La televisión repite

Uno. En el número de enero de 2012 de la revista Ojos de Papel,  dos amigos y yo nos damos un festín televisivo. Hace unas semanas, aprovechando la actualidad de The Walking Dead, convertíamos a los zombis –esos seres que comen sin parar– en interlocutores vivientes. Prácticamente nos devorábamos: tales fueron el tenor y el calor de la discusión. Ahora, aprovechando el gusto que nos dan otras series, algunas ya muertas, ya concluidas, repetimos.

Volvemos a la revista que dirige Rogelio López Blanco. Nos las hemos zampado (las series), pero a la vez aún las estamos digiriendo. Sus historias no caducan. Es más: repiten. Repiten con gracia y reciclan con guasa argumentos universales.

David Montesinos habla de un volumen que examina las últimas producciones televisivasTeleshakespeare se titula. El autor es Jorge Carrión.

Alejandro Lillo habla de muertos, de cadáveres, de ataúdes, todo visto desde la superficie: A dos metros bajo tierra.

Dos. ¿Y yo...? Pues yo  hablo de Los Soprano. Si hemos de creer al autor de Teleshakespeare, dicha producción es la mejor serie

de mafiosos que se ha hecho jamás. Jorge Carrión sabe lo que dice, pero… no sé si convendría con este juicio. O es obvio, o está errado. Los Soprano no es exactamente una serie de mafiosos: a pesar de los italonorteamericanos del crimen organizado que aparecen. Es una gran serie sobre la angustia humana, sobre la fiera humana, algo muy distinto. Hay un hombre demediado, triste: Tony Soprano.

Es un varón frustrado. Un tipo agresivo, muy agresivo (como me recuerda en un aparte Rogelio López Blanco): un individuo que hace de la violencia su nutriente. Todo eso es cierto. Pero, a la vez, Tony es patético y hasta grotesco: igual que cualquiera de nosotros en condiciones lamentables.  Vive suspicaz, amenazando, consumido por la codicia y permanentemente excitado. Padece una compulsión: la de la repetición.

Tres. ¿Quien es Tony Soprano? Dejaré para un quinto punto el asunto de la violencia que inteligentemente me plantean Jorge Carrión y Rogelio López Blanco. Y dejaré para después la identificación étnica de los Soprano. Ambos asuntos los abordo en la reseña, pero no me importa extenderme. Ahora no. De momento reponderé inocentemente a la pregunta formulada. ¿Quién es Tony? Vayamos a la caracterización sociológica.

Es un marido, un padre de familia que vuelve a casa. Es un tipo serio, formal, fiable, respetuoso de los códigos en los que ha sido educado y, por supuesto, un hombre lleno de dudas, en ocasiones paralizado por la incertidumbre, por la muda vertiginosa de los cambios. El mundo está irreconocible.

Ha desempeñado su trabajo a lo largo del día. Ha estado organizando negocios en la trastienda de Satriale’s en compañía de sus subordinados. Ha acudido al Bada Bing!, el club de chicas que regenta. Pero al final del día,  como el americano  corriente, como el ejecutivo medio, retorna al hogar. Es una residencia de la que se siente orgulloso, el lugar en el que cobijar a su familia, el fortín en el que proteger a la esposa y los hijos. El mundo es un sitio violento, un lugar en el que reina la desconfianza. Tony espera hallar seguridad y sobre todo compensación  moral y material. Su llegada al comienzo de cada capítulo nos advierte ya de la naturaleza de la historia: es una epopeya familiar con ritos que se repiten y con decepciones que no pueden evitarse. 

Cuatro. ¿Recuerdan Los Picapiedra (1960-1966? No quiero trivializar. Los saco a colación porque esta serie primitiva universalizó dicho motivo: el del marido americano que regresa. La tele repite. Repite ahora lo que ya es la epopeya del hombre corriente, la  del americano que cuida de su familia y que regresa tras una jornada de duro trabajo. Ya que estamos de repeticiones, reiteraré lo dicho meses atrás:

«…Su casa está en Rocadura: una zona  residencial, una inmensa urbanización de bungalows, es decir, de viviendas unifamiliares. Wilma y Pedro Picapiedra disfrutan de una comodidad material evidente. Pedro trabaja en una pedrera o cantera, pelando la montaña a lomos de un dinosaurio gigantesco. Wilma, si no recuerdo mal, ejerce sólo de ama de casa. Atiende a su maridito cuando éste regresa. Como todo el mundo sabe, el esposo es algo bruto y, por eso, suele gritar de alegría (Yabba-dabba-doo) o suele dar órdenes terminantes a su mujer: ¡Wilma, ábreme la puerta!

Son clase media americana. Compran en un hipermercado gigantesco: ah, la prosperidad de la Edad de Piedra. Tienen un autocine cercano, como habíamos visto que tenían los estadounidenses de los cincuenta. Si hay un autocine es porque disponen de coche. La rueda ya se ha inventado, por supuesto. Así es: la familia es propietaria de un coche muy aireado, una suerte de cabriolet. Me refiero al troncomóvil, una envidia para quienes viajábamos subidos en un Seiscientos.  

El troncomóvil no viene con extras pero es muy fashion. Funciona con tracción animal (los pies de Pedro), las ruedas son dos pesadísimos cilindros y la carrocería es de madera. Tiene capacidad para cuatro adultos: aparte del matrimonio Picapiedra, otra pareja de amigos, Pablo y Betty Mármol. Ah, y sus respectivos hijos: Pebbles y Bamm Bamm. No recuerdo si Dino, la mascota que hace las veces de perro y que disputa con Pedro también se sube al carro. Lo que sí recuerdo es el inmenso costillar que les sirven cuando se disponen a ver una película en el autocine.

O repetiré lo dicho sobre una serie posterior a Los Picapiedra. Pero imbuida del mismo espíritu familiar con maridito que retorna: Embrujada (1964-1972). ¿Qué decía concretamente? 

…Darrin era publicitario, sí, y era algo inocentón. El capítulo cobraba vida cuando el marido regresaba a su residencia: de varias plantas, en una zona acomodada fuera de la ciudad, como era normal entre las clases prósperas. Darrin solía mostrarse orgulloso de sus logros, de sus posesiones. Aquello no era nada comparado con los poderes de Samantha, capaz de arreglar las cosas o de mejorarlas moviendo la naricilla. Todas nuestras madres decían que querían parecerse a Samantha: básicamente para no tener que hacer las tareas domésticas, pesado y rutinario trabajo que recaía sobre ellas. La bruja de la tele nunca parecía aburrirse, siempre estaba dispuesta… a enmendar lo que funcionaba mal y jamás se enfadaba con su esposo. Darrin temía que los vecinos se enteraran de lo que pasaba en casa: siempre hay gente cotilla. Eran muchos los padecimientos cómicos de Darrin para tapar los prodigios de Samantha y era mucha la paciencia que debía tener el publicitario con su odioso jefe, el tipo que dirigía la empresa.

Cinco. Tony Soprano cuida mucho de su familia. Vigila y protege a la progenie. Es un buen padre, atento con los estudios de sus hijos. Es un esposo aceptable, si descontamos las infidelidades (que no son pocas). Pero Tony es un mafioso, sí. Es un tipo que basa su trabajo en el mercado cautivo, en el chantaje, en la extorsión, en la amenaza, en la muerte. Favorece la prostitución y el juego ilegal. Forma una familia y  una famiglia, con capitanes y subordinados. En cuanto se le traiciona no tiene reparos en matar. Su moral no es la nuestra. Pero eso no impide nuestra simpatía. ¿Cómo es posible tal cosa? La clave está en la perspectiva con la que vemos lo que ocurre. Como nos recuerda Nöel Carrol,

«nuestra estimación moral de Tony Soprano también se beneficia de lo que podríamos llamar el fenómeno ‘ojos que no ven, corazón que no siente’. Es decir, no se nos enseñan muchas de las repercusiones a largo plazo de las actividades criminales de Tony y, en consecuencia, no las contamos en nuestro cómputo moral. No vemos cómo su estafa con las tarjetas de teléfono ha podido de hecho quitarle el alimento a una familia inmigrante con niños desnutridos. Este fenómeno, desde luego, está relacionado con el hecho de que gran parte de la serie está narrada desde el punto de vista de Tony, en el sentido de que ignora una parte considerable de la destrucción que en última instancia generan sus acciones». 

Este aspecto es muy relevante. Cuando leemos una novela, si la voz en primera persona narra algo inmoral o desagradable no debemos imputárselo al autor. ¿Recuerdan El cementerio de Praga (2010), de Umberto Eco?

Hace justamente un año, un reseña mía aparecía en Ojos de Papel. Entre otras cosas abordaba el asunto del punto de vista, la perspectiva desde la que se contaban las cosas. El capitán Simonini, su protagonista, profesa un furioso antisemitismo. No deberíamos atribuirle al autor esas palabras. Son responsabilidad de ese personaje odioso.

En Los Soprano, Tony también es un personaje odioso. A veces incluso se nos hace simpático. ¿Por qué? Porque lo vemos torpe, lamentable, empeñado. Como uno de nosotros. ¿Le perdonamos sus crímenes?

Todo está tan bien narrado –desde su punto de vista– que hasta esa palabra, crímenes, nos resulta chocante. Si Soprano es casi de la familia, si es uno de los nuestros… Ochenta y tantos capítulos excepcionalmente producidos hacen que eso ocurra: que nos familiaricemos con él. Y ahí lo vemos: Tony buscando el sentido, buscando lo mejor, al tiempo que practica una ética aberrante.

Jorge Carrión acierta al analizar las series como productos de alto nivel, eso mismo que destaca David P. Montesinos. Aprendemos tanto… ¿Acierta al equiparar estos dramas o comedias con los de William Shakespeare?

Colofón. ¿Hay que gritar en la tele? Si nos fiamos de las peores cadenas, la única manera de llegar a la audiencia es chillando. Pues no. Muchos nos negamos a vocear. Podemos polemizar sin tirarnos los trastos: sin vanaglorias o sin estrépito. Hay algo verdaderamente notable en una discusión pública que se hace sin aspavientos. Hay algo edificante en un debate a viva voz entre espectadores que intervienen activa, crítica y cortésmente. Por lo que sé, nuestras diatribas televisivas han llegado muy lejos. Hasta América incluso. Eso me dicen.

Ha sido un placer tratar de series: y todo ello a partir de un libro, el de Jorge Carrión, que es una guía, un mapa de lo que ahora más vale y mejor se hace en la pantalla. Como dice David P. Montesinos en su texto de Ojos de Papelhace tiempo que la tele dejó de ser la caja tonta. El nivel narrativo está muy alto. ¿La prueba? Alejandro Lillo escribe de una serie, A dos metros bajo tierra, que es un alarde de finura y guasa. De dolor y esperanza. Parece mentira que pueda decirse algo chistoso sobre una funeraria. Y parece sorprendente que alguien pueda decir con tal mesura algo sobre ese escándalo que es la muerte.  

Yo, por mi parte, he procurado atenerme a mi obsesión de los últimos meses: Los Soprano. ¿Por qué? Porque habla de la familia, de los hijos, de las expectativas, de la experiencia, del dolor. Y de la muerte. Porque nos muestra la condición humana. Échenle un vistazo al libro de Jorge Carrión. El observador lo hace bien, incluso muy bien. Como si fuera un analista, un terapeuta. Los demás somos lectores. O espectadores. O pacientes.

Ha acabado la sesión. 

(Continúa)

49 comentarios

  1. He leído tu artículo en Ojos de papel y suscribo todo lo que dices, Justo, Los Soprano es una gran serie que habla de nosotros mismos y no resulta difícil identificarnos con ese personaje excesivo que es Tony, o con Carmela, su mujer. Aprovecho para aconsejarte otra obra magnífica que he empezado a seguir hace unos días aprovechando estos días de Navidad: Breaking Bad. Sencillamente excelente.

  2. Apreciado Justo:
    Muchas gracias por hablar de Teleshakespeare (y feliz Año Nuevo).
    Si te parece, voy al grano. No sé si es obvio que «Los Soprano» se la mejor serie de mafiosos de la historia, porque eso significa que está por encima -si eso es posible, si se pueden comparar los lenguajes y sus resultados- de novelas como las de Mario Puzo, libros de no ficción como los de Saviano o Talese, y películas como las de Ford Coppola y Scorsese. Dicho esto, lo que apuntas es muy cierto, la fuerza de Tony y de Carmela superan lo particular, son personajes universales (teleshakesperianos). Pero, no obstante, hay que analizarlos, creo, en su particularidad. Lo italo-americano como sustrato, código, muy fértil (desde la comida, que es más bien anecdótico, hasta los flirteos de Carmela con el cura o su sentimiento de culpa, mucho más profundos, como reactualización del mito Bovary). Y sobre todo lo mafioso como motor de la trama. Es decir, sin la mafia Tony sería una especie de Don Draper, infiel como este. Pero no sería un psicópata. Él mata, pega, soborna porque es de la mafia. Es necesaria esa institución (como lo es la nobleza o la corona en Macbeth o en Hamlet) para que la trama avance como lo hace. No basta con que sea un hombre triste, que esté muy solo, que cometa infedilidades. Es importante que sea un asesino y que ordene asesinatos, que robe, que extorsione.
    ¿Qué opinas? ¿Qué opinan?
    Saludos cordiales.

  3. Antes de nada, quiero agradecer de nuevo públicamente desde aquí las contribuciones de Justo Serna, David P. Montesinos y Alejandro Lillo a la parte monográfica del nº de Ojosdepapel dedicadas a las series de televisión del siglo XXI.

    Ahora paso a detallar la cuestiones en torno a la violencia que le he manifestado al profesor Serna de manera privada.

    La tribuna está muy bien centrada sobre ese eje del hombre frustrado y, por tanto, agresivo. Una agresividad, la de Tony Soprano, a la que el profesor puede que no de demasiada importancia por patética, pero que sí, creo yo, la tiene, precisamente por constituir una reacción a sus sentimientos y valores contradictorios y porque además es un capo (codicioso) que tiene que manejarse con una manada en perpetuo estado de excitación. El ascenso al mando no fue legítimo del todo –lo ponen en duda su madre y su tío (es demasiado joven, nada dócil a sus instrucciones)– y, por otra parte, su familia personal y mafiosa es un continuo bullir de ambiciones desatadas y expectativas de destino, riñas y miradas aceradas.

    Todo está subrayado por ese trasfondo de frustración y violencia contenida, que puede que en el personaje de Galdolfini se produzca de esa forma algo grotesca, según la valoración que entiendo que hace el profesor Serna, pero no así en los demás, que ven en el recurso a la fuerza, la coerción, la amenaza, los gestos desafiantes y palabras con doble sentido (incluso entre ellos) un elemento connatural a su mundo, a su mundo cultural y al propio imaginario marcado por el cine de mafiosos que les impregna, a veces hasta el ridículo.

    Y esa procesión de rictus de dureza y mala leche recorre al personal de todas las familias con que se relacionan, por tanto creo que no se debe inscribir en la situación personal de Tony. En definitiva, ese es su mundo y está conformado por elementos como la mediocridad de sus vidas, la ociosidad, una lealtad muy medida (sólo la puntita), desconfianza acendrada hacia todos, extrema virulencia latente y salvajismo explícito. Todo esto también se constata en el libro de Gay Talese, “Honrarás a tu padre”. Aquí en Los Soprano, no aparece esa mafia tan estetizada a la que nos acostumbró Coppola.

    Saludos a todos, y en particular a Jordi C.

  4. Tres. ¿Quien es Tony Soprano? Dejaré para un quinto punto el asunto de la violencia que inteligentemente me plantean Jorge Carrión y Rogelio López Blanco. Y dejaré para después la identificación étnica de los Soprano. Ambos asuntos los abordo en la reseña, pero no me importa extenderme. Ahora no. De momento reponderé inocentemente a la pregunta formulada. ¿Quién es Tony? Vayamos a la caracterización sociológica.

    Es un marido, un padre de familia que vuelve a casa. Es un tipo serio, formal, fiable, respetuoso de los códigos en los que ha sido educado y, por supuesto, un hombre lleno de dudas, en ocasiones paralizado por la incertidumbre, por la muda vertiginosa de los cambios. El mundo está irreconocible.

    Ha desempeñado su trabajo a lo largo del día. Ha estado organizando negocios en la trastienda de Satriale’s en compañía de sus subordinados. Ha acudido al Bada Bing!, el club de chicas que regenta. Pero al final del día,  como el americano  corriente, como el ejecutivo medio, retorna al hogar. Es una residencia de la que se siente orgulloso, el lugar en el que cobijar a su familia, el fortín en el que proteger a la esposa y los hijos. El mundo es un sitio violento, un lugar en el que reina la desconfianza. Tony espera hallar seguridad y sobre todo compensación  moral y material. Su llegada al comienzo de cada capítulo nos advierte ya de la naturaleza de la historia: es una epopeya familiar con ritos que se repiten y con decepciones que no pueden evitarse. 

    Cuatro. ¿Recuerdan Los Picapiedra (1960-1966? No quiero trivializar. Los saco a colación porque esta serie primitiva universalizó dicho motivo: el del marido americano que regresa. La tele repite. Repite ahora lo que ya es la epopeya del hombre corriente, la  del americano que cuida de su familia y que regresa tras una jornada de duro trabajo. Ya que estamos de repeticiones, reiteraré lo dicho meses atrás:

    «…Su casa está en Rocadura: una zona  residencial, una inmensa urbanización de bungalows, es decir, de viviendas unifamiliares. Wilma y Pedro Picapiedra disfrutan de una comodidad material evidente. Pedro trabaja en una pedrera o cantera, pelando la montaña a lomos de un dinosaurio gigantesco. Wilma, si no recuerdo mal, ejerce sólo de ama de casa. Atiende a su maridito cuando éste regresa. Como todo el mundo sabe, el esposo es algo bruto y, por eso, suele gritar de alegría (Yabba-dabba-doo) o suele dar órdenes terminantes a su mujer: ¡Wilma, ábreme la puerta!

    Son clase media americana. Compran en un hipermercado gigantesco: ah, la prosperidad de la Edad de Piedra. Tienen un autocine cercano, como habíamos visto que tenían los estadounidenses de los cincuenta. Si hay un autocine es porque disponen de coche. La rueda ya se ha inventado, por supuesto. Así es: la familia es propietaria de un coche muy aireado, una suerte de cabriolet. Me refiero al troncomóvil, una envidia para quienes viajábamos subidos en un Seiscientos.  

    El troncomóvil no viene con extras pero es muy fashion. Funciona con tracción animal (los pies de Pedro), las ruedas son dos pesadísimos cilindros y la carrocería es de madera. Tiene capacidad para cuatro adultos: aparte del matrimonio Picapiedra, otra pareja de amigos, Pablo y Betty Mármol. Ah, y sus respectivos hijos: Pebbles y Bamm Bamm. No recuerdo si Dino, la mascota que hace las veces de perro y que disputa con Pedro también se sube al carro. Lo que sí recuerdo es el inmenso costillar que les sirven cuando se disponen a ver una película en el autocine.

    O repetiré lo dicho sobre una serie posterior a Los Picapiedra. Pero imbuida del mismo espíritu familiar con maridito que retorna: Embrujada (1964-1972). ¿Qué decía concretamente? 

    …Darrin era publicitario, sí, y era algo inocentón. El capítulo cobraba vida cuando el marido regresaba a su residencia: de varias plantas, en una zona acomodada fuera de la ciudad, como era normal entre las clases prósperas. Darrin solía mostrarse orgulloso de sus logros, de sus posesiones. Aquello no era nada comparado con los poderes de Samantha, capaz de arreglar las cosas o de mejorarlas moviendo la naricilla. Todas nuestras madres decían que querían parecerse a Samantha: básicamente para no tener que hacer las tareas domésticas, pesado y rutinario trabajo que recaía sobre ellas. La bruja de la tele nunca parecía aburrirse, siempre estaba dispuesta… a enmendar lo que funcionaba mal y jamás se enfadaba con su esposo. Darrin temía que los vecinos se enteraran de lo que pasaba en casa: siempre hay gente cotilla. Eran muchos los padecimientos cómicos de Darrin para tapar los prodigios de Samantha y era mucha la paciencia que debía tener el publicitario con su odioso jefe, el tipo que dirigía la empresa.

    Cinco…

    Continuará.

  5. Saludos para todos y,muy especialmente, para Jorge Carrión, por el placer que me ha supuesto reseñar su libro, un estudio ciertamente grato, agudo y oportuno sobre un asunto al que, afortunadamente, le vamos quitando ya esa etiqueta de «banal» o «menor» que no hace sino generar confusiones. La televisión es un medio que, como otros, impone límites y crea juegos de verdad dentro de cuya lógica tienen que moverse creador y espectador. En otras palabras, no es un «medio» en sentido estricto, y resulta aquí irremediable acudir a la célebre fórmula macluhiana de que «el medio es el mensaje». Ahora bien, la intelectualidad más académica ha optado por acomodarse tanto a este estado de opinión que, al final, parece que hablar de la tele no es otra cosa que hacer etnografía, estudiar de qué manera la televisión adiestra y manipula a las masas pasivas.

    Por ese desagüe se nos ha escapado que, pese a todo, las posibilidades creativas de un medio -aunque sea algo más que un simple «medio»- no están nunca completamente bloqueadas, de manera que termina revelándose como una excusa fácil aquello de que de la tele no sale nada que merezca la pena. Lo que se viene demostrando desde hace una década es que pueden existir productos de teleficción inteligentes y de una cuidada factura artística. Pero, a más a más, lo más sorprendente es que ello, en vez de ser una anomalía imprevista, resulta que está proliferando. Han irrumpido en el universo televisual una serie de creadores con mucho talento, sí, pero hay algo más; está cambiando el modelo de recepción, al menos en un sector muy considerable de eso que se llama la «audiencia», un sector plagado de gente joven y bien formada intelectualmente cuya actitud ante el producto que consumen no se somete al clishé de la pasividad del televidente. Y otra cuestión, la televisión por cable e internet -creo que entre otros factores que convendría explicar- están produciendo modificaciones muy serias en la industria, lo cual supone que cambian también los criterios de selección de la mercancía que puede ir a mercado y el modelo de distribución.

    En fin, a mí me parece apasionante el asunto. Lo que lamento -y el libro de Carrión acentúa en mí esta impresión un tanto angustiada- es no poder ver la inmensa mayoría de productos sobre los que diserta.

  6. Por cierto, tengo los Soprano a medias, de manera que no puedo sentirme cualificado para opinar sobre la serie con el conocimiento de causa que ustedes tienen. (Debo reconocer en cualquier caso que soy más de Mad men y The wire que del amigo Tony, pero ésta es otra cuestión).

    No veo gran problema en asumir que es y no es un relato de mafiosos. A mí me llamó muchísimo la atención el primer episodio de la primera temporada. Aquello de los patos que se detenían en el jardín. Yo creo que el gran problema de Tony Soprano es que por ese camino de violencia por el que la fatalidad de la vida le va llevando -Carrión tiene razón al referirse a Tony como un personaje trágico- va quedando arrasado el mapa emocional de un hombre normal, es decir, ese hombre que podría ser efectivamente gestor de desechos o lo que fuera menester y que, al volver a casa por las noches, se encontraría con su familia sin haber matado antes a nadie. Soprano es, en gran medida, ese hombre normal y un tanto paleto, pero su alma está atravesada por una nube negra que yo no expresaría exactamente como culpabilidad: «Soy un soldado y los soldados no tienen complejo de culpa por lo que hacen», le dice alguna vez a la doctora algo como eso.

    El problema de Tony es el que me confesó una vez un alumno que tuve en 3º de la ESO. Lo habían reinsertado a la educación obligatoria después de una respetable biografía delincuencial. Era grande, tenía vozarrón y llevaba tatuajes y piercings. Sus compañeros eran críos a su lado. Yo pensaba que se sentaba sólo porque los despreciaba. Pero no, él -que a fin de cuentas también era un niño, aunque crecido precozmente- me confesó que no se le acercaban porque «,me tienen miedo, pero yo no pienso hacerles nada». Bueno, pues eso le pasa a Tony, que los demás niños no juegan con él porque le temen. Un día se le paran unos patos en su jardín sin negociar ni pedir nada a cambio, sin querer quedar bien con él, sin contratos ni amenazas, se quedan porque quieren, aunque no tardan en marcharse. Este es el problema, Tony no sabe si hay algo auténtico en su vida, si hay alguien que le quiere o le respeta más allá de que tiene dinero, poder y mala hostia. Su vida es inauténtica a su pesar, y lo peor es que no sabe por qué. Por eso es un personaje trágico y sus correligionarios no, para ellos no hay fractura en vivir de esa manera, es «natural».

    Por cierto, impagable el episodio de la segunda temporada en que toda la troupe viaja a Nápoles… Demonios, me lo pasé riéndome hasta el final. («Yo donde como no cago», joder, qué romanticismo, casi me da un ataque de la jartá de reír que me pegué)

  7. A mí también me encanta el capítulo napolitano. Y aún más después de haber pasado una mañana entera siguiendo la topografía que el capítulo propone.
    Estoy de acuerdo en que hay que pensar el lenguaje televisivo, más que el medio televisivo. Por ejemplo, Gran Hermano, más allá de la vulgaridad (opinable) de sus contenidos, es un formato, una gramática, una forma de entender la relación entre el mundo y la ficción que merecen el análisis a fondo.
    Por otro lado, es muy importante, en efecto, destacar los chandals de Tony Soprano. Es decir, la mafia cutre. No sólo de estar por casa, cutre. En ese sentido, la serie conecta con la estética de Las Vegas, más que con la estética elegante de «Casino», por ejemplo. Me parece la semilla que lleva a ese fascinante personaje que es Saul Goodman, el abogado televisivo y kitsch de «Breaking Bad».

  8. Escribí los puntos 3. y 4. con vértigo, con rapidez. Quería expresar mi punto de vista sobre el hombre corriente que sí es Tony Soprano. Éste es un tópico recurrente en la ficción norteamericana. ¿Cómo vuelve a casa? Ése es un orgullo de americano medio y también una angustia presente: presente por habitual; y presente por ser un motivo remoto y aún vigente.

    Agradezco a Jorge Carrión su presencia en este blog. Habrá visto que aquí hay gente de un altísimo nivel. David P. Montesinos es un analista sutil que se muere por determinadas series. Habrá visto lo que dice Alejandro Lillo, que habla de muertos y vivos: dispara con mucho tino. O habrá visto a Rogelio López Blanco, que se desvive por los seriales con razón e intuición. Vaya, desvivir, muertos, disparar: todo me remite a Los Soprano.

    Descuiden: hablaré más extensamente de la violencia mafiosa que encarna Tony.

  9. Leí Teleshakespeare.
    He visto Mad Men, estoy viendo True Blood. Vi también Dos metros bajo tierra, Dexter, Gilmore Girls, Los Tudor …
    Las series de TV constituyen hoy una fuente de ficción, como antiguamente el teatro y luego el cine.
    Sí, las series de televisión son el nieto del teatro, los hijos del cine.

  10. Fijaos en la incapacidad para pensar un mundo en que el cine no sea central. Esta es la reseña introductoria de «Sherlock» en seriesyonkis.com:
    Ficha

    «Intentando aprovechar el éxito de la ultima adaptación de Sherlock Holmes, protagonizada por Robert Downey Jr. y Jude Law, la cadena británica BBC ha decidido producir una nueva serie sobre el detective más famoso de la historia. Presentada solamente como Sherlock, esta nueva miniserie británica fue creada por Steven Moffat (Doctor Who) y presentará al mejor detective del mundo resolviendo crímenes en el mundo moderno.»

    No sé si habéis visto los largometrajes y la serie. Para mí esta es superior. Por supuesto no en efectos especiales, pero sí en guión, en interpretación, en concepto, en conjunto.
    Sherlock Holmes es uno de esos personajes masculinos del siglo XIX que por su ambigüedad prefiguran los grandes personajes masculinos del XXI: Soprano, Omar, White, Draper… Lo que indica Justo Serna es muy importante: en muchos aspectos de su vida es un hombre común, como lo son esos otros (menos Omar), cuestionado por los hijos adolescentes, por la esposa, por su madre, por el psicoanálisis. Es un hombre dividido. Difícil de clasificar…

  11. Cinco. Tony Soprano cuida mucho de su familia. Vigila y protege a la progenie. Es un buen padre, atento con los estudios de sus hijos. Es un esposo aceptable, si descontamos las infidelidades (que no son pocas). Pero Tony es un mafioso, sí. Es un tipo que basa su trabajo en el mercado cautivo, en el chantaje, en la extorsión, en la amenaza, en la muerte. Favorece la prostitución y el juego ilegal. Forma una familia y  una famiglia, con capitanes y subordinados. En cuanto se le traiciona no tiene reparos en matar. Su moral no es la nuestra. Pero eso no impide nuestra simpatía. ¿Cómo es posible tal cosa? La clave está en la perspectiva con la que vemos lo que ocurre. Como nos recuerda Nöel Carrol,

    «nuestra estimación moral de Tony Soprano también se beneficia de lo que podríamos llamar el fenómeno ‘ojos que no ven, corazón que no siente’. Es decir, no se nos enseñan muchas de las repercusiones a largo plazo de las actividades criminales de Tony y, en consecuencia, no las contamos en nuestro cómputo moral. No vemos cómo su estafa con las tarjetas de teléfono ha podido de hecho quitarle el alimento a una familia inmigrante con niños desnutridos. Este fenómeno, desde luego, está relacionado con el hecho de que gran parte de la serie está narrada desde el punto de vista de Tony, en el sentido de que ignora una parte considerable de la destrucción que en última instancia generan sus acciones». 

    Este aspecto es muy relevante. Cuando leemos una novela, si la voz en primera persona narra algo inmoral o desagradable no debemos imputárselo al autor. ¿Recuerdan El cementerio de Praga (2010), de Umberto Eco?

    Hace justamente un año, un reseña mía aparecía en Ojos de Papel. Entre otras cosas abordaba el asunto del punto de vista, la perspectiva desde la que se contaban las cosas. El capitán Simonini, su protagonista, profesa un furioso antisemitismo. No deberíamos atribuirle al autor esas palabras. Son responsabilidad de ese personaje odioso.

    En Los Soprano, Tony también es un personaje odioso. A veces incluso se nos hace simpático. ¿Por qué? Porque lo vemos torpe, lamentable, empeñado. Como uno de nosotros. ¿Le perdonamos sus crímenes?

    Todo está tan bien narrado –desde su punto de vista– que hasta esa palabra, crímenes, nos resulta chocante. Si Soprano es casi de la familia, si es uno de los nuestros… Ochenta y tantos capítulos excepcionalmente producidos hacen que eso ocurra: que nos familiaricemos con él. Y ahí lo vemos: Tony buscando el sentido, buscando lo mejor, al tiempo que practica una ética aberrante.

    Jorge Carrión acierta al analizar las series como productos de alto nivel, eso mismo que destaca David P. Montesinos. Aprendemos tanto… ¿Acierta al equiparar estos dramas o comedias con los de William Shakespeare?

    Continuará.

  12. He tenido algunas discrepancias con el profesor Serna sobre su interpretación de Los Soprano, de las que le he participado en privado. No obstante, como iban escritas sobre la marcha, durante la edición de los artículos del número de enero de Ojosdepapel, y bastante desordenadas, deseo fijarlas definitivamente aquí y ver si son o no productivas.

    Ya he dicho más arriba que me parece muy agudo su punto de vista sobre Los Soprano, cómo enfoca el asunto central en torno al sujeto protagonista, pero no comparto que el éxito se deba sólo a que Tony Soprano represente o resuma, entre otras cosas, nuestras ambigüedades morales, nuestra perplejidad frente a un mundo caótico y cambiante, sin apenas seguridades ni patrones, que sea el sujeto experiemental sobre el que nos proyectemos. Con ser mucha esta aportación, no creo que lo sea suficientemente.

    Cuando debatimos sobre The Walking Dead, acerca de su impacto y éxito mediático, algunos lo centramos en que, siendo una serie de moderada calidad, nada que ver en esa escala con Los Soprano, conveníamos en que su atractivo residía en que nos transportaba, nos hacía probarnos vicariamente ante una situación extrema o límite, metafórica, aquí con zombis, pero que bein podía proyectarse fácilmente: una hambruna, el paro masivo, tan puntero él, una infección extensa de cualquier tipo de patógeno (natural o inducida), alguna crisis nuclear próxima que afectase a millones y hasta una subida del barril “en crudo” (provocada ahora, ¿sólo?, en el estrecho de Ormuz, que nos deje mirando para Pamplona). Esa situación de emergencia implicaba muchos aspectos relacionados con la mera supervivencia, la perspectiva de cómo resistir luego, qué prioridades seguir a continuación, y, de poder hacerse, cómo concebir y a qué precio y escala, el crear una nueva convivencia, si se superaba en algo el estado de precariedad y llegaba a alcanzarse la estabilidad suficiente.

    Pues bien, creo que el profesor Serna vuelve a centrar, con las debidas salvedades, el éxito de Los Soprano en ese factor de identificación (hasta morboso, pero con un fondo real) con el personaje representado por Galdolfini. En mi opinión, habría que ampliar la explicación, y estoy seguro de que lo hará, a otros aspectos que enriquezcan la explicación y amplíen el margen del debate.

    Uno de ellos, es el género. Los Soprano se inscribe en una tradición ya antigua cinematográfica y novelesca muy bien concebida. La serie nos atrae, de nuevo, por su magnífica factura, como lo hizo en su día El Padrino, Casino, Muerte entre las flores,… pero ahora, como bien señalan Carrión y Montesinos, hay que contar con el “factor chándal”. Esto es, la realidad que, como señalaba el segundo es su espléndida reseña de Teleshakespeare, cae a plomo y gravita sobre el nuevo tipo de espectador exigente, que no acepta suspender la incredulidad a costa de la candidez pánfila, ese factor que nos permite ver la dimensión trágica (y ridícula) de Tony (vuelvo a Serna y Carrión) pero también desvelar que ese clasicismo esteticista del cine de mafiosos comienza a resquebrajarse, a perder credibilidad. Sabemos mucho más de ellos, que se aburrían, que iban mal vestidos, que eran unos macarras de barrio tripudos e ignorantes, mezquinos, rastreramente codiciosos, capaces de matar por divertirse, por meter la pata en una simple operación o porque se les va la mano en una borrachera. En definitiva, una gente cuyos famosos códigos se los pasaban por el arco del triunfo en menos que canta un gallo (algo se apuntaba en Uno de los nuestros). La serie nos atrae porque también revela esto de la mafia (recuerden a Totó Riina saliendo del zulo, tras años y años viviendo como un gusano). Una fascinante pérdida de estética.

    En este aspecto tiene mucho que ver quién y cómo concibió la serie: David Chase, en realidad David DeCesare, quien vivió en Nueva Jersey en medio de ese ambiente mafioso tan mediocre. Pero este es otro capítulo y llegan los Reyes Mango, Zara y demás.

    Rogelio López Blanco

  13. Juan Manuel, le agradezco el comentario y me alegro de coincidir con usted. Tengo pendiente ‘Breaking Bad‘. Mi hijo me la recomendó. Me compré las dos primeras temporadas. A ver si puedo verlas pronto. Gracias, sr. González Lianes.

  14. El otro elemento realista, que se filtra a través de esa “capilaridad entre la `realidad real´ y la ficción”, siguiendo las acertadas palabras de Monstesinos en la reseña de Teleshakespeare, cuando señala que qué mejor intertextualidad que el marco histórico, no es otro que la misma concepción y forma de desarrollar la serie. Intervienen factores como el quién, el cuándo y el cómo. Entramos de lleno en la faceta del componente italoamericano de la realidad y su contexto vital y referencial, ahora desde el punto de vista del “shakespeare” de Los Soprano, David Chase (uno de los precipitantes de la gran serie, con la impronta del realismo mágico, Doctor en Alaska).

    Me limito a copiar y pegar de la wiki los datos que refuerzan este factor realidad que pesa en la obra de David Chase (nacido DeCesare): el italoamericano, la mafia, la psique y la tradición cinematográfica:

    Basándose en gran medida en su vida personal y en sus experiencias tras crecer en Nueva Jersey, Chase aseguró que trató de «aplicar [su propia] dinámica familiar a los mafiosos». Por ejemplo, la tormentosa relación entre el protagonista Tony Soprano y su madre, Livia, se basa, en gran parte, en la relación de Chase con su propia madre. Durante esa época, Chase también fue a terapia y modeló el personaje de la Dra. Jennifer Melfi a partir de su propio psiquiatra. Desde temprana edad, Chase ya había mostrado interés en la mafia tras crecer con clásicas películas de gángsteres como El enemigo público y la serie Los Intocables. En gran medida, la historia de la serie está inspirada en la auténtica Familia criminal DeCavalcante, que se convirtió en la principal familia del crimen organizado de Nueva Jersey durante la juventud de Chase. El nombre de la serie, por otra parte, proviene de unos amigos suyos del instituto. Chase pensaba que el escenario de la mafia le permitiría explorar temas como la identidad italoestadounidense y la naturaleza de la violencia, entre otros. El propio Chase es italoamericano y su apellido real es DeCesare.

    El Casting. Al igual que los personajes que interpretan en la serie, muchos de los actores de Los Soprano son italoestadounidenses. Incluso, muchos de los actores del reparto de la serie ya habían aparecido juntos en películas y series de televisión antes de incorporarse a Los Soprano. En la serie coincidieron un total de 27 actores de la película de Martin Scorsese Goodfellas, de 1990, incluidos los personajes principales de Lorraine Bracco, Michael Imperioli, Vincent Pastore y Tony Sirico. También, ocho de los actores de Los Soprano aparecieron en la comedia de 1999 Mickey ojos azules (…) Tony Sirico, cuyo pasado está relacionado con la mafia, firmó el papel de Paulie Gualtieri con la condición de que su personaje no fuera una «rata» (confidente del FBI).

  15. Es evidente una cosa. A pesar de las jugosas intervenciones que ha despertado este tema, a pesar de la calidad de lo que dicen Montesinos, Carrión, López Blanco…, el asunto está muy apagado. Como la tele. No sé si vale la pena continuar con lo que tratábamos. O irme de rebajas. Eso sí, con el presupuesto menguado. Lo pienso…

  16. El gobierno de la Generalitat Valenciana me deja a la mitad la paga de los sexenios

    El gobierno de la Generalitat Valenciana me deja a la mitad la paga de los sexenios. Es una de las medidas de recortes aprobadas. Tengo cuatro sexenios. En la Universidad, un sexenio es el reconocimiento al trabajo: a la investigación, a la productividad. Te pagan algo más porque has publicado, porque te has esforzado. Ahora me rebajan esa parte de mi sueldo, que corresponde a veinticuatro años de investigación.

    Acabo de publicar un par de libros con Anaclet Pons: uno dedicado a Antonio Gramsci y otro a los burgueses del siglo XIX. Son textos para unos cuantos lectores: la familia, los amigos y los expertos. Con suerte, para algún otro interesado. Esos libros no me convienen. Es más, no me conviene investigar.

    ¿Para qué publicar si luego te congelan, te rebajan? Con cuatro sexenios –cuatro tramos de investigación– obtenidos tras veintitantos años, ahora he contribuir a sanear las cuentas de una Generalitat manirrota. Perderé más dinero que un colega mío que, por ejemplo, sólo tenga un sexenio. ¿Qué hago? ¿Recorto, por ejemplo, mi presupuesto dedicado a la compra de libros? ¿Me cisco en las autoridades?

  17. Pido disculpas al profesor Serna (y aprovecho para darle ánimos solidarios frente al recorte que le afecta), pero tenía un comentario preparado desde ayer a la espera de otras intervenciones. Como no parece que vaya a ser así, lo largo ahora.

    En el capítulo dedicado a Fringe del libro Teleshakespeare (que recomiendo encarecidamente como guía y referente de la nueva teleficción norteamericana que contribuye a desentrañar el mundo del siglo XXI) aparece un texto que creo muy autoindentificativo de Jorge Carrión, él lo confirmará o no. Supone una reivindicación generacional (que tiene que ver con el denominado movimiento afterpop, mucha mejor marca estética que la vieja y espesa nocilla) manifestada de un modo hiperactual (la explicación de una nueva narrativa) y en un contexto histórico y geográfico que llega hasta hoy mismo. Cito (los paréntesis son míos):

    “La ficción (se refiere a Fringe) plantea preguntas que no resuelve. Pero que reverberan. Somos hijos de la psicodelia. Internet fue pensado por consumidores de LSD que trabajaban para el MIT, la Universidad de Berkeley (recomiendo leer la novela “Vicio propio” de Pynchon) y el Departamente de Defensa. Nuestro mundo nace de la experimentación secreta y militar. Y de la podredumbre de los proyectos utópicos, brutales e ingenuos de aquella generación: la que ha convertido Sons of Anarchy, que nació para ser una comuna solidaria, en una banda criminal; la que no supo defender la iniciativa Dharma. La huérfana Olivia Dunham tiene una compleja relación con sus padres. Peter Bishop siente amor y odio por su padre Walter cuando comienza la ficción y ese sentimiento bicéfalo irá sufriendo vueltas de tuerca a medida que vaya conociendo detalles de su pasado. La generación de los nacidos en los 70 (¡eureka!) se enfrenta a la que ahora ocupa el poder…”.

    No obstante lo sostenido al comienzo del párrafo transcrito, es posible que haya una respuesta a las preguntas que esta ficción no resuelve, al menos a una importante, a la cuestión generacional, que puede resumirse en Steve Jobs, el gran camaleón. Nadie como él, que ha colocado a su empresa en el segundo lugar del ranking mundial de emporios, representa a esa generación hegemónica con la que la del 70 forcejea. Como señala Bernabé Sarabia en su reseña de la biografía de Isaacson para Ojosdepapel, el creador de Aplle “es el reflejo de una época espectacular y de un espacio privilegiado: Silicon Valley”. Consumió LSD, viajó a la India, practicó el budismo norteamericano en la versión zen, fue vegetariano y participó de las maquinaciones informáticas y su comercialización en el corredor del Valle de San Fernando. Fue uno de los que incorporó el totum revolutum de la contracultura, es decir, la estética rebelde, transgresora y el diseño bello y funcional a su empresa (en su pugilato contra IBM), democratizó o socializó, gracias a esos elementos tan sugerentes y seductores, los aparatos, aplicaciones y programas entre las masas. Además, cambió la forma de comercializar y acceder a la música, y los medios de comunicación, desde la edición y el periodismo hasta la televisión y las películas. Más un largo etcétera de cosas que hemos visto y, seguramente, estamos por ver (¡qué dará de sí la nube!). Y todo esto casi sin ponerse una corbata.

    De la corbata al chándal hay un mundo y, en mi opinión, ese espacio en Occiedente lo hegemoniza hasta hoy la generación nacida en los 50, la que descabalgó a aquella que venció en la Segunda Guerra Mundial. Ningún icono como Jobs, visionario, narcisista, ególatra, austero, revolucionario, artista, despótico, esteticista, explotador, llorica, manipulador y genio, refleja tan bien la versatilidad de esa generación que inventó internet, el mayo del 68, el neoliberalismo aplicado, la ética indolora, el nacional-narcisismo, la publicidad cool, la industria de lavar conciencias (ONGeísmo)…, en realidad todo o prácticamente todo, y de forma altamente productiva, adaptándose a cualquier circunstancia, y que no deja espacio, ni moral, ni político, ni físico, a las siguientes porque, a mi juicio, tanta ubicuidad práctica, pragmática y discursiva las ha dejado sin espacio alguno. Sólo se podrá entrar en este reino de uno en uno y rindiendo pleitesía a los Jobs de este mundo, sin corbata ni chándal.

    Puede que haya exagerado, pero ahí va la hipótesis.

    Saludos

  18. Buen fin de semana de rebajas (en todos los sentidos).
    Se han apuntado muchos temas.
    Destacaré dos:
    Por un lado, en lo que respecta a «Los Soprano» y «The Walking Dead», los dos se basan (como cualquier ficción que se precie) en un cambio. Pero el cambio de una serie realista sólo puede ser parcial, mientras que en una serie fantástica puede ser radical. Afectar al mundo entero. Por eso, en términos morales, TWD, a mi juicio, va mucho más lejos, sobre todo en la segunda temporada, cuando se plantean debates candentes de la sociedad de nuestra época, sobre todo en USA, como el derecho a llevar armas de fuego o qué es un ser humano (fundamental en la ética que afecta a la experimentación genética, por ejemplo) o qué es la democracia y si tiene sentido.
    Por el otro lado, está la cuestión generacional. Me sorprende la interpretación, porque yo realmente sólo pretendía hablar de «Fringe», de Walter Bishop y Olivia Dunham, pero es cierto que se puede leer también ese pasaje como una forma de observar las luchas de poder de nuestra época. Desde lo macro, en las políticas nacionales o en las industrias culturales, hasta lo micro: cómo en cada facultad conviven profesores catedráticos y profesores asociados o lectores, con varias décadas de diferencia de edad, a sabiendas de que los jóvenes nunca podrán acceder a los privilegios económicos de los senior…
    Pero esos son otros temas. Perdón para la divagación.

  19. A Cultura Delincuencia, Laura Az, Joaquin Pastor y 10 personas más les gusta esto.

    Javier Jover
    Empecemos por recortar el aprecio a los ‘desgobernantes’.

    Joan Alcàzar
    La verdad es que no sé exactamente que hacer, Justo. De momento expreso, –aquí y allá, de palabra y por escrito–, de manera moderada la profunda irritación que acumulo, pero pienso que algo más tendré (tendremos) que hacer.

    Emma Bartha
    Empecemos por ejemplo a recortar del sueldo de los ´´gobernantes ´´ ya que mientras ellos están rodeados de los mejor , tienen el descaro de intentar meter la zarpa hasta el las únicas ayudas que reciben tantos miles de parados , otro ejemplo sería , recortar de las cosas inútiles que hacen y no de la sanidad y la educación , por que a este paso llegaremos a ser como los americanos , si no tienes dinero , no tienes derecho a vivir .Le dejo aquí un enlace que a mi personalmente me pareció muy fuerte.Un saludo profesor

    Emma Bartha Esperanza Aguirre «Educación no gratuita y no obligatoria»
    http://www.youtube.com

    Honorato J. Ruiz
    Terrible, Justo, terrible. En el terreno de las enseñanzas medias el criterio ha sido el mismo, recortar sexenios, es decir el único plus (aparte de la antigüedad que nunca me ha parecido el mejor de los criterios) que recompensa la productividad y el esfuerzo a base de participación en programas de innovación, cursos de perfeccionamiento, publicaciones, etc. Aunque dado el nivel intelectual y moral de nuestros gobernantes valencianos no es de extrañar que cuando se ha acabado «su» fiesta hagan pagar los platos rotos a la ciencia, la cultura y la educación, cosas en las que no han creído ni siquiera en la época de las «vacas gordas». Javier, yo más que recortar mi aprecio aumento día a día mi desprecio cual deuda galopante.

    Marc Baldó Lacomba
    Ya se ve, Justo, que siguen con lo de «la manía de discurrir». «¡Que investiguen ellos!» (otra perla). Con todas sus consecuencias: a quien ha investigado cuatro sexenios le quitan la mitad del complemento: a quien, en ese mismo tiempo, no tienen ningún sexenio, no le quitan nada. Los primeros pagan cada año un trocito de aeropuerto de Castellón; los segundos, no pagan nada y son premiados por estos gobernantes tan listos. De repente son elevados a la categoría de ejemplo para quien no quiera hacer nunca nada. En la carrera profesional de médicos y otros funcionarios sucede exactamente igual: el que se ha esforzado paga y el que no, no. Ese es el «celebro» del gobierno pepero de la CV. Al marge de los trajes, a los gobiernos de Camps (no sólo al ex presidente) deberían juzgarlos por dilapidar el dinero público durante años.

    Beatriz Gallardo-Paúls
    Es terrible, insultante, desmoralizador y no sé cuántas cosas más. Encima con el agravio comparativo que señala Marc, que es como una tomadura de pelo retroactiva. Supongo que hay una satisfacción también retroactiva en quienes nunca han entendido nuestro trabajo (ni lo pretenden), y en esa opinión pública que, ayudada impagablemente por los medios, se solidariza con Aguirre cuando dice que no trabajamos, que no somos competitivos, que tenemos muchas vacaciones, que bla bla bla.

    Honorato J. Ruiz
    Es que los medios, como muy bien señala Vicenç Navarro soon «medios de persuasión de masas».

    Amelia Valcarcel
    Disculpe, pero no me cabe en la cabeza. No me lo puedo creer… A ver… El gobierno de Valencia no pagará los sexenios de investigación?

    Justo Serna
    El gobierno valenciano reduce a la mitad la paga de los sexenios durante dos años. Si yo tengo cuatro (como es el caso), cobraré sólo dos. Gracias al gobierno autonómico del Partido Popular.

    Justo Serna
    Soy funcionario. Soy un manta. Me pagan lo que no merezco. Y además como soy profesor, que es asunto vocacional, febería hacerlo gratis: la focencua y la investigación. Amén.

    Amelia Valcarcel Los sexenios son el único reconocimiento meritocrático de la carrera universitaria.

    Angel Duarte Montserrat
    Por aquí estamos «si fa no fa». En fin, lo que solía recomendar en estos casos era paciencia… pero, don Justo, como que ya no me da la gana. Habrá que plantarse, ¿no cree?

    Joan Alcàzar
    Yo no creo que medidas como ésta sean resultado de un error o de la ignorancia. Creo que en el modelo económico en el que piensan, en el que creen, en la sociedad que desean, la Universidad pública tiene un papel periférico.

    Amaya Beitia Ruiz
    Venga, tranquilos, pero como bien dice el señor Àngel, no os descuideís con esto de la «paciencia», no vaya a ser, que, para cuando queraís reaccionar, no sean los sexenios impagados, si no los meses atrasados de sueldo, lo que tengaís que reclamar. Ánimo y disfrutar del día.

    Elena Casero Viana
    ¿Es esto el inicio del inicio? Para el PP el valor de la cultura y de la educación pública está bien claro.

    Justo Serna
    En mi último comentario escribo «febería» en vez de «debería». Y escribo «focencua» en vez de «docencia». Ya ven. Puestos a recortar, ustedes entenderán que tampoco me esmere mucho con la mecanografía….

    Amaya Beitia Ruiz
    anda, pensé que era » valenciano» o » gótica cursiva». No pasa nada, disfrute las rebajas…

  20. Perdonen que haya introducido esta cuña –que no coña– sobre los sexenios, pagas y los recortes. Un Gobierno manirroto –el del Partido Popular de la Comunidad Valenciana– me recorta la gratificación que justamente se me da por la investigación y la productividad. Ustedes entenderán esta digresión.

    Luego vuelvo sobre la TV y las series.

  21. No era mi intención centrar el asunto del “pugilato” generacional en una cuestión de lucha de poder, no desde luego la concretada en la distribución de puestos docentes ni nada parecido, por más que el tiempo irá dejando y cubriendo vacantes (con rebajas, imagino, tal como está el patio). Si se toma así, me he explicado mal y pido disculpas.

    Mi pretensión buscaba establecer una hipótesis explicativa en torno a un icono, en este caso, Steve Jobs. Y si pretendo objetar algo a alguien es a la actitud poco receptiva de la generación dominante (o mayor). En lo que se refiere a España, salvo alguna mención en suplementos culturales, el movimiento afterpop, pese a sus esfuerzos, apenas ha tenido predicamento significativo, y no ha sido porque sus componentes no hayan puesto empeño. Entono el mea culpa en lo que a mí respecta, salvo por alguna reseña publicada en Ojosdepapel de obras de mi paisano Agustín Fernández Mallo, y ello a instancias de Eduardo Laporte y otros colaboradores con más olfato que quien suscribe.

    Sirvan estas palabras, y la atención dedicada a Teleshakespeare, que me ha desasnado respecto a mis limitados análisis de la nueva teleficción norteamericana, tanto de humilde reconocimiento al grupo en lo que me atañe, ya que evidentemente no represento a nadie más, como de propósito de enmienda.

  22. Sigo con interés este debate televisivo, y también los recortes anunciados por el Sr. Fabra. Ante estas cacicadas sólo se puede sentir indignación. Me pregunto dónde está el 15M después de las medidas anunciadas por el gobierno de Rajoy. No se puede consentir que un Consell que ha tirado el dinero a espuertas y ha robado todo lo que ha querido, pretenda que los trabajadores paguen ahora los platos rotos y que sean los servicios públicos los que queden absolutamente desmantelados. Al final lo han conseguido.

    No obstante dentro de este análisis tan exahustívo y brillante acerca de algunas series televisivas, echo de menos que no se haya comentado una tan extraordinaria como es “El ala oeste de la Casa Blanca”. Ciertamente es una serie anterior y más coral, pero creo que comparte algunos elementos con estas. Una serie que permite a los europeos comprender el complejo sistema político Estadounidense y a los ciudadanos americanos ingresar en el «sancta sanctorum» de la Casa Blanca, de ver cómo se toman las decisiones, el control mediático…en definitiva, cómo transcurre una semana (que es lo que dura un episodio) en el ala oeste.

    Me sedujo totalmente «Mad Men»; de “Los Soprano” no tengo elementos suficientes puesto que no la he terminado, pero desde luego comparto que gran parte de su éxito radica en la posibilidad de identificarse con el protagonista, cosa más difícil con otras películas o series de mafiosos, exceptuando aquella divertida comedia “Una terapia peligrosa” que ya apuntó algo de ésto aunque de forma banal. A fin de cuentas Tony Soprano, en algunos aspectos, no es peor que el común de los mortales, tiene sus dudas morales, y nos muestra la complejidad y la contradicción que supone el vivir. Sin embargo, tengo que confesar que ninguna me ha tenido tan atrapada como “The west wing”. Además de aparecer los grandes temas americanos, (especialmente su idea de libertad sin la que es imposible entender a la sociedad estadounidense), aparecen temas apasionantes : su política exterior, su apoyo a Israel, el conflicto cubano, la interpretación del 11-S, la complejidad que encierra cada uno de los cincuenta Estados…. pues además de ésto, se percibe claramente la ideología Demócrata y la Republicana , sobre todo en temas sociales y cómo esta última ha extendido sus tentáculos a los que hoy nos gobiernan.
    Así que visto lo visto,¡¡¡ váyase de rebajas!!!

  23. Se mezclan tal cantidad de temas y estados de ánimo en esta página en los dos últimos días que el ruido no me deja seguir ninguna melodía, y es una lástima porque hay intervinientes y contenidos que merecen mucha atención.

    He pensado lo mismo que usted, señor Serna, o que alguno de sus reputados contertulios respecto al asunto de los sexenios, pero no soy de los que «no da crédito». Ingresé en la función pública como educador y desde entonces he visto muchas cosas que en mi natural ingenuidad no esperaba. Es imposible tener menos sentido institucional que el que el gobierno valenciano ha demostrado para dirigir aparatos administrativos tan esenciales como el educativo, y eso que no voy a meterme en otros como el de la sanidad. Jamás imaginé que gente tan incompetente y caprichosa pudiera gobernar este departamento. Y sí, ya sé, esto viene de más arriba, pero, insisto, la evidente pérdida de respeto que expresa el dinamitar de una tacada el sistema meritocrático plasmado en los sexenios -esos que tanto cuesta conseguir- es sólo un jalón más dentro de un camino cuyo sentido ha sido siempre el de desacreditar la profesión docente y la enseñanza pública. Y este hachazo que nos hace más pobres sólo es el principio. Me conozco bien este juego: ahora van a esperar a ver cómo reaccionamos los profesionales y qué poder de convocatoria y jaleo tienen las organizaciones sindicales -esas a las que nos sentimos tan guais menospreciando- para ver cuanto tardan en meternos el siguiente golpe de tuerca.

    Hay que salir a la calle, caballeros y, si me lo permiten, haré una sugerencia a la comunidad universitaria, por aquello de que ya estoy un poco cansado de que seamos maestros y padres los que sistemáticamente vayamos por ahí a pegar gritos: creo que deberían dejar de pensar que sus problemas son solo los que privativamente les afectan, verbi gratia Bolonia. Estamos ante un ataque colosal y muy bien planificado contra la educación pública. El objetivo es desacreditarla para convertirla en residual, privatizar aquello que pueda ser digno de caer en manos privadas y facilitar como manda la tradición los negocios de la Iglesia y de otros simpáticos amigos de la derecha que nos gobierna.

    Pdta para colegas: La hoja de ruta es sencilla. Estamos atentos a la información que nos llega y la difundimos eficazmente; nos quedamos en el lugar de reunión cuando acude un enlace sindical, y si no acude le obligamos a venir; nos juntamos con los compañeros y deliberamos para llegar a acuerdos; acudimos a las convocatorias de reunión de plataformas sindicales o, al menos, nos aseguramos de que vaya algún compañero que al día siguiente nos informe; vamos por supuesto a las manifestaciones, si no estamos de acuerdo con alguna convocatoria lo hacemos saber a quien corresponda… ¿Sigo o nos conformamos con el ejercicio de indignación?

  24. Estoy plenamente de acuerdo con lo que dice R. sobre El Ala Oeste de la Casa Blanca, un producto honesto y de una pulcritud impecable. Eché de menos un capítulo específico para esta serie en el libro de Carrión, máxime teniendo en cuenta que en la media docena de referencias a ella que aparecen en el texto da muestras de poder establecer un discurso serio sobre la misma.

    Respecto a lo que comenta Rogelio, la verdad es que junta tal cantidad de referencias que me pierdo un poco, aparte de que no he visto Fringe, aunque sí he leído el pasaje del libro de Carrión al que se refiere. Yo creo que hay un «caso Steve Jobs» cuyas implicaciones vayan perfilándose más con el tiempo, cuando los expertos en ciencias sociales ya hayan tomado la distancia adecuada para evaluar su impacto en la cultura. No puedo evitar verlo como una especie de endemoniado seductor. El mundo de la electrónica de consumo ha pulsado durante décadas la hegemonía de Bill Gates, un tipo «Silicon Valley» de lo más ortodoxo. Gates encarna el discurso sobrio y racionalista de la informática, la eficacia, su concepto comercial es que él va a venderte la tecnología que va a ayudarte a hacer más rápido y mejor aquello que tú quieres hacer. Jobs se mueve en la línea de sombra (cito a Conrad para cautivar a Serna) que deja Gates tras de sí. Lo que ha conseguido es llevar la calidez de una «marca de afecto» a lo que en Gates no es más que un frío artefacto sin corazón. Jobs ha instalado al consumidor de electrónica en una convicción que es, ante todo, sentimental y estética. Apela a los sentidos, a la erótica del consumo, mucho más que al simplismo de la eficacia. Gates dice ayudarnos, Jobs nos ilumina porque nos quiere, esa es la diferencia. Esta es una cita de Jobs, lo dijo creo que en un spot para vender sus Macintosh en los primeros años ochenta:

    «Estamos aquí para marcar un punto en el universo. De otro modo, ¿para qué estar aquí? Estamos creando un conocimiento completamente nuevo, como un artista o un poeta. Así es como tienes que pensar esto. Estamos re-escribiendo la historia del pensamiento humano con lo que estamos haciendo.»

    De Jobs se ha dicho que, mientras Gates y otros genios de leyenda de Silicon Valley se quitaban horas de sueño escarbando en microcircuitos, él se dedicaba a meditar sobre el buen karma y el sentido del universo en un balcón bajo las estrellas durante horas. Mientras en Berkeley los jóvenes rojos invadían el despacho del decano, estos dos parecían un par de capullos, pero, como muy bien han dicho ambos: «somos este par de capullos los que hemos verdaderamente transformado el mundo»

    Yo, qué quiere que le diga, que soy algo rácano para consumir aparatejos, quiero pensar que la Revolución -esa que amaron tanto aquellos señores nacidos en los 50 a los que usted se refiere- es algo más que la petarda de Carrie Bradshaw escribiendo su columna de Sex in the city con un ordenata mac preciosísimo de la muerte en su pisito super guay de Nueva York.

    En cuanto a lo que dice Carrión a vueltas con Fringe… uhmm, no sé, me gusta eso que dice: «La ficción plantea dudas que no resuelve, pero que reverberan». En cuanto a lo de la podredumbre de los proyectos utópicos de los sesenta, no creo que Carrión dice diga ahí lo que piensa él, sino que más bien reproduce lo que se deduce de la ideología de la serie En cualquier caso la historia de los movimientos sociales de los sesenta me parece que merece algo más que esa idea de que de su descomposición -que es a su vez producto de su fracaso- derivan algunos de los peores males actuales. No sé, me parece poco serio ese tipo de razonamiento.

  25. ¿Para que sirve un profesor?

    Un maestro sirve para desasnar. Imaginen a un docente que nos ayudara a entender los productos culturales: la televisión, por ejemplo. Imaginen a un maestro que transmitiera saber y que a la vez estimulara, que nos hiciera ver el presente, que nos hiciera interrogarnos sobre los restos que el pasado nos ha dejado. La administración debería cuidarlo. Es un recurso material de primer orden.

    La calle, la ciudad, el espacio son espectáculos visuales. Allí ocurren cosas y allí hay mil historias, ficciones ante las que hay que estar muy atento. Mucha gente mira sin ver, sin distinguir nada. Habría que observar la calle como si estuviéramos examinando la tele. ¿O era al revés? Mirar las cosas como si viviéramos dentro de melodramas reales, demasiado reales: historias de las que hay que descubrir el guión.

    Dos familiares míos acaban de regresar de Berlín. Venían sorprendidos de la atención que los berlineses prestan al pasado, a los horrores siempre vigentes, a las huellas materiales que permanecen y que los contemporáneos no deben arrasar. Venían admirados del cuidado que se dedica a la cultura: a los museos, por ejemplo. Berlín es una pedagogía constante y Alemania es un lugar en donde al maestro se le tiene considerado. A la vez, dicho país es un lugar próspero. No sé si a la vez su televisión es un producto de calidad.

    Echemos un vistazo a lo que ocurre por aquí. ¿Por qué España tiene una televisión ínfima? ¿Es una de las peores de Europa? A la vez, ¿por qué aquí a los profesores se les tiene peor considerados que en otras partes del entorno? ¿Hay alguna relación entre ambas cosas?

    Quizá se deba a la incuria intelectual, al poco aprecio que dispensamos a la cultura, un lastre que nos dejó el franquismo, un régimen de asnos. Justamente por eso, las autoridades pueden maltratar a los docentes (aquellos que en tiempos pasaban más hambre que un maestro) y justamente por eso la administración puede hundir la cultura pública (menos rumbosa o vistosa que el evento multitudinario).

    Saldré a la calle a manifestarme (no es mi costumbre). Mientras tanto, para desasnarme, seguiré viendo la tele de la que aprendo: esa que Jorge Carrión llama ‘Teleshakespeare’.

  26. 1. Creo que Jordi C esté muy acertado. El ejercicio de la exploración del límite extremo de la supervivencia en TWD y cómo se gestionan los valores del antiguo mundo y se perfilan los nuevos frente a la cruda realidad distópica, es el eje de la serie en la segunda temporada, pero hay que señalar que eso no lo sabían la práctica mayoría de los comentarista ni el titular del blog en los días que se publicaron los textos del debate. De ahí ese tira y afloja de los que nos anticipábamos, con todas las ventajas, y quienes sólo habían visto la primera temporada y el capítulo inicial de la segunda. Ahora ya todos sabemos que había en el pajar.

    2. También absolutamente de acuerdo con Jordi C. Pero más. No pierdan el tiempo ni el dinero en los efectos especiales totnasinas ni supuestas grandes interpretaciones de las nuevas versiones cinematográficas de Sherlock Holmes protaqgonizadas por Robert Downey Jr, vean como adultos la serie británica, novedosa, elegante, contenida (hasta donde se puede cuando el personaje es quien es), inteligente y sin chorradas pirotécnicas. Los mismo digo de Luther, protagonizada por Idris Elba (The Wire), otra serie británica admirable cuya segunda temporada comienza esta semana

    3. Me reservo el atractivo icono Jobs que tan bien ha sacado a colación Alejandro Lillo para la tarde. Sólo un dato, recogido de El País, el 3-1-2011. Valor en bolsa de Aplle, 291.000 millones de euros (puesto 2º del mundo, después de Exxon y muy cerca). Valor de Microsoft, 168.000 (6º puesto). Incompatibilidad frente a compatibilidad, caminando sólo frente a los que buscan sinergias. Un tipo tan poliédrico que faltan le lados a la metáfora. No obstante, hasta ahora, su marca se ha impuesto porque, leyendo los tiempos, además de ser en parte protagonista o mimbro de movimeinto, logró sacar adelante el modelo de consumo individualizado y autoindetificativo conforme a la estética cool heradada de la contracultura. Es el consumismo inconformista que derivó en la creación de una personalidad rebelde a través del consumo, mediante la transgresión integrada que nos permite ser «únicos», en la creencia de que podemos comprar a nuestro antojo y ser diferentes.

    En fin, creo que deberíamos trabajarnos el libro de Thomas Frank: “La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno” (Alpha Decay, 2011) y volver a visionar Mad Men.

  27. Pido disculpas por el lapsus de atribuir a Alejandro Lillo lo que en realidad es un comentario de David P. Montesinos, lo lamento.

    Por cierto, a mi Carrie Bradshaw me cae también fatal, pero en la serie Mujeres de Nueva York creo que hay que valorar el retrato, aquí más bien frívolo, de una fase más de la liberación de la mujer, o quizá de la mujer ya liberada, en su versión más trivial y, por supuesto, no podía faltar, cool (pues se vende una estética, no de la moda, sino de un tipo de mujeres determinado). Puede que por eso parece que envejezca tan rápidamente el producto y no así Roxane o Murphy Brown (excepto por los peinados y la impedimenta).

  28. La forma de abordar la venta de sus ingenios por parte de Jobs es básicamente estética, pero entendida dicha estética de un modo amplio que incluye eso que David Montesinos contiene en la noción de “endemoniado seductor”. Esa es la misma conclusión que saca el sociólogo Bernabé Sarabia en su reseña de la biografía de Isaacson sobre el personaje:

    “El éxito de Jobs se debe en primer lugar a su capacidad de persuasión. Fue capaz de persuadir a mucha gente para hacer cosas que ningún otro hubiera logrado y para conseguir un dinero que a nadie más le hubieran dado. Era un genio en el manejo de la publicidad y de los medios de comunicación de masas.”

    Ver más en http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=4214

    Lo que no creo de ningún modo es que Jobs “nos quiera”, sólo nos hace creer que nos quiere.

    Por otra parte, aprecidado David, no existe sólo un discurso frío de la informática, como no sea el de ahora, y habría que verlo. La informática también es una disciplina creada por porreros, ingenieros medio locoides, contraculturales, psicodélicos y surfistas, que vieron en la difusión del conocimiento un instrumento revolucionario. Pero también estabas los Gates, claro, poniendo el cazo. De momento, la carrera la gana Jobs después de muerto, si miramos el ranking del valor de sus respectivas empresas.

  29. Llevo una hora leyéndoles. Estos días han sido algo complicados y no he podido sentarme hasta ahora a leerles con atención. Eso sí, los Reyes han sido generosos. Tengo frente a mí a una oscura caja de cartón con la serie completa de “Los Soprano”. No he visto ni un solo capítulo, e imagino que más de uno de ustedes me envidiará por ello. Pronto, muy pronto comenzaré a verla. En familia, eso sí, que al parecer es lo que toca.

    Entenderán que no pueda hablar mucho sobre todas estas excelentes series. Voy con cierto retraso aunque tampoco me corre prisa. Me gusta paladear este tipo de producciones, concebidas, además, para ser vistas con pausa. En eso también se distinguen del cine. Más allá de que sean productos televisivos, el hecho de que sean emitidos de semana en semana hace que calen de otra forma en el espectador. Esa periodicidad es algo a tener en cuenta.

    Toni Soprano puede ser un caso especial, pero si hacemos caso al comentario de Nöel Carrol que cita el señor Serna, la cosa cambia considerablemente. Así como hace algunas semanas decíamos que había mucha gente que llegaba a casa muy “zombi”, ¿de cuántas personas ignoramos el alcance y el daño que causan sus acciones?
    Y con esto paso de la ficción a la realidad. No paramos de ver en la televisión a personas que parecen rectas y honradas, bien vestidas y elegantes. Gente que parece seria y responsable, que seguro que vuelve con su familia y se preocupa mucho por ellos. ¿Quién no va a querer a los suyos? Veo, por ejemplo, al vicepresidente del Consell en la Comunidad Valenciana echarle la culpa del agujero que hay en esta comunidad al gobierno central y ardo de indignación. Me indignan todas las medidas que esta gente está tomando y creo que ya va siendo hora de plantarles cara. Aunque ninguna de ellas me afectan directamente, sí me siento directamente agredido. Es algo intolerable y vergonzoso. Un ataque en toda regla, como dice el señor Montesinos, al estado del bienestar y a lo que es de todos.

    Hay que hacer algo ya porque detecto un cambio cultural. Es curioso, y quizá esté equivocado, pero me da la sensación que ante la precarización general de las condiciones laborales y al aumento del desempleo, las iras y las envidias, en vez de dirigirse hacia los responsables del desastre, los causantes de la miseria y la corrupción, unos desvergonzados que se han enriquecido a costa del dinero de todos; en vez de dirigirse hacia ellos, decía, las iras y las envidias de la gente se orientan hacia el funcionariado, al que conciben como una especie de casta privilegiada y perezosa. Y no hay nada que me enerve más. Llevo más de quince años combatiendo esa idea, pero parece que ahora, con la brecha que ha abierto la crisis, quienes defienden la anorexia del Estado se encuentran en una posición inmejorable para conseguir lo que han estado persiguiendo, al menos, desde los años 70. La coyuntura es decisiva. Hay que generar otro estado de opinión con urgencia desarrollando argumentos convincentes y hay que hacerlo ya.

    Estoy harto de tanta basura y tanta desvergüenza.

  30. Entro solamente para decir que no tengo nada – nada aprovechable – que decir sobre el tema. Sigo diariamente y con mucho interés el debate que mantienen; aprendo cosas nuevas y constato mi ignorancia total del tema. Aunque soy un apasionado de las series americanas (ya dije en la presentación de mi libro que algunas series de los noventa marcaron mi infancia y mi imagen de los EE.UU), confieso que no he visto – más que algún capítulo suelto – ninguna de estas a las que se refieren, y no precisamente porque no me interesen. Las «daños colaterales» de escribir una tesis doctoral es que uno se olvida del resto del mundo durante varios años. Espero ir poniéndome al día poco a poco…

  31. Hola de nuevo.
    Acabo de leer el post de La cueva del gigante. Estoy abrumado. Muchísimas gracias.
    Me gusta pensar que esta conversación también es cuántica, que somos millones los que en este mismo momento estamos pensando y discutiendo los modos de representación de la realidad y de la ficción en el mundo contemporáneo, en lenguajes y plataformas que son como universos paralalelos.
    Supongo que conocéis el libro de Lisa Randall.
    Abrazo y gracias.

  32. Hola. Ha sido un honor hablar de Teleshakespeare y ha sido un honor tener esta discusión sobre las series en este blog enlazando con Ojos de Papel. El debate sigue, en efecto, en La cueva del gigante. Allí nos vemos. Aquí pronto aparecerá nuevo post, pero yo no olvido. No olvido a Tony Soprano y su familia. De hecho, quiero volver con un asunto que han destacado Rogelio López Blanco y David P. Montesinos: los chandals de los Soprano?

    Y no olvido el nivelazo de sus intervenciones, las de ustedes.

  33. Colofón. ¿Hay que gritar en la tele? Si nos fiamos de las peores cadenas, la única manera de llegar a la audiencia es chillando. Pues no. Muchos nos negamos a vocear. Podemos polemizar sin tirarnos los trastos: sin vanaglorias o sin estrépito. Hay algo verdaderamente notable en una discusión pública que se hace sin aspavientos. Hay algo edificante en un debate a viva voz entre espectadores que intervienen activa, crítica y cortésmente. Por lo que sé, nuestras diatribas televisivas han llegado muy lejos. Hasta América incluso. Eso me dicen.

    Ha sido un placer tratar de series: y todo ello a partir de un libro, el de Jorge Carrión, que es una guía, un mapa de lo que ahora más vale y mejor se hace en la pantalla. Como dice David P. Montesinos en su texto de Ojos de Papelhace tiempo que la tele dejó de ser la caja tonta. El nivel narrativo está muy alto. ¿La prueba? Alejandro Lillo escribe de una serie, A dos metros bajo tierra, que es un alarde de finura y guasa. De dolor y esperanza. Parece mentira que pueda decirse algo chistoso sobre una funeraria. Y parece sorprendente que alguien pueda decir con tal mesura algo sobre ese escándalo que es la muerte.  

    Yo, por mi parte, he procurado atenerme a mi obsesión de los últimos meses: Los Soprano. ¿Por qué? Porque habla de la familia, de los hijos, de las expectativas, de la experiencia, del dolor. Y de la muerte. Porque nos muestra la condición humana. Échenle un vistazo al libro de Jorge Carrión. El observador lo hace bien, incluso muy bien. Como si fuera un analista, un terapeuta. Los demás somos lectores. O espectadores. O pacientes.

    Ha acabado la sesión. 

  34. He disfrutado mucho con sus intervenciones; tanto, que he preferido leer y callar.

    Ojalá continúen por mucho tiempo estos festines culturales.

  35. Entrevista: Madeleine Stowe Actriz

    «Hay un placer por lo prohibido en una sociedad que está patas arriba»

    …/…

    P. ¿Qué vida le pronostica a Revenge?

    R. No le veo fin. El público podrá adentrarse más y más en el comportamiento y la psicología de estos retorcidos personajes. Los Soprano son el mejor ejemplo que se me viene a la cabeza de una serie en la que descubrimos seres más y más turbios a medida que avanza la trama.

    …/…
    http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Hay/placer/prohibido

  36. Entrevista: Madeleine Stowe Actriz

    «Hay un placer por lo prohibido en una sociedad que está patas arriba»

    …/…

    P. ¿Qué vida le pronostica a Revenge?

    R. No le veo fin. El público podrá adentrarse más y más en el comportamiento y la psicología de estos retorcidos personajes. Los Soprano son el mejor ejemplo que se me viene a la cabeza de una serie en la que descubrimos seres más y más turbios a medida que avanza la trama.

    …/…
    http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Hay/placer/prohibido

  37. Desde luego, ha sido un debate muy interesante que espero se prolongue en «La cueva del gigante». Felicidades a Jorge Carrión por su sugerente ensayo y a Rogelio López Blanco por la iniciativa. Y enhorabuena a los señores Serna y Montesinos por sus excelentes artículos. Como dice don Justo, ha acabado la sesión, sí, pero pronto comenzará otra.

  38. Ha sido muy interesante participar en este intercambio, leer los textos de Justo Serna, David Montesinos, Alejandro, Jordi C y los demás intervinientes. Tan grato como el dedicado a The Walking Dead, más conocido como «debate zombi». Fin de esta temporada.

    Saludos cordiales

  39. […] del que nos advirtió Rogelio López Blanco. Este texto prolonga su libro Teleshakespeare (2011), que aquí en este blog discutimos con mucha energía meses atrás. La ficción audiovisual –concretamente la televisiva– nos da pie a debatir con ardor, […]

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