Y una mujer capitanea la empresa

0. La Eneida, Publio Virgilio Marón. «Venus contestó: «…Era Dido esposa de Siqueo, el más rico señor de tierras entre los Fenicios, y a quien profesaba la infeliz grande amor; virgen se la había dado su padre al unirla con él bajo felices auspicios; pero como reinase en Tiro su hermano Pigmalión, el más perverso de los hombres, suscitóse entre ellos un odio terrible, y el impío Pigmalión, ciego con el amor del oro, asesinó al desprevenido Siqueo delante de los altares, despreciando el dolor de su amante hermana. Por largo tiempo tuvo encubierto el crimen, e inventando mil pretextos, burló con vanas esperanzas a la triste esposa; mas vio ésta en sueños la imagen de su marido insepulto, el cual, levantando la faz, maravillosamente pálida, le descubrió su pecho, traspasado por el hierro al pie del ara, y le reveló todo el oculto crimen de su familia. Persuádela en seguida a acelerar la fuga y abandonar su patria, y para auxilio del viaje le descubre antiguos tesoros que tenía enterrados, en cantidad inmensa de plata y oro. Agitada con esto, Dido preparaba su fuga y reunía a los que habían de acompañarla, señalados entre los que más detestaban o temían al tirano; apodéranse de unas naves que por dicha estaban aparejadas, y las cargan de oro; las riquezas del avaro Pigmalión van por el mar, y una mujer capitanea la empresa. Llegaron los fugitivos a estos sitios, donde ahora ves las altas murallas y el alcázar, ya comenzado a levantar, de la nueva Cartago, y compraron una porción de terreno, tal que pudiera toda ella cercarse con la piel de un toro, de donde le vino el nombre de Birsa. Pero vosotros, decidme, ¿quiénes sois, de qué playa venís, adónde enderezáis el camino?» Él, suspirando y arrancando la voz de lo más hondo del pecho, respondió a estas preguntas:

«¡Oh, diosa!, si he de referiros nuestras desgracias desde su origen, y tenéis vagar para oír los anales de nuestros trabajos, antes de que concluya, véspero sepultará la luz del día en el cerrado cielo. Después de andar errantes por diversos mares, un capricho de la tempestad nos ha arrojado a las costas africanas desde la antigua Troya (si por dicha el nombre de Troya ha llegado a vuestros oídos). Yo soy el piadoso Eneas, cuya fama llega al cielo»… »

1. Dido. Reina de Cartago, de Isabel Barceló. Jueves 26 de noviembre, a las 19 horas, presentación de Dido. Reina de Cartago (ES Ediciones) de Isabel Barceló. Intervendrán: la autora y Justo Serna. Lugar: Ámbito Cultural, El Corte Inglés, Calle Colón, 27, Valencia.

2. Un acto multitudinario. La presentación estuvo muy concurrida. Quizá unas ciento setenta personas ocupaban los asientos de Ámbito Cultural. El acto quedó muy bien, organizado eficazmente por la responsable de dicho espacio: Concepción Prieto. Numerosos espectadores estaban expectantes ante una novela, Dido. Reina de Cartago, que ha nacido y crecido en la Red antes de pasar a otro soporte: el libro. Podríamos decir que la publicidad que ha recibido este volumen es viral, a través de Internet, sorteando todo tipo de obstáculos y saltando incluso océanos. Sé que en algunos países de América hay lectores potenciales de esta obra.

Allí, entre nosotros, había bloggers, internautas, lectores acérrimos, profesores de cultura clásica, docentes de Historia Antigua, algún catedrático de Griego galardonado con el premio nacional de traducción, público en general, y  amigos de la autora. Sumábamos, ya digo, un respetable número.

3. Lo que dije y lo que no dije. ¿En calidad de qué estaba yo en el acto? Como amigo de la familia por supuesto me sentía muy cómodo. Pero a mí, además, se me invitaba expresamente para presentar el libro. Es una generosidad que aprecio en lo que vale: la autora ha confiado en mí a pesar de no ser yo especialista en Historia Antigua. Allí estaba yo, por tanto, y ello a pesar de que aún no he conseguido quitarme de encima los restos de un virus molestísimo que me ha tenido desarbolado durante los últimos días. Hoy ya estoy mejor y, por ello, puedo detallar parte  de lo que allí dije.

Si soy profesor de Historia Contemporánea, ¿qué hago presentando una novela localizada en la Antigüedad? Quiero pensar que estoy en calidad de lector, como alguien que busca y encuentra un placer propiamente inmaterial en los libros, en las historias que otros le cuentan, en las novelas. Por tanto, he de olvidarme de mi competencia profesional para hablar de un volumen que nada tiene que ver con mis investigaciones. ¿Tiene que ver con mis lecturas habituales? Dido. Reina de Cartago es una novela y yo suelo leer muchas novelas. Luego…

4. Novela histórica. Pero ésta es una novela histórica. El género –en realidad, el subgénero– de la novela histórica no es precisamente un sector editorial que me entusiasme. ¿Por qué razón? Cuando se difunde con el Romanticismo, que es su época espléndorosa, la novela histórica  es sobre todo idealización del pasado, especialmente del pasado medieval. Nacen los Estados-nación en el Ochocientos y el revival gótico lleva a trazar nexos de continuidad entre lo que somos y lo que cxreíamos ser, entre lo que eran los contemporáeos del siglo XIX y lo que habían sido sus antecesores del Medioevo. Los novelistas históricos del Romanticismo muy frecuentemente fantasean con la identidad, con las comunidades imaginadas a las que estaríamos atados, con el espejo de la historia. En ese caso, las ficciones sirven para reflejarnos en lo que queremos haber sido premonitoriamente. Las gestas de los  héroes son el modelo en que inspirarse en un siglo pedestre, vulgar, nada épico.  Como ustedes comprenderán, ese pasado imaginario y no siempre documentado, ese tiempo heroico, nada me dice y la lectura de muchas de esa obras sólo me produce hastío. La inverosimilitud es su resultado actual.

¿Y las novelas históricas que hoy se publican? Es un género de moda que suele llenar los anaqueles o los expositores de muchas librerías. También tengo prevención ante muchas de ellas. ¿Por qué? Porque numerosas obras suelen estar concebidas como mero entretenimiento, frecuentemente escapista: como un artefacto con el que huir de un presente tan decepionante o tedioso como es el nuestro. Leo las primeras páginas de novelas históricas actuales y a los pocos minutos no es raro que abandone el volumen, confirmando que el género ha caído en el descuido. O por exceso de documentación o por exceso de fabulación. No es extraño que ciertos novelistas históricos sacrifiquen la ficción a la información, al puro dato, para así mostrarnos la calidad o la cantidad de sus conocimientos. Tampoco es raro que los autores se conformen con personajes de escasa complejidad psicológica en tramas sin descanso y sin desmayo, dado que esos protagonistas deben acometer numerosas empresas. En fin.

Hago públicos estos reproches –que son peros de historiador y de lector de novelas– y parezco un cenizo, ¿no es cierto? En realidad, estos cargos son antiguos y con otra prosa puedo reconocerlos en José Ortega y Gasset. En alguna de sus páginas, el ensayista se mostraba desdeñoso con el género, admitiendo «la enorme dificultad –tal vez imposibilidad– aneja a la llamada ‘novela histórica’…» Y añadía: «La pretensión de que el cosmos imaginado posea a la vez autenticidad histórica, mantiene en aquélla una permanente colisión entre dos horizontes. Y como cada horizonte exige una acomodación distinta de nuestro aparato visual, tenemos que cambiar constantemente de actitud; no se deja al lector soñar tranquilo la novela, ni pensar rigorosamente la historia. En cada página vacila, no sabiendo si proyectar el hecho y la figura sobre el horizonte imaginario o sobre el histórico, con lo cual todo adquiere un aire de falsedad y convención. El intento de hacer compenetrarse ambos mundos produce sólo la mutua negación de uno y otro; el autor –nos parece– falsifica la historia aproximándola demasiado, y desvirtúa la novela, alejándola con exceso de nosotros hacia el plano abstracto de la verdad histórica».

5. Novela culta. Como vemos, el reproche de Ortega es serio, muy serio. ¿Por qué lo plantea? Porque prefiere que la novela lo saque de la realidad o porque desea que la historia le acerque al documento. En cambio, el híbrido –novela histórica– le parece prácticamente imposible.Pues bien, de manera realmente admirable, el libro que presento sortea esos cargos que Ortega opone y las prevenciones que yo he expresado. Dido. Reina de Cartago es una documentada novela histórica, cierto; pero es también una narración cuidadosamente escrita con personajes hondos y creíbles; un relato entretenido con los mejores recursos de la ficción,  con el arte de la diversión y con la exigencia del pensamiento. ¿Y cómo lo consigue? Los recursos son numerosos, una variedad que ahora no puedo detallar.

Dido parte de un referente cultural clásico en el que se inspira, La Eneida, de Virgilio: parte de ese poema épico para reescribir la historia de Dido, la reina fenicia que tuvo que salir de Tiro para fundar una nueva ciudad, en este caso Cartago. En el pasaje de La Eneida que arriba reproducía está en síntesis el arranque de lo que será la obra de Isabel Barceló. Cito la traducción del volumen de Austral que me regaló mi padre muchos años atrás. Ahora, Isabel Barceló reescribe ese mito bajo la forma de la novela, una historia que ya no se presenta con la versión troyana, sino con el testimonio de los fenicios. Una novela  es un relato de una cierta extensión, un relato en parte o en todo inventado, una estructura verbal en prosa. Dido. Reina de Cartago es una obra de estas características y logra plenamente sus objetivos.

En primer lugar, nos hace suspender la incredulidad que como lectores le oponemos a todo relato ficticio. En segundo término, consigue provocar un efecto de realidad o, mejor, de verosimilitud. En tercer lugar, mantiene la coherencia de principio a fin. Es decir, en este relato todas las piezas son congruentes entre sí. Pero en cuarto lugar –y quizá más sobresaliente– Dido. Reina de Cartago es una novela que hace explícito el arte de contar. La autora sabe dotarse de una narradora eficaz y escrupulosa, dispuesta a detallar su historia reuniendo testimonios, documentos, todo lo que le permita evocar lo que ella sólo pudo vivir siendo niña: el momento en que Dido ha de abandonar Tiro para emprender una navegación azarosa por el Mediterráneo, una navegación que finalmente la llevará a las costas libias, lugar en el que funda Cartago.

6. Novela popular. Esa narradora eficaz y escrupulosa  es Imilce, quien acompañada del joven escribiente Karo, reconstruye para nosotros la vicisitud de aquella reina y sus relaciones con Eneas. La obra es histórica, sí: histórica en el sentido de que evoca documentadamente un tiempo remoto. Pero es sobre todo una novela, un relato en el que la ficción cumple un papel decisivo: el de rehacer el mundo heredado. Es también una historia de aventuras, con lances que se precipitan y que aceleran el curso de los acontecimientos. Es una novela de amor, de amores trágicos que no revelaré, por supuesto: una narración en la que se enfrentan la pasión y los intereses. Es una novela de guerra, de relaciones diplomáticas y de litigios entre pueblos, relaciones en las que el comercio fenicio es un arte. Ah, los fenicios… Es también una novela de tesis, un discurso con un criterio moral que se plantea implícitamente. Y es, como decía, una novela sobre el arte de contar, sobre la techné del relato. ¿El resultado? Una obra en la que cada recurso es conscientemente empleado: desde los referentes cultos al humor, como, por ejemplo, son esos ardides narrativos propios de la novela de folletín que la autora maneja con maestría.

¿El folletín? Sí. Los títulos de los capítulos que Isabel Barceló adopta son, desde luego, una auténtica humorada. Tienen su guasa:  a mí me recuerdan –ya digo– esos folletines del Ochocientos a los que tantos les debemos: «Un sobresalto en la noche», «La reina Dido toma una decisión», «Aparece un personaje misterioso», «Aparecen más nubes en el horizonte» etcétera, etcétera. Como cierta forma de composición me recuerda también la novela por entregas. En su blog , Isabel Barceló fue escribiendo esta obra a partir de su idea compulsiva –la que mueve a todo autor– y a partir de la respuesta que sus lectores le daban. Como en las novelas-río del siglo XIX, la autora atendía y desmentía lo que sus destinatarios aguardaban, provocando una espera dilatada. ¿Es éste un soporte nuevo? Desde luego, el blog es un instrumento reciente, pero dicha técnica tiene ya una larga tradición, una tradición que yo veo también en otros recursos utilizados.

Sí, en efecto, el libro contiene prácticamente todos los ingredientes clásicos del mejor relato popular, del cuento. Hay un trono usurpado, hay un tesoro, hay un traidor, hay un viaje azaroso (como antes decía), hay un acto fundador, hay una derrota a la deriva, hay dioses juguetones y malvados (o, si quieren, un destino imprevisible y fatal), hay ingenios técnicos, cartográficos (auténticos admnículos que ayudan), hay amor-pasión, hay muerte. ¿Hay reparación?

No responderé a esa pregunta, por supuesto. Por un lado, quienes conozcan la versión troyana de los hechos sabrán a qué me estoy refiriendo. Eso no les librará de disfrutar con lo que aquí sucede. Por otro, quienes ignoren la suerte de Dido y Eneas podrán adentarse en esta historia con inocencia. ¿Es preciso tener formación previa para leer esta novela? ¿Es necesario disponer de cultura clásica para que los dispositivos de la narración funcionen? No. La erudición es un recurso, tanto para los autores como para los lectores, pero la suerte de una novela no puede depender necesariamente del acopio cultural. Ray Bradbury escribió Crónicas marcianas –una de las mejores historias de ciencia-ficción del siglo XX– sin estar bien documentado sobre Marte. La imagen y la información que él tenía procedían del Ochocientos: compuso sus páginas ignorando prácticamente los descubrimientos que sobre Marte se habían hecho en el Novecientos.

Al final, en efecto, el disfrute de una novela tiene distintas posibilidades: desde el lector culto y expertísimo hasta el destinatario ávido e inocente. ¿Por quién ha de inclinarse el novelista? En realidad, con la obra de Isabel Barceló pueden deleitarse tanto ese lector culto como aquel otro destinatario inocente, aquel que tiene la suerte de descubrir a Eneas y a Dido gracias a esta novela. Pues lo dicho: a disfrutar.

Imágenes del acto de Presentación (para verlas en tamaño más grande haga click sobre las imágenes):



34 comentarios

  1. «Y una mujer capitanea la empresa»… Siempre, don Justo, hay una mujer al frente de cualquier empresa. Puede ser que no aparezca en los anales, pero ahí estaba siempre. Aunque, después, sólo llegue al cielo la fama de los «piadosos hombres» y los dioses no se enteren, siquiera, de que -si un hombre es «piadoso»- generalmente lo será porque su madre se lo enseñó.

    Y esos mismos -u otros, que tanto me da- dioses me libren de ser desconsiderada con algunos padres buenos, que también los hay. Aunque sean la excepción que confirma la regla.

    Aunque yo no llegue a verlo, confío en que algún día se acabará la violencia de género y reinará (o republicaneará, a ser posible) en el mundo la igualdad, sin necesidad de hacer un ministerio para ello.

  2. Hola: Juan Antonio, Ana, Marisa y amigos que me han escrito privadamente, muchas gracias.

    Me permitirán que no conteste de momento a las acusaciones de que he sido objeto en un comentario del post anterior (https://justoserna.wordpress.com/2009/11/22/guerra-civil/#comment-12471). No quiero que ese tema me interfiera ahora, en los prolegómenos de la presentación del libro de Isabel Barceló, una recreación excelente del mundo de Dido, de la fundación mítica de Cartago. Este volumen es entre otras cosas: novela, novela histórica, novela de aventuras, novela de amor, novela de guerras, novela de tesis y novela sobre el arte de novelar. Y más cosas que me reservo para la presentación de esta misma tarde. Y más cosas que yo no podré decir para no agotar el tiempo y la paciencia. En todo caso, no quiero hacer una presentación que destripe el desarrollo del relato y de su intriga. No me gustan esos comentarios que te cuentan la novela, que te destripan sus contenidos.

  3. Justo, por favor, hágame caso y, cuando tenga tiempo, dedíquelo a otra cosa que a contestar a «eso». No es un comentario, es una agresión zafia y salvaje y la respuesta a ese tipo de cosas no puede ser la palabra civilizada y culta, que es la que usted utiliza casi siempre; es la típica cosa que desencadena reyertas callejeras. Un lemguaje carcelario y lumpen que pide a gritos un puñetazo a algo similar en lo que no lo inagino a usted. Sé que la tentación es muy grande, pero nuestras madres decían en stas ocasiones: «No te puedes poner a su altura» y tenían razón, aunque yo lo llamaría bajura, porque las cloacas están por lo bajo. Gentes así «ganan» siempre porque no podemos, sabemos ni debemos entrar en sus caminos.

  4. Juan, es muy sensato lo que me dices: que no conteste. Pero me permitirás que no coincida de entrada con tu sensatísima recomendación. Aunque debería hacerte caso.

    Quizá conteste otro día, aunque es algo que he de pensarme y, de hacerlo, lo haré en frío. Y segundo: no elimino ese comentario porque no quiero asear el terreno. Hay gentes animadas de intenciones muy hostiles que se manifiestan en la Red con palabras increíblemente violentas.

    Eso mismo detecta y reconstruye Muñoz Molina en otro contexto en su novela ‘La noche de los tiempos’ (de la que debo escribir este fin de semana una reseña). La irresponsabilidad de las verbosidades enfáticas. La inconsecuencia de las bravuconadas verbales.

    Gracias, Juan. Un fuerte abrazo.

  5. Estoy muy de acuerdo con usted, doña Marisa. Las mujeres siempre han estado ahí y siempre, sistemáticamente, han sido relegadas a papeles secundarios, cuando no directamente olvidadas. Ejemplo claro de esto es Hipatia, tan en boga últimamente.

    Resulta curioso, don Justo, cómo coinciden nuestras apreciaciones. Usted dice: “Este volumen es entre otras cosas: novela, novela histórica, novela de aventuras, novela de amor, novela de guerras, novela de tesis y novela sobre el arte de novelar”. Ayer mismo, yo escribía: “Dido, reina de Cartago no es una novela histórica al uso (…), es una magnífica novela de aventuras (…), es también una bella y trágica historia de amor, (…) sin embargo, el lector advierte desde el principio que la historia de la reina Dido trasciende el género histórico y se convierte en otra cosa, en algo más abarcador, más ambicioso: Dido, reina de Cartago es en realidad una novela dentro de muchas novelas, una indagación literaria en diferentes planos temporales y espaciales que esconde una reflexión sobre cómo se escribe la historia…”

    Pero es mucho más. Por ejemplo, el paralelismo entre los protagonistas de la historia, sus narradores y sus autores es claro.

    Por un lado, Dido, reina de Cartago, y Eneas, príncipe de los troyanos. Por el otro, la anciana Imilce, impulsora, narradora y corazón de esta historia, frente a Trailo, poeta troyano y narrador de la versión troyana de la historia.

    La versión de la autora, Isabel Barceló, frente a la del gran poeta Virgilio. No sé qué más decirles. Salvo que creo que ya es hora de escuchar, en esta historia (y en todas las demás), la voz de las mujeres.

  6. Aunque no he leído el libro de Isabel Barceló por lo que dicen Justo y Alejandro, por lo que presumo son extractos del libro y por el buen hacer y conocimiento que demuestra la autora en su blog dedicado a las mujeres en el mundo clásico que he tenido el gozo de leer en alguna ocasión; por todo ello, digo, la lectura de su libro debe depararnos maravilla y cuento largo, apasionado y talentoso.
    Como sabrá la autora, los saguntinos guardamos una trabazón íntima con el vate latino que ella trata, recorre, relee y reescribe. Recuerde que en los relatos de los orígenes de Saguntum, además del expresado por Silio Itálico en su Punica, hablando del compañero de Hércules, Zakyntho, muerto por una serpiente, está el otro origen que trae a la luz en su Ab Urbe condita libri, el gran Tito Livio. Allí habla de la colonización de nuestra tierra por los rútulos de Ardea. Y, precisamente, con estos últimos conecta Virgilio, pues son éstos y su rey, Turno, los que ocupan una importante porción de la Eneida, como antagonistas de Eneas, en pugna por Lavinia.
    De la época de mis embates con el texto latino de Virgilio, recuerdo como un eco, una imagen contínua que aparece en el verso 208 del Liber decimus: «spumant vada marmore verso», esto es, «espuman las aguas al agitarse el mármol», cuando habla de los remos de la embarcación del aliado de Eneas, Aulestes. Esa metáfora del mar, del ponto, como una superfície de mármol que golpean los remos, se ha quedado impresa en mi imaginario poético y regresa siempre, acompañada de la de Ausiàs March: «Bullirá el mar com la cassola en forn», que tanto gustaba a nuestro Gil-Albert.

  7. Aunque sé que en el blog de Isabel Barceló habrá crónica del acto, les preciso brevemente lo que yo vi desde la mesa de presentación del libro.

    Todos íbamos muy aseados e incluso peripuestos, como corresponde a un acto de estas características. ¿Todos? Bueno, entre los asistentes siempre hay gentes que visten ‘casual’, que dicen los americanos. Algún joven universitario, algún licenciado prometedor o algún individuo de mediana edad. ¿Algún individuo de mediana edad, digo? En concreto estuvo entre nosotros alguien de aspecto sobradamente conocido. Ya lo hemos visto en ocasiones anteriores, pero ahora llevaba una camisa de cuadros grandes, muy inapropiada para actos de postín. De hecho, no sabría decir si esa prenda era de granjero o de leñador. Eso sí, de colores chillones.

    De momento, a la primera impresión no pude distinguir nada más. Quiero decir: las luces destellaban y eso me impedía averiguar algo más. Había señoras de avanzada edad, por cierto muy bien conservadas; y había jóvenes adustos y formales. A quien de entrada no vi fue a la anciana de aspecto fiero. No sé por qué, pero esperaba encontrármela. Habiendo distinguido esa camisa de leñador o granjero, no sé, supuse inmediatamente que aparecería por allí esa vieja que acompaña siempre al señor de la gatera.

    Seguirá…

  8. Señor Serna, yo -que pertenezco a ese colectivo de «señoras de avanzada edad muy bien conservadas» que usted describe- estaba sentada en la segunda fila (la primera me la hace evitar mi proverbial modestia) con el fin de observar la expresión facial de los intervinientes, lo cual me ayuda no poco a suplir lo que mi duro oído no acierta a procesar.

    Varias veces me volví, gustosa de contemplar un salón tan lleno y de tanta calidad, por lo que confirmo su impresión de que la anciana de gesto fiero no había acudido. Y el caballero ataviado de leñador no era, como usted bien dice, aquél de la gatera. Estaba sentado a mi lado y le oí comentar que había venido directamente desde su trabajo, sin tiempo para mudar de ropa, por lo que se deduce que es alguien que ejerce un trabajo manual -como indica su vestimenta- pero amante de la cultura. ¡Bién por él!

    También pensé que podrían haberse adelantado, los dos siniestros personajes, y haberse llevado en su gatera a nuestro amigo Pumby, porque no le ví por allí, ni siquiera al fondo a la izquierda, y eso que miré hacia allí en repetidas ocasiones. ¡Los dioses no lo quieran! ¡Nuestro gato, privado de libertad! ¿Estás ahí, Pumby? ¡Contesta, me tienes en ascuas!

    Pero… estoy pensando… tampoco vi por allí a RSR… ¿será posible que ambos se hubieran encontrado y hubieran salido huyendo en busca de un rincón donde hacerse arrumacos? ¡Por favor, señores, esto ya pasa de castaño a oscuro! ¿Se dá cuenta, Doña Ana, de lo picarón que es el gato que usted tanto defiende?

    En cuanto al libro que se presentaba, no sé si voy a poder esperar al fin de semana para empezar a leerlo. ¡Pinta tan bien! Mi buena amiga Isabel Romana nos había dado ya -en su estupendo blog- un goteo constante de esta obra, incitándonos a su lectura. Y además, como el profesor Serna sabe despertar el interés por las obras que recomienda, pues eso: la devoraré cuanto antes.

  9. Lamento realmente no haber asistido a la presentación del libro de doña Isabel pero, altos oficios y menesteres prioritarios ocuparon mi tiempo a la misma hora y en diferente lugar pero, no siendo extraño en el “blog” de la señora Barceló, no puedo por menos que presuponer que el acto fue excelente pues la obra de la autora une originalidad en su gestación, calidad en su desarrollo e interés en su lectura. Es un trabajo ciertamente recomendable, pues su fácil lectura no significa un bajo contenido, al revés.

    Don Justo, no hace falta que se ande con subterfugios ni remilgos… ¡ya apareció el leñador!… ¡¡el que faltaba!!… Paco Vila, otro que así va. Que sí, hombre, que sí, que ya me lo conozco yo… otro tipejo de su estirpe. Un amigacho de banquetes y francachelas. Un tipo disipado, de baja estofa, ya se ve por su vestir… Naturalmente, Paco Vila, no podía ser otro. Mi hermano me ha hablado de él, era uno de sus habituales en los salones del cenáculo de Corona y ahora también ronda por su mansión, Ámbar. Vaya gentuza deja mi hermano pasar a sus aposentos…

    Y veo que cuenta con una compinche en su defensa del “leñador”, la señora Bou ¡claro! que por un lado se preocupa por mi integridad (presuntamente) pero, al mismo tiempo, justifica al maldito Vila. Sí, doña Marisa, Paco Vila es un individuo muy capaz de llevar una gatera astrosa. Y no, señora mía, no huí con la señora R.S.R. a ningún rinconcillo propicio. De hecho, no conozco a esa señora más allá del espacio virtual. Razón de más, pues, para no seguir con la broma. Me parece una desproporción innecesaria que a partir de una broma suya, de ella, la cual yo seguí de forma felina, melosa, con una alusión a sus ojos – que nunca he visto, por cierto – amparada ésta por la poesía arábigo andaluza del periodo Omeya, se quiera sacar ninguna conclusión más. Comprenda que a mi me la trae al fresco lo que una caterva de humanos puedan decir de mi pero temo que la señora R.S.R. pueda sentirse molesta o incluso ofendida con la chanza. Reportémonos todos, pues, y zanjemos el asunto aquí, si les parece. Y, en cuanto al tal Vila… ya lo pillaré en algún callejón obscuro, ya…

  10. ¿Obscuro, Pumby? La obscuridad la tendrá usted cuando su leñador lo meta en la gatera. Vamos a ver, ¿por qué ha de hacer comentarios ultrajantes del señor Paco Vila? Si reconoce que es su amo –es decir, el dueño de la gatera–, entonces no sé a santo de qué anda usted hablando de él como si fuera un tipo lejano. Yo he hablado de su camisa de leñador, pero no he dicho en ningún momento que dicho señor alterara el orden. Días atrás, sí. En el Congreso de Comunicación al que tuve que asistir, el leñador daba voces. Ayer se comportó como un caballero. Que no llevara la indumentaria preceptiva no le da derecho, Punvi, a hablar mal de él. De hecho, yo mismo acudí al acto sin corbata. ¿Qué me dice? Sin duda, tomé una decisión inelegante. Fue una descortesía por mi parte.

  11. ¡Perdón, mil veces perdón, querida RSR! Nada más lejos de mi pensamiento que ofenderla a usted. Sólo pretendía, como de costumbre incordiar al gato. Disculpe mi atrevimiento, que sólo quería ser gracia, pero si a usted no se la ha hecho, no hablemos más del asunto.

    Pero ¿pedir yo disculpas al gato? ¡Eso sí que no! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Tal vez lo haría yo si él lo hiciera, a su vez, con don Paco Vila, señor muy discreto que, aunque no se pierde nunca uno de nuestros eventos, tampoco diría yo que haya molestado nunca a nadie. Antes al contrario, a veces ha resultado amena su conversación. No como otros, que no prodigan nunca su presencia, pero se muestran en este foro, a veces, un poco desabridos.

    Así que ya lo sabes, Pumby, tú primero.

  12. ¡Ah, Dido, Dido! ¡Qué mujer! ¡Vaya carácter! Rememoro ahora nuestro encuentro primero, prístino, imperecedero, inmemorial. Aquellas tardes de solaz persiguiendo mariposas por la herbosa campiña, holgando y regoldando sin parar. Hasta Tormentosa parecía haberse contagiado de aquel ambiente idílico, preternatural. Apoyada en un peral, emitía bisbiseos cantarines sin apenas rezongar. Exhumo aquel recuerdo y no paro de rimar.

    Pero heme aquí, en esta empantanada urbe, ciudad portuaria como pocas, y sin navío. ¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice! ¡Maldito Bigotes y demás caterva de ratopines rasurados! Qué tiempos aquellos los de la reina Dido, de grácil figura. ¡Cómo los añoro! Aquello si eran navíos y no los amasijos de hierro de ahora, aquellos sí eran líderes y no la patulea que gobierna los destinos de la antaño esmerilada Balansiya. Perdidos quedan todos en la noche de los tiempos. Incluso Eneas, el maldito Eneas… si lo hubiera agarrado a tiempo, menudo malandrín que estaba hecho, con su melena dorada al sol y esos hoyuelos irresistibles. Eneas el piadoso. ¡Ja! Menudo pilluelo. Amiguito del minino tendría que ser, tan embaucador como él. Menos mal que aún conservo a Tormentosa para desfacer entuertos y poner firme al personal.… Pero no todo está perdido. Con mujeres preclaras como la romana Isabel Barceló no todo está perdido. Mereció la pena acudir a aquella presentación, pues recordé tiempos gloriosos.

    Emplazado junto al umbral del recinto, con el obscuro tabardo bien ajustado, la capucha echada, la punta de la espada –metro y medio, doble filo- besando el piso, y mis poderosas e inflexibles manos descansando en la montura, logré pasar desapercibido por lo elevado de la concurrencia. Tras las intervenciones de rigor, tomó la palabra un egregio personaje, el presentador del libro quien, con generosidad digna de encomio, glosó las virtudes del volumen. Su argumentación fue razonada y convincente. Tras él, la autora de la obra dirigió unas breves pero intensas y emotivas palabras al gentío que abarrotaba la sala. Los aplausos, calurosos y sinceros para con los oradores, dieron paso a la champaña, a las colas de las firmas y a los corrillos. El efecto que sobre mí tuvieron los magníficos oradores, con tanta profundidad me epataron sus palabras que, agarrando del pescuezo al primer chambelán que tuve a mi alcance, le comenté amablemente si podía proporcionarme una botella de ron. Cuando me la trajo, abrí el gaznate y ahogué mi morriña en los efluvios del divino almibarado. Entonces recordé a Almícar, a Aníbal y demás parentela y rompí a llorar. Ni siquiera la perspectiva de cercenar unas cuantas cabezas (y había una rizada y con perilla que me lo estaba pidiendo a gritos), ni siquiera esa perspectiva, digo, me hizo sentirme ni un poquito mejor, así que, arrastrando el espadón por el frío suelo de mármol, abandoné el lugar gimoteando.

  13. Mil felicidades, Isabel. Como siempre, me lo perdí todo, aunque a veces, vistos los rifi-rafes que hay por aquí, casi me alegro de no entrar en sus rencillas e improperios. Me lo perdí todo, pero no lo importante ¡El libro!, que ese ya lo tengo encargado y lo devoraré, como Marisa (ya hablaré con usted del gato jaranero, Marisa).

    Me alegro de su edición, de la belleza que contiene, por lo que atestiguan todos, de su éxito, de esa presentación tan concurrida y cariñosa que demuestra, no solo la espectación por el libro, el cariño que se le tiene a usted y todos los amigos que atesora, cosa que ya era bastante evidente desde aquí, desde mi remota provinca, porque ¿Sabe? con tanta juerga, con tanto acto cultural y lúdico en Valencia, han logrado entre todos que el vivir en Madrid me haga sentir provinciana. ¡Qué digo prvinciana! Pueblerina. Menos mal que el aglutinante de nosotros, su presentador de lujo, de vez en cuando viene con la familia o solo a estos lares, dando prestancia a mi apacible vida de pueblerina solitaria.

    Completamente en serio: mil felicidades Isabel y que el niño se le crie hermoso y bien valorado.

  14. Como atestiguan las fotos que ha colgado Justo, también estuve ayer en la multitdinaria presentación del libro de Isabel Barceló, a la que aprovecho para felicitar y dar la enhorabuena (me hubiera gustado hacerlo en persona, pero el éxito masivo de gente que se acercó a la firma de ejemplares me lo impidió). Salvo a la gente del blog, no reconocí a la mayoría de personas allí presentes (tampoco es que fueran de mi quinta), aunque si que reconocí entre el público a ese Catedrático de Griego al que cita Justo.

    Sobre el libro, no puedo decir mucho de momento, salvo que tengo muchas ganas de leerlo. Une dos ámbitos – la novela y la historia de las mujeres – que me son familiares. Al igual que dijo Justo, tampoco soy un fan del género «novela histórica» (prefiero las novelas «normales» que no quieren ser «históricas», pero que son quizá mucho más útiles para el historiador), pero reconozco que he disfrutado mucho leyendo algunas obras maestras del género. Precisamente el Mundo Antiguo y la Época Clásica ha sido inspiración de algunas de las mejores novelas históricas que he leído, verbigracia «Yo, Claudio», novela por la que siento un especial cariño.

  15. ¿Es ahora comprensible mi odio visigótico contra don Justo? ¿Es posible encontrar mayor malandrina que doña Marisa?… Esos pérfidos, aun conchabados, se delatan ante todos los contertulios sin asomo alguno de decencia.

    Véase como insiste el señor Serna con mi sometimiento a ese conmilitón suyo, el tal Vila, a quien atribuye la gatera y mi propiedad… habrase visto… no le niego la amenaza de la astrosa pero ¿un gato con amo?… quia, inverosímil, impensable, inaceptable. Los gatos, ya dije, no tenemos ni dios, ni amo, aunque no despreciemos las caricias humanas si no quieren ser un chantaje afectivo para retenernos.

    ¿Y aun me pide que no ultraje al tal Vila?… ¡pero si es colaborar necesario para la inquina que se vierte a manos llenas, generosa, liberalmente, sobre mí! Mas, sépanlo: me crezco ante las adversidades, me multiplico cuando mis enemigos se amontonan y hasta hago de mi mismo una raíz cuadrada de n si se me ataca en tropel (y luego, a ver quién me encuentra).

    ¡¡¿Pero qué tiene ese alopécico barbado, ese fusiforme cuatrojos, ese gorrón del “blog” que la señora Bou defienda a semejante rufián?!!… nada… nada que no confirme mi acusación de contubernio, de conspiración contra mi sólo por mi condición de felino y de negro, o mejor, de felino negro. ¡Ay, doña Marisa! Yo que la creí, yo que en usted confié… y ahora… todo desvelado, todo revelado: también usted forma parte de la trama…

    ¿El cabecilla de los desalmados? por supuesto, don Justo. El sicario sin escrúpulos, obvio, el tal Vila. Colaboradores, agitadores, maledicentes y enredadores de la banda: la señora Bou, la señora Zarzuela, el señor Montesinos… y quién sabe cuántos más… ¡Príapo bendito!… Valiente patulea… Pero no han de poder conmigo… O yo acabo con ustedes, por más malandrines que se atropellen en tropel para escaldarme, o si no puedo, me embarco en el buque del Marinero – si el Marinero logra encontrar su navío (me da igual que no halle su cordura, sospecho que su barco es la nave de los locos) – y parto en pos de Dido, reina de Cartago.

  16. Oh… después de ‘(…) gorrón del «blog» ‘ y antes de ‘que la señora Bou’ (…), falta «para».

    Escribo de arrebato y así me salen las cosas.

  17. Estoy muy satisfecho de haber presentado la novela de Isabel Barceló. Como también estoy muy contento de haber presentado la semana pasada el libro de poemas de Juan Planas. En medio de ambos eventos he estado enfermo, con un virus traicionero que no me ha dejado en las mejores condiciones. Pero eso es lo de menos. Uno se recupera y sigue y comprueba que vale la pena leer libros, que el difrute que nos procuran no tiene precio. Y tampoco tiene precio contar con sus comentarios, con los que aprendemos o recordamos: como, por ejemplo, ese libro que Francisco Fuster cita, ‘Yo, Claudio’. Lo tenía sepulto en mi memoria. Gratos recuerdos, los que me trae ese personaje.

    Y ya que hablo de personajes, es posible que por aquí aparezcan nuevos lectores del blog que no acierten a entender de qué hablamos cuando hablamos de señoras de aspecto fiero, de leñadores, de gatos, de gateras. Sean condescendientes: son bromas particulares que pronto se entienden. Son personajes de un cuento que aquí se escribe a golpe de guasa, de buen humor.

  18. Y más que satisfechos quedamos todos con su intervención, Don Justo. Sabíamos que no se encontraba en las mejores condiciones (bueno, eso lo sabíamos cuatro gatos, el resto al escucharle no se lo podía ni imaginar, je, je), hecho que para nada impidió que realizara una magnífica presentación. Tan magnífica como encantadoras fueron las palabras de la autora, Isabel Barceló, encantadora también y valiente como Dido.

  19. Sr. Pumby ni R. K puede superarle en sensibilidad, exquisitez y caballerosidad. Muchas gracias por estar al quite .No me ofenden los versos que su alma felina me dijo, y mucho menos, teniendo ese origen arábigo andaluz del periodo Omeya. Es un honor recibirlos de usted.

    Veo a los bloggers bastante favorecidos y arreglados para la ocasión, pero desconozco a ese señor “con la camisa de cuadros grandes, muy inapropiada para actos de postín” por otra parte, no veo a ningún gato con cuello almidonado y pantaloncillo corto, he de suponer que es cierto, el Sr. Pumby no fue.

    Ay Pumby, como dijo Pedro Navajas “el destino no lo cambia ni el más bravo, al que nace pa martillo del cielo le caen los clavos” a usted le llueven los enemigos, ahora se le suma ese Francisco Vila al que parece tener una especial animadversión, ándese con ojo, no me gusta su pinta, mmm…. parece que es muy amigo del magister del blog, no se fié.

  20. Felicidades a Isabel Barceló! Ahora ya sabe, si es que antes no lo sabía, lo que significa tener a Justo de maestro de ceremonias. Un lujo;-)

  21. Sra. Zarzuela, muchas gracias por sus palabras.

    Sr. Planas, muchas gracias. También por sus palabras, generosas, exageradas.

    El placer es mío. Si supieran lo bien que me lo paso leyendo lo que me satisface…

  22. «De pocas vengo», decía mi abuela cuando, sin faltar un sólo día, llegaba a casa de mi madre puntual a la hora de la comida familiar. Pues eso, de pocas les veo a ustedes. He pasado los últimos ocho días debatiéndome entre el unplugged provocado por el óbito de mi portatil -«t´ha reventao el disco duro», me dice el de la tienda- y un inhabitual exceso de trajín familiar. El trajín es por algo bueno, pero suficiente para tenerle a uno ocupado. Les cuento todas estas insignificancias personales para excusar mi ausencia en la presentación del libro de Isabel Barceló, excusas para Justo por su alocución y, muy especialmente, para Alejandro. Al menos he podido ver las fotos y se les adivina a ustedes felices, lo celebro. Veo también que han pasado algunas cosas en el blog últimamente. Creo sinceramente que algo no funciona cuando el oponente solo sabe chillar. Me preocupa de veras.

  23. Permítame, don Justo, esta, mi intervención, dedicarla a mi desconocida R.S.R. En su generosidad confío a pesar de nuestras desavenencias. Es un caballero y me entenderá. Voy.

    ¡Por favor, señora mía, R.S.R.! Me colma usted de inmerecidos excesos. No tengo más mérito que cualquier gato de Villa Rabitos. Permítame que la reprenda por ello, sin que deba entenderlo como un repudio a su galantería. Gracias por esas palabras que me arroban.

    En efecto, no pude asistir a la presentación de “Dido, reina de Cartago”, no por falta de ganas sino porque me vi atado al duro banco del laboratorio en el que vendo mi fuerza de laburo a cambio de un salario (vulgo, trabajo). He de reconocerle que yo también miré con insistencia las fotos que probablemente haría doña Isabel Zarzuela – fotógrafa y embarazada – sin acertar a identificarla, de donde deduje que tampoco fue usted al evento y de ahí la insidiosa sospecha que lanzó la señora Bou sobre nuestra presunta común fuga.

    En efecto, tiene usted razón en el abrumador número de mis enemigos. En efecto, no paran de crecer. Sin embargo, me es indiferente. Uno de los blasones de los Planxadell es “Contra mundum” y así vamos, como diría el Capitán Trueno en estos casos, “¡sus y a ellos!”. Y ahora que cito a los clásicos Mora y Ambrós, le cito a otro, el mismo Rubén Blades, en la misma canción que trae a colación en la suya, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” ¿quién sabe qué sorpresas nos depara el Destino, señora mía?…

    PS. Respecto al leñador, el tal Vila, sepa que es otro compinche de don Justo y condiscípulo, y sin embargo amigo, de mi hermano Manel (igual lo conoce usted como “Kant”). Pertenece a la extendida especie de taimados lectores del “blog”; o sea, los que leen la bitácora en sepulcral silencio. Bueno, sí tiene una, única, aportación aunque ni siquiera la hizo para el “blog” sino para la presentación de “Héroes alfabéticos”, salvo eso, nada; puede leerse, por la bondad del sr. Serna, en la subsección correspondiente. No lo busque por “Francisco”, sino por “Francesc” que es un pérfido catalanista, delirante separatista, sin duda rojo o anarquista o algo peor, un casquivano, radical, masónico, hebraico, islámico y, sobre todo, un gorrón. Se presenta a todos los ágapes en los que él no debe convidar. Así que siempre se le ve con las gentes del “blog” en las quedadas del sr. Serna o en la librería Gaia, con don Alejandro (otro pinta). Las pruebas fotográficas de este mismo “blog” son irrefutables. Así que despreocúpese de él y no tema por mí: sé donde vive; le daré su merecido.

  24. Uy, don David, no lo vi. Mis saludos. Ya me tenía usted preocupado, echaba de menos nuestro mutuo desprecio.

  25. Muchas gracias a don Justo Serna y a sus alborotados contertulios, que bien merecían haber salido en la novela de Dido reina de Cartago. También en aquellos remotos tiempos y lugares a la gente le gustaba darle al pico y chincharse mutuamente un poco, a ser posible, entre un acto épico y el siguiente. Eso se ve clarísimamente en la novela. Gracias a los asistentes a la presentación (Marisa Bou, Marinero de los mares del destino, Paco Fuster, Isabel Zarzuela y Alejandro Lillo) y a los que, pese a su buena voluntad, no pudieron hacerlo bien por la distancia (Ana Serrano) o por la maldición bíblica de tener que tabajar para comer (Pumby de Villa Rabitos). Gracias también a Juan Antonio Millón y J. Planas que se alegran conmigo.

    La verdad, don Justo, me dejó usted impresionada no sólo por su erudición respecto a la novela histórica, sino también por la valoración que hizo de Dido. Y bueno, porque me sujeté con las rodillas a la mesa, de lo contrario habría terminado en el cielo del salón hinchada como un globo.

    Gracias de nuevo a todos y ya saben, quedan invitados a formar parte de la próxima novela…

  26. No me olvido de usted, Pumby. Por cierto, su retórica tan solemne tiene algo del Capitán Trueno, sí -«Santiago y cierra España»-, pero también de don Pantunflo Zapatilla, ya sabe, «nuestro dilecto padre».

  27. Sra. Barceló, le agradezco a usted la oportunidad que me brindó de presentar su novela, que ando releyendo a ratos, cuando puedo. Por puro placer, sin necesidad. No hago más que confirmar mis impresiones.

    Y, hablando de eso, de impresiones, no se deje asombrar con mi erudición, sólo normalita.

    ¿Erudición, escribo? Un excelente profesor de Latín que tuve en el bachiller nos dijo una vez que cuando en una conversación alguien da un dato muy concreto o aporta una información específica, eso sólo se debe a que lo acaba de mirar o a que lo acaba de inventar. Exageraba, sin duda. No toda erudición es inmediata o apócrifa. Pero acertaba en algo: el dato sin vuelo no tiene mayor mérito.

  28. Como mi egolatría pugna con mi egocentrismo – jamás he sido egoísta – me apresuro a agradecer a doña Isabel Barceló sus palabras, en la que se me cita, amén de para sumarme a las felicitaciones por su trabajo, con el obvio propósito de evitar que en su próxima novela le dé el papel de gato a otro que no sea yo que, en ésta, ya me lo pilló otra persona más presta que un servidor en estas lides.

    Don David, sabe usted que no hay nada que me reviente más que tener que darle la razón y, últimamente, se me está convirtiendo en rutina (no se puede imaginar lo que ello repercute en mi bilis), pero, sin duda vuelve a acertar al traer a colación a don Pantuflo Zapatilla… ¡qué gran hombre!… mmm… lo cual me trae a la memoria a don Minervo, el severo preceptor de sus hijos de quien observo, no sin estupefacción, ciertos rasgos que con él comparte…

    Señor Serna permítame esta pregunta que sólo quiere satisfacer mi curiosidad más gatuna… ¿hablamos de don José Estela?

  29. ¿Don Minervo? Me lo ha recordado usted, superintendente Vicente, ese nombre sí andaba en recovecos muy profundos de mi memoria. Yo, sinceramente, prefiero compararme con el Mago Morgano, pero dado que usted me parangonará con el profesor Tragacanto -y su clase, que es de espanto-, prefiero dejarlo.

    Pues bien, ya que hablan de Pepe Estela, resulta que fue compañero mío en el Benlliure hace seis años, era jefe de estudios del Nocturno. Entre clase y clase disfruté muchísimo en la tertulia que tenían oficiosamente montada él y Eduardo Alonso, al que sospecho que también conocen. Estela es un tipo con una inmensa cultura y un peculiar sentido del humor. Un botón de muestra. Recuerdo que en una ocasión entró en la sala de profesores con cierto mal talante un alumno que buscaba a Eduardo. No guardó las formas adecuadas, no llamó a la puerta ni dijo buenas noches, cuestiones de forma que a las que don José, como creo que saben si fueron alumnos suyos, atendía especialmente.

    -«¿Dónde está el profesor Alonso?, llevo dos horas buscándole»

    Yo ya iba a responder con el preceptivo encogimiento de hombros funcionarial cuando intervino Pepe con tono solemne:

    -«¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»

    Joder, lo dejó seco. Creo que a mí me tomó cierto cariño, aunque me consideraba, como diría, un profesor de Filosofía algo «asilvestrado».

    «Creo que terminaré enderezándote», me decía. Buen tipo.

  30. Hola, David. Bonita anécdota. Aleccionadora, sin duda. Le agradezco esta historia edificante. Ojalá se repitieran más.

  31. Martes 1 de diciembre: nuevo post.

    He creído conveniente dejar sin actualizar el post, en este caso dedicado a ‘Dido. Reina de Cartago’.

    Ustedes comprenderán. Se debe a dos razones. El libro y sus valores. Y segunda razón: aún está uno convaleciente.

    Lo dicho: 1 de diciembre, nuevo post.

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