Fidel Castro.¿La Historia lo absorberá?

Es primera hora de la mañana en España. Comenzamos a desperezarnos, a desesperarnos e incluso a desesperanzarnos. La política local es ruin, de vuelo gallináceo, con actores de segunda, eternamente suspicaces e incapaces de gestos de altura.

Las malas noticias te despiertan pronto, te hacen ingresar abruptamente en la realidad. Acabo de leer una primicia. Fidel Castro ha muerto.

¿Es una mala noticia? No deseo la muerte de nadie y, sin duda, su tiranía personal, la dictadura de su partido, no es lo peor que quepa imaginar de entre el repertorio de regímenes políticamente lamentables. El totalitarismo del Novecientos nos ha dejado una muestra variada e infame de despotismos sanguinarios. 

Un sistema unipersonal es siempre un régimen repudiable. Un régimen de partido único es siempre coerción, arbitrariedad, represión: una forma de gobernar absolutamente indeseable. Así, sin más.

Sin embargo, la Cuba de Fidel Castro fue admirada, seguida, apoyada y alabada por una parte importante de la izquierda mundial. A ello contribuía la propia imagen que cultivaban y difundían los barbudos que bajaron de Sierra Maestra. 

Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara encarnaban la juventud desprendida, arrojada, la muchachada cubana y latinoamericana culta, formada, que se había levantado contra la opresión local y contra el imperialismo yanqui. 

El Castro de 1959 ya no era un político más, alguien identificado por su apellido. Era exactamente Fidel, el camarada, el comandante presidente cantado, fotografiado, apoyado y agigantado por miles –que digo miles–, por millones de personas que profesaban y profesarán el anticapitalismo y el antiimperialismo. «La historia me absolverá».

En esa circunstancia de los primeros 60, el Che desempeñó un papel fundamental, el del revolucionario permanente, el del abnegado luchador que no decae ni cambia el uniforme verde oliva por el terno de raya diplomática. Precisamente, él alardeaba de no ser nada diplomático: el Che en efecto no se apeaba de un combate sin cuartel, una guerra de guerrillas, que incendiará a América Latina. 

Su temprana muerte en Bolivia lo convierte en un mártir, en un Cristo comunista cuya efigie retratada por Korda será la estampa o la estampilla de varias generaciones. Su papel después de muerto fue muy lucido, rentable, aprovechable: él era el Ausente, aquel por quien valía la pena resistir, aquel del que había que seguir su ejemplo. 

Fidel Castro no se afeitó la barba ni se quitó el uniforme de campaña. Salvo excepciones, no vestía, no podía vestir, con la guerrera de bonito, tampoco con la ropa civil. Ese uniforme de campaña acentuaba la circunstancia campamental del Estado, la guardia vigilante, el atrincheramiento: el enemigo acecha dentro y fuera.

Durante años, durante décadas, la revolución que Fidel capitaneó fue el estandarte de la izquierda latinoamericana y europea. ¿Por qué razón? Por varias.

Primero, porque parecía suponer el éxito de David contra Goliat, de la pequeña y brava Cuba contra la superpotencia vecina que la vigilaría y ahogaría, El embargo (el bloqueo en terminología de Fidel Castro) despertaría la solidaridad internacionalista y soviética en primer lugar.

Segundo, porque el comunismo y, por tanto, la esperanza social que encarnaba la izquierda revolucionaria podían tener un rostro amable: nada de severos soviéticos, sino de latinos corajudos, de hispanos que se alzan contra la corrupción, el despilfarro y el capitalismo de putas y casinos.

Tercero, porque el castrismo era revolución y ron, trópicos y comunismo, salsa y porvenir. Etcétera, etcétera. La Habana pudo convertirse en una capital simbólica para millones de personas que no han paseado sus calles, ese lugar de mojitos y sexo, de lealtad y ciertas mejoras sociales. 

La mejor propaganda de la Cuba comunista no la realizaban Fidel o sus ministros, sino las izquierdas europea y latinoamericana que, por fin, podían venerar a un Cristo, a otro Cristo revolucionario. Los andrajos que vistió Jesús Nazareno aquí eran las ropas militares de las que los castristas no se desprendían. Socialismo o muerte. Martirio real o martirio potencial.

La dictadura campamental provoca adhesiones, sí, pero también se irá granjeando numerosísimos enemigos, cubanos contrarios al régimen que residen fuera o dentro de la isla, gente hostil y, a la vez, hostigada con todos los medios tiránicos y verbales disponibles: haciendo uso de una propaganda descalificadora que desnaturaliza al oponente, convirtiéndolo en un gusano.

Fidel ha gobernado casi cincuenta años de manera ininterrumpida. Bien es verdad que desde hace un tiempo se había apeado de la gobernación diaria por la enfermedad que lo inhabilitaba. Su hermano Raúl Castro, otro de los pioneros, lo reemplazó en un cargo y en un desempeño que se presentaban como temporales.

No ha sido así. Un líder envejecido y vencido por la enfermedad es lo contrario del carisma, cualidad que por otra parte ya estaba muy deteriorada: al coraje revolucionario lo pierde la rutina del carisma, décadas y décadas de política ordinaria y fallida que sólo podía mantenerse por el socorro y el concurso de la URSS, desaparecida en 1991. La historia lo absorberá.

Fidel no ha muerto con las botas puestas (si por tal se entiende ejercer el mando revolucionario). Ha muerto como un jubilado enfermísimo vestido de chándal: una imagen de absoluto declive para quien hizo de la resistencia antiyanqui su razón de ser. 

El castrismo es un espectro del pasado, pero el castrismo es también un sistema institucional que no puede ser desmantelado sin más ni más o sin grave riesgo. 

Las tiranías duraderas crean un estado de necesidad, un personal adherente y afín y una infraestructura institucional, material e inmaterial con los que hay que contar.

Cuando las dictaduras duran tantos años, lo razonable es un cambio profundo que protagonicen y tutelen reformistas del régimen y opositores dispuestos a dialogar. 

Las injurias infligidas, las muertes padecidas, el dolor ocasionado, los reproches que buenamente se pueden lanzar no han de impedir el gobierno y el tránsito de la sensatez. 

Obama había mostrado el camino.

——

También puede leerse este texto en Anatomía de la Historia.


http://anatomiadelahistoria.com/2016/11/fidel-castro-la-historia-lo-absorbera/

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s