¿Me duele España?

AgarrotazosEntre los articulistas del día hay algo que no soporto. Es el tono condescendiente y sublime, es la queja lastimera, es el «me duele España»  pronunciado  a partir de generalizaciones sin cuento.

Llevamos siglo y pico con este dolor patriótico, con los reproches de los noventayochistas, con el Desastre. El españolismo tuvo y aún tiene su correlato: el nacionalismo conservador y católico de la periferia, también muy lastimero y siempre dispuesto a caricaturizar lo español, lo rancio, lo peninsular. 

Rafael Lluís Ninyoles dedicó a la Madre España un libro que aún puede leerse con aprovechamiento. Inspirándose en Joan Fuster, Ninyoles arremetía contra ese noventayochismo irredento que llegaría hasta nuestros días. Con el nacionalismo alternativo podría escribirse también un repertorio de quejas y de lamentaciones semejantes. 

Félix de Azúa acaba de publicar en El País un artículo titulado Cavilaciones de un viajero. Como en otros textos suyos, también en éste se lamenta de España. Y, además, nos mira con un cierto desdén: él tan refinado y francés, tan chic y europeo. Es un ademán repetido entre algunos autores dolidos, entre ciertos letraheridos. Él parece decirnos: nosotros hemos debido soportar este país tan ordinario y avasallador, un país en el que la gente tira al suelo los huesos de las olivas, un país en el que las colillas y los esputos se lanzan a los pies del vecino, un país en el que lo moderno fue aplastado por lo plebeyo. En Félix de Azúa resuena la voz de Miguel de Unamuno, claro, pero también la de José Ortega y Gasset, tan aristocrático y sublime; y resuena igualmente el quejido de alguien más próximo: Jaime Gil de Biedma. Este escritor tiene –ya lo saben– poemas inolvidables concebidos en plena dictadura franquista, cuando todo parecía acabar horriblemente, con fatalidad  pretoriana y municipal.

Son célebres estos versos: «Media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido, / un intratable pueblo de cabreros». Un intratable pueblo de cabreros. «Barcelona y Madrid era algo humillado. / Como una casa sucia, donde la gente es vieja, / la ciudad parecía más oscura / y los Metros olían a miseria».

La imagen de esos versos es potente: es la de una España miserable que, envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora, por decirlo con Antonio Machado. Era un país rural que habría invadido el corazón mismo de lo urbano, de lo moderno. Todo olería a miseria en una España sucia y atrasada. Es indudable que hay una parte de cierto en esta radiografía del poeta que sobrevive entre la mediocridad franquista. Pero mantener ese retrato colectivo muchas décadas después sólo puede deberse a la ignorancia, al tópico, al autoodio, a la generalización, al desconocimiento de lo que la historiografía ha aportado. 

En repetidas ocasiones me he ocupado de Félix de Azúa, de la distancia con que nos observa, del daño que le provocamos con nuestras vulgaridades, con nuestra condición plebeya, con nuestro posmodernismo sobrevenido, con nuestra comunismo antiguo, con nuestra pomposidad. Él no sería pretencioso: simplemente pertenece a la Barcelona refinada y pija que observa con horror el advenimiento de lo ordinario, qué asco. 

Leo Cavilaciones de un viajero y me escandalizo.  ¿Adivinan por qué? Les reproduzco el primer párrafo: «Entre la derrota definitiva de Napoleón, hacia 1814, y la Primera Guerra Mundial transcurren 100 años de paz entre los Estados europeos, con mínimas interrupciones no demasiado lesivas. En esos 100 años el continente pasa de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, con abrumadora mayoría de población campesina y un modo de vida casi medieval, a la moderna sociedad metropolitana y la tecnificación rampante. Es el salto del París que toma la Bastilla al de Haussmann, de la campiña de Jane Austen al Londres de Dickens. Un súbdito que se mueve en 1814 a pie, a caballo o a vela, se traslada en 1914 en ferrocarril, naves a vapor o en avión. El mundo material había cambiado más aceleradamente en aquellos 100 años que en los 2.000 anteriores. Eso no sucedió en España, o sucedió de un modo notablemente enclenque: la sociedad española de la Segunda República se parecía más a la francesa del Antiguo Régimen que a la del siglo XX. Cuando comienza la tecnificación, hacia 1810, este país era un trozo de África clavado en Europa».

¿Se puede reunir mayor número de tópicos con tanto dolor impostado y con tanta ignorancia culpable? Cita a Baroja, cita a Azaña y, zas, ya está: el retrato de lo español trazado de un solo brochazo. «España no había dado el gigantesco salto de sus vecinos y había perdido el siglo XIX como quien olvida una maleta en la estación», precisa Félix de Azúa. «Nos quedamos sin siglo XIX», insiste. Transcurridos cien años de esa pérdida, entonces ¿qué es lo que nos queda? ¿Cuál es la índole de nuestro retraso? Los reproches  que hace son aparentemente certeros. Digo aparentemente porque son, otra vez, generalizaciones y tautologías: una amalgama de pifias españolas, de atraso, cuya causa sería… el propio atraso: «El abrumador poder del Estado, la burocracia asfixiante, el feudalismo fáctico, los privilegios de los poderosos, la arrogancia de los eclesiásticos, la nulidad de la enseñanza, la barbarie tolerada y aún azuzada por los políticos y jueces, el narcisismo regional, la exigua ilustración de las clases dirigentes, no es nada más, en fin, que pura herencia».

Repasemos esos rasgos del atraso español, pura herencia. 

A.- ¿Abrumador poder del Estado en España? La historiografía prueba justamente lo contrario: la debilidad de las estructuras políticas y de las instituciones del Estado-nación. Sólo ahora, con la democracia parlamentaria, es cuando empezamos a contar con organismos que funcionan. Las intituciones son la base del mercado y, por tanto, son los mecanismos que permiten el cumplimiento de los contratos. El Estado de Derecho es una realidad de laboriosa construcción. En España ha costado varias guerras civiles. Otros países europeos tampoco se han librado de la violencia guerrera.

B.-¿Burocracia asfixiante en España? ¿Desde cuándo? Observando Prusia, Max Weber hizo un examen de lo que significa el aparato burocrático: habría quedado muy impresionado si alguien le hubiera dicho que en España su peso es asfixiante. Ni en el siglo XIX ni en el XX. El diagnóstico de Mariano José de Larra hay que contrastarlo y relativizarlo. ¿Con Galdós, con Baroja? La lectura de los novelistas decimonónicos, tan irónicos, tan sarcásticos incluso, hay que completarla con los estudios históricos: justamente para no dejarse arrastrar por el tópico de la peculiaridad española. 

C.-¿El feudalismo fáctico? Ésa es una expresión extraña e inservible. La historiografía rebatió documentadamente la impropiedad de dicha descripción, la de  la supuesta continuidad del feudalismo en la España contemporánea. Ese juicio expeditivo, en el que incurrieron los noventayochistas, sirvió básicamente para condenar a caciques y a burgueses, como miembros de un mismo sistema, de un régimen común. ¿Quiere decir Félix de Azúa que en la España actual hay feudales emboscados que exigen vasallaje a sus súbditos inermes? La verdad, no sé qué hacemos en la Unión Europea. Como al escritor le da por compararnos con Italia, el resultado es obvio: si aquí hay feudalismo, allí hay mafia. Punto. ¿Punto?

D.-¿Los privilegios de los poderosos? Ya hace años que los historiadores distinguimos entre derecho y privilegio. Bartolomé Clavero publicó en 1977 un artículo en el que precisó con mucho tino esta cuestión jurídica. La sociedad del Antiguo Régimen es la de la prerrogativa estamental; la del Ochocientos es la sociedad del contrato a partir de derechos jurídicos reconocidos. Que los derechos políticos tardaran en aprobarse no es una rareza española. Los privilegios de los poderosos, dice Félix de Azúa. ¿No sería mejor decir los privilegios de los famosos? Aunque ya digo: la palabrita (privilegios) es también una concesión al tópico. 

E.-¿La arrogancia de los eclesiásticos? En la Europa contemporánea, la Iglesia católica se ha resistido a perder sus privilegios, esas herencias seculares que, en España, comienzan a desmontarse con la desamortización. Si de arrogancia eclesiástica hablamos, entonces habría que echar un vistazo a la historia italiana, a la cuestión romana, a la firme oposición antiliberal del Papado. No estamos solos en la acometida. Puestos a deplorar la arrogancia de los eclesiásticos en términos previsibles, prefiero aquel otro artículo juvenil de Fernando Savater: Osadía clerical.

F.-¿La nulidad de la enseñanza? Es un latiguillo muy común: en España, la enseñanza no ha sido nada y sigue sin serlo. Me sorprende un juicio tan indocumentado a partir del viejo analfabetismo, nuestro lastre: como si la época reciente no desmintiera esa recaída en el tópico. La realidad actual confirma que nuestro progreso avanza:  la educación ha llegado hasta las clases pijas de la sociedad.

G.-¿La barbarie tolerada y aún azuzada por los políticos y jueces? También procede del noventayochismo lo de la barbarie, un estereotipo reciclado que arranca del romanticismo. Los visitantes británicos llegan a España y ven lo que básicamente esperan ver: casticismo, peculiaridad, sangre latina, navaja fácil. Desde entonces, la idea de barbarie española es un cliché con el que nos castigamos. Si los políticos y los jueces la azuzan, si todos quedamos infectados por el mal, eso significa que los intelectuales como Félix de Azúa se salvan milagrosamente del contagio.

H.-¿El narcisismo regional? Sin duda, lo propio produce orgullo: aquí y en la China popular. En España y en la Cataluña menestral. El narcisismo aplicado a la identidad colectiva es un préstamo de Freud que ya se ha convertido en un tópico a partir de una cita de Michael Ignatieff sacada de contexto. Perdonen el barullo erudito. La tesis es más o menos ésta: los conflictos balcánicos son la exacerbación del narcisismo de las pequeñas diferencias. En España, supuestamente, sucedería algo tan terrible como en los Balcanes. Ya demostró Enric Juliana en La España de los pingüinos la impropiedad de esta comparación, que José María Aznar hizo suya. La amenaza balcánica es la última cantinela.

I.-¿La exigua ilustración de las clases dirigentes? El mejor dirigente de la derecha española fue Antonio Maura. El político mallorquín tuvo una altura intelectual verdaderamente notable: sólo que fracasó en sus proyectos regeneracionistas. El último representante de esas clases dirigentes que más ha destacado ha sido Adolfo Suárez: su preparación cultural no fue destacable y, sin embargo, su inteligente contribución  a la democracia mereció la rechifla de intelectuales como  Félix de Azúa.

J.-Etcétera, etcétera.

En realidad, el subtexto del artículo no es el examen de lo español, tan expeditivamente descrito, sino el repudio de Barcelona. Mientras Madrid «ha dejado de ser aquel corralón barroco y es hoy una agradable ciudad neoclásica», Barcelona es una urbe «cada vez más levantina, es decir, sucia, ruidosa y jaranera». Examinen esos adjetivos y el casticismo irredento con que pinta. Seguramente podrían aplicarse a Madrid, pero también a Valencia… Félix de Azúa lleva años con un discurso similar y a poco que te descuides aprovecha para lamentar el estado de su ciudad natal, que es la ciudad condal. El problema de este escritor es la generalización, algo que agradece mucho quien quiere hacerse un escrutinio tajante de lo que ignora. La prensa o la lectura no siempre facilitan la reflexión, sino la confirmación de lo que ya se sabe de antemano. Probablemente, lo que deberían hacer los intelectuales catalanes –de habla castellana o vernácula– es examinar su propia contribución a la crisis que todos perciben.

En fin, digo todo esto siendo un antiguo enamorado de Madrid, incluso cuando era la capital del franquismo. Nunca vi ese corralón barroco que el tópico literario ha difundido.  Y digo todo esto también siendo un visitante poco entusiasta de Barcelona, de aquella Barcelona jaranera de los años setenta, aquella Barcelona que, según Félix de Azúa, estaba construyéndose «como ciudad civilizada» y que ahora ha quedado como urbe levantina.

¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!

24 comentarios

  1. A propósito de un asunto lateral:¿De qué Europa hablamos cuando se pretende comparar? Las comparaciones siempre se hacen con esa Europa incluída en una línea imaginaria que baja de Londres a Marsella, se encamina hacia Trieste, sube hasta Oslo y regresa de nuevo al punto de partida. Mi línea europea es más amplia e incluye Rusia, Irlanda, Portugal y Grecia, incluso Turquía. Comparemos a partir de aquí. El viaje que ha hecho Félix de Azúa, por lo que cuentas, es más bien un viaje de cercanías. saludos.

  2. Nunca me han terminado de gustar los artículos de Félix de Azúa. Siempre escribe algo que me incomoda, con lo que estoy radicalmente en desacuerdo aunque parte de su argumentación me parezca correcta. Es como si, compartiendo su punto de partida, llegáramos a conclusiones diametralmente opuestas. Tiene un punto demagógico que pretende hacerlo pasar por algo “políticamente incorrecto”. Creo que tras esa fachada se esconde una ideología que no se corresponde con la que aparenta. Vamos, que la “Enlutada” aúlla como una loca cuando huele su presencia. No sé explicarlo muy bien, ustedes perdonen. Por ello me parece verdaderamente excelente el análisis que de sus “Cavilaciones de un viajero” realiza el señor Serna. Me encanta. Y además estoy completamente de acuerdo con él. Es que los de las “Cavilaciones…” no tiene ni pies ni cabeza, así que como me he quedado con las ganas de despacharme a gusto con cierto sietemesino con vocación de incunable, me permito la licencia de agregar alguna que otra reflexión sobre el ya citado artículo de Félix de Azúa, que ando calentito.

    1 – Para empezar, afirma “la fatiga que causa la repetición de un cliché”. Hijo, pues debes de estar agotado. Resulta que a Azúa le cansan los lugares comunes pero artículo no es que esté lleno, sino que es todo él un Gran Lugar Común. Desde cuando afirma que “este país era un trozo de África clavado en Europa”, hasta cuando habla de las ciudades de provincia haciendo referencia a sus “viejas de pañoleta negra, labriegos sarmentosos y bobos bizcos, como en las películas de Buñuel”. Buñuel, ese gran desconocido. Cito a Serna: “¿Se puede reunir mayor número de tópicos con tanto dolor impostado y con tanta ignorancia culpable?”. Pues eso.

    2- El señor Azúa, para demostrar el atraso español, el nivel de barbarie en el que estábamos inmersos, etc., etc., recurre, entre otras cosas, a la afirmación siguiente: “La guerra de guerrillas, ese infame invento español, no difiere demasiado de lo que ahora usa Al Qaeda”. Extraordinario argumento. Y gratuito. O no tanto, porque sirve para completar una comparación previa que él hace y que podría resumirse así: los franceses eran a los españoles lo que los norteamericanos son a los irakíes. Bueno, visto ahora, y analizado desde este punto de vista, la comparación ya adquiere otro cariz, otra connotación, ya no es la que Azúa le quiere dar. La connotación que Azúa oculta es la de un ejército invasor que quiere imponer su voluntad y dominio sobre los demás por motivos puramente egoístas relacionados con un interés y un beneficio material. Eso, para Azúa, es civilización. Magnífico. Pero hay más: si se fijan, en esa comparación Azúa no marca ninguna distancia entre el pueblo irakí y el grupo terrorista de Al Qaeda (¿les suena ese argumento?). Se podría llegar a decir que incluso los equipara, pero bueno, como mínimo y tal vez de forma inconsciente, Félix coloca a los irakíes, al terrorismo de Al Qaeda y a los “españoles” en el mismo plano. Dos veces magnífico.

    3- Puesto a comparar, a equiparar y colocar en el mismo plano, vean esta otra perla: “con Felipe González entró por fin el capitalismo (es decir, la democracia) en España”. ¿Se dan cuenta? Capitalismo = a Democracia. Brillante. Como el arroz.

    4- Una democracia, por cierto, “tan poco europea, tan hispanoamericana”. ¿Qué querrá decir con eso? Ya estamos como con el politólogo argentino O´Donell. Resulta que Barcelona es una ciudad “cada vez más levantina, es decir, sucia, ruidosa, ineficaz y jaranera”. ¿Pero esto qué es? ¿Pero qué broma es esta?

    5- RENFE, las eléctricas o Telefónica son para Félix de Azúa monstruos feudales. ¿Monstruos feudales? Coño, serán, en todo caso, monstruos capitalistas. Pero no, no, me parece que Azúa está algo obsesionado con el feudalismo, no me pregunten por qué. Debe asociarlo a algún tipo de ideología negativa, cuando en realidad es un concepto descriptivo, a no ser que su intención sea la de manipular dicho concepto para producir determinada impresión en sus lectores. Entonces veamos, utiliza, ¡vaya!, el lugar común “feudalismo” para criticar a unas empresas que hace muy poco eran del Estado. ¡Uhmm! Interesante, interesante. Las compañías petrolíferas no abusan, no son un “lastre”, tampoco las compañías de telefonía móvil, ni las líneas aéreas, ni las constructoras, ni los bancos. No, no, los bancos no. Los bancos no son como RENFE, que “en lugar de servir a sus clientes son los clientes quienes sirven a estas compañías”. Los bancos están al servicio del cliente, por supuestísimo. Esta claro, esta claro, todos lo sabemos, señor Azúa, no hace falta que nos lo recuerde.

    6- Por último, subrayar que nuestro autor habla de: “ociosos violentos”, de la “inepcia de los burócratas” y la “impunidad del crimen”, en otras afortunadas, comedidas, “anti-clicheicas” y nada generalizadoras afirmaciones. Vayamos por partes para luego juntarlo todo. Ociosos violentos. El ocio como algo negativo, como algo indeseable, como algo violento. (¡Hay que trabajar, coño!). La inepcia de los burócratas. El burócrata (empleado de la administración pública) como inepto, como inútil, como incapaz, como algo, por tanto, que hay que eliminar, que hay que evitar, como un elemento de nuevo indeseable. Impunidad del crimen. Es decir, el estado no actúa contra el crimen. (¡Ojo! Dice crimen, no delito. Un crimen es un delito consistente en matar, herir o causar grandes daños a alguien. El asesinato es un crimen; un atentado es un crimen;el robo con violencia es un crimen. Un delito es una acción penada por las leyes. Una estafa es un delito; un soborno es un delito). ¿Queda claro? Pues repetimos: La «impunidad del crimen». Y ahora lo juntamos todo: es la magia de las enumeraciones. Fíjense: ocio, burocracia (Estado) y crimen; violencia, inutilidad e impunidad. Ocio y crimen, burocracia; burocracia (Estado) y crimen, impunidad; bonito juego, pueden practicarlo en casa si quieren, las combinaciones son innumerables. Interesante campo semántico, ¿no les parece?

    Y luego resulta que en la fe de errores sólo dice que Ricardo Baroja era hermano del escritor, y no su tío… manda “guëvos”.

  3. Buf, Serna, qué barbaridad, «chapeaux» (que queda muy europeo).

    Salvo tu visión de Barcelona, que no comparto e incluso invierto respecto a Madrid, aunque no por eso ni me posiciono con Féliz de Azúa (¿alguien sabe porque, cuando se cita a este señor, se le nombra como a un árbitro de fútbol, por su nombre y apellido?) ni dejo de ser consciente de las deficiencias de la ciudad gobernada por el PSC desde el advenimiento de la monarquía, me parece un texto solidísimo, ya no tanto por el papel en que queda el autor citado si no por la crítica radical a los que beben de semejante discurso.

    Un discurso, que, por demás, tiene algo de joseantoniano. Decía el fundador de Falange que «amaba España porque no le gustaba» y en esa gente existe esa especie de mirada morbosa hacia lo que le repele – exista en la realidad o no – sin que de ello devenga una actitud de cambio. Su regeneracionismo sólo queda en las palabras, en la galería, en la nada. Son raros esos tipos, muy raros…

    Ah, y por cierto, muy acertada la observación de Santi sobre Europa.

  4. ¡Hala, Alejandro! «Et tu quoque…» No te había leído cuando envié la mía. Después decís que si yo soy un exagerado… vaya forma de disparar…

  5. ‘Hala, Pumby! «Et tu quoque…» Cada vez que en tu discurso aparecen las siglas PS(OE, C, E, etc) también cargas tu trabuco con postas. Ya te vale, minino.

    El tal Félix de Azúa me parece un cenizo. Creo que criticar la incultura de los demás, sin tener medida exacta de la propia cultura, es como cargar a un enfermo con la culpa de su enfermedad, o como el guapo que repudia al feo sólo por serlo. Si él es tan rico en educación, que la reparta con los pobres, ¿no?

  6. Gracias por esas palabras, amigos.

    Mira que dice tonterías Félix de Azúa en su último artículo. El asunto está en que reúne muchos de los prejuicios históricos que tantos han difundido. ¿Cómo una persona leída, una persona que nos trata con ese desdén erudito y culto, puede decir tanto tópico y tan seguido?

  7. No, no, Marisa, si no me quejo, al revés, que al final por prudentes, por educados, se peca de ñoños. Me parece muy bien que se trate con dureza a quien maltrata de la misma forma que pido que se respete a quien respeta, piense éste lo que piense, coincida o no conmigo.

  8. Como estoy en vena les dejo algunas perlas de Pizarro (el conquistador del Perú no, insisto) para que disfruten.

    Sobre la corrupción:

    «Lo que le ocurre a Europa es que ha perdido sus valores cristianos. Cuando se olvidan
    los viejos valores de no matarás, no mentirás, no levantarás falsos testimonios,
    no codiciarás los bienes ajenos, es difícil echar a andar un país.»

    «Cada vez que alguien está metiendo la mano en la caja común está metiendo la mano en el
    dinero de los demás.»

    «Si una empresa actúa de forma irregular hay qie boicotear sus productos. Si un promotor inmobiliario
    opera con dinero negro, hay que negarse a comprarle viviendas.»

  9. ¿A quién se refiere este señor, cuando habla de meter la mano en la caja? Seguramente a los políticos de izquierdas, porque como los de derechas han sido los dueños de la caja de toda la vida, no consideran delito esquilmarla: es sólo tomar lo que la naturaleza (la suya, claro) les ofrece.

    ¡Hay que ver con qué desvergonzada soltura dicen estas cosas, sin que se les mueva un pelo! Debe ser por la gomina -ellos- y por la laca -ellas- que utilizan a porrillo. «A dojo» en catalán.

  10. Hablando del atraso español hereditario, copio una de mis frases preferidas de «El árbol de la ciencia»; la frase con que Baroja empieza el capítulo titulado «Alcolea del Campo». Es el capítulo en el que Andrés Hurtado describe el microcosmos formado por los habitantes de este pueblo manchego imagiario, al que Baroja se traslada para ejercer como médico durante una temporada, tomándolo como ejemplo y epítome de las costumbres españolas de la época.

    «Las costumbres de Alcolea era españolas puras; es decir, de un absurdo completo»

    (Pío Baroja, «El árbol de la ciencia», 1911)

  11. Sr. Fuster, usted se vale de su erudición barojiana para obsequiarnos con una perla que procede de ‘El árbol de la ciencia’. Una cita que tiene guasa. Es un acto generoso, sin duda, pero nos quedamos sin saber qué piensa usted al respecto: el valor cognoscitivo que le da a ese escrutinio barojiano. O, en otros términos, no sabemos si para usted lo dicho por Baroja en esa novela es ficción o descripción. Las novelas tienen numerosos elementos referenciales, datos tomados del mundo externo, pero la combinación y el sentido que adquieren no dependen de esa realidad exterior, sino de los usos que el novelista quiera darles. Baroja es muy verosímil al pintar la España de aquel tiempo, pero Baroja traza una España de novela. Sus personajes son creíbles, hechos con trozos y restos, con calcos y remedos. Él condensa y simplifica, pero inventa y sobre todo exagera. No sé si estará (o estarán) de acuerdo.

  12. Lo vengo diciendo desde hace tiempo. El vía crucis de un pensamiento de izquierdas (o de derechas) a un pensamiento libre es siempre doloroso e imperfecto. Demasiadas llagas incurables. Demasiado transfondo sin eliminar nunca del todo.

    :-)

    Saludos

  13. Justo: he querido reproducir simplemente la cita, sin explicar nada más ni orientar la opinión, para que cada uno la juzgara por sí mismo. Aunque lo preferible sería que todo el mundo hubiera leído o leyera la obra para enteder la cita y para ver el lugar exacto del texto que ocupa, Baroja es tan bueno que a veces con una frase lo dice todo, con ese ironía natural que le es tan propia y ese tono de individualismo aristocrático (en esto me recuerda a nuestro Juan Planas; quizá por esto me cae tan bien los dos), mezcla de desencanto y desdén.

    Como podrás imaginar, estoy de acuerdo contigo en que Baroja condensa y exagera. Todo en el libro es inventado (no existe ningún pueblo llamado Alcolea del Campo, sin ir más lejos), pero todo parece real. Aparte de la veracidad que le da su evidente carácter autobiográfico (Torrente Ballester llegó a decir que la obra completa de Baroja son ochenta volúmenes de memorias), la obra de Baroja consigue que su España de novela sea mucho más realista, mucho más verosímil, que la España explicada por muchos historiadores. Lo dice en su artículo Félix de Azúa hablando de «La lucha por la vida» y lo digo yo de «El árbol de la ciencia»; si uno puede conseguir traladarse al Madrid de principios del siglo XX de alguna forma, es leyendo las novelas de Baroja.

    Pero volviendo al tema del post, la cita era únicamente para confirmar, cosa que por otra parte no hacía falta, que ese tópico literario e intelectual de la decadencia patria tiene en los escritores de la llamada -mal llamada diría Baroja- Generación del 98, algunos de sus más conspicuos representantes.

  14. La historia de un país normal, pero no tanto

    BORJA DE RIQUER I PERMANYER TRIBUNA
    Borja de Riquer i Permanyer es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.
    EL PAÍS | Opinión – 17-03-1998

    Los buenos libros de historia son aquellos que tienen capacidad de hacer reflexionar a sus lectores, ya que les sugieren visiones del pasado que, parcial o totalmente, difieren de aquellas a las que están acostumbrados. Si, además, eso se hace con rigor, con buen estilo narrativo y con excelente capacidad de síntesis, aún mejor. Éste es, sin duda, el caso de España, 1808-1996. El desafio de la modernidad, de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, un libro de los que hacen pensar por la cantidad de argumentos e ideas que constantemente suministran. No es el objeto de este artículo hacer una reseña sobre el contenido de esta obra, por otra parte ya realizada en este periódico, sino plantear, haciendo uso de la probada capacidad de aceptación de la discusión científica que tienen Fusi y Palafox, un punto de vista discrepante de la tesis que ellos sostienen. El argumento central de estos autores es presentar la España contemporánea como un país europeo claramente homologable; «normal» es la palabra que utilizan. De este modo rechazan las tesis sobre la excepcionalidad del caso español, sobre todo cuando éstas están impregnadas de una interpretación claramente negativa y pesimista, y cuando se recurre a los conocidos tópicos del «fracaso», de las «frustraciones» o de «inferioridades» españolas. Ciertamente tienen razón Fusi y Palafox al denunciar la ausencia de autoestima, los excesos, casi masoquistas, en los que han derivado ciertas interpretaciones históricas sobre el caso español. Pero de ahí a plantear el otro extremo, a decir que éste ha sido siempre un país normal, en el que casi nada de lo que sucedió fue realmente excepcional, me parece que el salto es excesivo. Pero vayamos por partes. Fusi y Palafox sostienen la tesis de que la historia contemporánea de España, que a grandes trazos es semejante a la de la mayoría de países de Europa, tuvo que afrontar básicamente un doble desafío: la construcción de un Estado eficaz y liberal, y lograr una economía próspera y estable. Y que los más graves problemas vendrán siempre por ahí: de las dificultades para disponer de una Administración pública sólida y competente, y de las limitaciones, de todo tipo, que encontrará el desarrollo económico español.

    Pienso que esta visión es un tanto restrictiva, y quizás en exceso «optimista», ya que minimiza la importancia de otros muchos factores que hicieron de la situación española un caso realmente peculiar y que hipotecaron, hasta hace muy poco, su auténtica homologación a las pautas europeas. Intentaré exponer, en forma casi telegráfica, los factores que, en mi opinión, supusieron la clara «anormalidad» del caso español en la época contemporánea.

    1. La debilidad política del propio liberalismo decimonónico, evidenciada por la fragilidad de las propuestas civilistas frente a un militarismo extremadamente poderoso. El protagonismo de los militares en la vida política española del XIX y del XX no tiene demasiados símiles europeos.

    2. La existencia de un excepcional movimiento antiliberal, el carlismo, que no sólo provocó tres conflictos civiles en el siglo XIX, sino que incluso estuvo presente en la guerra civil de 1936-1939. Es decir, que persistió más de un siglo, cosa que no sucederá, por ejemplo, ni con el miguelismo portugués ni con el legitimismo francés.

    3. La débil nacionalización de los ciudadanos a lo largo del siglo XIX, resultado no sólo de las precariedades del propio Estado liberal, sino también de la ausencia de un proyecto nacionalista español con capacidad de generar un amplio consenso.

    4. La pérdida de todo el imperio colonial, en dos fases (1824 y 1898), cuando la «norma» europea era lo contrario.

    5. El hecho de que el «desastre» de 1898 acabara provocando una grave crisis de identidad, por lo que España entró en el siglo XX pasando de la consideración de «imperio arruinado a nación cuestionada», situación del todo peculiar en el ámbito europeo.

    6. El que España fuera el único país europeo en el que surgirán a finales de siglo movimientos nacionalista, precisamente en las áreas más dinámicas y desarrolladas (Cataluña y el País Vasco). Y el hecho de que estos movimientos se desarrollen notablemente a lo largo del siglo XX hasta convertirse en las fuerzas políticas mayoritarias en estos territorios, fenómeno sin parangón en la Europa actual.

    7. Que España tenga una casi nula presencia e influencia en la vida europea contemporánea: que desde 1814 no intervenga en ninguno de los numerosos conflictos continentales, y que hasta hace poco no pertenezca a ninguna alianza ni diplomática, ni militar o ni económica. El aislamiento europeo de España fue superior incluso al de Portugal y Grecia.

    8. España es el único caso europeo de un país que en pleno siglo XX sufre una sangrienta guerra civil, de 30 meses de duración, que acabará provocando una profunda ruptura interior.

    9. El franquismo será el único régimen fascista de Europa nacido de una guerra civil. Además, el régimen de Franco tendrá una duración excepcional (casi el doble que el régimen de Mussolini y el triple que el de Hitler) y sólo desaparecerá tras la muerte del dictador. A Franco no le sobrevivió ni Salazar.

    10. España sólo se incorporará a los regímenes democráticos europeos de forma definitiva en la penúltima fase democratizadora: es pertinente recordar que la primera fase es de antes de 1914; la segunda tuvo lugar en 1918; la tercera, en 1945; la cuarta, en 1974-1977, y la última se ha producido a partir de 1989.

    Pienso que estos hechos, y otros factores de carácter económico, social y cultural que podríamos añadir, son tan peculiares y se salen tanto de la «norma» europea, como mínimo de la europea occidental y meridional, como para recapacitar un tanto y reflexionar más prudentemente sobre la «normalidad» de nuestro pasado. Las cosas fueron como fueron, y a los historiadores nos compete explicar por qué se produjeron así, sin restarles ni su importancia ni su singularidad. No es fácil, ciertamente, establecer lo que pudiera ser la «norma» europea, dada la evidente variedad de itinerarios históricos que se observan en el continente. Ahora bien, tampoco me parece que la solución sea sustraer relevancia y excepcionalidad a unos sucesos tan poco comunes como los 10 antes citados. Sin duda, la discusión está servida y el tema da para mucho, pero frente a la tesis de la normalidad europea de España, yo me quedo con aquella frase con la que Ramón Carande definía lo que, en su opinión, había sido la historia de España de los siglos XIX y XX: «Demasiados retrocesos».

  15. Sin duda, Alexandre, usted conoce la tesis de la «débil nacionalización» de España, de Borja de Riquer. ¿Conoce el debate que siguió, la discusión sobre la presunta anomalía española? Es una discusión historiográfica muy rica y que nada tiene que ver con el repertorio de tópicos de que se sirve Félix de Azúa.

  16. Muy interesante, Aleixandre, la opinión de Borja de Riquer. Y desde luego, muy discutible, aunque desde luego, nada que ver, como dice el señor Serna con Azúa.

    Sólo un apunte, pues se podría hablar sin problemas de que esa idea de «fracaso» en 1898 específica de España por la pérdida de las colonias, es en realidad una sensación que surge también en otros países europeos, y que será la que conduzca, de alguna manera, a la I guerra mundial.

    Pero el tema de la debilidad del liberalismo, del nacionalismo español y de la construcción interna del Estado, se enfrenta, en todos los países europeos, al mismo problema: la falta de una esteructura interna fuerte, ausencia de burocracia, falta de recursos etc. Evidentemente, cada país tiene sus peculiaridades, y cada historia «nacional» es distinta (y en ese sentido personalmente soy muy crítico con la de España, que tiene sus singularidades, pero no creo que éstas la «saquen» de Europa) pero los problemas a los que esos países tienen que hacer frente son muy similares. Cada Estado los resolverá como buenamente pueda. A veces resulta difícil entender que el absolutismo (o el despotismo ilustrado) y los funcionarios o burócratas que trabajaban en él y para él, resultan del todo punto insuficientes para edificar el Estado-nación moderno. Se trata, por tanto, de un proceso de edificación muy lento y difícil (y complejo), que en España se hace contando con dos aliados, en muchas ocasiones poco fiables y que persiguen sus propios intereses, pero sin los cuales el Estado-nación seguramente no hubiera podido dar los primeros pasos: las élites locales (caciques etc.) y la iglesia. Creo que un claro ejemplo de esa dificultad en la construcción interna del estado, visible íncluso en la actualidad, lo tenemos en las aldeas remotas de Galicia y en como funciona la política allí. Imagínense en el siglo XIX.

    Por lo demás, me interesaría mucho conocer algo más de ese debate sobre la débil nacionalización de España, don Justo. Si pudiera darme alguna referencia…

  17. Tal vez, Alejandro, una de las cuestiones sobre “la débil nacionalización española” pasaría por cuestionarnos la validez de la pregunta que nos da esa respuesta. Es algo que no se hace. Y se debería hacer. ¿Débil nacionalización española o nacionalización española inviable/incorrecta?

    Existe un peculiar punto de encuentro entre lo peor del nacional-catolicismo españolista y la izquierda jacobina españolista: el nacionalismo español. Éste existe a partir de una opinión común, ampliamente generalizada entre los ciudadanos de la que no escapan los académicos, a la postre, intelectuales orgánicos del sistema. Se resumen en el dicterio fatalista de Calvo Sotelo que ya cité en alguna otra ocasión: “España, antes roja que rota”.

    Unos porque quieren (se benefician) ese modelo de España que permanentemente ha fracasado durante todo el periodo contemporáneo, digamos, entre el Decreto de Nueva Planta de 1714 y la Constitución monárquica de 1978, y otros porque creen que la única forma de ser “rojos” es ser españoles (!), esa convergencia abrumadoramente mayoritaria de opiniones, han convertido en algo “evidente” lo que, a poco objetivo que se sea, no pasa del interés ideológico más burdo (el reaccionario) y del fracaso más evidente (si de modernidad vamos).

    Y no logramos salir de esas. En el XIX esa España fracasada ya en el XVIII – y la con que se vea el cuadro de Goya con la familia real borbónica, huelgan más comentarios – de la mano de caciques agrarios, patronos explotadores, católicos integristas, liberales insuficientes y perseguidos y carlistas ideológicamente muy influyentes, sigue a pie juntillas el principio orwelliano de conquistar el presente para modificar el pasado con el que asegurar su futuro. O sea, una decidida reescritura de la Historia que, hoy, a pesar de que los nuevos historiadores surgidos desde la década de los 60 del pasado siglo han tratado de contrarrestar, evidentemente, no han logrado acabar con ese “sentido común” que arraigó de la mano del nacionalismo romántico español de aquel siglo y que el franquismo perpetuó hasta hace sólo tres décadas. Así, no logramos pensar de otra manera.

    Y es que cualquier revisión de “la evidencia” es tildada ipso facto de “nacionalista” (obviamente, de nacionalismo no españolista, claro) y, por lo tanto, arrojada a la basura de lo despreciable. Me recuerda lo de los juicios de Franco, el sedicioso, acusando de sedición a los republicanos. Pero no nos dispersemos.

    ¿Y si tratáramos de ver las cosas de otra forma?… ¿Realmente la reducción al Fuero de Castilla, tras la Guerra de Sucesión, trajo la modernidad a España? En el departamento de Moderna de la UV (EG) no están tan seguros de ello. ¿La Casa de Habsburgo fue incapaz de desarrollar la modernidad en los países donde se mantuvo gobernando? ¿qué hacemos, entonces con José II, por ejemplo?. Y si nos metemos en el XIX ¿Fernando VII y su herencia política centralista era “moderna”? ¿los pocos años de progresismo que vivió España a lo largo de todo el siglo sirven para velar las décadas y décadas de ominoso españolismo reaccionario?. Levantemos la punta de la nariz de nuestro ombligo y miremos un poco más allá de los Pirineos y del Atlántico ¿porqué se debe vincular la modernidad a la centralización borbónica cuando los EEUU nace como una estado moderno, ilustrado, liberal y progresista que está descentralizada, es federal? ¿o resulta que el moderno era el Zar y su centralizada Rusia?

    España consigue españoles en base a aculturar los pueblos que viven en la península, incluso el castellano. Mayor Oreja explicó muy bien cómo pudo salir su familia vasca de la miseria. No parece muy edificante, ni muy progresista, recurrir a una infamia para conseguir lo que se proponía la burocracia real y todos los vividores de la Corte (desde las manos muertas a los negociantes) y, desde luego, ya es bastardo, encima, venderlo como algo progresista (unos) o sacrosanto (otros).

    España, pues, se construye sobre la mentira romántica del nacionalismo que inventa el aparato del poder central. Ya me dirás con esos mimbres qué clase de cesto vamos a hacer. O se piensa de otra manera y se dejan de decir sandeces de “Isabel y Fernando el espíritu impera”, y se deja de ver “progresismos” y “feudalismos” de opereta, donde los hechos históricos – no las “evidencias” ideológicas – nada de eso indican, y se acepta lo que ahora se niega, o sea, la igualdad de todos los ciudadanos del Estado ante la Ley y la diferencia respetada de todas las culturas ibéricas, o, permanentemente, el Estado español, se cuestionará. Y si el Estado se cuestiona, se empecinará en su propio modelo inviable. Y ello, como reacción, radicalizará a quienes se oponen a él. Y, a la postre, no habrá forma de consolidar un Estado estable.

  18. Estimado Justo;¿ Nos podría ilustrar sobre el debate que siguío al artículo de borja de Riquer?. Sería muy interesante.
    Saludos.

  19. Hola, Justo;

    Ante todo, felicitaciones por tu portal, me parece ameno e interesante.

    Por otro lado, tengo una propuesta que hacerte. Por favor, ¿podrías escribirme?
    Me gustaría que lo hicieras.

    Saludos,

    Mariana

    Gracias.

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