Días de diario

Martes, 27 de abril. Días de diario es el título de un librito de Antonio Muñoz Molina del que escribí una reseña tiempo atrás. Me encantan los dietarios, el registro más o menos sincero de lo que el observador vive. Anaclet Pons y yo escribimos un Diario de un burgués (2006): en realidad, la exhumación y el análisis de un texto valenciano del Ochocientos. El libro nos lo presentó Antonio Muñoz Molina en el Círculo de Bellas Artes. De aquel acto hubo crónica. Era una tarde helada de enero y entre otras personas asistieron Ana Serrano, Miguel Veyrat, José Luis Peset. Fue una jornada especial…

De jornadas, precisamente, está hecho todo diario. El autor retiene y reconstruye lo que acaba de pasar o de pasarle. Con pudor o con impudicia, el diarista anota. El mundo gira en torno a él y un yo, un observador que se aventura, detalla. Manuel Alberca escribió un libro imprescindible sobre el diario íntimo. La escritura invisible (2000) lo tituló y ahora releo algunas partes. ¿Por qué razón?

He evocado el título de Muñoz Molina, Días de diario, por azares bien precisos: estoy acabando un artículo sobre la literatura del yo que me han pedido y, claro, el dietario  es una de las formas históricas de esa literatura. Pero he recordado el título por la referencia cotidiana a la que alude, por la cosa habitual: lo diario frente a los festivo o feriado; lo diario por lo común o lo ordinario.

Miércoles, 28 de mayo. «Se confirma que el principio de ordenación de una biblioteca puede anunciar el trastorno mental de su propietario», dice Jacques Bonnet en una página de Bibliotecas llenas de fantasmas (2010).

Miro mi caso y me estremezco. Yo no tengo una biblioteca. Tengo un desorden creciente en el que sobreviven algunas zonas clasificadas por orden alfabético. Me conformo diciendo que pronto habrá una estantería nueva y grande que aliviará las pilas de libros amontonados. Espero que así sea, pero por otra parte pienso que el principio de desorden, de caos apenas contenido, forma parte de mí.

Igual que leemos un diario para saber de una persona, creyendo quizá que lo escrito dice mucho del autor, podemos observar los rasgos de un individuo sabiendo que la clasificación rigurosa o el amontonamiento de sus libros también pregonan ciertas características o la coyuntura por la que atraviesa.

He llegado al libro de Bonnet gracias a Francisco Fuster: nos ponía un enlace a un artículo de Félix de Azúa en el que éste lo citaba.  Leo el volumen de Bonnet y compruebo que es más, mucho más, de lo que el escritor barcelonés indicaba. Es una obra de gran ironía, una humorada: justamente lo que le falta a Félix de Azúa. Lo dejaré estar. Regreso a Bonnet.

«Escribo en mis libros, con lápiz, pero también con rotulador o bolígrafo. De hecho, no puedo leer sin tener algo en la mano», precisa en otra página. ¿Por qué razón? Porque, para él, «el libro es más un instrumento de trabajo que algo que respetar». Lo mismo me sucede a mí. Exactamente lo mismo. No soy «un coleccionista», sino «un lector empedernido», según las categorías de bibliómanos que Bonnet establece. Deberé hacérmelo ver…

Me siento feliz con este volumen que habla de libros, de bibliotecas, una obra muy entretenida que convive perfectamente con Nadie acabará con los libros, de Umberto Eco y Jean-Claud Carrière. De Eco, precisamente, hablo hoy en mi columna de El País. La he titulado, claro, «Nadie acabará con ellas», cosa que digo para referirme a las librerías. La Feria aún continúa y hay que apoyar.

He escrito ese artículo como pequeño homenaje a las librerías, esos lugares que tanto frecuento y en los que encuentro siempre algo que no sabía ni esperaba, algo que acabará formando parte de mi biblioteca particular, de mi experiencia. Dice Marisa Bou que la suya no es propiamente una biblioteca, sino una minibiblioteca. Que no se queje. La mía no es tan grande; simplemente lo parece: por el desorden que agiganta su misterio. ¿Y cómo encentra éste sus libros?, se pregunta quizá el estudiante. Tengo volúmenes por los suelos: en mi despacho de la Facultad y en el otro despacho más espacioso que invado y usurpo a su legítima usuaria. Tengo pilas de libros en casa, pilas que crecen verticalmente, construcciones inestables que se han ido formando con las obras leídas, semileídas o que aún están por leer.

De todo eso habla también Jacques Bonnet en su ágil volumen: del desorden bibliográfico que nos amenaza, que me amenaza. Quizá obro así por inconstancia, por pereza, por prisa o tal vez por oposición al orden estricto que seguía mi padre (del que hablo en Héroes alfabéticos): desde 1973 tenía un registro completo de todo lo que leía, una absurda y simpática minucia que yo le reprochaba cariñosamente. Dejemos que los libros nos invadan, le decía yo con anarquismo vocacional. Pues no: que no nos invadan, que me asfixio.

«¿Cómo han llegado los libros a mi biblioteca?», se pregunta Bonnet. «Por una mezcla de casualidades, de curiosidad sistemática y ganas nacidas de conversaciones y lecturas», se responde. Un autor te lleva a otro; una obra te lleva a otra del mismo escritor; un libro te lleva, dice Bonnet, a «explorar toda una literatura a partir de un autor descubierto por casualidad», siguiendo en este caso una «ramificación infinita de las lecturas». Pero los libros te llegan también por los críticos, por los amigos, por los libreros.

En efecto, «también están los libreros», admite Bonnet. Y tanto que están: te llegan «esos libros que un librero lector recomendaba, en aquella época en que los problemas de gestión aún no ocupaban la mayor parte de su tiempo. De hecho, muchas veces esas librerías se convierten en lugares de encuentro informales en los que uno está seguro de hallar, a determinadas horas, alguien con que charlar». Convengo totalmente con Bonnet. Lo que no sé es por qué lo pone en pasado, por qué habla en pasado de aquellos libreros. Mis librerías, esas de las que hablo en El País, aún son así.

Jueves, 29 de abril. He confesado mi tarea más urgente, mi ocupación diaria, como reza el título del post: acabar un artículo sobre la literatura del yo que me han solicitado. Pero hay otros asuntos pendientes que espero cumplir con el mayor entusiasmo. Son compromisos prometedores: otra forma de que te lleguen los libros, que dice Jacques Bonnet.

En este caso, el compromiso es la lectura y presentación en Barcelona de una biografía. He de escribir unas palabras que, luego, debidamente retocadas y maduradas las convertiré en reseña para Ojos de Papel. ¿A qué libro me refiero?

He recibido Carmen Laforet. Una mujer en fuga, que me  manda el editor RBA. Es una obra de Anna Caballé e Israel Rolón. Consiguió por  unanimidad el Premio Gaziel de Biografías y Memorias, con un jurado compuesto por por los historiadores Borja de Riquer y Josep Maria Muñoz, el editor Joaquim Palau y los periodistas Màrius Carol y Sergio Vila-Sanjuán. Hay, pues, garantías.

Y yo ya tengo garantías previas, pues años atrás entrevisté a Anna Caballé con motivo de su biografía de Francisco Umbral. La solidez de sus investigaciones, su escritura exacta, con la claridad de quien se enfrenta a objetos complejos; el rigor documental, una búsqueda exhaustiva de las fuentes que revelan datos sobre la biografiada; la administración cuidadosa de las informaciones, con estrategia detectivesca incluso…: todo ello hace de  la lectura de esta biografía una tarea placentera.

Ya tengo este libro en mis manos. Bueno, lo tengo aquí, a mi izquierda, mientras escribo estas líneas. Son quinientas páginas de letra apretada, la pesquisa sobre una mujer ciertamente en fuga. Carmen Laforet trató de huir de su temprano éxito literario. Trató de reponerse y de hacer otra vida de compensaciones o reparaciones emocionales muy distintas. La primera noticia que yo tuve de esta novelista se la debo a mi padre, claro. Entre sus lecturas minuciosas estuvieron la lectura y las relecturas de Nada, el primer premio  Nadal, con el que fue galardonada Carmen Laforet en 1945. La recomendación de mi padre surtió efecto y dicha obra fue para mí una referencia siempre presente.

¿Y su autora? Como dice Anna Caballé en la introducción a la biografía, la figura de Laforet se nos fue desdibujando, se nos fue desvaneciendo: en parte por expreso deseo de la novelista. O eso es lo que creíamos. Ahora, esta obra, de la que llevo leídas sólo cuarenta páginas, confirma o desmonta, según queramos verlo, las piezas de ese rompecabezas humano. Este libro promete horas y horas de felicidad y de descubrimiento.

Dice Jacques Bonnet en su librito que de los personajes ficticios lo sabemos todo, todo lo que es necesario saber. Sostiene y defiende una idea que él y yo tomamos en préstamo de Umberto Eco, una idea que ya expresó el italiano en Seis paseos por los bosques narrativos y después en Sobre la literatura. Los datos ciertos que se tienen sobre un personaje están enunciados en la novela. En cambio, los datos sobre un autor, sobre el autor de este o de aquel personaje, siempre son falibles, insuficientes, quizá engañosos.

No es infrecuente que las vidas de los escritores estén envueltas en brumas, una niebla documental. Por eso, dice Bonnet. las biografías «no son más que reconstrucciones imaginarias hechas a partir de elementos por definición fragmentarios de la existencia de una persona desaparecida desde hace más o menos tiempo». No estoy de acuerdo con esta descripción facilona, con esta idea ingenuamente posmoderna.

Admito que de una vida sólo quedan unos cuantos vestigios: casi nada de lo que aquella existencia fue. La vida no siempre se materializa: no es sólo el resto o el documento con los que después se puede escribir una biografía. Es sobre todo un repertorio inacabable conjeturas y suturas, de experiencias y vivencias, de sentimientos y pensamientos nunca explicitados, jamás verbalizados, simplemente desechados. Esa vida potencial, posible, imaginaria o reprimida –que en efecto nos reservamos o que tal vez queremos olvidar– nos condiciona: de ella no siempre hay huella. ¿Cómo acceder a todo ello?

Por supuesto, los documentos privados de una persona permiten conocer una parte de ese mundo inmaterial, como también las entrevistas con quienes la frecuentaron. La reconstrucción biográfica, la que se hace con rigor, será laboriosa y, además, será siempre parcial, tentativa. Pero llamar imaginario al género biográfico es una injusta y fantasiosa crítica. En las páginas de Anna Caballé siempre hay un equilibro  entre la literatura, el acopio documental y la búsqueda psicológica, un análisis riguroso, una intepretación bien fundada.

El acto de presentación de este libro tendrá lugar el miércoles 12 de mayo a las 20 horas en el Saló dels Miralls, del Gran Teatre del Liceu, La Rambla, 51-59, Barcelona. Es para mí todo un honor presentar dicha obra. Aún faltan unos días. Mientras tanto leo y disfruto.

Viernes, 30 de abril. Acudo a primera hora a un acto en mi Facultad. Un compañero se presenta a los ejercicios para Cátedra. Lleva muchos años como profesor titular y ha hecho merecimientos más que suficientes para subir en el escalafón. Fue docente mío (de él conservo un buen recuerdo), y ahora décadas después tiene la oportunidad de completar el currículum académico. ¿Haré yo lo mismo?

Mi compañero ha sido decano, vicedecano y director del Departamento. Escucho su primera intervención y sé que éste es en un momento dulce para él. Cuando escribo esto ignoro el resultado. Más que el resultado, cuyo desenlace feliz no puede ponerse en duda, ignoro el detalle del acto, las intervenciones del Tribunal, algún chascarrillo…

Desconozco esos pormenores porque he debido abandonar la Facultad. Me había comprometido previamente con V.  y M.: llevarlos a Viña Rock, en Villarrobledo, provincia de Albacete. Tontamente, por no mirar el itinerario, por mi mala cabeza, he hecho más kilómetros de los debidos: me paso parte del viaje gruñendo como un viejo cascarrabias, impostando ese papel.

Regreso impaciente. Quiero  ponerme otra vez con el libro de Anna Caballé e Israel Rolón. Continúo la lectura de esta biografía de Carmen Laforet. Me impresionan sus páginas, esa sabia mezcla de narración y análisis. Análisis en un sentido profundamente psicológico: eso sí, sin hacer ostentación de jergas o tecnicismos. Paso a paso, el volumen relata y detalla, presenta e interpreta. Vemos las imágenes de una Carmen Laforet dañada y orgullosa. ¿Imágenes? ¿He dicho imágenes? Inmediatamente me pregunto por qué el libro no incluye fotografías.

Ahora no responderé. Tampoco me extenderé sobre sus contenidos. Dejo por acabado este post para continuar literalmente la lectura del libro. No quiero revelar lo que podré decir mejor cuando haya completado sus páginas. En Barcelona, el día 12 de mayo…


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JS, «Nadie acabará con ellas», El País, 28 de abril de 2010

32 comentarios

  1. Recuerdo muy bien aquél día, querido Justo, tu ilusión por descubrir bajo el frío dietario hallado por casualidad entre legajos olvidados, y tan helado como aquella tarde de enero, el latido de un corazón humano que luchaba por escapar bajo la férrea coraza de las convenciones de su tiempo. Y el análisis riguroso de Antonio, su timidez personal y la confortante charla en un rincón del bar del Círculo de Bellas Artes del que falto, ay, desde hace tanto tiempo.
    Un abrazo en ese tiempo preciso, que no resulta tan abolido como en el metrónomo de Mallarmé.

  2. Saludos en primer lugar al amigo Veyrat, que se deja caer por aquí sin estruendo de vez en cuando. Mi más temprano momento de fascinación por este tipo de literatura nos sobrevino a mi hermano y a mí cuando, durante los veranos -ya ven a qué cosas tan escabrosas nos dedicábamos- escuchábamos en Radio 5 de RNE la lectura del Diario de Samuel Pepys. En tanto que, como alguien dijo, Pepys ha pasado a la historia como paradigma de hombre gris y mediocre, la visión cotidiana que nos ofrece del Londres del XVII es acaso más interesante. Curiosidad: descubro que en realidad no era tan mediocre, dirigió por ejemplo la Royal Society. Cuentan que se bautizó con su nombre una isla supuestamente perteneciente al imperio inglés en los mares del sur. Resulta que esa isla no existió nunca, al parecer figuraba en los mapas, pero alguien se la inventó. Extraño destino el de aquel hombre con mucha pinta de fascinar a gente como Vila-Matas.

  3. Me sumo al saludo cariñoso que David P. Montesinos dedica a Miguel Veyrat. De verdad fue una jornada especial. Un abrazo.

    Qué maravilloso ejemplo nos ha traído, sr. Montesinos: el gran Samuel Pepys (leído «pips). Qué inglés…

  4. Miércoles, 28 de mayo. «Se confirma que el principio de ordenación de una biblioteca puede anunciar el trastorno mental de su propietario», dice Jacques Bonnet en una página de Bibliotecas llenas de fantasmas (2010).

    Miro mi caso y me estremezco. Yo no tengo una biblioteca. Tengo un desorden creciente en el que sobreviven algunas zonas clasificadas por orden alfabético. Me conformo diciendo que pronto habrá una estantería nueva y grande que aliviará las pilas de libros amontonados. Espero que así sea, pero por otra parte pienso que el principio de desorden, de caos apenas contenido, forma parte de mí.

    Igual que leemos un diario para saber de una persona, creyendo quizá que lo escrito dice mucho del autor, podemos observar los rasgos de un individuo sabiendo que la clasificación rigurosa o el amontonamiento de sus libros también pregonan ciertas características o la coyuntura por la que atraviesa.

    He llegado al libro de Bonnet gracias a Francisco Fuster: nos ponía un enlace a un artículo de Félix de Azúa en el que éste lo citaba. Leo el volumen de Bonnet y compruebo que es más, mucho más, de lo que el escritor barcelonés indicaba. Es una obra de gran ironía, una humorada: justamente lo que le falta a Félix de Azúa. Lo dejaré estar. Regreso a Bonnet.

    «Escribo en mis libros, con lápiz, pero también con rotulador o bolígrafo. De hecho, no puedo leer sin tener algo en la mano», precisa en otra página. ¿Por qué razón? Porque, para él, «el libro es más un instrumento de trabajo que algo que respetar». Lo mismo me sucede a mí. Exactamente lo mismo. No soy «un coleccionista», sino «un lector empedernido», según las categorías de bibliómanos que Bonnet establece. Deberé hacérmelo ver…

    Me siento feliz con este volumen que habla de libros, de bibliotecas, una obra muy entretenida que convive perfectamente con Nadie acabará con los libros, de Umberto Eco y Jean-Claud Carrière. De Eco, precisamente, hablo hoy en mi columna de El País. La he titulado, claro, «Nadie acabará con ellas», cosa que digo para referirme a las librerías. La Feria aún continúa y hay que apoyar.

    Continuará…

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    JS, «Nadie acabará con ellas», El País, 28 de abril de 2010

  5. Hace unos meses vi una tertulia literaria en un programa sobre libros que hacen en TV3 o 33 (el segundo canal de la televisión catalana), no lo recuerdo bien. Me gustó mucho porque trataron el tema de las grandes bibliotecas de las que hablaba Azúa y de los distintos criterios que se pueden seguir para ordenarlas.

    Uno de los contertulios creo recordar que dijo que había cuatro formas básicas:

    1.- Por estricto orden cronológico, ya sea seguiendo la fecha de publicación o la fecha de adquisición, pero sin saltarse este criterio.

    2.- Por tamaño físico, dejando una estantería al efecto para los títulos más voluminosos (normalmente «Obras Completas», «Atlas», libros conmemorativos, etc.)

    3.- Por géneros literarios (ficción/no ficción, novelas/ensayo, etc.), disciplinas (historia, sociología, filosofía, etc.) o áreas temáticas (historia antigua, filosofía contemporánea, economía internacional, etc.).

    4.- Y luego un cuarto, muy clásico, que sería siguiendo el orden alfabético. Decía el tertuliano y en eso estoy de acuerdo con él, que este método del orden alfabético es muy cómodo y a la vez muy divertido, pues el azar de las iniciales del autor da lugar a aleaciones surrealistas y extraños vecinos de estantería. Así, decía que no era extraño ver en una estantería a Joyce al lado de Jiménez Losantos, a Kant al lado de Kipling o a Quim Monzó al lado de Montesquieu, por citar algunos ejemplos.

  6. De esas paradojas, exactamente de esas paradojas, habla también Jacques Bonnet: de las intimidades insólitas de los libros como consecuencia del azar alfabético. O de las vecindades imprevistas que provocan los criterios de clasificación. Cita a Georges Perec (‘Pensar/clasificar’). Al final, concluye sensatamente Bonnet, el objetivo es «poder encontrar un libro cuando lo necesitamos». Yo ya no encuentro algunos libros. Busco, por ejemplo, mi ejemplar de ‘Sociología y antropología’ (1979), de Marcel Mauss, y ya no sé dónde está, dónde lo tengo, en qué montaña de libros puede estar. Insisto: en qué montaña de volúmenes usados y no devueltos a su sitio original. O sea, peco de insensatez. Bonnet, sin embargo, comprende casos como el mío, que no es tan peculiar.

  7. El primer punto es para saludar a don Miguel: me encanta saber que permanece ahí, que nos lee y que no nos olvida, como nosotros no lo olvidamos a él.

    Y ahora quiero hablarles de mi «biblioteca». La entrecomillo, porque no creo que sea tal cosa. Como mucho, minibiblioteca. Y ello se debe, principalmente, al espacio, o al no-espacio.

    Cuando reformé mi pisito hace dos o tres años, me compré una librería que me pareció enorme, en tamaño y en precio, si se tiene en cuenta la falta de espacio y de «cash», como ahora se dice. En realidad, ocupa una quinta parte de las paredes de la casa, a la que privé de cualquier tabique intermedio sin pensar en que podrían hacerme falta.

    Cuando coloqué los libros, lo hice mediante una mezcla de los sistemas 2 y 3 que se mencionan más arriba. Pero después mi desorden natural triunfó, como parece ser el caso de don Justo. Y, con el añadido de la falta de espacio, se la podría comparar a una calle céntrica, con los coches aparcados en dos y tres filas, y alguno que otro en zona de riesgo (por la ley de la gravedad). Desde luego, imposible saber, como no sea por aproximación, donde está cada cosa. Eso sí, los que tengo más «a mano» son los que están pendientes de lectura o relectura. Tomo nota del de Bonnet. Ya veré donde lo pongo.

  8. He escrito ese artículo como pequeño homenaje a las librerías, esos lugares que tanto frecuento y en los que encuentro siempre algo que no sabía ni esperaba, algo que acabará formando parte de mi biblioteca particular, de mi experiencia. Dice Marisa Bou que la suya no es propiamente una biblioteca, sino una minibiblioteca. Que no se queje. La mía no es tan grande; simplemente lo parece: por el desorden que agiganta su misterio. ¿Y cómo encentra éste sus libros?, se pregunta quizá el estudiante. Tengo volúmenes por los suelos: en mi despacho de la Facultad y en el otro despacho más espacioso que invado y usurpo a su legítima usuaria. Tengo pilas de libros en casa, pilas que crecen verticalmente, construcciones inestables que se han ido formando con las obras leídas, semileídas o que aún están por leer.

    De todo eso habla también Jacques Bonnet en su ágil volumen: del desorden bibliográfico que nos amenaza, que me amenaza. Quizá obro así por inconstancia, por pereza, por prisa o tal vez por oposición al orden estricto que seguía mi padre (del que hablo en Héroes alfabéticos): desde 1973 tenía un registro completo de todo lo que leía, una absurda y simpática minucia que yo le reprochaba cariñosamente. Dejemos que los libros nos invadan, le decía yo con anarquismo vocacional. Pues no: que no nos invadan, que me asfixio.

    «¿Cómo han llegado los libros a mi biblioteca?», se pregunta Bonnet. «Por una mezcla de casualidades, de curiosidad sistemática y ganas nacidas de conversaciones y lecturas», se responde. Un autor te lleva a otro; una obra te lleva a otra del mismo escritor; un libro te lleva, dice Bonnet, a «explorar toda una literatura a partir de un autor descubierto por casualidad», siguiendo en este caso una «ramificación infinita de las lecturas». Pero los libros te llegan también por los críticos, por los amigos, por los libreros.

    En efecto, «también están los libreros», admite Bonnet. Y tanto que están: te llegan «esos libros que un librero lector recomendaba, en aquella época en que los problemas de gestión aún no ocupaban la mayor parte de su tiempo. De hecho, muchas veces esas librerías se convierten en lugares de encuentro informales en los que uno está seguro de hallar, a determinadas horas, alguien con que charlar». Convengo totalmente con Bonnet. Lo que no sé es por qué lo pone en pasado, por qué habla en pasado de aquellos libreros. Mis librerías, esas de las que hablo en El País, aún son así.

    Continuará…

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    JS, «Nadie acabará con ellas», El País, 28 de abril de 2010

  9. D. Justo, he leído ¡como no! su artículo de El País y me ha faltado el tiempo para lanzarme sobre el ordenador y escribir este comentario. Antes saludaré al resto de los blogueros, en especial a D. Miguel.

    Le diré, D. Justo, que estoy de acuerdo con usted. Las librerías no desaparecerán, añadiendo que no desaparecerán mientras sigan existiendo los libreros, que pueden ser seres vestidos de negro, quizás para que no se note su presencia en las librerías oscuras o pueden ir vestidos más informalmente, de acuerdo con los tiempos. Pero tienen un nexo que les une: su devoción por los libros. Un buen librero es el que conoce los libros que ofrece, que no vende, que para eso están los grandes almacenes.

    Me gusta, en consecuencia, más una pequeña librería, regentada por un devoto de los libros, que la sección de libros de unos grandes almacenes.Quizá es el mismo impulso que llevaba a Sviatoslav Richter a interpretar a Bach en una pequeña ermita, pérdida en la campiña y que la prefería a un auditorio, donde estaba rodeado de gente, que le hacía imposible concentrarse. A mí me resulta muy difícil concentrarme en un gran almacén de libros, aunque, a veces, encuentres un dependiente devoto que te indica algo interesante, pero escondido entre tantos libros, tantos posibles lectores, tantos paseantes sin rumbo.

  10. Un sentido comentario, Arnau. Ya lo creo que sí. «Una pequeña librería, regentada por un devoto de los libros…», dice. Y luego añade que también en un gran almacén de libros puede que «encuentres un dependiente devoto que te indica algo interesante, pero escondido entre tantos libros». Mi experiencia es exactamente la misma. En las pequeñas y en las grandes librerías he visto devotos de la letra impresa que con gran profesionalidad te asesoran. ¿Ejemplos?

    Librería Gaia.

    Tirant Lo Blanch.

    Viridiana.

    La Traca.

    París-Valencia.

    Soriano.

    Pero también Casa del Libro, FNAC…

    «…Tantas librerías como las de hoy, bonitas, luminosas», dice Umberto Eco.

  11. Y te dejas la libreria de PUV (Publicacions de la Universitat de Valencia), Justo; aunque tenga sus particularidades, no deja de ser una librería y la gente que atiende siempre es muy amable y paciente. Digo paciente porque hay gente – alumnos y gente ajena a la Universidad – empeñada en que aquello es una librería comercial donde se encuentra todos los libros; siempre que voy entra algún despistado al que tienen que redireccionar a Tirant o a Viridiana… Estuve en la Feria del Libro el pasado sábado (unos amigos me invitaron al fútbol y antes de ir a Mestalla nos dimos un paseo por allí) y tuve ocasión de saludar a nuestro amigo Alejandro Lillo y a mi amigo Pedro, el sempiterno bedel de PUV que estaba allí en su caseta haciendo guardia.

    Suscribo el comentario de don Arnau. En las memorias de Baroja se describen muchas de esas pequeñas librerías que en aquella época eran también lugar de tertulia. Como gran bibliófilo que era, Baroja era de los que casi todos los días se daba una vuelta y charlaba con una serie de tipos curiosos que fecuentaban aquellos lugares.

  12. Claro, claro. Qué lapsus, qué olvido tan freudiano. Algo querrá decir.

    La Llibreria de la Universitat de València.

    Un gran espacio, sí señor.

  13. Coincido plenamente con don Arnau y con el Sr. Serna, aunque ‘La Traca’ no la conozco, la verdad.

    Don Justo, me encantó su artículo: deja un sabor muy dulce su lectura. Hacía tiempo que no leía nada así. Y no acabarán con ellas; no lo permitiremos.

    Aprovecho para saludar a nuestro poeta Veyrat, a quien me gustaría ver por aquí más a menudo; y al amigo Fuster, que tampoco se deja ver mucho por estos lares, aunque ya sé que está muy liadillo.

  14. Gracias, Isabel. El otro día no tuve mucho tiempo para hablar con Alejandro, pero me dio tiempo a preguntarle por Helena. Todo genial, me dijo. Aunque es verdad que más liado no puedo ir, espero que coincidamos pronto en el algún sitio, en la quedada veraniega o celebrando el Premio de la Crítica a «Dido, reina de Cartago» (aprovecho para felicitar con retraso a Isabel Barceló).

    Aprovecho también para mandar un abrazo a Miguel Veyrat. Por cierto (por si lee esto Veyrat), tenía entendido que iba a venir esta primavera por Valencia a hablar de poesía. O finalmente no ha sido así, o no nos hemos enterado, o soy yo el que no se entera y lo ha soñado.

  15. Jueves, 29 de abril. He confesado mi tarea más urgente, mi ocupación diaria, como reza el título del post: acabar un artículo sobre la literatura del yo que me han solicitado. Pero hay otros asuntos pendientes que espero cumplir con el mayor entusiasmo. Son compromisos prometedores: otra forma de que te lleguen los libros, que dice Jacques Bonnet.

    En este caso, el compromiso es la lectura y presentación en Barcelona de una biografía. He de escribir unas palabras que, luego, debidamente retocadas y maduradas las convertiré en reseña para Ojos de Papel. ¿A qué libro me refiero?

    He recibido Carmen Laforet. Una mujer en fuga, que me manda el editor RBA. Es una obra de Anna Caballé e Israel Rolón. Consiguió por unanimidad el Premio Gaziel de Biografías y Memorias, con un jurado compuesto por por los historiadores Borja de Riquer y Josep Maria Muñoz, el editor Joaquim Palau y los periodistas Màrius Carol y Sergio Vila-Sanjuán. Hay, pues, garantías.

    Y yo ya tengo garantías previas, pues años atrás entrevisté a Anna Caballé con motivo de su biografía de Francisco Umbral. La solidez de sus investigaciones, su escritura exacta, con la claridad de quien se enfrenta a objetos complejos; el rigor documental, una búsqueda exhaustiva de las fuentes que revelan datos sobre la biografiada; la administración cuidadosa de las informaciones, con estrategia detectivesca incluso…: todo ello hace de la lectura de esta biografía una tarea placentera.

    Ya tengo este libro en mis manos. Bueno, lo tengo aquí, a mi izquierda, mientras escribo estas líneas. Son quinientas páginas de letra apretada, la pesquisa sobre una mujer ciertamente en fuga. Carmen Laforet trató de huir de su temprano éxito literario. Trató de reponerse y de hacer otra vida de compensaciones o reparaciones emocionales muy distintas. La primera noticia que yo tuve de esta novelista se la debo a mi padre, claro. Entre sus lecturas minuciosas estuvieron la lectura y las relecturas de Nada, el primer premio Nadal, con el que fue galardonada Carmen Laforet en 1945. La recomendación de mi padre surtió efecto y dicha obra fue para mí una referencia siempre presente.

    ¿Y su autora? Como dice Anna Caballé en la introducción a la biografía, la figura de Laforet se nos fue desdibujando, se nos fue desvaneciendo: en parte por expreso deseo de la novelista. O eso es lo que creíamos. Ahora, esta obra, de la que llevo leídas sólo cuarenta páginas, confirma o desmonta, según queramos verlo, las piezas de ese rompecabezas humano. Este libro promete horas y horas de felicidad y de descubrimiento.

    Dice Jacques Bonnet en su librito que de los personajes ficticios lo sabemos todo, todo lo que es necesario saber. Sostiene y defiende una idea que él y yo tomamos en préstamo de Umberto Eco, una idea que ya expresó el italiano en Seis paseos por los bosques narrativos y después en Sobre la literatura. Los datos ciertos que se tienen sobre un personaje están enunciados en la novela. En cambio, los datos sobre un autor, sobre el autor de este o de aquel personaje, siempre son falibles, insuficientes, quizá engañosos.

    No es infrecuente que las vidas de los escritores estén envueltas en brumas, una niebla documental. Por eso, dice Bonnet. las biografías «no son más que reconstrucciones imaginarias hechas a partir de elementos por definición fragmentarios de la existencia de una persona desaparecida desde hace más o menos tiempo». No estoy de acuerdo con esta descripción facilona, con esta idea ingenuamente posmoderna.

    Admito que de una vida sólo quedan unos cuantos vestigios: casi nada de lo que aquella existencia fue. La vida no siempre se materializa: no es sólo el resto o el documento con los que después se puede escribir una biografía. Es sobre todo un repertorio inacabable conjeturas y suturas, de experiencias y vivencias, de sentimientos y pensamientos nunca explicitados, jamás verbalizados, simplemente desechados. Esa vida potencial, posible, imaginaria o reprimida –que en efecto nos reservamos o que tal vez queremos olvidar– nos condiciona: de ella no siempre hay huella. ¿Cómo acceder a todo ello?

    Por supuesto, los documentos privados de una persona permiten conocer una parte de ese mundo inmaterial, como también las entrevistas con quienes la frecuentaron. La reconstrucción biográfica, la que se hace con rigor, será laboriosa y, además, será siempre parcial, tentativa. Pero llamar imaginario al género biográfico es una injusta y fantasiosa crítica. En las páginas de Anna Caballé siempre hay un equilibro entre la literatura, el acopio documental y la búsqueda psicológica, un análisis riguroso, una intepretación bien fundada.

    El acto de presentación de este libro tendrá lugar el miércoles 12 de mayo a las 20 horas en el Saló dels Miralls, del Gran Teatre del Liceu, La Rambla, 51-59, Barcelona. Es para mí todo un honor presentar dicha obra. Aún faltan unos días. Mientras tanto leo y disfruto.

    Hemeroteca

    JS, «Nadie acabará con ellas», El País, 28 de abril de 2010

  16. He disfrutado de este artículo muchísimo.
    Lo voy a imprimir. Siempre me pasa esto cuando algo me atrae, lo necesito en papel. Cuando leo, también me hace falta algo entre las manos, normalmente un lápiz.
    Lo pondré en el tablón de anuncio en la puerta de mi despacho; ya está allí la entrevista sobre Javier Marías.
    Gracias.
    Besos

  17. Nuestro librero favorito (léase Alejandro Lillo) estaba hoy totalmente desbordado por el barullo de la feria. Se quejaba de que apenas puede ver a su Helenita preciosa (mmmmmuac) y de que le queda aún lo peor por pasar.

    Claro, cada uno cuenta la feria como le va. No es lo mismo ir de visita y revolver un poco los libros que hacer frente a la futura masa crítica, que invaden en las mañanas el recinto, ilusionados por los libros y -de paso- saltarse un día de clase. En realidad, los lectores reposados son menos y parece que hacen aparición más bien por las tardes.

    Por cierto, me uno a las alabanzas del artículo del señor Serna en El País: es relajante leerle el tema de los libros, después de tantas (pero necesarias) amonestaciones a la clase política.

  18. Sí, esa.
    Ya sé que es extensa, pero también hay que hacer que los estudiantes se acostumbren a detenerse -física y mentalmente. Si todo es llamativo y «en píldoras», mal asunto en la educación.
    Besos

  19. Llevo tres días con un dolor tremendo en la pierna debido no sé si a un desgarro muscular por prácticas deportivas desaconsejables o porque el alma del doctor House se ha apoderado de mí y quiere que me parezca a él por cojear y por la mala leche que se le pone. Lo digo por excusar mi nota discordante. Coincido en la felicitación por el artículo a Serna. Aunque no es de los mejores que le he leído, se advierte que suele sentirse cómodo cuando anda Eco por medio y hay una lectura suya reciente. Me pasa con algunos viejos como don Umberto, temo que se mueran porque mientras siguen apareciendo por ahí siempre espero que me aporten alguna luz que me ayude en este oscuro laberinto que es la vida. No se imaginan, en ese sentido, lo huérfano que quedé cuando murieron Michel Foucault o Fernán-Gómez. Que el abuelo esté siga publicando libros o apareciendo en estrevistas tan memorables como la de Verdú del otro día es un lujo del que no sé cuántas veces más disculparemos.

    Puestos a ser cenizo -¿dónde habré metido la vicodina?- y en relación al asunto de Javier Marías, debo reconocer que el tono irritante y provocativo a veces consigue conmigo lo que busca. Marías tiene la costumbre de menospreciar a quienes escriben a El País ofendidos por un artículo suyo. Yo no pienso hacerlo, pero sí tengo el mismo derecho a considerar que un artículo suyo es indecente -repito, indecente- que si lo firmara alguno de los recalcitrantes de Razón, Mundo o ABC, a quienes estoy seguro que no les aceptaríamos la sarta de arbitrariedades y abusos en que cae Marías en el último artículo de El País Semanal («Escenas de exasperación» o algo así), tras cuya lectura, uno llega a la conclusión de que en vez de ir a manifestarse -y yo no salgo a la calle a pegar gritos para encontrarme frivolamente con mis amigos ni para defender fruslerías- lo mejor que puede hacer es quedarse en casa sin salir jamás a la calle no sea que le bloqueemos el paso o molestemos con nuestro ruido al caballero, el cual tiene por cierto la suerte de vivir en el centro de Madrid que otros no tenemos. Le critico porque le leo, y le leo siempre. Ni soy una feminista histérica ni un ecologista que defiende los derechos de los perritos, simplemente no me gustan los alegatos reaccionarios. A veces hay que ser más cuidadoso para seguir siendo tomado en serio, yo también digo burradas en los bares contra quienes me molestan pero luego no las publico en El País, demonio.

    Y como tengo la mañana tonta, otra nota díscola. Llevan -llevamos- muchos días hablando en favor de los libros. ¿Se les ha ocurrido pensar que hay algunos motivos también razonables para cuidarse de ellos? Y conste que no me refiero a los motivos de los hitlers del mundo que quieren quemarlos o prohibirlos.

  20. A mí las Escenas Efímeras III del domingo me parecieron estupendas, me pasé riéndome horas.
    Pues no veo motivos para cuidarse de ello, a no ser que sea por el polvo que acumulen.
    Buen día!

  21. Sr. Montesinos, reciba mi solidaridad por sus dolencias. Ayer mismo, por la noche, tuve un desfallecimiento, una especie de cansancio estructural que felizmente han reparado unas horas de sueño.

    En cuanto a Marías, a pesar de que me gusta el Marías guasón que escribe artículos (y no el Marías irritadísimo que regresa a la columna para despotricar con dolor incurable), prefiero cien veces al Marías novelista: en sus páginas aparece un tipo que siempre se expresa en primera persona, observador de sí mismo y escrutador de los demás, alguien hace miramientos y que observa con miramientos. Estamos dentro de una ficción.

    Tengo que entregar un artículo sobre Javier Marías que me han pedido en una revista italiana, ‘Il Giannone’. Dudo de si hablar del Marías articulista o del Marías novelista. En ‘Héroes alfabéticos’ me entretuve con este segundo aspecto. No sé…

  22. Hombre, don Justo, ya que el artículo es para una revista extranjera, mejor escriba usted sobre el novelista, que nos dará mejor prensa. Si acaso, mencione de pasada que es un articulista mordaz, pero no les diga a los romanos postimperiales que es, bastante a menudo, un tío con muy mala leche.

    No leí el artículo al que se refieren, pero le he leído muchos -demasiados para mi gusto- que me han irritado sobremanera. Le prefiero mil veces en la ficción que en la vida real. A veces, incluso me parece que se trata de dos personas diferentes.

    Señor Montesinos, cuídese esa rodilla, que todavía no tenemos de repuesto. Y si debe tomar vicodina (o como demonios se diga), pues la toma, qué caramba, que para eso está la química, para ayudar a los dolientes. ¡Viva House!

  23. Coincido con doña Marisa (a la que mando un beso muy fuerte): me resulta más interesante el Marías novelista que el artículista. También creo que nos dará mejor prensa ;-)

  24. Veo Marisa que compartimos atracción por el Doctor, y mira que es jodidamente borde, pero tiene su gracia. Y por cierto, no sé si se han dado cuenta de la cantidad de malos imitadores que le surgen, algunos por cierto, médicos, a los que les ha pegado por ponerse bordes sin tener ni pizca de gracia.

  25. Viernes, 30 de abril. Acudo a primera hora a un acto en mi Facultad. Un compañero se presenta a los ejercicios para Cátedra. Lleva muchos años como profesor titular y ha hecho merecimientos más que suficientes para subir en el escalafón. Fue docente mío (de él conservo un buen recuerdo), y ahora décadas después tiene la oportunidad de completar el currículum académico. ¿Haré yo lo mismo?

    Mi compañero ha sido decano, vicedecano y director del Departamento. Escucho su primera intervención y sé que éste es en un momento dulce para él. Cuando escribo esto ignoro el resultado. Más que el resultado, cuyo desenlace feliz no puede ponerse en duda, ignoro el detalle del acto, las intervenciones del Tribunal, algún chascarrillo…

    Desconozco esos pormenores porque he debido abandonar la Facultad. Me había comprometido previamente con V. y M.: llevarlos a Viña Rock, en Villarrobledo, provincia de Albacete. Tontamente, por no mirar el itinerario, por mi mala cabeza, he hecho más kilómetros de los debidos: me paso parte del viaje gruñendo como un viejo cascarrabias, impostando ese papel.

    Regreso impaciente. Quiero ponerme otra vez con el libro de Anna Caballé e Israel Rolón. Continúo la lectura de esta biografía de Carmen Laforet. Me impresionan sus páginas, esa sabia mezcla de narración y análisis. Análisis en un sentido profundamente psicológico: eso sí, sin hacer ostentación de jergas o tecnicismos. Paso a paso, el volumen relata y detalla, presenta e interpreta. Vemos las imágenes de una Carmen Laforet dañada y orgullosa. ¿Imágenes? ¿He dicho imágenes? Inmediatamente me pregunto por qué el libro no incluye fotografías. Continuará…


    Hemeroteca

    JS, «Nadie acabará con ellas», El País, 28 de abril de 2010

  26. SERNA Y SU FACULTAD. Blabla!!!! QUE SI UNA OPOSICION Y OTROS ROLLOS. Y LA CONFERENCIA DE UN TIO DE TERRA LLIURE LLIURE EN TU FACULTAD? TE CALLAS?

  27. No sé con seguridad quién es ese compañero de Departamento al que se refiere Justo, pero por los datos que da, me lo puedo imaginar. Si es esa persona en la que estoy pensando, espero de verdad que el acto le fuera bien (que haya obtenido o accedido a la Cátedra) porque se lo merece. No he tenido la suerte de ser alumno suyo más que en tres o cuatro clases del Máster, pero me consta que es un profesional ejemplar y una persona encantadora y muy amable, siempre dispuesta a ayudar a sus alumnos. Si todo ha ido bien, la semana que viene le daremos la enhorabuena, por supuesto.

  28. Sé ahora que las cosas han ido bien. Yo pude darle la enhorabuena de antemano. Se lo merecía.

    Por cierto, alguien me interpela con cierta grosería a propósito de una polémica universitaria, un acto ocurrido en mi Facultad. No voy a responder a ese interlocutor que se embosca, pero sí que plantearé el asunto que ha saltado a las páginas de los periódicos. Cuánta manipulación.

    Esta tarde, nuevo post con este asunto.

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