Paul Preston, Doctor Honoris Causa

imageImaginen a alguien nacido en una cultura ajena, nativo de otra lengua, instruido en referencias distantes.

Imaginen a un lector que ha de hacerse una idea cabal de un país, de una historia, de una literatura, de un arte que no son los suyos.

Imaginen, en fin, a alguien que ha de frecuentar archivos extraños, consultar documentos remotos, entender y transferir lo que otros escribieron décadas atrás.

Ahí tienen a un hispanista, por ejemplo. Ahí tienen a un historiador que se interesa por aquello que en principio no le concierne. Ahí tienen a Preston.

Paul es experto en la Guerra Civil y es sabedor de nuestra historia reciente. Pero, sobre todo, conoce como nadie a Francisco Franco.

No lo trató personalmente, pero pudo reconstruir su vida cotidiana, esas largas jornadas en El Pardo o de cacería, esas sesiones ministeriales o esas recepciones diplomáticas.

La biografía que Preston escribió sobre el Caudillo (1994) –traducida al español por Enrique Moradiellos– le cambió la vida: tuvo que convivir con un espectro y tuvo que imaginar y documentar lo que había sido una España imperial y raquítica.

A mí, como lector, también me cambió la vida… académica: su libro me demostró que se puede investigar sin ser tedioso; que se puede analizar sin ser obvio; que se puede estudiar a un individuo repelente sin rematar al personaje, sin demostrar tu odio o tu ojeriza constantemente.

Preston escribió, sí, una biografía del Generalísimo. Era un volumen breve de mil páginas. Digo breve porque la existencia da para mucho: y la de Franco duró años y años.

El historiador británico la condensó en unas pocas planas (ya digo: unas mil) y nos reveló los personajes que el anterior Jefe de Estado había encarnado.

Desde el héroe africanista hasta el anciano civil, desde el militar católico hasta el falangista espúreo, desde el estadista suspicaz hasta el abuelo anticomunista que no ceja en su empeño.

Pero ante todo Preston supo mostrar la violencia de un Régimen afirmado y asentado sobre la Guerra, sobre una Cruzada bendecida por la Iglesia.

Años después, Paul vuelve una y otra vez sobre el pasado español, sobre la represión, con volúmenes de estructura recia y prosa fluida, libros de muchas páginas que se leen en un santiamén.

No sé qué puedo decirles. No sé: que no se pierdan un libro de Preston. No pestañeen: en sus obras no hay tiempos muertos, no hay retórica.

La Universitat de València, a través del Departamento de Historia Contemporánea, le concede el Dictorado Honoris Causa. Lunes 26 de octubre a las 12 horas en el Paraninfo.

Yo estaré allí, por supuesto, honrando a este excelente historiador y apoyando a la comitiva que lo acompaña: a Ismael Saz, a Pedro Ruiz Torres, a Anaclet Pons, a Encarna García Monerris, a Esther Alba y a Nuria Tabanera.

Paul habla un español y un catalán envidiables, cosa de mucho provecho, pues una conversación con él es el placer de la lengua y sus registros, de la ironía y sus sutilezas, de la risas y sus maldades; es la admiración que despierta una inteligencia portentosa.

Bravo Paul, bravísimo Preston.

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