¡por el chápiro verde, señora mía, qué nombre tiene usted!), sí que vi ”El erizo”. Y sí que me gustó. Me llegó. Al final, digamos los diez últimos minutos, me los pasé como una Magdalena inconsolable. Algo debe pasar con esa peli porque las señoras aguantaron el tipo muy bien pero los caballeros – no fui el único sometido a las lágrimas – caímos en tropel en los más desconsolados llantos. Un espectáculo. Encima, el tipo que tenía delante estaba afectado por algún tipo de resfriado y sus atronadoras absorciones de mucosidad distraían la atención del respetable (yo estuve a punto de estrangularlo, pero creo que había más voluntarios para el homicidio). Bueno, perdón, que me voy del tema. Yo, en cuanto vi que los críticos cinematográficos dudaban de la calidad de la cinta, me dije, “tate, ésta es buena”, y sí, lo es, la crítica profesional no falla nunca.

    Respecto a la obra de Lindsay Davis. No me lo puedo “de creé”… ¿también le gusta a usted?… Por mi parte, independientemente de que me divierto mucho leyendo a una autora tan inteligente, me he propuesto el noble empeño de seguir las trapisondas de un tipo al que, ya demasiada gente, asocia con mi propia figura… aunque sólo en la parte de las desdichas, no en la de las fortunas. Y en ello estoy. Voy por la sexta novela… ¡sólo me faltan catorce! si no me he descontado. ¿No me diga que usted es como Helena Justina que me da un pasmo!…

  18. «El Gato»

    1. Sr. De Villa Rabitos, hablemos de películas. Dice usted que «los caballeros caímos en tropel en los más desconsolados llantos». Primera pregunta: ¿Los gatos también lloran, que decía aquel folletín latinoamericano? Segunda pregunta: ¿Pero ustes es un caballero o un gato? Ah, y no me diga que es usted un gato caballeroso o un caballero muy felino. Como dijo doña Ana Botella, o manzanas o peras.

    2. La única solución que veo a este enredo es que usted quiera ser como aquel personaje que interpretaba Cary Grant en ‘Atrapa a un ladrón’. ¿Recuerdan? Se le conocía como «El Gato». Era un ladrón de joyas ya retirado, cómodamente instalado en la Riviera francesa. En un determinado momento se cometen una serie de robos. «El Gato» es el principal sospechoso. Como él no es el responsable de dichos delitos, intenta atrapar al auténtico ladrón. En sus pesquisas conoce a una rica heredera que interpreta Grace Kelly. ¿No será R.S.R su Grace Kelly?

    3. A mí también me gustaría parecerme a Cary Grant. De hecho, si tuviera que reencarnarme, me gustaría hacerlo con la percha, con la apostura, con la talla, con la elegancia de Cary Grant.

  19. Doña Ana Botella dijo que no había que mezclar peras y manzanas, pero es que ella siempre asumió los deseos de su marido, el señor Aznar, quien siendo aún presidente dijo que a él le gustaba «la mujer-mujer»

  20. Sr. Serna, pero a dónde quiere llegar. Con tanto apuntarse a las ascuas, como dice el sr. Alfons, no vamos a quedar sino chamuscados. No acabo de entender el paso de la Malvarrosa a Disdéri, cuyo nombre aparece a penas le acercamos el puntero de la flechita. Del susodicho, de quien no sé nada, pero cuya biografía somera se puede rastrear en el google, ¿qué cabe decir de él en este contexto? ¿Fue acaso el que hizo alguna fotografía de Trenor?
    Seguimos en el ascua y esto huele a chamusquina.

  21. Sr. Millón, llego al lugar del que partía. A la identidad fotográfica, al modo con el que nos presentamos ante los demás, a la manera con que los fotógrafos nos captan de acuerdo con convenciones establecidas.

    No me gustaría avanzar en línea recta; prefiero siempre tantear. O, mejor, me gusta siempre avanzar lateralmente. Digo lateralmente y pienso en Elias Canetti.

    Permítanme reproducir su célebre aforismo, tantas veces repetido:

    «A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan ‘lateralmente’, como los saltos de caballo en el ajedrez.

    «Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobretodo, lateral.»

    Elías Canetti, ‘El suplicio de las moscas’, IX. Apuntes (1942-1993), pág. 685.

  22. Discúlpenme que no hubiera respondido con mayor prontitud a don Justo pero este maldito resfriado y la última ocurrencia de mi empresa, me tienen el tiempo raptado y la cabeza embotada.

    Obligatorio el recuerdo para el desastre de Haití. Es en estos momentos críticos cuando uno se pregunta dónde está su Dios, el suyo, el judeo-cristiano…

    Y aquí lo dejo que me encrespo.

    Paso a contestarle, sr. Serna. Respecto a su primera cuestión, la duda ofende, ¡por supuesto, los gatos lloran!… y sangran cuando los hieren… y aman cuando pueden… y más… son hijos de la misma Madre Natura que alumbró el Cosmos.

    Respecto a la segunda, si usted me cita como autoridad – ¿autoridad?, bueno, es un decir – a Ana Botella, permítame parafrasear del conservador Evelyn Waugh el título de su obra “Oficiales y caballeros”. Con Pumby de Villa Rabitos, el gato, y Joan Planxadell i Recatalà, el humano, pasa lo mismo que con aquel título, ambos son ambas cosas en una sola persona: gato y humano (demasiado humano)… la Santísima Dualidad.

    ¡Por todos los Dioses, don Justo! Qué más quisiera yo que reencarnarme en ese esplendido figurín de Cary Grant. Lo de él sí es elegancia. No sólo le alabo el gusto sino que se lo disputo. Quédese usted con Frank Sinatra y déjeme a mi al británico. ¡Es que lo quiere todo! Distribuya, hombre, distribuya… Bueno, vale, se lo dejo ¡pero me pido a George Clooney!

    Donde ya no nos vamos a entender es con Grace Kelly. En general, las rubias oxigenadas de sir Alfred Hitchcock, me dan un poco de grima: tan tiesas, cerúleas, inexpresivas, atrapadas por una belleza propia de los bárbaros del norte, esa gente sencilla y bruta de más allá de los “limes”. Pero es que la Kelly, en particular, llevaba su cuna en Filadelfia como una bandera, una bandera provinciana – ya sabe usted como son estos personajes presuntuosos de las colonias – que proclamaba a los cuatro vientos su estar impostado, su falsa elegancia (¡qué diferencia con Cary Grant o con George Clooney a quien citaba «ut supra»!). Sólo podía acabar como princesa consorte de un país de opereta (siempre sospeché que el diseñador de los trajes de las fuerzas de orden monegascas debió ser un expatriado de Freedonia, expulsado de allí, simplemente, por decoro… era indecoroso tener un ciudadano con semejante gusto). Princesa de ópera bufa, con marido obtuso, hijos lelos y un final cinematográfico. No, no me interesa esa señora. Por eso mismo se me hace impensable aplicar su imagen a mujer alguna que fuera inteligente.

    Interesante lo que el ciudadano Aznar dijo sobre sus gustos, don David, desconocía tan profunda reflexión del pensador español. Sólo falta saber si cuando enunciaba que le gustaban las “mujeres-mujeres” se refería a su propia esposa o a otras. Lo comprendo. Pienso en el desconcierto que debió sufrir escuchando su esposa, una señora de bien, de orden, de derechas vamos, recomendar que los chicos se fueran con los chicos y las chicas con las chicas… ¿o hay alguna otra explicación para “las peras con las peras y las manzanas con las manzanas”?… en fin, una proclama homofílica (entiendo como tal lo contrario a homofóbico) que en nada adornaba la panoplia argumental del matrimonio. Claro, que, bien pensado, si la señora de Aznar hubiera propuesto una macedonia de frutas (las peras, con las manzanas, las manzanas con las naranjas, las naranjas con los plátanos…) igual hubiera tenido una lectura libertina que tampoco era recomendable para la buena marcha de su espíritu y el candor de su alma inmortal. En fin, ¿por qué se metería esta señora en las huertas frutales? ¿Ve usted, sr. Montesinos?, la señora Botella, no es una mujer-mujer, es una mujer-hortelana. Entienda, pues, la decepción de aquel.

    Y paso al asunto del “pensamiento lateral”. En alguna que otra ocasión he citado a Edward de Bono. He de volver a hacerlo, su obra de igual título presenta un espléndido método de desarrollo de la creatividad. No sé qué vínculo puede haber entre Canetti y de Bono pero lo que cita don Justo es perfectamente coherente con el planteamiento del maltés que, podría resumirse, en la forma para “escapar de las ideas fijas”. Les paso el nexo de la wikipedia… para que practiquen “lateralidad”: http://es.wikipedia.org/wiki/Pensamiento_lateral

  23. Regreso, lateralmente, al tema del post. La identidad fotográfica. Añado un quinto apartado que empieza con un retrato de Josep Renau, obra de Ricardo Martín.

  24. A su pregunta, Sr. Serna, se me ocurre decir que podríamos encontrar puntos en común en ese afán por buscar el movimiento en la fotografía, ir más allá del estatismo. Disdéri con su objetivo múltiple, intentando captar esa imagen procesual; Renau con sus fotomontajes y collages. O bien, esa sublimación y escenificación (ob-scenidad) del desnudo femenino. No sé.

    Yo también vi a Renau en el 81, 82, en la antigua Facultad de Filosofía y Letras, hoy ocupada por Geografía e Historia, en una conferencia, de la mano de nuestro profesor de Estética, Román de la Calle. Fue genial, su desparpajo, su voz, su gesticulación, recuerdo que se echaba la mano contínuamente a la cabeza, en ese gesto que recoge la foto que nos muestra usted, en situación de meditabundia y de remembranza. Yo recuerdo la image que nos ofreció del Cabanyal, recordando a los gatos caminando por las maromas de los barcos amarrados. Un tipo estupendo. Más tarde, acercándome a la biografía de Lluís Guarner lo he conocido más de cerca, porque coinciden sus primeros años en la Valencia de los 20-30. Un íntimo amigo mío, también de Sagunto, Albert Forment, indagó en su vida y en su obra y me ha contado cosas extraordinarias.

  25. El amigo Salvador Jàfer nos ha mostrado hoy en facebook una joya de cine histórico. Se trata de «Gharnata», un film pakistaní sobre la caída de Granada. Está en youtube en 16 partes, ¡lástima no saber paquistaní!
    Fíjense al comienzo del vídeo, en el mapa de la Península y dónde se sitúa Granada, así como la aparición después de un «extraordinario» globo terráqueo. ¡Insuperable!

  26. Sr. Millón, la geografía como fantasía…

    Todo es pura fábula. Y es la fantasía que uno le añade: cuando salen los títulos de crédito aparece una actriz que tiene un aire de Lola Flores. Cuando joven. Y otro actor que me recuerda a Peter Ustinov igualmente joven. Y otro actor se me antoja Peter Sellers disfrazado. Quizá en ‘El guateque’

    Qué barbaridad.

  27. Bueno, don Juan Antonio, vaya documento cinematográfico el que nos obsequia… Corríjame si algún hebreo o conocedor de la fe en Yahavé nos lee pero, me parece que entre el impensable globo terráqueo y la puerta de salida de la estancia (la que preside una cruz y custodia una especie de par de templarios-monjes blancos) hay una Torá. Vamos, la guinda del escenario. Con todo, tampoco hay para quejarse, el mapita de la Península es algo caótico, sí, pero Granada está en su sitio. Y si hiciéramos un comparativo con las películas de Cifesa o de Hollywood, pretendidamente históricas, de aquella época (e incluso de hoy, en el caso estadounidense), ésta producción pakistaní no saldría mal parada. El mismo prisma caricaturesco, histriónico, ridículo e insultante con que nosotros vemos “a los moros” es el que aplican éstos para vernos a “los rumís”, que rumís somos para ellos, romanos.

    Parece, pues, que la única forma que tenemos de “ver al otro» es deformándolo. Y no creo que sea algo sólo achacable al cine por funcionar con guión. Dudo que la fotografía pueda evitarlo por completo. El posado ya indica una intención deformadora de la realidad. El caso de la fotografía antropológica es toda una declaración de esa visión sesgada vinculada al propósito ideológico del fotógrafo antropólogo.

    Pero si hablamos, ya, de la fotografía personal en el propio medio occidental, entre occidentales quiero decir, la capacidad deformadora es muy superior. No sólo existe el propósito del fotógrafo, es que el fotografiado no es una cebolla – y en el caso de Renau, encima, tratándose de un finísimo artista – Así que éste no se comporta como una entidad pasiva; es activo, posa, o sea, se coloca de una forma determinada, no casual.

    Permítanme ser, entonces, especialmente escéptico con la fotografía de posado. Su misma definición apunta al escenario, a la tramoya, lo fingido. Por más atribulado que uno esté, no va sujetándose la cabeza por el pasillo de su casa. Creo que es peligroso jugar a “extraer” del interior del fotografiado su personalidad a partir de sus imágenes de estudio. ¿Y de las otras, las captadas sin premeditación, casualmente, en un instante?…

    Bien, ya advertía don Justo cuando estuvimos debatiendo sobre las fotografías de los Trenor, que, en realidad, esa placas sólo congelan un segundo; desconocemos que hubo antes, ignoramos qué habrá después. Tienen el valor del momento, algo nada despreciable por cierto, pero no pasa de ahí, de ese momento. Así que, para mi gusto, mejor si reubicamos a la fotografía en su sitio, como arte gráfica, sin duda, pero sin atribuirle más méritos de los que ya tiene y que no son pocos.

    La fotografía es uno de los mitos de la modernidad. Un mito bastante acrítico consigo mismo. Afortunadamente, las nuevas tecnologías, con sus nuevos formatos de captación de imágenes, lo han puesto en entredicho al democratizar la foto. El gabinete burgués y el profesional postmoderno han quedado mejor encuadrados ahora, cuando descubrimos, por ejemplo, el pavor de Haití, la desdicha humana, el desgarro familiar, el hundimiento comunitario de aquel país tras su terremoto a través de las imágenes que nos han aportado personas que pasaban por allí con su móvil o su camarita digital de todo a cien (con tres píxeles ya van sobrados). Foto sí, pero en su justa medida.

    Un ex-curso. Acabo de darme cuenta que en el lugar donde se encuentra el final del “post” y el inicio de los comentarios de los contertulios, aparecen unas estrellitas doradas. Igual hace un siglo que están saliendo pero, palabra, que no me di cuenta de ellas hasta ahora. ¿Alguien podría decirme que son?

  28. Este que ves, engaño colorido,
    que del arte ostentando los primores,
    con falsos silogismos de colores
    es cauteloso engaño del sentido;

    éste, en quien la lisonja ha pretendido
    excusar de los años los horrores,
    y venciendo del tiempo los rigores
    triunfar de la vejez y del olvido,

    es un vano artificio del cuidado,
    es una flor al viento delicada,
    es un resguardo inútil del hado:

    es una necia diligencia errada,
    es un afán caduco y, bien mirado,
    es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

    Sor Juana Inés de la Cruz.

  29. Gatito, me decepcionas. En todas partes aparecen esas estrellitas doradas, que no son -ni más ni menos- que elementos de voto: cinco estrellas, cinco puntos. Se puede votar, de uno a cinco, para mostrar cuánto nos ha gustado la entrada que estamos comentando. ¡Pruébalo! Vota, y lo comprobarás.

  30. Ah, pues sí. Ya voté. Gracias, doña Marisa. Ah y gracias por sentirse decepcionada, si lo llego a saber la decepciono antes.

  31. Ah, me van a perdonar la deformación profesional, pero me ha subyugado, en el momento en que la chica languidece sobre el sofá de mimbre y el Peter Sellers de Justo la mira como un galán de cine mudo, ese arreglo rupestre de «Granada» de Agustín Lara, nada menos, del que realiza la de la peli, A. Hameed, que comienza a sonar, como a empujones, en el minuto 6:8 y llega a su máximo espledor en ese momeno para reforzar la escena y que no olvidemos dónde estamos :-) El golletazo con que termina la «cita» en el 8:50 no tiene igual.

    A ver si me pueden ayudar. El fotograma con que se inicia el fragmento de película, que corresponde al viaje en el coche de caballos del comienzo, que es una bellísima imagen de una mujer con pañuelo de gasa a la cabeza (minuto 3:26) ¿A qué cuadro del XIX-XX de quién es exacto?

    Pumby, Pumby, no me sea (me cuesta ustear a mi querido gato) borde con Doña Marisa, que es una preciosidad de persona.

  32. A ver, me precipito a comentarle doña Ana – con lo bien que le salía el voseo a mi hermano Manel y lo a contrapelo que me viene a mi… No crea, no, que yo también sufro con estas formas alcanfóricas de dirigirme a usted – perdón, le decía que quería indicarle un par de cosas y media.

    Una. Debe ser este pertinaz enfriamiento, que me tiene más abobado que de costumbre, el que se me deslizara el zarpacillo – que no pasó de eso – a doña Marisa. Fue un error. Lo siento. Doña Marisa, le presento mis excusas.

    Dos. ¡¡Era eso!!… era el “Granada” de Agustín Lara en versión pakistaní. El caso es que lo escuchaba y no daba crédito, pero claro, si lo dice usted, se desvela el misterio, tiene usted toda la razón…

    Y medio. Lo del minuto tres veintiséis… me resulta tan inquietante ver la imagen de la joven Lola Flores – como tan acertadamente señala don Justo – en medio de los páramos de Wahiristán meridional – afamada región pakistanesa propicia en salacistas – que no puedo dejar de imaginar a la buena señora, q.e.p.d., raptada por algún exótico emir y transportada en alfombra mágica a aquel terruño tan del agrado del Profeta, así que mi mente se nubla y no alcanzo a ver otra cosa que «la Dama del Armiño», de El Greco. Fue lo primero que se me ocurrió, no está, obvio, ni el el XIX ni en el XX. No obstante ¡no me digan que el de vestuario (que igual era de algún primo islámico de Cornejo) no le tiene un aire a la obra del cretense!… Esa cabeza cubierta de gasas, esa mirada entre curiosa y temerosa, la timidez inherente a la figura, los ropajes de postín… En fin, doña Ana, que no alcanzo a más. Desvélenos lo del cuadro, por favor.

  33. Vaya ramillete de curiosidades que nos ha desvelado doña Ana. Yo, como Pumby, no atino a decir qué cuadro o qué autor, aunque también encuentre un «aire de familia», en esta imagen de mujer con velo, por otra parte tan codificada en el arte. Tan codificada como ese gesto de la palma de la mano en la sien, una muestra de los códigos gestuales (vale decir sociales, icónicos) y fisiognómicos que tanto han operado en las relaciones interpersonales y que han pasado al archivo del imaginario. Por cierto recuerdo páginas estupendas sobre fisiognómica de Julio Caro y sobre la retórica de la gestualidad en los actores, de Evangelina Rodríguez.

    Del poder de la imagen, aunque más allá del retrato, hoy en su muy interesante columna de El País, comenta David Trueba el poder y la manipulación de la imagen. A destacar del poder fantaseador: «O como la entrada de Tejero en el Congreso, que muchos creen haber visto en directo en la tele aquella tarde de lunes, cuando en realidad las imágenes no estaban siendo retransmitidas». Y de la manipulación, el extraordinario caso de Rodrigo Rosemberg, que filmó un video de gran patetismo, y que, según una Comisión judicial ha concluido, organizó su propio asesinato con la intención de imputar en su muerte al presidente guatemalteco Álvaro Colom y lograr su derrocamiento.

  34. Señor Millón, a vueltas con lo que dice hoy David Trueba. El imaginario con el que definimos nuestro recuerdo del «acontecimiento real» de la toma del congreso proviene en realidad de un montaje audiovisual, «montaje» en el sentido más cinematográfico del término, por cuanto lo que se nos ha quedado de aquello es un relato, el que reconstruyeron en TVE en los días posteriores al golpe fallido y que ha quedado como referencia de todos los documentales posteriores. El plano que yo vi en aquellas horas dramáticas fue, durante muchas horas, el plano fijo de una cámara que, si no recuerdo mal, terminó siendo apagada por los golpistas. Ese plano es «insoportable» para el espectado. Es larguísimo, su fijeza es intolerable para quienes, como usted o yo, estamos acostumbrados a una forma institucionalizada de relato cinematográfico. Sucedió esto, después Tejero habló con…, luego el Rey apareció, después esto y lo otro… Es un relato, un relato reconstruido en el mismo sentido en que lo es por ejemplo el «parte» diario de Gran Hermano. La realidad es captada por las cámaras, se articula un relato que enlaza con lo que los días anteriores se había hecho interiorizar al espectador y entonces se determina qué es lo que ocurre en la casa, siendo conducida la sucesión de imágenes «reales» por la narración del presentador, que nos explica a priori cuál es el sentido de lo que vamos a presenciar, nos indica cómo tenemos que interpretar las imágenes sin duda reales que vamos a ver. Lo que a nuestros ojos constituye el 23-F es en realidad una construcción televisiva, pero lo que creemos contarle a nuestros niños es la Verdad. Esa verdad se diseñó en los días posteriores y se puso en imágenes, como todo relato.

    En atención a lo que indica, recuerdo lo que me sucedió hace como diez años en el instituto alicantino donde impartía clases. El lunes, mi compañero de automóvil me pregunta si me había enterado del escándalo. Se refería a lo de Ricky Martin, la niña, la mermelada y el perrito de marras. Pregunté en clase, porque me suscitaba curiosidad, si lo habían visto. Hubo como diez alumnos que decían haberlo visto. Al día siguiente yo ya no tenía duda de que todo, absolutamente todo lo que se había escampado, era un bulo. Sometí a los «testigos» a un tercer grado. Tres siguieron insistiendo en haberlo visto. Dos se terminaron descolgando: «es que creía que te referías a si habíamos visto el programa», «es que yo no lo he visto, pero mi primo sí», etc… Pues bien, quedó un alumno que me juró por Dios que lo había visto y me relató todos los detalles. Le dije que me estaba mintiendo, que todo era falso y le mostré verdadera indignación. No dudó ni un momento: él lo había visto. ¿Qué le parece?

  35. En esto de despropósitos emitidos como imágenes veraces, yo creo que la palma se la lleva la justificación de la Guerra del Golfo a partir de unas imágenes… ¡de Alaska! ¿Recuerdan aquellas patéticas llamadas a salvar la ecología de la región – o del mundo –, o lo que es lo mismo, a demostrar que la maldad diabólica de Saddam Husseis llegaba al extremo de petrolear a pacíficas gaviotas y sus polluelos? Los EEUU lo tenían crudo en aquel momento. La opinión pública mundial ni aprobaba la invasión del Iraq ni se escandalizaba porque Saddam Hussein hubiera gaseado a unas cuantas decenas de miles de kurdos o de chiítas, así que recurrieron a lo que estaba de moda, “la ecología”. ¡Y vaya éxito tuvieron! Durante semanas estuvieron emitiendo las imágenes de un desastre ecológico ocurrido en Alaska por el hundimiento de un megapetrolero sin que la voz de los ornitólogos fuera atendida ni un solo instante. Clamaban estos porque la especie de ave que machaconamente aparecía, por más cubierta de alquitrán que apareciese, era reconocible y no era propia del Golfo Pérsico, al revés, que era del Círculo Polar Artico. Bueno, pues acá tuvimos al habitual coro de periodistas, tertulianos radiofónicos y sabios mil, poniendo a caer de un burro a Saddam por el atropello a los pájaros (de kurdos y chiítas, terroristas en tropel, ya saben, ni una palabra). Pues nada, aún cuando finalmente, pasada la guerra, el Departamento de Estado no tuvo más remedio que reconocer el engaño (y no les hablo del caso de la incubadora del hospital de Al-Kuwait, en el que “demostraron” como los malísimos iraquíes cometían atrocidades que dejaban en mantillas a san Herodes Infanticida, porque eso fue para consumo interno estadounidense), aún queda gente, decía, que sigue insistiendo en los males a la ecología que provocó aquel engendro del mal… aquel déspota, al que ahora tanto añora Occidente.

    Por cierto, don Juan Antonio. Tal vez no nuestros hijos, puede que ni nuestros nietos o bisnietos, pero tal vez, algún día, puede que sepamos la verdad de la muerte de Rodrigo Rosemberg. A mi, estos casos tan rocambolescos, estos que no aguantan la Navaja de Occam, ¿qué quiere que le diga?… ¿De verdad alguien puede imaginar una “comisión judicial independiente” en una república bananera? Si no la encontramos aquí ya me dirá usted allá, si nosotros aun estamos buscando a quien mató a Prim…

  36. Que la fabulación forme parte del relato de la vida, por lo que vamos viendo, por los ejemplos y las argumentaciones que nos presenta el señor David, es algo fuera de duda, pero de ahí a caer en un exceso de relativización hay un trecho que yo no soy capaz de recorrer. No creo que debamos relativizar las declaraciones del jurista Carlos Castresana, titular de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, difundidas por la Agencia Efe y recogidas en las páginas de El País. O bien tenemos otros datos que pongan en duda o contradigan lo que se asevera o nos debemos ceñir a lo dicho por la Comisión. Si no es así, ¿cuáles serán las «fuentes fiables»?

  37. Claro, yo tampoco puedo procesar que una persona contrate a unos sicarios para que la maten y poder echarle la culpa a otro. No, es que no puedo.

    La dama del armiño lleva su capotita, pero no es el cuadro al que me refiero. También he pensado en él cuando trataba de encontrar la imágen y nada. No puedo desvelar el misterio, Pumby de mis entretelas, porque la que va a estar desvelada esta nche hasta que logre dar con él soy yo. ¡No lo sé!

    Su alumno seduro que no mentía, Don David; su alumno es muy probable que lo viera. Lo soñó, seguro que lo soñó. Hay algo que yo estoy segura de haber visto y que me han demostrado que no pudo ser así. Estoy segura de que lo soñé. A veces los sueños son tan reales…

  38. «¿Quién fue el primero que sin haber estado jamás en la terrible caza contó, al atardecer, a los trogolditas asombrados, cómo había arrancado al megaterio de las tinieblas purpúreas de su caverna de jaspe o cómo mató al mamut en singular combate y trajo sus colmillos dorados? ¿Quién fue ese hombre? Lo ignoramos, y ninguno de nuestros antropólogos contemporáneos, con toda su ciencia jantanciosa, ha tenido el sencillo valor de decírnoslo. Cualesquiera que hayan sido su nombre y su raza, el fue el verdadero fundador de las relaciones sociales»

    Oscar Wilde, ‘La decadencia de la mentira’.

  39. Verá don Juan Antonio, expresaba mis dudas – y en ellas me ratifico – sobre el asunto de la muerte de Rosemberg sean cuales fueran los nombre propios y las instituciones implicadas en ello. O mejor, sobre todo, por ello. No creo que haga falta recordar a las personas dignísimas y las instituciones honorabilísimas que hicieron pública proclama de la existencia de las “armas de destrucción masiva” que almacenaba el señor Hussein, ni la cantidad de premios Nobel y Universidades de rancio abolengo que firmaron y afirmaron sin lugar a dudas “el montaje de lo del calentamiento global”. No ha mucho hablábamos de Condorcet, ahora mismo acabo de leer a Swift, en fin, que la mentira, como instrumento habitual de la política, lejos de ser algo novedoso (“postmoderno”) es tan viejo como el Senado fenicio. Y el cambio de forma no la ha evitado, los autores citados señalan tal “virtud” en el mismo sistema democrático que ahora, “mutans, mutandis”, gozamos. Yo le insisto, y sin ganas de polemizar, tome usted la Navaja de Occam, aplíquela al caso y vea qué versión es la más razonable si la del presunto suicidado o la de los presuntos asesinos.

    Por otra parte, tiene usted razón, la normalización de la mendacidad, su aceptación sumisa, que el mentiroso no genere responsabilidad alguna, ya no de orden judicial, ni siquiera social, plantea esa grave cuestión que usted plantea: entonces, ¿cuáles son las fuentes fiables?… En efecto, ese es el problema, el descrédito generalizado de lo que hasta ahora ha sido la dignidad de las personas y el honor de las instituciones. Ambos valores, la dignidad individual y el honor colectivo, le aseguro que en nuestros días no son ninguna prioridad. Es el signo de los tiempos.

    Otrosí, veo que doña Hemeroteca, aporta la leña que aviva mi fuego. Yo preguntado dónde estaba el dios judeocristiano cuando el terremoto de Haití y ayer mismo lo respondió el tal Munilla. Dios está en los cielos. ¡Cómo no lo había pensado antes! Claro, hombre, claro. Es un problema de espiritualidad. Y de prioridad. Entre el cuerpo y el alma, ¿cómo dudar?… ¡el espíritu inmortal, alma de cántaro!. Ay, señordiosdelossoviets, y yo con estos pelos. Espero que los haitianos se hagan cargo de aquel versillo tan propicio: “Clamé al Cielo y no me oyó y puesto que sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra, responda el Cielo, no yo”. Don Juan sirva igual para un roto que para un descosido.

    Ah y también tiene a bien traernos a colación, la misma Hemeroteca, a García-Gasco, alias “el cardenal”. ¿No es maravillosa su espiritualidad? Esta misma semana el diario “Levante EMV” nos contaba cómo un juez le ha puesto a su Reverendísima e Ilustrísima (vaya, ahora no recuerdo si este trato es para arzobispo o para cardenal, mecachis), la cantidad de 2’2 millones de euros por estafa. ¡Por estafa! El buen señor había vendido un terreno, dejado en herencia a la iglesia católica para construir un templo (se necesita ser pardillo, por cierto, el muerto) para especular con el ladrillo… oh, la iglesia de lo pobres… oh, el voto de pobreza… oh, los Mandamientos (entre los que se encuentra, “no robarás”, creo recordar)… Me enfurezco con la gentuza de esta secta. Sinvergüenzas e hipócritas sus dirigentes; crédulos y alienados, sus miembros. “Qué cuadro, compañeros…”

    Vale, y no me voy del asunto del “post”, porque como si TVE estuviera por darnos una alegría, anteanoche confirmó las peores perspectivas que podíamos plantear en el “post”. En el “Telediario” de la Primera, para ilustrar un par de noticias de catástrofes, pusieron imágenes bajadas de YouToube sin verificar. Así que La 1 fue pasto de la mordacidad de los de “Sé lo que hicisteis” que desvelaron la mentira. Y uno se pregunta, ¿cómo pudo pasar?… ¿incompetencia profesional?… ¿vagancia extrema?… ¿estulticia generalizada?… ¿simple torpeza?… ¿periodismo de be(pre)cario?… ¿algún enano infiltrado del PP dispuesto a desacreditar a la TV pública a cualquier precio?… ah, el poder de las imágenes… un informativo de televisión y nadie se dio cuenta de ello. Curioso poder el de la imagen. Y curiosos los ciegos los que lo ejercen.

  40. Que sea difícil de creer el caso Rosenberg, es evidente y no lo dudo. Pero mostrar mi extrañeza ante tal asunto no me moverá a negar su veracidad. Mi extrañeza o mi asombro debe venir avalado por algo más para que invalide el hecho y lo convierta en falsedad. Como dice doña Ana es difícil «procesar» dicho comportamiento que se nos antoja ilógico, falto de la congruencia necesaria que todo acto humano debe cumplir. Hasta ahí, de acuerdo. Pero si se constituye una Comisión, en la que se haya implicada la ONU, dirigida por un juez español del que no tenemos ningún dato -yo, al menos- que ponga en duda su fiabilidad, y, después de una investigación transparente, llega a una conclusión, ¿por qué razón he de pensar que no dice la verdad? ¿He de seguir guiándome de mi incredulidad ante un acto tan insólito, o al menos tan poco común. O debo tener en cuenta los trabajos de dicha Comisión? Pues, mientras no tenga otros datos a mi disposición, con cierto aval, no veo por qué no hacerle caso. Así de sencillo.

  41. Pumby, después de ese largo mensaje comprendo que es absurdo en lo que me quedo, pero no puedo por menos, que estoy yo muy puntillosa ultimamente (será porque, con el resto de él estoy completamente de acuerdo), aún reconociendo que, el que un gato cite el Tenorio y termine un párrafo con parte de un verso del maravilloso tango «Noche de reyes», de Pedro Maffia y Jorge Curi, es portentoso, tengo que decir y digo:

    “Clamé al Cielo y no me oyó y puesto que sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra, responda el Cielo, no yo”.

    Es:

    «Clamé al cielo y no me oyó / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el cielo y no yo».

    Una rascadita detrás de la oreja derecha.

    (Sigo sin encontrar el cuadro)

  42. No. Snifff. Muchísimas gracias. El que yo recuerdo es mucho más clásico, la mujer tiene la cabeza un poco ladeada hacia su derecha… Es del estilo de las mujeres de «Boda gallega», de Sotomayor, pero está sola. Es que la estoy viendo. Grrrr

  43. Don Juan Antonio, indiqué que no quiero polemizar en este asunto que tanto nos desvía del asunto del “post” y no lo haré. Más aún, de nuevo le daré la razón, su conclusión es la más sencilla.

    Item más. Como en mi anterior intervención hice alguna alusión bibliográfica, para quien quisiera completar las lecturas de Condorcet que don Justo recomendó no hace mucho, les apunto “El arte de la mentira política”. Viene firmado por Jonathan Swift aunque, parece ser que en realidad lo escribió su amigo John Arbuthnot. Pueden encontrarlo en edición bilingüe en la editorial Sequitur. Por cierto que el de Condorcet, “¿Es conveniente engañar al pueblo?”, también lo tienen en esa misma editorial y colección. No, no me dan comisión pero si ven su listado de obras – colección “clásicos” –, donde están las citadas, se encontrarán material muy interesante en formato reducidísimo y un precio de risa. ¿Incrédulos? (¡para otras cosas deberían serlo!) Bueno, vale, me pillan en un momento de debilidad… pueden hacer la consulta pertinente en la página web de la editorial donde, de paso, les explica el significado de su nombre comercial.

    Ay, doña Ana, es que cité de memoria y en plena combustión “Contra cristianos”, como diría Celso, así que no me fijé demasiado. No es cuestión baladí. Las cosas como son. Muchas gracias por su apostilla… y su rascadita. Le trasmito mi ronroneo.

  44. Buenas tardes Justo,

    En primer lugar, quisiera disculparme, pero no he encontrado otra manera de contactarte que a través de los comentarios.

    Me gustaría invitarte a conocer Paperblog, http://es.paperblog.com/ un servicio de difusión cuya misión consiste en identificar y dar a conocer los mejores artículos de los blogs inscritos. El tuyo se adapta a nuestros criterios de calidad y creo que tus artículos resultarían muy interesantes a los lectores de la temática de ‘Historia’.

    Espero que el concepto te resulte atractivo. Mientras, no dudes en escribirme para conocer más detalles.

    Recibe un cordial saludo,

    Natalia
    Responsable de Comunicación
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  45. […] Hace cuarenta años, Ricardo Martín retrató a Josep Renau. Hace más de una década escribí sobre esta fotografía. Hoy, ese retrato forma parte de la exposición ‘Las caras de tiempo’, que se puede visitar en La Nau (Valencia). En 2011 escribía… Tenemos un rostro fotografiado. La toma se realizó en 1981. Muy amablemente, Ricardo Martín me la hecho llegar. Su fotografía es el complemento gráfico de un reportaje-entrevista de Manuel Vicent titulado “Josep Renau desde un cartel en llamas”. Apareció en El País el 10 de octubre de 1981. El escritor detallaba aspectos sobresalientes de la vida del artista gráfico, del pintor, del fotógrafo, del fotomontador. Entre otros, el traslado del Guernica o los exilios de Renau en México o en la República Democrática de Alemania. Me interesa ahora la fotografía, de una precisión extrema, como todas las que debemos a Ricardo Martín. Me interesa ese rostro, la identidad fotográfica que revela. No vemos la espalda del retratado. Ignoramos qué acarrea. Yo lo vi en persona por aquellas mismas fechas, en Valencia. Lo recuerdo pequeño y cargado de espaldas, justamente. Pero recuerdo la impresión que me causó su cabeza, blanca, o sus ojos claros. Como también recuerdo el bigote cano que era la huella de otro tiempo, de una época de hombres con mostacho, en España, en México. Conmueve esta fotografía vista ahora, con una revelación que quizá entonces no supimos ver. Toda imagen tiene un ‘punctum’: eso que Roland Barthes llamaba así para calificar el centro de atención gráfico. Todo retrato tiene algo que sobresale y rasga, que nos interpela. Aquí vemos a Renau mientras apoya la cabeza en la mano. Vemos las arrugas que surcan su cara, la carne que pesa, la piel cuarteada. Vemos la americana y la camisa, a cuadros: una indumentaria informal que contrasta con la edad del retratado. Hay un punto de coquetería o de desaliño juvenil en esa forma de presentarse. Pero en el retrato se distingue algo que sobrecoge: el cansancio. Por aquellas fechas, Renau parecía un viejo la mar de joven, un anciano resistente que conservaba la lucidez expresiva del artista que siempre fue. Había sido un activista, un agitador, un propagandista. Había tenido una vida convulsa y su vuelta a Valencia confirmaba su fortaleza. Ricardo Martín supo captar lo vivido, pero sobre todo supo mostrar el agotamiento de Renau, un vaticinio. El artista valenciano posa ante el objetivo, lo mira directamente, pero los ojos vivos manifiestan un cansancio extremo, subrayado por las bolsas: un cerco. No hay sonrisa ni gesto expresivo. El artista prácticamente se recuesta y sólo su mano le impide caer. Un año después, justo un año después, Renau fallecía. También Disdéri, el creador de la ‘carte de visite’ en el siglo XIX, el activista de la fotografía, se hizo un autorretrato con la mano en la cabeza. El retratista francés no miraba a la cámara: posaba de manera aparentemente distraída. Siglo y pico después, Renau es captado por Martín. ¿Tienen algo en común? Ese gesto, tantas veces visto. Es el ademán de la reflexión y del cansancio. Pero también de la naturalidad con la que tantos varones se han hecho retratar. Recostado sobre una mesa, sobre un aparador, el hombre nos mira y reflexiona. En algunos casos hay algo de desesperanza; en otros hay algo de desenvoltura. Justo Serna. ——- https://justoserna.com/2010/01/12/la-identidad-fotografica/ […]

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