Fernando Savater dedica su columna sabatina de El País a una polémica, a un desagradable episodio que ha tenido lugar en el Salón del Libro en Turín. La posición de Savater sobre el particular es, como mínimo, dudosa.
Me explico. A un editor, responsable del sello Altaforte, le han dado espacio y presencia en dicha Feria. Esto ha provocado un enorme y ruidoso malestar. En Italia, qué quieren, con las cosas del fascismo no se juega.
Para Fernando Savater, todo esto es quizá ostentoso y olvidable. Vamos, que no tiene demasiada importancia.
El editor Altaforte “se proclama agresivamente fascista y condena el antifascismo como la desgracia política de Italia”, admite Savater sin darle mayor relieve. El catálogo de Altaforte tiene obras acordes con su ideología, concluye el escritor español.
Por lo visto y leído, para Savater, todo esto no tendría mucha importancia, nada especialmente grave.
Sin embargo, nos recuerda Savater, los opositores de Altaforte tendrían una razón escondida o más explícita (como se quiera) o menos santa para rechazar su presencia.
Lo grave para quienes se escandalizan sería, dice Savater, que entre sus novedades hay “un libro entrevista con el inefable [Mateo] Salvini, que atrajo la atención pública sobre el sello”.
Ha habido reacciones, ya digo, y, según Savater, reacciones exageradas que le han dado una publicidad gratuita.
“Algunos participantes en el Salón, como el historiador Carlo Ginzburg, anunciaron su retirada en señal de protesta” y con él otras personas del mundo de la cultura, admite Savater.
¿Es esto una exageración?, me pregunto. No es una exageración. Estamos hablando de personas muy destacadas especialmente sensibles a la banalización o legitimación del fascismo.
El abandono del Salón por parte de Carlo Ginzburg es, como él mismo ha declarado, una decisión política. Ginzburg se opone a resucitar el fascismo (aunque sólo sea intelectualmente) por razones obvias. Pero se opone también por razones estrictamente personales.
Su padre, Leone Ginzburg, que era un activo antifascista, fue asesinado por los nazis, concretamente por las SS,tras haber sido torturado. Estamos hablando del final de la Guerra Mundial. Poca broma, pues.
Resulta insólita la banalización que hace Fernando Savater del episodio del Salón de Turín.
La presencia de Altaforte, el editor fascista, es legal, pero es políticamente indecente. Por tanto, la reacción airada y expresamente política de Ginzburg está justificadísima.
Savater, sin embargo, aprovecha para quitarle hierro al asunto de Ginzburg, diciendo que las polémicas en Italia se disuelven pronto y que el fascismo lo hallamos a izquierda y derecha.
Se refiere a los populismos, a esa corriente transversal que exaltaría al pueblo como referencia básica o única de la identidad individual y colectiva.
La lógica de Savater trivializa el grave asunto y además resulta ofensiva. Parafraseemos esa lógica sabatina…
¿Para qué escandalizarse con un editor o propagandista del Fascio si hay fascistas por todas partes, a derecha e izquierda?
¿Para qué marcharse con tanto aspaviento, como habría hecho Carlo Ginzburg, del Salón del Libro de Turín, si hay fascistas por todas partes, a derecha e izquierda?
El fascismo es un fenómeno histórico, de otro tiempo. Ciertamente. No podemos hacer fáciles analogías para concluir que lo que nos pasa es clavadito a lo que sucedió en los años treinta (de Italia, por ejemplo).
Pero lo que es actual, peligrosamente actual, es la multiplicación de propagandistas que hoy rebajan el veneno fascista, la toxicidad de aquellas ideas no enterradas del todo. Lo que es presente y detestable es confundir los populismos con el fascismo.
No es que los fascismos de hoy sean los populismos que proliferan (a derecha e izquierda, según insiste Savater). El autor español confunde el principio y su naturaleza, el fenómeno y su sustancia. Es justamente al revés.
El populismo precede al fascismo. Pero el fascismo histórico se nutre de ideas, prácticas, concepciones de origen populista. Los populismos de hoy recogen parte de esas tradiciones ya remotas con elementos nuevos.
Matteo Salvini, el líder de la Lega Nord, quita gravedad al fascismo, lo despenaliza intelectual e históricamente y banaliza sus crueldades.
De paso quita toda legitimidad al antifascismo al calificarlo de desgracia política de Italia. ¿Cabe mayor ignominia?
A Savater ya le leímos una defensa de Vox como partido aún constitucional. Vox era bueno si con eso se podía echar a Pedro Sánchez.
Lo que nos faltaba: ahora Savater no se escandaliza con las manifestaciones ostentosamente profascistas de Salvini. Salvini, dice Savater, es “inefable”, con ese tono de personaje difuso que tiene la palabra.
Es, usted perdone, algo más y algo más grave. Es heredero voluntario de Benito Mussolini.