Esto es todo, amigos

Forges. Vivimos un tiempo de ficciones crecientes para las que nos faltan códigos y claves. Uno de los factores determinantes es la multiplicidad de datos contradictorios. Nos invaden el desconcierto y lo ilusorio. El desconcierto, en el sentido de la decepción y de la frustración; y lo ilusorio en el sentido de la irrealidad y la confusión. Tenemos la cabeza como un bombo, según vemos en la viñeta de Forges para El País del 10 de julio de 2012. La dama está inquisitiva y aburrida; el tipo está derrengado y ojeroso; la tele está apagada, inane; y el periódico boca abajo: no se le caen las letras.

A mí se me caen los palos del sombrajo. Vaya circunstancia. Resulta difícil discernir lo auténtico de lo fantaseado.  De todo parece haber antecedentes y de todo hay su contrario. Cualquier cosa se propaga: de muchos –de celebridades o de personajes circunstanciales– sabemos o creemos saber cualquier cosa gracias a las noticias y a los bulos que corren.

Dolores de Cospedal. Leer la prensa exige cada vez mayor esfuerzo, una laboriosa tarea de análisis. Los titulares son de difícil interpretación: los hechos y sus metáforas se mezclan. Martes, 10 de julio: la portada de El País en papel resulta casi indescifrable: «El déficit detona la subida del IVA». ¿Detona? O la noticia que el otro día, 29 de junio, sólo tenía una columna con el siguiente titular: «El jefe de Barclays, acorralado por manipular tipos». ¿Acorralado? Luego nos enteramos de qué iba el asunto. Más valía no haberse enterado… Este bla-bla-bla aturde.

Ciertos políticos dicen cosas graves con atrevida ignorancia, como Dolores de Cospedal. De ella, de la señora De Cospedal, me ocupo en un artículo en El País: qué estomagante me resulta casi todo lo que sostiene o defiende. ¿Han visto con qué suficiencia nos mira? Lo he titulado así:

Dolores de Cospedal

Otros políticos han dicho cosas tremendas y desafiantes. Ahora tienen que pronunciarse en los juzgados, como los adláteres de Francisco Camps. ¿Y los banqueros? Hay gente prudente en este sector, por supuesto que sí. Y hay gente inverosímil que cobra protagonismo, como Rodrigo Rato. Y cobra… ¿Y los ministros? Pues los ministros ponen caras de estar enterados, como Luis de Guindos o su compadre Cristóbal Montoro, tan cachazudo. Podrían hacer de Reyes Magos: para repartir los chuches. Falta un tercero: que pongan a De Cospedal.

Tenemos una dieta abundante, excesiva: nos abastecemos con datos que unos u otros cuentan y que no siempre sabemos interpretar. Hay, sí, un runrún inacabable. Tantos testimonios nos desazonan y, por eso, lo espectacular o lo bizarro, aquellas referencias que se salen de la norma, acaban por imponerse. En consecuencia, la realidad se deforma. Más que en la historia, parecemos vivir en una historieta. Cuánto tiempo nos roban la actualidad, las novedades. Bueno, la actualidad y otros personajes secundarios. De Cospedal es muy secundaria: de hecho, es la segunda de Mariano Rajoy.

Alejandro Lillo. Quiero pensar que dentro de unas semanas dedicaré horas y horas a otra cosa más edificante: a leer y a releer novelas. Creo que debemos cultivar la imaginación. No para alardear de fantasías o de erudiciones pasmosas, sino para ponernos en el lugar del otro, para saber más de la conducta humana. Al historiador le hace falta imaginación. También al individuo corriente.

Eso mismo le cuento a Alejandro Lillo en la conversación que hemos mantenido sobre el particular. La hemos titulado

Historia e imaginación

Se trata de una entrevista que publica Ojos de Papel con motivo del libro La imaginación histórica (del que la revista reproduce unos extractos). No saben qué interlocutor es Alejandro Lillo: se me adelanta y me conoce… El resultado es una conversación agradable y quizá aprovechable. Alejandro lo ha hecho muy bien y yo he hecho lo que he podido: esto es todo, amigos.

Si les apetece, repasen el resto de la revista. Hay artículos de mucha enjundia. Como el de David P. Montesinos dedicado a Mad Men. Cómo lo envidio. Yo perorando de cosas académicas y él hablando de la ficción más notable de nuestros días. Volveré. El número de OdP viene cargadito, bien repleto de reflexiones y contribuciones que merecen horas de lectura y demora y un puntico de imaginación (por ejemplo, la de Miguel Veyrat). Punto y aparte.

Mi padre. Aunque pueda parecer un pelma, he de repetirlo. Buena parte de lo que sé se lo debo a mi padre: , saber, en el sentido de leer. Leo por gusto, por placer personal, pero también por haber sido inducido por mi señor padre. Fue él quien primero me habló de los escritores que tempranamente habían escrito sobre la Guerra Civil: desde Ernest Hemingway hasta José María Gironella. Estamos en julio y estas cosas vuelven…

Lo que me decía de ellos era que daban un testimonio directo del conflicto. Siendo joven leí parte de lo que me recomendó, pero no sentí proximidad alguna con lo relatado, con lo contado. Allí estaban, en casa, aquellas novelas. Mi padre me hablaba con admiración. Y me sugería su lectura por eso, por la cercanía testimonial y por la crudeza.

Sin embargo, había algo en esas historias que no me satisfacían: nos ataban a un pasado reciente que pesaba, propio de otra generación, y del que los jóvenes queríamos desprendernos. Hablo de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Lo español y lo carpetovetónico asfixiaban; y la gran literatura, incluso la literatura foránea, ayudaba a imaginar otros mundos, quizá más civilizados.

Los autores que trato y analizo en La imaginación histórica (Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Eduardo Mendoza, Luis Landero, Arturo Pérez-Reverte) no convierten la Guerra Civil en materia central de sus novelas. Lo que en sus obras hay es la evocación, la información vicaria, la transmisión generacional: una Guerra contada por los mayores y que estos prosistas reelaboran con esos relatos y con las experiencias de otros, con lecturas, con películas, con informaciones que han recogido después. Se documentan.

Ambientan, por ejemplo, algunas de sus obras en el 36 y recrean las violencias españolas contemporáneas —violencias preferentemente masculinas— pero no para hacer novela histórica, sino para pensar el presente, para representarlo hallando en la actualidad el peso del cainismo, del heroísmo. Estos autores imaginan momentos en que ellos podrían haber estado y se preguntan qué habrían hecho. Se responden fabulando, novelando, conjeturando sobre esa posibilidad. Pero esos autores quieren escapar, quieren huir de ese pasado desastroso: para ello nada mejor que dejarse influir por lo foráneo, por lo extranjero, por las literaturas universales.

Hace años, Javier Marías –de quien no trata en este libro, pero del que hablaré en un volumen venidero– escribió un artículo que bien podría servir de emblema apara lo que digo: ‘Desde una novela no necesariamente castiza». Los autores que prefiero se arrancan el casticismo, pesada herencia, o lo diluyen con ironías y parodias. O con universalismo. O con hibridaciones literarias, mezclas cervantinas y posmodernas a un tiempo.

Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno anuncia en el Congreso que se suprime la paga extra de Navidad. Nos quitan los chuches. Que yo sepa no ha dicho nada de la paga del 18 de julio. Al final se va a cumplir lo que yo vaticiné hace meses: los humanos resistiremos, pero El Corte Inglés, no. Cuando llegue fin de año y los empleados públicos no tengan líquido, la ficción navideña acabará. Adiós a las rebajas y adiós a los Reyes. Yo llevo dos años sin utilizar la tarjeta de dicho establecimiento: se me rajó  y ya no renové el plástico. En El Corte Inglés me han olvidado…

12 comentarios

  1. Felicidades por su artículo sobre Cospedal. La mayoría de sus declaraciones son un horror. Pasan las generacinones y lo del PP no tiene remedio, no hay nada que hacer con ésta nuestra derecha española. Nada que hacer.

    Gracias por sus palabras sobre la entrevista. Yo también he hecho lo que he podido. Ha sido un honor.

  2. ¡Ole, ole y ole! Qué flamenco le ha quedado su artículo sobre la señorona Cospedal, alias Corpus Christie. Alguien debía decirle, ya de una vez, a esta buena mujer (?) que los que poco sabemos poco hablamos. Que es mejor dejar hablar a nuestros mayores -en el sentido intelectual del término- y no abrir la boca para decir pavadas.

  3. No me he esmerado mucho en el nuevo post. ¿Para qué les voy a mentir? Voy a estrujarme menos las meninges a partir de ahora. De hecho, voy a empezar a escribir con faltas de ortografía o con prosa defectuosa, más defectuosa. Cochinamente.

    Pago con puntualidad mis impuestos y me fríen con el IVA. Me quitan la desgravación por vivienda. Me quitan la paga de Navidad: menos mal que me dejan la del 18 de julio. La del 18 de julio.

    Y encima estos ministros son una panda de incompetentes. Siento insultar. ¿Decían ustedes de Zapatero y sus Gobiernos? Por favor: si es por moderado, Mariano Rajoy me hace añorar a Leopoldo Calvo-Sotelo, que caballero. Tocaba el piano.

    Està tot molt mal, està tot molt mal. Molt mal està tot.

  4. Caramba, señor Serna: le veo muy afectado. Y le entiendo, claro está. Estamos en un sinvivir. De molt mal a molt pitjor. ¡Ánimas del purgatorio! ¡Santa Bárbara bendita! ¡Anímese, hombre! ¡A por ellos, que son pocos y cobardes!

    Pero, sobre todo, no se me ponga usted lacónico, que lo que me gusta de sus posts y de sus respuestas es la enjundia que siempre llevan. No nos deje en la sequía.

  5. Confusión, desconcierto, desconfianza… Me “suena”, me suena mucho, pero ese eco proviene de los libros, de la literatura académica, de las memorias y de la ficción (pido disculpas por el empleo del “nos”, no quiere ser mayéstático).
    Estamos en medio de una crisis económica de proporciones desconocidas. Los perros más viejos vivimos la de la Transición, derivada de la del petróleo, que acarreó un brutal proceso de reajustes que prácticamente liquidó la industria pesada y ligera española (astilleros, altos hornos, siderurgia, textil y muchos otros sectores), que ahora se denominaría “adelgazamiento”: fue la famosa reconversión industrial, de la que sólo se salvaron los mineros. Luego vinieron dos flojitas, casi imperceptibles para la opinión pública agitada (porque, quizá, no había redes sociales), la postolímpica y la de la burbuja de las punto.com.
    Esta que vivimos ahora, un cruce de expectativas desmesuradas con una realidad crítica y tozuda que nos hace temer por nuestro sistema de seguridades, que fue alimentada por el largo periodo de prosperidad cebado con la burbuja inmobiliaria, todavía no ha derivado en crisis política. Pero la presentimos, lo que redobla nuestra prevención, confusión, desconcierto y desconfianza.
    No traigo esto a colación aquí para debatir sobre responsabilidades y culpabilidades, que es un capítulo fundamental, sino para constatar que la historia está llamando a nuestra puerta, la historia en el sentido de acontecer de hechos que parecen, por su entidad, trascendentales para nuestras vidas, que nos “toca”, y que nos hacen temer por el futuro que nos aguarda. Hechos, tanto me da a los efectos de lo que quiero decir, que sean producto de la estupidez, la avaricia, el afán de poder, la codicia, los intereses irresponsables, etc…
    Es esa misma inseguridad y miedo la que contemplamos sobrecogidos en las páginas de los protagonistas de “Sefarad”, por ejemplo, salvo que la escala de los problemas de ellos no tiene, de momento (espero que nunca), parangón con los nuestros.
    La verdad es que, los nacidos en los 50 y 60 hemos sido hasta ahora una generación con suerte, hemos vivido razonablemente bien. Nuestros padres tuvieron que cargar con el franquismo, un régimen estúpido y ferozmente cainita, que no les dejaba casi ni respirar, y fueron quienes nos pusieron en medio, quiero decir en la clase media, con su esfuerzo, porque fueron ellos, no nosotros (estoy generalizando, pido disculpas) quienes lo lograron con su modesta persistencia y afán de salir adelante. Cualquier europeo que hubiera nacido en 1900 habría visto pasar ante sus ojos, si sobrevivió, dos guerras mundiales, fascismos y regímenes comunistas, guerras civiles y dictaduras, exilios y campos, depresión económica y miseria, muerte y padecimiento a una escala inimaginable… Si hubiera nacido español, prácticamente lo mismo. Nosotros no, repito, nunca nos hemos sentido inmersos en una vorágine histórica que nos manejase como hojas al viento. Teníamos la “casi” total seguridad de que no nos pasaría.
    Ahora sospechamos que vamos a sufrir en nuestras carnes algo análogo (no lo mismo, evidentemente, ya que nada se repite), porque lo hemos vivido en la carne de esos personajes de ficción y en esas personas despreciables (Speer) y lúcidas (Fest, por poner otro alemán) que nos dejaron escritas las memorias de la primera mitad del silgo XX. Son nuestro marco de referencia e interpretación más serio, las películas y las series aquí tienen poco alcance. Esto es malo y no es bueno, es malo porque lo que vivimos no va a ser como aquéllo, y eso nos puede hacer prejuzgar nuestra realidad y errar en nuestros juicios, pero tampoco es bueno porque pasa aquello con lo que especulamos tanto a través de los escritores y sus obras, tan convincentes, “qué pasaría si esto que leo me hubiese ocurrido a mí”. Y, realmente, ¿a quién le puede hacer gracia esto?

  6. Oigo y leo a Rajoy citando a Ortega: «Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande y sólo es posible avanzar cuando se mira lejos» (bendita inconsciencia la del escribiente de guardia de la Moncloa para justificar los últimos recortes: «Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible» que parece ser que decía Talleyrand). Este tipo, me refiero al señor Presidente y por decirlo a lo posmoderno, se nos ha convertido en todo un arquetipo de la más profunda banalidad y ello mientras aplica vicariamente (que para eso estamos intervenidos) algo de disciplina inglesa a este «fin de la historia» tan lleno de funcionarios, jubilados, mineros y parados, esos empecinados que con sus «egoístas» quejas afean el cambalache por el que nuestro emperador se pasea desnudo con audaz cobardía y en el que a los demás nos están dejando en pelotas a la fuerza. Algo que me preocupa estos días: ¿Adónde irán este año las muñecas de Famosa?. Mucho me temo que aquellas que se dirigían al portal cuando los Reyes Magos aún tenían la paga extraordinaria de Navidad, estén pensando en marcharse a Alemania. «El resto es Adorno. Adorno de Frankfort». Y vaya esta segunda cita por si a don Mariano le sirve para algún otro discursito inane que nos reserva para el futuro. Aunque ya sé que Juan Cueto no es Ortega, y ni siquiera Gasset, a mí bien me vale para explicarme. Un abrazo y felicidades por su artículo, don Justo.

  7. Algunas reflexiones que me sugiere lo que les leo:

    1.»Lo que pasaría si esto que leo me pasara a mí», también me hago esta pregunta con frecuencia cuando leo. Me ha pasado estos días, por ejemplo, al hilo de mi lectura de la novela de Alessandro Baricco, Océano Mar, que relata entre otras cosas la tragedia del Ariane, un barco que naufragó en las costas de África, lo que dio lugar a una tragedia horripilante de la que regresaron algunos supervivientes para horrorizar al mundo con su espantoso relato. Espero que no lleguemos a ciertos horrores del pasado, viendo cómo las gastan algunas señoras en la cola del pescado en Mercadona no quiero ni pensar qué pasaría si vinieran ciertos horrores de los que nos cuentan las novelas, las pelis y los libros de historia.

    2. No sé si han visto «El hundimiento», pues la señora Cospedal me recuerda mucho al personaje de la mujer de Goebbels, que resulta ser más fría, inhumana y ortodoxa que su célebre marido, no se pierdan la escena final en el bunker con los niños. (Solo digo que me recuerda, creo que es por la gelidez de muerte que transmite)

    3. No había pensado en qué será ahora de las muñecas de Famosa. Pero bueno, hemos estado peor, a mi suegra le regalaban todos los años la misma muñeca, obviamente Mariquita Pérez, la escondían la noche siguiente después de que hubiera jugado un poco con ella y, al año siguiente, se la volvían a regalar con otro vestido.

    4. Voy a ver si cuando vuelva de mi actual retiro espiritual puedo leer la entrevista de Lillo. Me gustan las entrevistas, creo que porque soy un poco cotilla. Me acuerdo -y hablo de la tele, claro- de aquel tiempo en que una entrevista a alguien que había hecho algo digno en la vida podía ser un prime time en la tele. Estoy pensando en aquellas de Soler Serrano o, por supuesto, las de Quintero. Joaquín Sabina dijo hace tiempo que ya no iba a la tele porque «supuestamente van a entrevistarme, pero me paso el rato pensando que no tienen ninguna intención de dejarme hablar y que en cualquier momento van a sacar a una chati que se va a poner a hacerme una paja» Después empezaron las entrevistas que en realidad no lo eran , pues el personaje era la excusa para hacer todo tipo de mamarrachadas. Ahora, ya directamente, las han eliminado. No interesa nada lo que tenga que decir nadie que no diga que se ha acostado con un futbolistas del Madriz y que no esté dispuesto a cobrar para que le insulten.

    Besos a todos.

  8. Cuánta razón tiene David Montesinos en lo de las entrevistas. Paso tanto de la tele, no de las series, de las que me confieso adicto, y del cine en tv, que no me había percatado de ese hecho que él constata y que la berlusconizacón nos ha traído. Si hasta echo de menos las de Pedro Ruiz.

    Claro que, inconscientmente, las suplía con las que aparecen, de vez en cuando, en los magazines de la prensa seria, en las páginas digitales, en los periódicos (la de Sala i Martín a Krugman casi es la mejor de las que he leído últimamente, pero la mejor, sin lugar a dudas (¡no tolero que nadie ponga en duda mi objetividad! –léase la frase con la voz del gran Galiardo–), es la conversación entre Alejandro Lillo y Justo Serna, porque son buenas preguntas y buenas respuestas, y da para cierto cotilleo confesional por cómo se ve a sí mismo el profesor cumplidos los 50, cómo bucea y nos explica su disciplina y cómo retrata a quienes han retratado, a su modo, nuestro tiempo pasado, el más reciente y el más pesado del pasado que aún nos pesa (guerra civil, franquismo, transición) y mucho más.

  9. «Al final se va a cumplir lo que yo vaticiné hace meses: los humanos resistiremos, pero El Corte Inglés, no. Cuando llegue fin de año y los empleados públicos no tengan líquido, la ficción navideña acabará. Adiós a las rebajas y adiós a los Reyes.». ¡Maestro!

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