Bowie. Cuesta mucho llegar a ser otra persona

«Quiero actuar […]. Me gustaría interpretar personajes. Creo que cuesta mucho llegar a ser otra persona. Requiere trabajo», dice imageDavid Bowie a finales de los sesenta.

Cuesta mucho llegar a ser otra persona, en efecto. Nos pasamos la vida forjándonos y buscando la identidad individual y resulta que lo mejor es quebrar nuestro reflejo previsible, esa efigie archiconocida que incurre en vicios ordinarios y en rutinas.

Bowie se propuso, desde jovencito, multiplicar sus vidas; prologar y prolongar lo que sólo era potencial. Las máscaras no eran disfraces. Eran su segunda, su tercera piel; eran personajes a los quería descubrir y con los que llegaba a hermanarse, seres siempre extraños, nada convencionales que veía cuando se maquillaba o se retrataba.

Él los encarnaba con pericia de mimo y con sabiduría de actor experimentado. La representación implicaba frecuentes cambios de su aspecto, los cambios radicales de quien quiere actuar como una forma de vivir. Durante décadas, su físico –su arquitectura ósea– permanecerá prácticamente inmutable.

imageDelgado siempre, escuálido y hasta filiforme, Bowie lució los peinados más retadores y más coloristas: desde el pelo zanahoria de Ziggy Stardust hasta el cabello casi albino del Duque blanco.

Delgadísimo, con aspecto de cocainómano perdidito, hasta el tipo saludable que se vestirá con trajes retro también coloristas, el joven David Jones moldea su cuerpo hasta convertirse en un bello animal, siempre sofisticado. Él es un tipo de los suburbios, un muchachito que sabe y puede acanallarse.

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Este breve pasaje forma parte del libro Bowie. Young David Jones  que próximamente publicará la editorial Sílex, de Madrid.

 

 

 

 

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