Por qué hay que leer a Nietzsche

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1. ¿Qué le da actualidad a un pensador ya fallecido? Sin duda, la reimpresión de sus obras: la lectura o relectura de sus libros. Los textos de Friedrich Nietzsche, por ejemplo, se reeditan constantemente en diferentes sellos. En nuestro país, Alianza editorial, Biblioteca NuevaAkal o Alba, entre otras, nos devuelven las obras de aquel filósofo: y dicha coincidencia no es una rareza española, desde luego.  ¿A qué se debe? Esa vuelta puede ser algo puramente académico: por ejemplo, convertidos en referentes del canon, este o aquel pensador podrían regresar sólo porque los sabios y los eruditos hacen de ellos objeto de especulación, de análisis o de erudición. Como preceptores que tutelan, los maestros indicarían a sus alumnos lo que hay que saber… En ese caso, al viejo pensador se le tomaría propiamente como clásico o legado que preservar, haciendo que sus piezas sirvieran para examen de los discípulos. Uno se prueba en las obras eximias y con su examen verifica el grado de conocimiento adquirido: prácticamente convertidas dichas obras en libros de texto, en manuales que compendian el saber del que el alumno debe dar cuenta, pierden quizá su intención original, aquel objeto para el que fueron escritas. ¿Y eso es malo? No necesariamente: aprender algo, algo ventajoso, algo de otra época, algo incluso antiguo e inservible, algo que nos desmiente, es hoy muy recomendable.

El espíritu de nuestro tiempo premia lo útil, lo breve, lo escueto, lo poco duradero. Todo se agota –se agota en su función– y pronto es reemplazado: como si lo que sigue fuera realmente nuevo e interesante. A los jóvenes de otro tiempo los domaban a mamporros o con la historia, con ese patrimonio al que se debían y que era corsé: una forma de ahormarlos, de sujetarlos más allá del instante creador, de la potencia del momento, del presente como estallido. Nietzsche deploró ese uso y abuso de la historia, ese pasado en el que presuntamente deberían inmolarse los muchachos vigorosos que irrumpen en la vida. La lección de Nietzsche sigue vigente, desde luego. Así lo creo: cada vez que nos saquen lo pretérito como obligación deberíamos oponernos, resistirnos; deberíamos reclamar nuestra vida irremplazable, incomparable. Por eso, sigo pensando frente a todo nacionalismo o colectivismo que hay que oponerse a la Historia, a la Historia como patrimonio que te fuerza. 

Hoy, sin embargo, en la época de Internet y del acceso instantáneo a la información, la tendencia se está invirtiendo: el sentido común celebra el puro presente, la vida que no dura y que se consume en el acto.  Todo accesible y sin freno: eso es lo que se nos promete. La publicidad y las utopías telemáticas nos muestran un mundo de información absoluta, de lujos virtuales, de ocios instantáneos, de reparación inmediata. ¿Qué hacer? La escuela, el instituto o la universidad tienen serias dificultades para competir con la información electrónica, con la seducción virtual. Hay que repensar la instrucción, desde luego, y hay que repensar de qué modo establecemos criterios de educación. Criterios: no mera información. El profesor no puede permanecer ciego o rebelde a lo que le toca: incurriría en el olvido del presente para refugiarse en lo pretérito, cosa que deploraría Nietzsche. Pero tampoco podemos celebrar bobaliconamente el presente devastador. Por eso, para depurarme, me entregado durante unas horas a una lectura que contraría: Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático, de Georg Brandes , un contemporáneo del filósofo… Lo edita SextoPiso, un sello mexicano que se asienta en España.  Este libro es felizmente inactual, intempestivo del todo.

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2. Admito mi ignorancia culpable: hasta hace poco desconocía completamente quién era Georg Brandes, un erudito danés de origen judío que publicara diferentes obras críticas. Nació en 1842 en Copenhague y murió en la misma ciudad en 1927. Allí hizo estudios de derecho y filosofía y, a lo que nos dicen sus biógrafos, bien pronto se manifestó como un espíritu cosmopolita, radical, crítico, empeñoso, un espíritu renovador de la cultura y de la literatura danesas. Estuvo influido por Hippolyte Taine y por John Stuart Mill (el gran Stuart Mill) y en su etapa docente, como profesor en la Universidad de Copenhague, fue el difusor del realismo en la literatura. Fue amigo de Henrik Ibsen, fue amigo de August Strindberg y también puede decirse que fue amigo de… Friedrich Nietzsche. Con este último mantuvo una correspondencia extraordinariamente interesante, informativa, reveladora de los estados de ánimo de ambos remitentes. Las cartas que se mandaron Brandes y el filósofo se reproducen en este volumen, cubriendo el período que va del 26 de noviembre de 1887 al 4 de enero de 1889. Además de esas misivas, el libro contiene un ensayo breve sobre las ideas de Nietzsche, sobre su gestación, sobre su elaboración prácticamente en tiempo real o, al menos, inmediatamente después de que se plasmaran en sus libros: conforme el pensamiento del alemán se derramaba en una prosa arrebatada, económica, metafórica, explosiva, tentativa, ensayística, fragmentaria, aforística. Me entusiasma la percepción clara, atinada, que de dicha obra tiene Brandes. Digo que me entusiasma porque vemos a un contemporáneo que sabe ver lo que un genio feliz y atormentado crea. No hay huella alguna de envidia o de servilismo en Brandes: se toma a Nietzsche como un nutriente, pero no para absorberlo desechando su restos, sino para elevarse leyéndolo, comentándolo, dudando, matizando, aprendiendo una lección de la que podrá sacar enseñanza. Tomar a los grandes como fuentes de la propia elevación es una decisión muy provechosa, muy sensata y, desde luego, dice mucho de quien no se resigna a la modestia adocenada de los tiempos. El presente no siempre nos procura modelos a partir de los cuales aprender o discutir: también hay una vulgaridad poco exigente que amenaza con aplastarnos. Por su parte, la historia no es un cementerio de grandes monumentos: también es un depósito de mediocridades de las que conviene alejarse. Brandes supo ver en Nietzsche a un par al que aspirar, dicho así: aunque suene cacofónicamente erróneo.

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3. El subtítulo de la obra es aleccionador: un ensayo sobre el radicalismo aristocrático. Si es un ensayo, eso quiere decir que es un esbozo, que tiene la calidad de lo provisional, de lo fragmentario, de lo tentativo. Brandes no escribe una obra académica en la que se expresaría el estudioso que documenta al detalle cada una de sus afirmaciones. En realidad, escribe el amigo, el admirador, el corresponsal que se toma en serio el estímulo del filósofo. En ocasiones, cuando leemos a los grandes, vemos despertar en nosotros el entusiasmo del descubrimiento: no necesitamos ser pesadamente precisos ni tampoco necesitamos el pormenor erudito o el aparato crítico del sabio. Simplemente hay una página que nos provoca. Como la poesía que vence nuestra resistencia: es un acicate que nos lleva a glosar lo que acabamos de leer, deseosos de comunicarlo. O como cuando vemos una película que nos arrebata y necesitamos contar lo que nos maravilla. Algo semejante nos ocurre con los libros que nos conmueven. Pues bien, Brandes obra así: como un comentarista fervoroso que quiere pregonar a pesar de sus discrepancias. Pero, además, el ensayo no es un puro subjetivismo. Es un ejercicio de rigor en un terreno en el que no se tienen o no se quieren los recursos de la ciencia. Por eso, Brandes detalla casi casi en tiempo real su deslumbramiento nietzscheano. No lo sistematiza, dado que Nietzsche se opuso a toda sistematización. No lo simplifica: si tal cosa significa liquidar lo complejo, lo simultáneo, lo instantáneo, que es aquello que el filósofo celebró. Tampoco lo biografía: si eso implica aclarar con la vida las urgencias expresivas, las energías productoras de quien no supo ni quiso saber cuál era la fuente de su pulsión creadora. En realidad, lo que hace es escribir como si leyera: desordenadamente, fragmentariamente, en clave nietzscheana, con la recreación constante de lo mismo. ¿Y qué dice, qué halla?

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4. Brandes ve sobre todo a un inmoralista, a un crítico de esas certidumbres colectivas que se imponen al individuo nada más nacer. Una de ellas, tal vez la más importante, es la religión: esa comunidad moral de obediencia, de resignación, de compensación. Confiamos en el más allá para desentendernos del más acá. Y el más acá es lo inmediato sin sucesión, sin esperanza. Esperar es soportar la penalidad sin rebelarse. Nietzsche quiere ser extraño y quiere vivir como tal, sin Dios, de ahí que proclame su muerte. Los últimos años de su vida, el filósofo los pasará en Turín, solo: «soy la soledad hecha hombre», admite. En efecto, los pasará frecuentemente aislado, agigantando su rebeldía o su megalomanía, según el diagnóstico apesadumbrado de Brandes. Los pasará luchando contra la resignación y el mañana…, hasta su crisis final, esa que tan bellamente narró Lesley Chamberlain en Nietzsche en Turín. El subtítulo inglés era exacto: The End of the Future. Tonta, pomposamente, el editor español cambió el enunciado para subtitularlo así: Los últimos días de lucidez de una mente privilegiada (1998). Chamberlain describía aquellas semanas anteriores al derrumbe, semanas febriles de cogitación constante. ¿Qué se había propuesto Nietzsche? Alzar la voz contra la moral, llevar a cabo la transvaloración de todos los valores, consumar el ataque a esas verdades colectivas y presuntas que nos aquietan, nos contienen, nos refinan, nos civilizan y nos domestican. Pero el de Nietzsche es un grito sin respuesta: contra esas hormas que nos ciñen deteniendo el crecimiento explosivo de cada uno en el instante, en un eterno retorno de lo mismo que es lo más parecido a la vida eterna. Explosivo, en efecto, el estallido de sí mismo… Eso es lo que busca por las calles de Turín.

Frente al inmoralista que no se atiene, frente al poeta que no se calla, frente al creador que no se resigna, que se consume forjando el tipo del superhombre, el resto de los individuos nos apañamos: nos vamos igualando, nos vamos pareciendo unos a otros, convertidos en masas, en nación, balando gregariamente, diría Nitezsche. Mientras tanto, la sociedad nos premia con la fijeza y con la estabilidad, con el plebeyismo, con un confort burgués que nos desindividualiza. Pero él no quiere ser así: no quiere vivir en la autocontención, aunque se equivoque, pues –como dice en alguna página– «los errores de los grandes hombres son dignos de veneración porque son más fecundos que las verdades de los pequeños». Ahora bien, Nietzsche tal vez se equivocó al final: justamente cuando cayó derrumbado por la megalomanía, dice Brandes. «El hombre es sabio hasta que busca la verdad», había recordado el filósofo, «pero cuando pretende haberla encontrado se convierte en un loco». Brandes recibe cartas de Nietzsche y allí, en esa correspondencia, se aprecia el giro final: justamente cuando firma como el Crucificado o como el Anticristo. ¿Rebeldía adolescente mal curada? Es, sin duda, algo más importante que eso. Antes de consumarse y consumirse, Nietzsche se ha apartado de los saberes académicos y de las prácticas herrumbrosas que ordenan la filología, la historia, el arte, la ciencia. Pero no para caer en el mero solipsismo o en el estricto narcisismo: también el yo recibe su varapalo y con él los conceptos que lo anclan (la identidad, la pertenencia, la herencia). Nietzsche altera y trastorna: tomado a grandes dosis, purga y enajena; tomado en sorbitos, tonifica y estimula. Lejos de Nietzsche, instalado en Copenhague, Brandes supo evitar la ebriedad final.  

Fin

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CONVOCATORIA E INVITACIÓN GENERAL 

44 comentarios

  1. En mi opinión el discurso del amigo Nietzsche, como usted bien dice, nunca estará desactualizado, como buen texto filosófico. Pero disiento en el análisis de la actualidad con eso de que premia lo que no dura, aunque en realidad no entiendo bien de qué está hablando (¿tal vez de la TV?). Deberé esperar que el Continuará… se haga realidad.

  2. Nada más empezar a leer el «post», el interrogante sobre qué es lo que da vigencia a un pensador fallecido me ha traído a la mente un texto que leí el año pasado. En un trabajo que hice sobre el «Manifiesto Comunista», citaba un texto de Norberto Bobbio (Bobbio, N., «Marx, el Estado y los Clásicos» en Fernández Santillán, J., «Norberto Bobbio: el filósofo y la política (antologia)». Fondo de Cultura Económica, México, 1996) en el que éste autor aportaba las razones que según él, explicaban la vigencia de autores como Marx o el propio Nietzsche, a los que bien podríamos aplicar el calificativo de «clásicos».

    Para subir al cielo de los clásicos – decía Bobbio – un pensador debe reunir las siguientes tres cualidades:

    a) debe ser considerado como un intérprete de la época en la que vivió, del tal forma que no se pueda prescindir de su obra si se quiere conocer «el espíritu de su época» (eso que suele citar con la voz alemana «Zeitgeist»)

    b) siempre debe ser actual, en el sentido de que cada generación sienta la necesidad de releerlo y al hacerlo, nos brinde una nueva interpretación de él.

    c) debe haber elaborado categorias generales de comprensión histórica que no se puedan menospreciar al interpretar una realidad incluso dferente de aquella de la que el derivó y a la que se aplicó.

    Esta definición de Bobbio me gustó mucho en su día y por eso la traigo ahora a colación como respuesta a ese primer interrogante.

    Sobre Nieztsche no puedo decir mucho. Lo poco que he leído – suponiendo que lo haya entendido – me ha gustado mucho, e incluso algunas cosas me han encantado. Tengo un ejemplar que de «Así hablo Zaratustra» que aparte de dar empaque a mi biblioteca, me proporciona buenos momentos de lectura sincopada, como corresponde a una obra formada por aforismos y ráfagas de filosofía.
    También tengo un pequeño librito que me compre y que constituye una rareza en la producción nietzscheana. Se trata de un vólumen muy interesante titulado «El culto griego a los dioses. Cómo llegué a ser filólogo» (Aldebarán, 1999) que recoge la personal visión de Nietzsche sobre la religión griega y su culto.

    También he recordado ahora, que en una traducción que hice y que se acaba de publicar citaba al pobre Nietzsche como un representante – junto a Hegel y sobre todo Schopenhauer – de la filosofía misógina que acompaña al Romanticismo. Si lo cito por algo será: leyendo los textos clásicos de Nietzsche ya se ve que la mujer muy bien parada no sale. Cada cosa lo que sea.

    Pese a este «borrón» en su expediente, no cabe duda de que este alemán no ha perdido un ápice de su vigencia. Según tengo entendido, quizá junto con Wittgenstein, Nietszche es el autor más citado en las facultades de filosofía de nuestro país. En Valencia sin ir más lejos, recuerdo que a principios del presente curso se celebró un Congreso monográfico sobre este autor ( http://www.uv.es/nietzsche_hermeneutica/ ) lo que prueba sin duda, esta actualidad.

  3. Exactamente igual que Brandes, para mí siempre fue Nietszche como un nutriente, como un nutriente salvaje, como la manzanilla amarga que crece sin dios ni ley por las laderas y que se toma en benéfica infusión. Y sé lo que digo al decir in-fu-sión. Es de esos seres que han intuído a ráfagas lo desconocido, esos locos geniales, que como algunos místicos lograron desconchar retazos de luz de la piedra berroqueña que a menudo es la naturaleza humana inmersa en el caos.

  4. “Por qué hay que leer a Nietzsche”. Que título tan sugerente, tan atinado. Que post más interesante. Pero también a Freud, y a Marx. Los tres son pensadores clave y muy incómodos, por eso desde muchos ámbitos se los menosprecia e incluso se los proscribe. Sin embargo, ¡cuánto aprendemos de ellos! Los tres son imprescindibles, y más en nuestro mundo que, como apunta Justo, parece abocado al consumo rápido y superficial, al pensamiento vacío y digerido. Conviene reivindicar a estos autores pues, desde la radicalidad de sus planteamientos, nos obligan a repensarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Hoy son más necesarios que nunca.

    Señor Veyrat:
    Qué puedo decirle. He tenido la oportunidad de leer algunos de sus poemas y, bueno, querría expresarle mi admiración. Escribe usted palabras muy bellas que ya quisieran muchos para sí. Permítame reproducir aquí uno de los muchos que me han maravillado.

    Latirá tu mente
    mientras pueda arder la mía – que
    ya nada refleja: Ese
    ritmo
    anunciará mi ausencia.

  5. De la misma manera que no había sido aficionada a la poesía (fuera del período romántico.adolescente) hasta leer los profundos versos de Miguel Veyrat, inducida por los comentarios que aquí se han volcado sobre él, tampoco he sido demasiado proclive a leer a Nietzsche, tal vez no me he esforzado en comprenderlo. Pero como los consejos de ustedes me están resultando de lo más ilustrativo, he buscado en mis estantes un viejo tomo de «Así habló Zaratustra» y lo voy a leer de nuevo, con mi mente ya en otra disposición. ¿Donde estaban ustedes antes? Estoy segura de que, de haberlos conocido antes, hoy estaría mucho más preparada, o cuando menos, mejor leída. Gracias.

  6. Cinco chorraditas…

    Una cita. “Por eso, sigo pensando frente a todo nacionalismo o colectivismo que hay que oponerse a la Historia, a la Historia como patrimonio que te fuerza”, nos dice, don Justo. Espléndido. Pero no sólo entre colectivistas y nacionalistas encontramos a la historia convertida en un patrimonio que fuerza ¿verdad? pues entonces ampliemos el objetivo, no lo cerremos a la óptica jacobina.

    Una promesa. Prometí que no volvería a meterme en disquisiciones sobre don Sigmundo Freud – el charlatán más famoso de Occidente – y no lo haré. Valga mi apunte sólo para limitarme a mostrar mi descuerdo con una trinidad, la de don Alejandro, que lo incluye a él junto personalidades del fuste de don Carlos Marx y don Federico Nietzsche, nada más… Pero que conste.

    Una observación. ¿Por qué será que el sr. Nietzsche me seduce más, me parece más incisivo, preclaro, sutil, oportuno, descarado, provocador y promotor cuanto más le devora la sífilis su cerebro?…

    Una propuesta. leed también a Lou Andreas-Salomé (“la primera mujer verdaderamente moderna” en definición de su biógrafo, el sr. H. F. Peters). Precisamente porque la sampetersburguesa tiene un peso específico “per se” (si hubiera sido varón, otro tratamiento hubiera recibido, seguro) vale la pena rascar en la única mujer que don Federico amó – y con quien convivió en trío, junto con don Paul Ree – para encontrar en él los rastros de ella (y no al revés). Venga, vale, bien, de acuerdo… y también conoció y trató al médico vienés, el cual nunca ocultó su admiración por la filósofa.

    Un consejo (para doña Marisa Bou). No comience ud. al sr. Nietsche por “Así hablaba Zaratustra”, tal vez sea un poco duro, tal vez fuera preferible empezar por obras más “ligeritas”. Estoy seguro que cualquier de los contertulios con mayores fundamentos que los míos sobre la obra nietschiana le podrá facilitar una introducción más suave a este filósofo.

  7. ¿Lo ve? Con razón no la pude acabar en su momento, por más que lo intenté. Me resultaba un poco «infumable», por usar un simil de mi otro vicio.
    Por supuesto, le haré caso. Y, sobre todo, en lo de leer a Lou-Andreas Salomé. Como es natural, me interesa mucho el punto de vista femenino. De nuevo gracias. No saben hasta qué punto me siento en deuda con ustedes, queridos contertulios.

  8. No me acordé de decirlo en mi anterior comentario, pero estaría muy bien hablar algún día – en este «post» o en otro futuro -, más que de la obra de Nietzsche o de su vigencia, de la imagen que ha sobrevivido de él, como la de un hombre que invita a la austeridad y el autoaislamiento. Lo digo porque es por ejemplo la imagen que se transmite de él en una excelente película reciente: «Pequeña Miss Sunshine».

    No sé si han visto – yo la recomiendo vivamente – esta divertida y ácida comedia americana, pero a mi me apasiona. Aunque suene extraño, el viejo Fried (como lo llamaba un antiguo profesor mío) también es en parte protagonista del film, a través de la influencia que ejerce sobre la figura del hijo adolescente de la família, que tiene un poster de Nietzsche colgado en la pared de su habitación y lee «Así habló Zarathustra» («Also sprach Zarathustra»).

  9. De lo poco que he leido de Nietzsche unicamente retomo alguna lectura en ocasiones en «El origen de la tragedia», para releer lo dedicado a la importancia del «coro» en toda obra dramática.
    Admiro más su aportación antropológica a la «Cultura», -el triunfo de los débiles en el cristianismo-, que la filosófica.

    Ahora ha caído en mis manos un libro sobre los orígenes y móviles de la conducta humana. «El cerebro del rey», de Nolasc Acarín; neurólogo barcelonés…….y estoy enganchado a él.

  10. Gracias a don Alejandro y de nuevo a doña Marisa. La verdad es que el único motivo de un poeta para existir es ser leído, y sobre todo producir en el lector — si es anónimo, mejor— ese algo de emoción que ustedes puedan sentir. Sí, yo también me pregunto a veces dónde estábamos antes. Pero estábamos aquí al lado, doña Marisa. Sólo que usted, yo tú , él, hemos buscado un poco para construir este «imaginario colectivo», o social, que diría un historiador a la violeta, en que vivimos al escribir necesitando al otro.
    Es curioso, de adolescente rebelde me hice con un libro, El Anticristo, solamente por su título, hojeando varias veces su contenido sin poder fijar mi atención inculta todavía en su pleno contenido. El título sólo ya me reconfortaba, vengándome en cierta manera de las ofensas recibidas por la educación nacionalcatólica impuesta a palos en la cabeza. Más adelante pude acceder plenamente al mundo nihilista, mucho menos nihilista por cierto de lo que yo creía entonces, nietzscheano y seguir apasionadamente sus saltos de pensamiento: Por cierto, qué gran libro el citado anteriormente por Paco Fuster, El culto griego a los dioses. Cómo llegué a ser filólogo” (Aldebarán, 1999). No se lo pierdan.

  11. «…un nutriente, como un nutriente salvaje, como la manzanilla amarga que crece sin dios ni ley por las laderas y que se toma en benéfica infusión».

    La poesía puede ser un disolvente que liquida lo estable, lo fijo o lo sólido. Todo lo sólido se desvanece en el aire, que decía Marshall Berman citando a Marx en clave nietzscheana. A veces leemos literatura para confirmarnos (en el sentido católico del término): para corroborar lo ya sabido y aceptado. Pero en ocasiones leemos poesía para disolvernos, para desencajarnos y para desestabilizarnos. Cuando llevo un tiempo atado la adocenada realidad o a lo obvio, aturdido por lo evidente, entonces procuro regresar a la lectura de la poesía que me incomoda. Y Nietzsche es un purgante que hay que administrárselo en dosis bien medidas.

    El jueves 17 de abril, a las 19:30, en la Casa del Libro de Valencia presentamos tres libros de Miguel Veyrat, ese poeta de remoto origen nietzscheano. Nos acompañarán, entre otros, José Vicente Peiró, José Luis Reina, Juan Planas Bennásar (de cuya poesía escribiré en los próximos días). También vendrán personas de todos ustedes conocidas, incluso emboscados que no revelarán su identidad. No se lo pierdan. La semana que viene, cuando falten un par de días les preciso…

  12. No saben como lamento no disponer de internet en casa para disfrutar de su conversación. Espero poder comunicarme con todos ustedes el lunes. Sé que el señor Kant esperará paciente mi respuesta. Algo tengo que decir sobre Lou-Andreas. Y estoy completamente de acuerdo con usted, doña Marisa con respecto a este blog y sus contertulios. ¿Dónde estaba yo antes?, eso me pregunto sin cesar mordiéndome los dientes por intervenir en sus interesentísimos debates. Don Miguel: las gracias se las damos a usted. Por escribir así. Siento la parquedad en la expresión. No dispongo de más tiempo.

  13. Ardo en deseos de que llegue el dia 17 y el señor Veyrat estampe su firma en el poema que he elegido a tal fin. Sorprendentemente, no me costó decidirme. Lo elegí al leer la primera estrofa. No sé bien porqué. Pero, siendo uno de los más breves del libro, me dijo muchas cosas…

  14. ¡Caramba, don Justo, qué buena pinta tiene el texto del sr. Brandes! Yo tampoco lo conocía pero me ha abierto ud. el apetito lector con él.

    No obstante, hay un tema que no me acaba de cuadrar, me refiero al final de don Federico, ¿No es un poco injusto, por parte de don Georg Brandes, desvincular los últimos años del maestro de la enfermedad mental que padeció? En efecto, es la lucidez de un loco pero no como figura retórica sino como realidad médica, el cerebro del sr. Nietszche se le fue deshaciendo, merced a su sífilis, como un terrón de azúcar en el café. A partir de ahí, no me parece pertinente un análisis de sus textos sin contemplar esa variable no menor.

    Por cierto, una curiosidad ¿tiene alguna importancia el origen judío de un señor que es natural de Dinamarca? Me resulta chocante que nadie hable del origen religioso o racial de nadie, en ningún campo, salvo si es judío. Y en algunos casos, llevado hasta formas absurdas, teniéndose que remontar varias generaciones para encontrar a algún hebreo en su linaje. ¿A qué viene, pues, ese subrayado?

    Para acabar, me gustaría reunir firmas para recuperar la pena de azotes y galeras para aplicar a cuantos energúmenos pervirtieran una obra de arte, especialmente, si es escrita. No me basta el insulto de “tradutore, traitore” (traductor, traidor), pretendo algo más consistente. Más aún, propongo comenzar con el editor, en castellano, de “Nietszche en Turín” creo que está sobradamente probada su culpabilidad por su condición de pazguato.

  15. Hacia unos dias que no escribia aqui. Buenas tardes. Conozco lo que escribe Serna y sabiendo lo moderado que es no entiendo el amor que le tiene a Nieztsche. Debe ser eso que dice. Se lo toma en sorbos para no emborracharse. Pues lo siento pero a mi nunca me ha gustado este filósofo desmelenado!

  16. Historia y vida
    El cuerpo, la salud, la materia no pueden excluirse de la reflexión, de toda reflexión. Nietzsche piensa con su cuerpo y si bien la enfermedad no podemos verla como causa de su pensamiento (un reduccionismo), tampoco podemos evaluar éste como si nada tuviera que ver con aquélla. Esa atención dedicada al cuerpo pensante y material –una atención exactamente materialista– es algo propio de Nietzsche, algo en parte aprendido de Schopenhauer y algo que se constata en el genio: ambos elementos son inextricables. Thomas Mann, según relata en sus diarios, se preocupaba constantemente por el tránsito intestinal. Parece un chisme sin importancia, baja escatología, pero no es así. Es algo más. La escatología baja… conforme suben los pensamientos y la escritura se derrama conforme se expelen los pensamientos. ¿El pensamiento? También el amor: como admitiera Pere Gimferrer en L’espai desert, «Si l’amor és el lloc de l’excrement», entonces…

    Más aún, la materialidad del pensamiento y del amor, por ejemplo, se consuma en la escritura que está haciéndose. Es decir, no hay un pensar que después se exprese por escrito o un amor que después se descubra en el poema: hay un pensamiento y un cuerpo que son la escritura misma. De ahí que Nietzsche, por ejemplo, quiera verse como un poeta, alguien que rastrea lo inefable sabiendo que “el hombre es sabio hasta que busca la verdad”, según he recordado arriba, “pero cuando pretende haberla encontrado se convierte en un loco”. Nietzsche luchó durante una parte de su vida contra la locura, evitando creerse dueño de la verdad. Vean al filósofo postrado en la fotografía que encabeza. Deliberadamente he querido reproducir esa imagen de Nietzsche ya enfermo…

    Perdonen la cita tan extensa, su farragosa expresión y el narcisismo que manifiesto al reproducirla, pero creo que ya expresé algo así en un texto de 2001 que arriba enlazo, unas palabras ahora pertinentes:

    1. «La causa de la obra filosófica no es la vida, el malhumor o las alegrías de la vida, en la medida en que el pensador aspira a rebasar ese límite; la explicación de una doctrina no está en el contexto de su alumbramiento, en la medida en que esa especulación aspira a la universalidad. Pero la obra y la doctrina son productos contingentes y se deben a un ser lastrado por la finitud, por unos límites sobre los que puede callar pero de los que obra y doctrina son deliberadamente o no su oposición, su superación, su sublimación, su quintaesencia, su emblema o su condensación. Hay en ello una empresa titánica que consiste en hacer algo nuevo, algo original, algo nunca visto, contando para ello con materiales viejos, reconocibles, ya empleados, los propios de la tradición y los propios de la vida personal».

    2. «Ya Nietzsche intuía todo esto y él mismo nos lo advirtió explícitamente en un pasaje conocido. “Poco a poco –leemos en ‘Más allá del bien y del mal’— se me ha ido manifestando qué es lo que ha sido hasta ahora toda gran filosofía: a saber, la autoconfesión de su autor y una especie de memoires no queridas y no advertidas”. En el filósofo –añade— “nada, absolutamente nada es impersonal; y es especialmente su moral la que proporciona un decidido y decisivo testimonio de quién es él –es decir, de en qué orden jerárquico se encuentran recíprocamente situados los instintos más íntimos de su naturaleza”. Si Nietzsche celebró la vida, la expansión de la vida en su misma materialidad orgánica –tal y como aprendió de Schopenhauer–, es obvio que esa enseñanza puede y debe aplicarse a su vida. Además, como fue la suya una existencia excitante y derrotada, una auténtica obra de arte, una existencia exaltada y pródiga en soledades, en sucesos interiores y en avatares personales, una existencia culminada con el delirio, es comprensible que numerosos exégetas se abalancen sobre ella con el fin de exhumar su secreto, su devenir o, al menos, el respaldo biográfico que tuvieron sus ideas. En efecto, en Nietzsche no hay nada impersonal».

  17. Parece que la angustia que estos últimos días me impedía escribir y leer va atenuándose; a ver si este fin de semana puedo leer a nuestro queridísimo amigo y poeta, Miguel Veyrat, y podemos comentar entre todos sus últimos libros, esos que vais a presentar en Valencia el próximo día 17 (¡qué pena que haya tanta distancia entre Valencia y la ciudad en la que vivo!, sino ahí me tendríais, en la primera fila, para no perderme ninguna palabra de la disertación de nuestro Justo Serna y demás ponentes; puede que yo también utilizara la máscara como nuestro amigo Kant, pero es difícil que dicha máscara pudiera impedir el reconocimiento de personas tan transparentes como nosotros). Espero, querido Justo, que nos comentes lo que allí ocurra; a lo mejor podrías escribir un “post” en tu (nuestro) blog titulado “Un día de primavera con Miguel Veyrat”, así podríamos opinar sobre su poesía. ¡Os dais cuenta que, si la presentación hubiera sido tres días antes, coincidiría con el aniversario de la 2ª República! Sería una feliz coincidencia. ¡Suerte el 17 de abril! Estaré con vosotros en la distancia.

    Hace unos cinco años, en la primavera de 2003, colaboraba en un magnífico foro, hoy cerrado, el dedicado a Javier Marías, y abría un “post” titulado “Primavera literaria” con un poema de Juan Ramón Jiménez sobre la sensualidad; los contertulios de aquella época, entre los que se encontraba nuestra amiga Ana Pavlova, ilustraron con cuadros de pintores famosos aquellos versos y les pusieron música (¡qué tiempos aquellos!). Sin embargo, el motivo de traer a colación aquel “post” es porque empezamos a relacionar sensualidad con erotismo y pensamos en una mujer a la que acaba de citar Kant, recomendándonos su lectura (¡mira que recomendar a una admiradora de Freud!, eso demuestra tu objetividad, querido amigo). Yo también la recomiendo y os copio lo que escribí en aquella época:

    Lou Andreas-Salomé, una mujer que vivió a finales del S.XIX y principios del XX, escribió un libro de ensayos titulado “El erotismo” y también insiste en esta misma idea, la de relacionar la sensualidad con el erotismo:
    “Para el problema de lo erótico sigue siendo típica la paradójica dualidad, como si se moviera entre la líneas imprecisables de lo corporal y lo espiritual”.
    ¿Conocéis a esta mujer? Fue una intelectual centroeuropea que se relacionó con personajes de la talla de Nietzsche, Rilke o Freud y escribió ensayos de gran lucidez sobre la condición femenina.

    Leamos o releamos a Nietzsche, pero no nos olvidemos de una de las pocas filósofas de aquella época, Lou Andreas-Salomé. Gracias, Kant, por traerla al presente.

    Ps. Gracias, Miguel Veyrat, por tus libros, por tus ánimos, por tu generosidad. Un abrazo.

  18. Somos muchos los que hemos de agradecer a Kant su honradez primigenia, inasequible a influencias ni rencores personales ni contaminaciones ideológicas y/o políticas, y su caminar siempre por corto y por derecho, sin gráciles «pas de deux».
    Gracias de nuevo, Fuca. Sí, es una pena lo del 14 de abril, que para mí es una fecha también importante y no sólo en lo histórico y político, sino en lo personal, pero el 16 empieza la feria del libro en Valencia y Justo lo ha organizado así pensando en ello. Nos acordaremos de usted leal y cariñosamente en el recuento de ectoplasmas enmascarados.
    Coincido con ustedes sobre Lou Andréas Salomé, y por ello les evito más prosa inútil por mi parte.
    Otrosí: “el hombre es sabio hasta que busca la verdad, pero cuando pretende haberla encontrado se convierte en un loco”, citaba Justo más arriba. Como la sabiduría humana es única y solamente nos llegan ecos cuando algún sabio los atrapa y repite como un gran acantilado erguido en el pensamiento, quiero citar de nuevo el hondo proverbio sufí que dice que Alá dió alas a las hormigas para enloquecerlas.
    Finalmente, la última gran aportación de Justo me hace pensar en cuánto (como creía María Zambrano) nos aproximamos poetas y filósofos en cuanto a actitudes vitales, difiriendo en método y resultados: Como decía nuestra gran pensadora, «el filósofo busca, el poeta encuentra». Pero ambos partimos de la misma actitud de asombro ante el mundo con que abría Aristóteles su Metafísica.

  19. Fuca said,

    Abril 12, 2008 at 11:37

    Parece que la angustia que estos últimos días me impedía escribir y leer va atenuándose;

    (…)

    ¿Pasa algo, Fuca? No recuerdo haber leído nada sobre esa angustia que comentas como sabida por el resto de los que aquí participamos.

    Espero que estés bien.

  20. No has leído nada sobre los motivos personales de mi angustia, querida Ana Pavlova, porque no he escrito nada sobre ello. Sólo Miguel los conocía porque se lo comuniqué en privado para explicarle el porqué no podía leer sus últimos libros. La muerte de los seres queridos (que, por desgracia, tú conoces muy bien) casi no se me había acercado, pero el sábado pasado vino a darme un toque de atención. Esperemos que se mantenga alejada durante mucho tiempo. Mejor no hablar de temas tristes. Un abrazo.

  21. Mi adoración por este autor es, sospecho, todavía más inmoderada que la del señor Serna, de ahí que, como con todo enamoramiento, uno tenga que acudir cada poco a la pila de agua fría y mojarse la nuca para no sucumbir a la embriaguez. En este sentido, me parece sugerente la intervención discrepante del contertulio Pedro, quien suele andar tan afinado como, por desgracia, breve. Entiendo que no le guste Nietzsche, es el más indigesto de los pensadores. No solo declaró la crisis del modelo occidental de racionalidad antes que nadie, sino que lo hizo a martillazos, sin miedo a lanzar insolencias y acusaciones a diestro y siniestro, todo ello con un estilo tan irritante como luminoso. Quienes le leen sin los adecuados filtros críticos, corren el riesgo de terminar pareciéndose a esos papanatas que se sumergen en la comodidad del radicalismo y la pura retórica para ocultar que, en el fondo, no pretenden hacer nada por nadie ni moverse del sofá desde el que ven la tele con la sonrisa cínica del «ya he leído a Nietzsche y ya sé que el ser humano no tiene solución». ¿Cuántas veces me oí en la Facultad de Filosofía esa letanía idiota del «ya no creo en la emancipación del ser humano ni en la justicia ni en la igualdad… todo eso es cosa de cristianos, ahora leo a Zaratustra»? Tuve un amigo que, tras leerse en dos meses toda la obra de don Federico, se me apareció insistiendo en que se había dado cuenta de que todo el que recortaba su ambición y su voluntad de poder y de placer era un mediocre que cedía cobardemente a la presión del rebaño.

    Esa interpretación es de una pobreza similar a la que del Zaratustra hicieron los nazis. Comparen ustedes Mein Kampf con El origen de la tragedia o La genealogía de la moral y entenderá hasta qué punto es irrisoria tal consideración que, por cierto, la Iglesia ha hecho valer con frecuencia para explicar que Nietzsche fue a Hitler lo que Marx al estalinismo (manda huevos!)

    En estos casos creo, sinceramente, que mejor no abrir el libro. Hecha la prevención, creo firmemente en lo que dijo un día Manuel Jiménez (uno de los filósofos y las personas más admirables que le quedan a la Facultad «creada» por el profesor Montero): «denle ustedes la vuelta por donde quieran, a cada momento del camino Nietzsche nos sale al paso… podemos intentar eludirlo, pero el tipo vuelve a esperarnos en cualquier recodo y se ríe». La razón fundamental, junto a muchas otras que podríamos explicar desde la jerga filosófica, es que Nietzsche puso en conceptos la inevitabilidad del Mal. O lo que es lo mismo, descubrió con su mirada aviesa y penetrante toda la serie de desgarramientos, distorsiones y metáforas que constituyen eso a lo que llamamos el Sentido. Todos los grandes universales antropológicos con los que se nos llena la boca, la Justicia, la Libertad, el Ser Humano… todos tienen su historia, y no siempre es una historia gloriosa… todos merecen ser objeto de sospecha… Los que los afirmamos con el papanatismo de un crío de escuela o la fe de un sacerdote nos irritamos cuando alguien nos muestra toda la carga de mitos, deseos inconfesables y voluntad de poder que se agazapan tras todo ese lenguaje del Bien fuera del cual no nos atrevemos a habitar.

    Tiene usted razón, Pedro, Nietzsche era un cabroncete peligrosísimo… y le añado yo que tan cabroncete como Sade, pero en cualquier caso fue muy grande. Un par de apuntes. El texto que aparece en Selectividad «Verdad y mentira en sentido extramoral» es cuestionable en su contenido e incluso demasiado cargado de dinamita, pero fundamenta la consideración sobre la verdad y la metáfora que en ocasiones me pone a cierta distancia de los los hábitos de muchos historiadores, que rechazan asumir el vértigo al que nos conduce la evidencia de que la construibilidad de lo verdadero. «Hechos, hechos»… pues no, «valores, valores», dijo Nietzsche. Y por cierto, nada que ver con las ridiculeces de Haydn-White, cuya teoría de los tropos no es sino una caricatura de las implicaciones que tiene el discurso de Nietzsche que arranca con aquello de que «el concepto no es sino el residuo de una metáfora»

    Puestos a intoxicarse con uno de sus herederos -traidor y contestario como todos los hijos de Nietzsche a los que merece la pena amar-, yo hago caso a Cioran, quien declara a Nietzsche como «ídolo de juventud». A mí me pasa un poco lo mismo, por eso dejé de leerle hace tiempo con la emoción de mis veinte años y me pasé a quienes lo leyeron sin pincharse con las aristas de su discurso. Adorno, por ejemplo, respira aires escriturales cuyo olor es muy lejano del tempestuoso y agresivo de Nietzsche, y sin embargo, pocos como él entendieron que era irremediable pasar por sus textos para atisbar las dimensiones de la tragedia moral del nihilismo que se cernía sobre una Europa desgarrada por la cultura del fascismo y la supermuerte tecnológica. Foucault, por ejemplo, quien desarrolló desde el archivo con encarnizada precisión la constitución histórica de la modernidad y la subjetividad de los occidentales.

    Sugerente artículo, Serna, tenga cuidado con la filosofía… engancha.

  22. Graciñas, amigo Kant, pero es mejor dejar que la angustia se vaya disipando poco a poco para renacer convertida en memoria, en recuerdo imborrable. Como escribe nuestro poeta Miguel Veyrat, en su primer libro de “Instrucciones para amanecer”:

    Pero yo seguiré por aquí
    despierto y extendido –arañando
    la niebla con las manos,
    deseando ser
    metáfora de nuevo.

    Son curiosas las coincidencias. Citamos a Lou Andreas-Salomé, uno de cuyos grandes amores fue Rilke. Pues también cita a este poeta nuestro amigo Miguel, dedicando a su memoria los tres “Erlebnisse” que aparecen en su último (no “derredeiro”, en mi lengua distinguimos entre estos dos adjetivos, “derradeiro” es lo último de lo último, después de él ya no hay más) libro de poemas.

  23. Le doy devueltas las graciñas domina Francesca por su lectura, y sobre todo por haber vivido la aventura de los erlebnisse rilkeanos, pájaros atravesando de dentro afuera el aire para liberarse de la asfixia de la esfera, la angustia. No será derredeiro este libro, ya existe 18 poemas del próximo, algunos de los cuales leeré el 17 » en riguroso estreno». Espero que alguno consiga ser «derradeiro» algún día. Por ello seguiremos por aquí arañando la niebla con las manos, pero haciendo caso del Nietzsche del que nos habla David, buscando el aire libre del Sentido que queda latiendo tras la fugacidad de la metáfora que conseguimos ser a duras penas. Excelente análisis, amigo filósofo, para enganchados como usted mismo, que ingenuamente cree que la lectura de aquél loco maravilloso que nos enseñó a amar de nuevo (junto con Hölderlin) a los dioses griegos, pasó por usted como un pecado de juventud como la luz por el cristal de la preñez de la virgen maría, sin tocarlo ni rasgarlo. No, el hymen de su cerebro unido al corazón por la pasión quedó, como a todos nos sucede una vez en la vida, fuertemente ensangrentado. Nietzsche es viento que no pasa en balde: aunque parezca que se fué, los limos que arrastra junto a semillas diversas lo hacen el más adecuado para que remueva y doblegue al menos una vez las jóvenes cañas de la juventud, contamiada más que nunca por el catecismo de san Pío V. Y más aún por el Camino de sanjosemaríaescribadebalaguer.

  24. Mi querida Fuca, lamento en el alma que el dolor de la pérdida te haya tocado a ti. No sé si tu correo seguirá siendo el mismo, hace ya mucho tiempo que no nos escribimos en privado, pero a él me dirijo. Un abrazo muy fuerte con todo mi cariño.

  25. Weltinneraum, quería decir, Fuca, a veces la rapidez de escritura en un blog hace ser impreciso. Pero esa es una virtud de la poesía, la ambiguedad, que no puede ni debe permitirse la filosofía.

  26. Gracias a todos, pero volvamos a hablar de Nietzsche. Me encantó el comentario de David Montesinos, a ver si os animáis y nos seguís ilustrando.

  27. Sra. Fuca…, qué puedo decirle. Yo la angustia o el dolor intento combatirlos con la furia y con la arrogancia, con la risa… dionisíaca. Precisamente al modo de Nietzsche. Pero yo no tengo derecho a recomendar nada, ni a hablar arrogándome el dolor de los otros. Mi angustia y mi dolor son, por ahora, pequeños, intermitentes: en todo caso, esas miserias cotidianas que no extirpa el freudismo y que ya no tienen remedio. A veces tengo pánico: casi todas las tuercas y casi todos los tornillos me funcionan. Marcho como si condujera un turismo achacoso y aceptable: hace tiempo que descarté pilotar.

    Sr. Montesinos, coincido prácticamente en todo lo que su diagnóstico precisa: sobre Nietzsche y sobre su inevitable regreso: no hay manera de sacudirnoslo. No hay progreso en este punto. Tampoco, sentido. En Adorno, en Cioran, en Foucault, seguimos leyendo a Nietzsche. Lo que dice, sr. Montesinos, es lo que yo debería haber dicho.

  28. Tienes razón, amigo Justo, hay muchas formas de combatir el dolor, una de ellas es leyéndoos, me admira lo que sabéis y la capacidad que tenéis de comunicar vuestra sabiduría. Yo no soy capaz de escribir sobre autores que leí hace más de veinte años, incluso me pregunto si hoy me seguirían interesando los escritores que entonces me atraían (Freud, Sartre…), tendría que releerlos para comprobarlo. Hace años que apenas leo nada que no esté relacionado con la literatura; ya sé que es una limitación, pero mis ideas están bastante asentadas y prefiero disfrutar con lo que me gusta. Tal vez, cuando me jubile, relea a historiadores y filósofos, por algo los conservo en mi biblioteca particular. Por ahora, tendrán que esperar.

  29. Queridos amigos, después de dos días sin leerles, me encuentro, para mi deleite, con que ustedes me han hecho entender más a Nietzsche de lo que yo hubiera podido hacerlo por mis propios medios. No, doña Fuca (doña Francisca para el señor Kant), mi dificultad no radica en el tiempo pasado desde su lectura, sino en no haber leído a los filósofos cuando aún tenía suficentes neuronas para hacerlo. A mi edad, ya me vienen un poco cuesta arriba. Así que no saben cuánto agradezco sus aclaraciones, unas sesudas, otras poéticas, otras apasionadas y algunas socarronas.
    Querida amiga, lamento mucho que su ausencia se haya debido a tan tristes causas. Yo, como Serna, pienso que hay que oponer alegría a las penas, pero también que cada cual vive el dolor a su manera. ¡Animo!

  30. Como dije en primer comentario, he leído muy poco de Nietzsche y ignoro si lo he llegado a entender bien. Por eso, comentarios como el de David P.Montesinos – que por algo es Doctor en Filosofía – me sirven para no desistir en la idea de leerlo algo día.

    Es una suerte para los lectores de este blog, gozar – de forma gratuita y desde un cómodo sillón como el que soporta mi peso ahora mismo – de las disertaciones sobre poesía, historia o filosofía, de gente como Miguel, Justo o David.

    Dicho esto, que quede constancia también de que discrepo de una de las afirmaciones del comentario de David. La teoría de los tropos de Hayden White no me parece para nada una ridiculez. Las obras de White han marcado según sus editores españoles un antes y un después en la filosofía de la historia. No sé si es exagerado esto, pero si creo que «Metahistoria» es un libro excelente, original y sobre todo provocador, que ha invitado a la reflexión y el debate historiográfico a autores de la talla de C.Ginzburg y del tándem Justo-Anaclet. De todas formas, seguro que tendremos ocasión de hablar sobre este autor en otra ocasión, valga la redundancia. Sólo quería dejar constancia de mi desacuerdo en este punto. El resto de tu comentario dentro de mi ignorancia nietzscheana – me ha gustado mucho.

  31. Efectivamente convengo con Paco Fuster en que lo que sostiene Hayden White no es una memez. Por eso, sólo ponía un reparo a lo dicho por el señor Montesinos, una reparo que yo no explicitaba («coincido prácticamente en todo lo que su diagnóstico precisa», decía sin precisar). La posición que Anaclet Pons y yo sostenemos sobre dicho punto está expresada en este texto:

    http://www.uv.es/jserna/AntiWhite.htm

    De todos modos, esto toma una dirección excesivamente académica y disuasoria…

  32. A petición de David P. Montesinos…

    Éstas son sus palabras:

    «Hola, queridos, no sé qué demonios pasa con el blog de Justo, pero no consigo hacer entrar mi post. Me interesa especialmente el tema H.-White pero entiendo que no es tema de blog exactamente. Este es el post que he intentado sin éxito enviar. Me gustaría Justo que lo copiaras en el blog, pero en cualquier caso me gustaría que lo leyérais antes. Helo.

    Mi apoyo, señora Fuca ante las dificultades. Gracias a usted y a Miguel por su amabilidad, nos vemos el jueves, creo.

    Una pequeñísima matización sobre Haydn-White. Mi comentario era algo provocativo. No me contesten por favor, Justo y Paco, porque no quiero derivar hacia el tedio académico, pero sí me gustaría esbozar alguna conversación supongo que privada. No creo que su teoría sea una memez, es incluso brillante y explora caminos hacia los que la filosofía de la historia tenía que dirigirse por fuerza, pero creo que es una concepción de la verdad fallida y aporética (y por cierto creo entender que esas son también las conclusiones de Serna al respecto). Y sobre todo, enlazando con el post, creo que hay una cierta tendencia a lanzar invectivas contra cierta postmodernidad, contra la herencia de Nietzsche, contra los «retóricos» franceses o contra el pensamiento débil… y que al final tienden a confundirse la crítica a la concepción de los tropos de H.-White con la presunta «renuncia a la verdad» y apuesta por la retórica, los juegos de poder y todas esas cosas… con lo que se reúne en el mismo paredón a un montón de pensadores heterogéneos, desde Nietzsche hasta Lyotard, Foucault y Derrida, pasando por Adorno, Heidegger y Baudrillard. Conozco los textos de Serna y Pons al respecto y por cierto guardan paralelismos con otros de los que es autor Sergio Sevilla. En fin, hablamos en otro ámbito, te emplazo al respecto Paco porque el tema me interesa enormemente».

  33. Una ve más, don David, he de callarme para que ud. hable. No es la primera vez que me pase, ya se lo dije (aunque no sé si me creyó). Este es un buen ejemplo. Esperaba con sumo interés (1) que interviniese y (2) caso que se produjese, su intervención. Ha sido tal como esperaba y comparto pero, obviamente, expresada con mejor verbo que yo. Muchas gracias.

    No obstante, me atrevería a solicitarle un favor que ya apunte unas intervenciones mías más arriba de este “post”. Comentaba con doña Marisa Bou – siempre demasiado humilde – que sería interesante que alguien con más luces que yo en la materia – y pensaba en ud, claro – pudiera orientar a los contertulios que ahora se inician en el sr. Nietzsche en lecturas adecuadas en él (o sobre él) para no lanzarse a la piscina del “Así hablaba…” pues, a la postre les iba a resultar contraproducente. ¿Nos haría ud. el favor?

    No me excuso una labor, les explico porqué no lo hago yo mismo. Independientemente de su superior formación filosófica, se da el hecho que comencé a leer a don Federico a los quince años (ahora soy consciente de la barbaridad…) merced a un profesor de ciencias exactas (¡qué paradojas tiene la vida!) que entre H.P Lovecraft (un perfecto desconocido en aquella España, cara-al-sol), la historieta francesa (acá aún no se había inventado ese estúpido, innecesario, absurdo e incorrecto anglicismo “comic”) y las enseñanzas de don (Juan) Carlos Castaneda (¡inmersión antropológica sin escafandra autónoma!) me “metió” en vena a don Federico de rondón, ni orden, ni concierto, así que entre esa edad y mi final de COU, a los diecisiete, me lo había leído todo – en Alianza Bolsillo, obvio – y llevaba, con él, una considerable empanada mental que sólo los años y las relectuaras me han aquilatado. Pero, dale, no creo que sea esta la mejor forma de iniciarse en el maestro.

    Lo que sí le expreso, y en ello me ratifico, es en mi abierto desprecio intelectual hacia el pensamiento débil. Sin duda como concepto global y con las excepciones puntuales que, dadas unas circunstancias muy concretas, podría admitir en caso de que otra cosa no hubiere (circunstancias esta que, honradamente, veo muy difícil de encontrar si en vez de meter nuestra nariz en nuestra especialidad académica, levantamos la frente, miramos al horizonte y vemos el mundo del conocimiento en toda su extensión). Considero que los hipotéticos beneficios que haya aportado al maltrecho pensamiento ilustrado (o neoilustrado) de la actualidad apenas pasan de un florilegio intelectual de salón mientras que, contrariamente, ha nutrido generosamente la cabeza hueca (“bonehead”) en la que se encontraba la intransigencia y la reacción occidental – vamos, nuestros propios integrismos en su faceta religiosa y política – y que, gracias a ello, no sólo a partir de Lyotard (y quiero suponer, en contra de su propia voluntad) han levantado vuelo si no que ha permito la extraordinaria lucidez en la que vive la derecha europea.

  34. Tras mi particular travesía del desierto por fin puedo escribir algunas palabrillas…

    Señor Kant, lamento con mi comentario haber estado a punto de romper su promesa sobre el señor Freud. No querría tentar a la suerte pero, debo confesarle que me gustaría mucho conocer tanto el origen de esa promesa como su animadversión hacia el insigne doctor de Viena. Estoy seguro que tendrá argumentos de peso que corroboren su opinión, y uno siempre está deseoso de aprender cosas nuevas. Si me lo permite, más que de “trinidad” preferiría hablar de tríada para referirme a estos tres pensadores. La palabra Trinidad tiene demasiadas connotaciones religiosas; además, a mí no me van los dogmas de fe; prefiero lo de “tríada” porque me evoca a la Tríada Capitolina, formada por tres dioses pagados que, como decíamos en otros comentarios, son humanos, demasiado humanos. Y yerran como tales.
    Sobre Lou-Andreas estoy completamente de acuerdo con el señor Kant y la señora Fuca. Salomé no solo era una mujer muy bella, sino extremadamente inteligente y, como tantas otras, injustamente tratadas y muy poco valoradas.

    Dos cosillas más: cuando Salomé rechazó a Nietzsche, éste, pocos meses después, comenzó a escribir su Zaratustra, de ahí tal vez provenga el “rencor a la mujer” de la que hablaba don Paco Fuster.

    Para acabar, me gustaría llamarles la atención sobre una fotografía (seguro que la conocen) que expresa perfectamente el carácter de esta espléndida señora: ella aparece subida a un carro con el látigo en la mano, dispuesta a fustigar a las mulas que la llevan…. una foto que merece la pena. No se la pierdan.

    Mientras escribía han aparecido otros comentarios, y no querría desaprovechar la ocasión de felicitar efusivamente a don David P. Montesinos por su excelente ensayo «La juventud domesticada». Mi más sincera enhorabuena.

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