La contingencia de las palabras

gritos.jpg     Llevo días sin publicar una nueva entrada en el blog. Algunos amables comunicantes me han escrito para interesarse por la razón. ¿Estás mal? ¿A qué se debe ese silencio? Hay, qué duda cabe, un cierto cansancio (nada grave) y hay, sobre todo, otras escrituras que le roban tiempo al blog. Al final escribo según leo y lo que leo no es todo para la bitácora… De repente, al inicio de la semana he visto cómo se me multiplicaban los trabajos y los compromisos, una condena de galeote que he debido ir cumpliendo con orden, sobreviviendo a la sucesión. Entre otras cosas tenía que entregar mi artículo semanal en Levante-EMV, en este caso una denuncia de la escasez de taxis en Valencia. ¿Un asunto menor? Quienes no vivan en esta ciudad nunca podrán imaginar la dificultad que tenemos sus habitantes para conseguir un vehículo libre justo cuando lo necesitas y a horas, claro, tan intempestivas como las 22:00. Etcétera.

Pero no acaban ahí mis tribulaciones cuando escribía esta misma semana. Debía completar también una reseña sobre Paul Auster para Ojos de Papel. Se trata de la recensión de un libro que ya tiene meses, que está casi un año en el mercado y que, sin embargo, es ahora cuando se me ha pedido que escriba sobre él. Es siempre un placer leer y releer a Auster, aunque en ocasiones le notemos su condición de novelista demiurgo. A veces se le ve la manipulación con que pone y dispone a sus personajes para hacerlos portavoces de sus malestares o esperanzas.

Pero aún tenía más escrituras pendientes. Debía finalizar otra recensión sobre Pierre Bourdieu, un texto sobre su Autoanálisis de un sociólogo y sobre un volumen colectivo acerca de su obra compilado por José Luis Moreno y Francisco Vázquez. ¿Debía finalizar…? Aún no he terminado  esa reseña de un autor que me provoca interés y desinterés a un tiempo. Pierre Bourdieu tenía una audacia intelectual indiscutible, supo desentenderse de las corrientes francesas de moda, pero no se sacudió del todo el determinismo sociológico que él había heredado de Émile Durkheim. He de acabar esta reseña, sí. Se la debo a Francisco Vázquez, con agradecimiento.

 Por otra parte, he debido contestar a numerosos corresponsales que me han envíado e-mails más o menos urgentes, más o menos ocurrentes. G.M., un amable colega, me escribe para decirme lo siguiente. “Aunque supongo que lo conoces, estoy impactado con el aforismo de Oscar Wilde, que me he tropezado escribiendo los antecedentes  historicos de lo que espero sea el esquema de mi próximo libro,  dice «Anyboby can make history. Only a great man can write it». Exagerada como toda frase lapidaria, me parece que merece una reflexión desde un historiador. No he podido resistirme a comentártelo y a pedirte un comentario, aunque sea desde un taxi”.  Desde luego, le agradezco a G.M. la broma final, un correo que él me manda el día en que Levante-EMV publicaba mi artículo sobre los taxis.  Yo no sabía qué responderle. Creo que intenté salir airoso ante su pregunta sobre el contenido de la forma (sobre el sentido de una frase de Oscar Wilde) yéndome a la forma del contenido.  “Estimado G.”, le dije, es“una alegría recibir un correo tuyo. ¡Y encima mencionas a Oscar Wilde! Es, qué duda cabe, un gran narrador, pero sobre todo es un gran ocurrente: creador de aforismos que condensan o enuncian con brevedad algo complejo. De todos modos, aunque las sentencias de Wilde suelen ser acertadas, no te fíes de este hombre de letras… Es un gran prestidigitador. Nada por aquí, nada por allá. Su don de la palabra no le sirve para mentir: le sirve para aparentar precisión donde hay sobre todo ocurrencia existencial, que no es poca cosa. No es mentira, insisto. Es filosofía corriente: como las greguerías de Gómez de la Serna. Sobre los aforismos de Wilde, te recomiendo el capítulo que Umberto Eco le dedica en su libro Sobre la literatura. En cuanto a la frase lapidaria en sí, pues otro día la comentamos… Abrazos, J”.  

Pero las reflexiones no acaban ahí. R.L.B., otro amistoso y amable corresponsal, a quien mucho debo, me escribía días atrás para preguntarme precisamente sobre mi reseña de Paul Auster, sobre la distinción entre azar y contingencia en su novela Brooklyn Follies. En concreto, me decía: “Querido J.: Respecto a tu reseña de Brooklyn Follies tenía dos cosas que decirte. El inicio, los dos primeros párrafos, me desconcertaron porque no he sabido distinguir con claridad la diferencia que estableces entre el azar y la contingencia, que siempre he relacionado con los hechos casuales o fortuitos. Intrigado indagué en los diccionarios, pero no he resuelto las dudas. Luego, el resto del texto me pareció espléndido, eso sí, rezumando un cierto  pesimismo personal muy tuyo, genuinamente reflexivo y ponderado, justo en el sentido que me trasmitiste en tus e-mails…. Un fuerte abrazo, R.”.  En mi contestación, algo confusa tal vez, trataba de responder también a preguntas graves con la mayor brevedad y agradecimiento. 

Querido R., perdona el retraso en contestarte. Mi distinción entre azar y contingencia es de puro sentido común (que es, por otra parte, la acepción que maneja Auster). El azar es la casualidad; en cambio, la contingencia es lo que puede suceder o no suceder. El azar es la pura eventualidad; en cambio, la contingencia es aquella circunstancia en que las cosas aún no están definidas: no dependen tanto del azar, sino de los efectos de composición que provocan nuestra acción o inacción. Yo hago cosas con un fin y éstas se suman a otras que hacen otros. El resultado es incierto, pero no porque haya casualidades, sino porque ignoro qué consecuencias tendrá la suma de mis actos y los de otros. La cualidad de lo contingente así definido (como ves, muy de sentido común) es precisamente lo que se lee una y otra vez en las novelas de Paul Auster. Por otra parte, parece haberte sorprendido la lectura pesimista que yo hago de esta novela cuando lo inmediatamente evidente es la alegría y el optimismo. Más aún, dices que con mi reseña expreso «un cierto pesimismo personal muy tuyo…»

Eso constataba R. refiriéndose al énfasis que yo hacía en la muerte y en la fragilidad, algo presente en Auster y también en casi todo lo que escribo. “¿Pesimismo?”, me preguntaba. “Tal vez, tal vez. La verdad es que no me encuentro anímicamente en mi mejor momento, pero tampoco sé si en el pasado estuve mejor. Es posible que hacia diez años, hacia 1997, yo me encontrara más contento y tranquilo, menos ciclotímico. Ahora, en cambio, con la familia más crecidita y habiendo publicado tanto desde entonces estoy a veces eufórico y a veces harto. De todos modos, no sé cuándo he sido optimista. La constatación de la muerte y de la fragilidad no te hace ser más pesimista, en cualquier caso. Es una lección sorprendentemente tardía de la madurez. ¿Maduro? Pues no sé qué quieres que te diga: me veo comportamientos inmaduros que creía superados. En todo caso, estoy algo cansado. Gracias, R., por tus amables palabras. Abrazos, J.”

 Seguimos hablando y hasta gritando para sobrevivir. La contingencia de las palabras, ya ven.  

7 comentarios

  1. Serna: le veo algo desanimado. No se canse. Aunque no siempre este de acuerdo con usted las reflexiones son necesarias. Un saludo

  2. «Yo soy yo y mi circunstancia» decía Ortega en sus «Meditaciones del Quijote» (1914), en lo que podría ser un auténtico y genial aforismo sobre la contingencia tan bien definida por Serna. Pero hay que tener en cuenta que essos dos «yoes» son la interpenetración de sujeto y objeto, y es que en la «circunstancia» ambos quedan asumidos y absorbidos en una dimensión ejecutiva cuando añade : «y si no la salvo a ella(la circunstancia) no me salvo yo». En estos momentos de cansancio o stress como se anglifica ese estado humano, le deseo a Justo que procure salvar aunque sea de un salto la circunstancia: Nos hace falta, estoy de acuerdo con Luis. Sus artículos son un ejercicio mental mejor que la gimnasia sueca o cualquier meditación física china. Y una fuente de conocimiento.

  3. Parafraseando un diálogo de Amanece que no es poco diremos lo de:

    ¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!

    Cámbiese alcalde por Justo y tendremos la frase correcta
    q.e.d.
    Ánimo

  4. No siempre aparece la persona detrás de lo escrito. Esta vez sí es una de ellas. Y me alegro.
    Y nada, que las semillas se acurrucan en invierno. Ya vendrán nuevas primaveras. Saludos

  5. Animitos, algunos volvemos, vamos y venimos…a mi tambiçen me pudo el cansancio, no hacia tí,jajaja, sino hacia mil cosas en general…Espero estar de vuelta en breve! saludos y ánimo!

  6. Es lógico ese cansancio. Descanse pero regrese.
    Como ya le ha dicho Miguel Veyrat y el resto sus artículos son un ejercicio mental tan necesario como el pilates.

    Del asunto del taxi le comentaré en un aparte, desde el punto de vista del taxista.

  7. Me ha gustado especialmente este fragmento:

    “Querido R., perdona el retraso en contestarte. Mi distinción entre azar y contingencia es de puro sentido común (que es, por otra parte, la acepción que maneja Auster). El azar es la casualidad; en cambio, la contingencia es lo que puede suceder o no suceder. El azar es la pura eventualidad; en cambio, la contingencia es aquella circunstancia en que las cosas aún no están definidas: no dependen tanto del azar, sino de los efectos de composición que provocan nuestra acción o inacción. Yo hago cosas con un fin y éstas se suman a otras que hacen otros. El resultado es incierto, pero no porque haya casualidades, sino porque ignoro qué consecuencias tendrá la suma de mis actos y los de otros. La cualidad de lo contingente así definido (como ves, muy de sentido común) es precisamente lo que se lee una y otra vez en las novelas de Paul Auster. »

    Me ha gustado porque es precisamente un tema sobre el que llevo reflexionando mucho tiempo, especialmente sobre la voluntad con la que una persona realiza sus actos y lo incierto de que pese a su buena voluntad (por poner un ejemplo) su acción acabe dando el resultado esperado. Un ejemplo interesante sería la Ilustración…
    Y me interesa especialmente la unión de los actos que realiza una persona y como influye y es influida por los demás.
    Muy interesante su reflexión y por favor continue con sus archivos.

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