El interés que despierta la reciente historia alemana no decae ni por aquéllas. Pasan las décadas, pasan los siglos, y los naturales, los amigos o los antiguos enemigos siguen preocupándose por esa época de crisis: los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Un país de gran cultura, de tradiciones remotas, de logros verdaderamente admirables, se pierde: así, de repente, se abandona a la barbarie política.
Una nación arraigada, de noblezas y de linajes milenarios, de pronto se ve sacudida y degradada por una corte y una cohorte de plebeyos a los que aúpa y sigue.
La Gran Guerra y la Revolución de Octubre trastornaron el orden mundial. Sirvieron para movilizar a las muchedumbres, para darles un protagonismo del que carecían. Y sirvieron para provocar reacciones contrarias, de temor, de pánico, ante su irrupción.
Paradójicamente, el fascismo y el nazismo son ambas cosas a la vez. Por un lado, encuadran…
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