1969. “Hermosa vista, magnífica desolación”

El viaje comienza el 16 julio de 1969. Neil Armstrong, ‘Buzz’ Aldrin y Michael Collins deslumbran a niños y adolescentes de todo el mundo, yo entre ellos. Por entonces cuento diez años.

El 17 de julio, el cohete Saturno comienza a surcar el espacio, transportando a los tres astronautas, que no alcanzan los cuarenta. La cuarentena vendrá después.

Son aún jóvenes norteamericanos que emprenden un viaje a la Luna, tantas veces anticipado por la literatura y el cine.

Son tres estadounidenses que confirman lo que todo el mundo había sospechado: que, como dijera John F. Kennedy en 1961, Norteamérica ganaría la carrera espacial.

Antes de que acabe la década –había proclamado el presidente–, los Estados Unidos habrán puesto al primer hombre en la Luna para después hacerle regresar sano y salvo.

La misión del Apolo 11 corroborará ese vaticinio, un reto típico de la Guerra Fría, un acicate para la imaginación juvenil. O para la fiebre de novedades.

Numerosos muchachitos de entonces quedaremos debidamente impresionados por la poesía de aquella representación.

Son imágenes apenas entrevistas, figuras torpes, lentas y libres: adiós a la gravitación, adiós al pasado, adiós al peso muerto de la historia, nos decimos o nos diremos.

Estoy en 1969 y sigo la trayectoria del Apolo XI con la expectativa y la fantasía que la radio, el cine y la televisión me han provocado.

Me alboroza ese vuelo, pero también me rindo ante los científicos que desde Houston controlan la misión.

He escrito Apolo XI y creo cometer un error: he puesto un número romano. Pero no, inmediatamente reparo: en la España de entonces se escribía así, Apolo XI.

Seguiré las crónicas de Jesús Hermida, miraré las portadas de los periódicos en los kioscos y escucharé el relato de Cirilo Rodríguez –entusiasta, fervoroso y gritón– en la radio, la Radio Nacional de España.

Hoy en día, nuestros periódicos y libros, nuestros reportajes y documentales rotulan de otro modo: Apolo 11 o Apollo 11. Ya no somos distintos, ni debemos traducir las cosas: las expresiones son universales.

Pero entonces, cuando faltaban pocas horas para que se cumpliera el alunizaje, el mundo era una suma de espacios particulares: sólo de cuando en cuando se emitían noticias globales en tiempo real.

La transmisión en directo de este viaje espacial será un hito, un hito de la televisión. Los adelantos llegan. Los adelantos llegan a una España aún pobretona, sometida a la dictadura inacabable del franquismo.

Esas novedades cambian el orden cotidiano y alterarán la percepción moral de las cosas. La técnica nos hará soñar con un futuro fascinante o que creemos fascinante: con un porvenir hecho de materiales plásticos.

Embutidos en escafandras habitaremos en un mundo irrespirable, un mundo metálico en el que regirán el poder de las computadoras y el dominio de los satélites.

20 de julio. Ya está, ya han llegado. Hoy es el gran día. El módulo lunar Eagle ha emprendido la aproximación. La Luna no es sólo algo que se contempla, sino un lugar sobre el que depositarse. El capitán es Neil Armstrong. ‘Buzz’ Aldrin le acompaña en esa aventura que a tantos nos cautiva.

Hay distintas fotografías de Aldrin, algunas tomadas cuando Armstrong ya pisa la superficie lunar. Son simples y bellas. Expresan lo obvio, lo límpido y lo polvoriento, lo metálico y lo plástico, lo humano y lo mecánico.

Sorprende casi todo, pero lo que aún fascina es la sombra, las sombras que se proyectan sobre esa superficie. Inquieta también el color, esos brillos cenicientos y marrones en los que se refleja la luz.

La misión Apolo XI multiplicará el número y la índole de las predicciones, algunas verdaderamente disparatadas, que el tiempo ha desmentido punto por punto.

En la imaginación febril de tantos jóvenes de entonces, de 1969, el mundo iba a ser distinto: en 1984, en 1999 o en 2001, fechas que producían vértigo e inverosimilitud. Yo sigo soñando.

Imagen: ‘Buzz’ Aldrin fotografiado por Neil Armstrong, NASA.

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