Masas, cambio y violencia

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1. Leo Un día de cólera (2007), la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte de la que debo escribir una reseña. Son varios los aspectos que trataré cuando me ponga a ello. Ahora, sin embargo, quiero pensar sólo en dos: en Francia y en la acción colectiva (en los actos airados de la muchedumbre). Francia ha sido un símbolo ambivalente y simple para todos nosotos y para nuestros antepasados. Por un lado, encarnaba la Ilustración, la libertad, la cultura milenaria, ese refinamiento de lo parisino que aún nos atrae; por otro,  la violencia, el alboroto urbano, la revolución de 1848, la Comuna, Mayo del 68 o la agitación de las banleieus.

Estamos en 1808, Madrid está invadido por las tropas imperiales y Napoleón impone su dominio sobre el Continente. Estamos a 2 de mayo. Un cerrajero levanta la voz frente al Palacio Real y con su grito desgarrado expresa el malestar reprimido de la muchedumbre madrileña, ese oprobio que provoca la ocupación francesa. Sin guía, con espontaneidad y con pasión, quienes allí están secundan su protesta. Comienza un choque sangriento y, sobre todo,  se consuma el sentimiento antifrancés que desde tiempo atrás muchos padecen.

A lo largo del tiempo, lo que de aquella mañana de mayo más ha llamado la atención es el desigual combate: la firme oposición del pueblo a ser vejado, maltratado, por un ejército invasor, el Ejército napoleónico: portador de las ideas revolucionarias, pero usurpador también de los Gobiernos vecinos. En la mañana del 2 de mayo de 1808 comienza un fiero combate de gentes desarmadas o mal armadas contra unas tropas bien pertrechadas, mayores en número y duchas en tácticas y estrategias. El bajo pueblo alborotándose contra un poder ilegímitimo o avasallador es una imagen muy llamativa. La algarada o la revuelta son algunas de las acciones colectivas más antiguas y son, a la vez, el origen de los modernos movimientos de masas. Es curioso: lo que en Madrid se emprende en 1808 –fundacional y creador– no es algo nuevo, pues los alborotos ya se conocían en la España y en la Francia del Setecientos, de Esquilache a la Bastilla. Es un acto cargado de futuro, un tipo de acción colectiva que marcará el devenir de la política… francesa y contemporánea: la movilización de masas, movilización intensa o extensa, bajo la forma de motín o de mitin.

Todo el debate contemporáneo gira en torno a la masa y a la movilización. La aglomeración es el dato distintivo de lo reciente… «Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de traseúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio», decía José Ortega y Gasset con tono sorprendido y lastimero. «Ahora, de pronto», todos esas masas de población «aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres», añadía. Pero lo significativo no es el número, sino la cualidad, el impulso que todos esos individuos dan a la acción colectiva: la movilización. El número importa, ya lo creo que importa: como importan las acciones sumadas. La cosa no tiene remedio. Ya no lo tenía cuando Ortega deploraba el estado masivo (1930): las masas son imprescindibles para traer la democracia (aunque también los regímenes totalitarios); pero ahora, además, se añaden los mass media, cuya importancia el filósofo no pudo diagnosticar.

En 1808, como dice el narrador de Un día de cólera, es el rumor aquello que moviliza a la masa urbana y menestral: la especie o el chismorreo más o menos fantasioso. En efecto, la acción colectiva –es decir, política– comienza cuando una noticia más o menos documentada o probada justifica las decisiones de una muchedumbre, cuando espolea su rabia o su orgullo. Quizá las masas tengan objetivos racionales, metas lógicas o preferencias que se pueden fundamentar, pero esas mismas masas no obran racionalmente cuando actúan de consuno, se nos ha dicho mil y una veces. Y, mal que nos pese, hay mucho de cierto en ello.  Individualmente somos capaces de discernir con objetividad y distancia: igual que somos capaces de perder la razón cuando las epidermis se rozan y los fluidos se nos mezclan. En la masa, en efecto, hay algo de carnal y placentero, de comportamiento hedonista, de mutuo libramiento. Lo dijo Elias Canetti (y me lo recuerda Francisco Fuster). Colectivamente, reunidos en un espacio físico y sometidos a los mismos estímulos, nos desindividualizamos: es fácil perder el sentido de la medida; es frecuente dejarse arrastrar por lo simple, lo inmediato, lo pasional. Como he dicho, un rumor puede ser una noticia más o menos documentada, pero lo que da fuerza a ese rumor es el acicate emocional que provoca, si hay sentimientos en juego: una especie que los hechos parecen corroborar totalmente. En la mañana de 1808, los acontecimientos en parte desconocidos se explican por rumores que se difunden en la Villa y Corte: los chismes son medianamente ciertos, pero sobre todo esos chismes alivian la incertidumbre. La información alivia y enerva.

Pero regresemos a la masa y a ciertos didactismos que ahora me permitirán. Una muchedumbre físicamente congregada en un espacio es eso: una masa. Pero un público diseminado que responde a los mismos estímulos o a la misma información… también lo es. Lo masivo no es sólo el número, algo relativo: lo masivo es aquello que une a distintos individuos, esa emoción de la que son copartícipes, estén o no juntos. En el Madrid de 1808 había una muchedumbre de amotinados, gentes vinculadas por una misma pasión. En el Madrid de 2008 (como en otras ciudades) hay también una masa de espectadores que quizá no coincidan en el foro, en la plaza. Ahora bien, se expresan emocionalmente viendo los mismos programas televisivos, leyendo los mismos periódicos, escuchando las mismas cadenas de radio, visitando los mismos sitios electrónicos… y compartiendo después sus impresiones. ¿Quién de nosotros no vive bajo ese efecto?

Como decía Ortega y Gasset y también Antonio Gramsci, hoy ya no somos más que hombres-masa, individuos pegados entre sí por un argamasa emocional. A lo largo del siglo XX, la pasión política unió a gentes dispares que se sentían solidarios defendiendo las mismas causas (en ocasiones, terribles causas): la prensa interfería o creaba opiniones, marcaba tendencias o reunía anímicamente a grandes públicos. Ahora, la realidad –que parece la misma o que parece estar definida por los mismos medios– es algo bien distinto: sólo es un espacio más de un entorno completamente mediático y mediatizado: allí vivimos bajo el dictado de una agenda prestada. ¿Algo malo? Es lo que se da y es nuestra condición general: una revolución de tercer orden. O, mejor, como dijo Javier Echeverría, es la revolución del tercer entorno: hemos pasado por la physis, por la polis y, ahora, por telépolis. Vivimos como masas interconectadas y es ahí, en ese nuevo espacio, en donde se dan la inteligencia y el refinamiento, pero también la violencia y sus causas. Para quienes tenemos aversión a la muchedumbre que adocena –aunque podamos entender su empuje social–, el nuevo entorno es paradójico y fatal, pues vivimos multitudinariamente sin que podamos hacer gran cosa por evitarlo: usted y usted y usted y yo. Disculpen que hoy me ponga apocalíptico: cada uno de nosotros no es más que la parte infinitesimal de un gran público que observa (y participa) en un espectáculo interactivo. Quizá otro día lo vea de un modo distinto. Ahora, perdonen que les deje.

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2. “El cerdo” de Pérez-Reverte  

En la descripción de la masa que hay en Un día de cólera, de Arturo Pérez-Reverte, se repite una clave que ya conocemos, que ya le conocemos: como le dice Tulio Demichelis en Abc, aquel argumento que procede del Cantar del Mío Cid según el cual «Que buen vasallo si oviese buen señor…» Ése es el subtexto interpretativo que constatemente aparece en sus novelas históricas: desde Alatriste hasta Cabo Trafalgar. Podría resumirse así: el coraje o el heroísmo españoles son algo admirable pero desorientado. Hay una crisis; hay una situación extrema que exige algún tipo de intervención; hay una circunstancia que obliga…, ¿y qué nos encontramos? Unos gobernantes que siempre acaban traicionando al buen pueblo, al menu peuple (por decirlo a la francesa); unas clases dirigentes que abdican de su condición y que, como mucho, ejercen la pura, la estricta dominación (por designarlo a la manera de Gramsci); un estamento intelectual que, lejos de comprometerse, se contiene reflexiva o cobardemente, etcétera. ¿El resultado? Generalmente, un desastre: un Imperio en quiebra; una Armada desarbolada y hundida; una Nación política aún incipiente y ya saqueada. 

A ver si consigo explicarme: contrariamente a lo que me dice Miguel Veyrat, yo no creo que leer a Pérez-Reverte sea abandonarse a «la mala literatura de consumo». Resulta muy interesante acudir a sus obras para ver el buen temple relator que tiene o que es capaz de desplegar, aunque –efectivamente– sus esquemas narrativos sean tradicionales: en Un día de cólera es una crónica que en orden cronológico –como no podía ser de otra manera– pone en sucesión los hechos acontecidos tomando como ejemplificación a distintos personajes. Su forma de contar es muy tradicional (pero efectiva) porque quien relata es un narrador omnisciente (según el esquema realista y naturalista), alguien que expresándose en tercera persona sabe todo de todos, anticipa lo que les va a suceder y, por tanto, proporciona datos  e información enciclopédica que no son imprescindibles para leer los hechos novelados en tiempo real. Es, pues, un didactismo para quien lo ignora todo.  

Es muy interesante y discutible la nota de autor que Pérez-Reverte pone al inicio de la obra. Funciona como un introito informativo: como una declaración de principios metodológicos. Interesa leerla para comprobar cómo trata de burlar la barrera que separa la novela histórica de la disciplina histórica). Por otro lado, es chocante, erudito y literal (que no posmoderno) el recurso a una bibliografía final, las bases sobre las que dice apoyar su relato. Un novelista no está obligado a presentar sus fuentes, porque en el género que cultiva se tolera la imaginación: la invención, la pura fantasía, incluso. Por otra parte, la nota del autor y la bibliografía son propiamente paratextos, algo que rodea al texto y que al autor –que no al narrador– le sirve para enmarcar: esa función cumplen los prólogos. Pero, atención, dichos paratextos pueden ser parte de la ficción: véase, si no me creen, el texto introductorio «explicativo» que Umberto Eco colocara al inicio de El nombre de la rosa –«Naturalmente, un manuscrito»–, texto ficticio que le sirvió para justificar el uso de un expediente literario mil veces empleado: el del manuscrito hallado. Sobre eso ya escribí en El País. Etcétera, etcétera.  

Son numerosas las razones que me llevan a leer Un día de cólera: uno aprende discutiendo con los buenos, con los regulares y con los malos textos. La novela de Pérez-Reverte es eficazmente narrativa y entretiene incluso cuando simplifica los caracteres y los avatares. De eso dan fe muchachos con quienes tengo trato frecuente y que leen con fruición. Lo señalé en «Qué jóvenes«, un artículo para Levante ya olvidado. La novela de Pérez-Reverte es un interesante experimento algo anacrónico: en parte recrea los procedimientos del reportero, repite fórmulas ya ensayadas por Daniel Defoe (en Diario del año de la peste) y retoma los modelos narrativos de las viejas crónicas. Sabe hacerlo bien, sabe simplificar y sabe salir airoso de una prueba que, tal vez, convenga aprobar: que el público lector se entere de que los heroicos madrileños del 2 de mayor eran en buena medida un populacho corajudo y desnortado. Por otro lado, la recreación de conversaciones, de diálogos, entre personajes tan documentados forma parte de la conjetura y de lo verosímil, algo que ya pretendiera Tucídides… 

Pero me permitirán que me calle: debo hacer una reseña  y esto que he escrito no lo es. Es sólo una reflexión sobre la masa como muchedumbre alborotada, una multitud cuya perturbación la provocan el rumor, la mala información, las emociones primitivas, la realidad vivida como ultraje. Me entusiasma leer triturando los volúmenes, interpelándolos, subrayándolos, anotando mis exclamaciones, mis derivaciones, mis erudiciones. Ya lo saben. Un libro es como un cerdo: todo se aprovecha.  

Pues eso: que le aproveche a quien decida disfrutarlo.

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3. Hemeroteca

-Francisco Fuster, «Betty Friedan, la mística de la feminidad«, Claves de razón práctica, núm. 177 (2007). Texto completo en pdf

Novedad: algunos artículos de JS publicados en Claves de razón práctica entre 1999 y 2002, accesibles ahora (2007) en formato pdf

Claves 95. La egohistoria de Pierre Vilar  [pdf

Claves 104. La paradoja de Lovecraft  [pdf

Claves 118. Los liberales. Historia y vidas del ochocientos español  [pdf

Claves 120. La televisión y el mal. El caso de Pierre Bourdieu  [pdf

Claves 125. Simpatía por el vampiro  [pdf]

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4. Scriptorium

Antonio Gramsci:

«…Por la propia  concepción del mundo   pertenecemos siempre a un determinado grupo, precisamente a aquel en el que todos los elementos sociales comparten un mismo modo de pensar y de obrar. Somos conformistas de algún tipo de  conformismo, somos siempre hombres-masa u hombres colectivos. La cuestión es la siguiente: ¿a qué tipo histórico pertenece el conformismo, de qué   hombre-masa forma parte? Cuando la concepción del mundo no es crítica ni coherente, sino ocasional y disgregada,   pertenecemos simultáneamente a una multiplicidad de hombres-masa, y la propia personalidad se compone  de manera compleja: hay en ella elementos del hombre de las cavernas y principios de la ciencia más moderna y avanzada, prejuicios de todas las etapas históricas pasadas, groseramente localistas, e intuiciones de una filosofía futura como la que será propia del género humano mundialmente unificado…»

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Jueves, 13 de diciembre de 2007, nuevo post. A poqueta nit

30 comentarios

  1. Desconozco los motivos por los que el Levante ha optado por prescindir del Señor Serna. Si son oscuros, es que definitivamente no quedan razones para seguir un diario marcado por la sosez y el aburrimiento; si son puramente «comerciales», entonces es que hablar con propiedad, documentarse, escribir con precisión, resultar interesante, ser masivamente leído -yo hablo por la gente que conozco y en especial por mis compañeros de trabajo- es más algo en contra del autor que a favor suyo, lo cual nos sitúa en aquello del mundo al revés. Recuerden por ejemplo el imprescindible libro de Pino Aprile, «Elogio del imbécil», cuyo mensaje es que cuan más idiota es uno, más confían en él los que toman decisiones y más posibilidades tiene de escalar posiciones y triunfar en la vida. Vuélvase idiota, señor Serna.

    Una pequeña observación. El texto de Fuster sobre Friedan me parece excelente, y especialmente oportuno el hecho de escarbar en la historia para rastrear a este personaje tan injustamente olvidado pero a la vez tan decisivo y valiente. Ser Betty Friedan en su tiempo me parece más difícil que, por ejemplo, ser tan radical como Andrea Dworkin lo es en la actualidad. Por cierto, suelen ser los ortodoxos como Dworkin los que reparten los carnets de autenticidad. Y por lo general se lo niegan a «moderados», «heterodoxos» o «revisionistas». Siga con Betty, Fuster.

  2. Lástima que ese mismo pueblo gritara pocos años después “Vivan las cadenas”, cuando volvió a España “el Deseado”.

    De todas formas yo veo la violencia y el alboroto del que habla Justo desde otra perspectiva. Es el poder del pueblo en acción, algo muy diferente a la versión domesticada de este mismo poder expresada en elecciones periódicas. Recuerdo que Hobsbawn decía que esta manifestación violenta se da en pocas ocasiones y se ejerce en menos, pero cuando se da es un espectáculo impresionante y sobrecogedor. Y efectivamente, fueron los franceses en las jornadas de julio y agosto del 89, el populacho en palabras de los aristócratas, el que intervino para transformar un conflicto entre las élites en un acontecimiento épico.

    Desde ese momento el pueblo aprendió algo que hoy en día tiende a olvidarse: que la libertad, la igualdad, los derechos civiles, hay que conquistarlos porque nadie los va a regalar. Y que no hay mejor garantía para la libertad que aquello que cada uno esté dispuesto a hacer por defenderla.

  3. Aunque pienso que ha sido positivo que la apelación al pueblo haya desaparecido del vocabulario de los actuales políticos, pues tengo una natural desconfianza a todos aquellos que dicen hablar en nombre del pueblo, coincido con Tobias en que la libertad, la igualdad y los derechos civiles para la mayoría de los ciudadanos no han sido otorgados, bien al contrario han tenido que ser conquistados mediante la acción colectiva y la movilización de las masas, a las cuales sin duda debemos muchos de nuestros actuales derechos y libertades.

  4. Tampoco entiendo la actitud de los directores de Levante de prescindir de una pluma inteligente, documentada y muy entretenida, como lo es la Justo Serna. Si existe alguna turbia motivación, ya pagarán la factura por semejante torpeza. Por lo pronto, la deserción de lectores ha de ser masiva.

  5. Voy a esperar a que esté el «post» terminado para dar una opinión más amplia. Sin embargo, no me puedo resistir a ofrecer dos apuntes sobre lo dicho hasta ahora, dos referencias que me han venido a la cabeza nada más leer el texto.

    La primera es poco original, aunque no por ello deja de ser importante. Es más, yo creo que es fundamental. No sé si Justo tiene previsto citar en este post a un autor y a una obra sobre la ya ha escrito – y hemos debatido – aquí mismo. Se trata, obviamente, de «Masa y poder» de Elías Canetti. Digo que es fundamental porque la mayoría de sociólogos y/o antropólogos reconocen en Canetti al autor que mejor ha sabido explicar el origen, comportamiento y naturaleza de las masas. Me ha gustado mucho esa cita de Ortega y Gasset – siempre se ha dicho que lo mejor de Ortega era la calidad de su prosa – y sobre todo, me ha recordado mucho a otras del libro de Canetti como la siguiente:

    «Una aparición tan enigmática como universal es la de la masa que de pronto aparece donde antes no había nada. Puede que unas pocas personas hayan estado juntas, cinco, diez, doce solamente. Nada se había anunciado, nada se esperaba. De pronto, todo está lleno de gente. De todos los lados afluyen otras personas como si las calles tuviesen sólo una dirección (Elías Canetti, «Masa y poder»)»

    Por otra parte, la afirmación del narrador de Pérez-Reverte : «es el rumor aquello que moviliza a la masa urbana y menestral», me ha recordado – aunque el tema es muy distinto – al genial libro de Natalie Zemon-Davies «El regreso de Martín Guerre», por aquello de la importancia que tiene el rumor y el chismorreo en la historia que narra el libro. Ese rumor que se extiende entre la masa (en este caso seria una pequeña masa, la aldea francesa de Artigat, donde transcurre la acción) y que pasa de boca en boca – con la consiguiente distorsión del mensaje original que convellan las diferentes versiones – es un factor fundamental para el desenlace de la historia que narra Zemon-Davies, como bien saben los que conocen la obra

    Esto es lo único que se me ocurre de momento. Son dos autores (Canetti y Zemon-Davies) recomendables, al margen de que las conexiones que establezco con el tema del post sean más o menos oportunas. Yo creo que si lo son, sobre todo en el caso del libro de Canetti.

  6. Otro autor sobre el que se ha hablado mucho aquí y cuya obra también marca un hito en el estudio de las masas – aunque haya sido muy cuestionada por algunos, entre ellos el propio Canetti – es Sigmund Freud (no sé como se me olvidó ayer).

    Rescato una cita suya, muy relacionada con el tema de la violencia de las masas:

    «Por el solo hecho de formar parte de una multitud, desciende, pues, el hombre varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un instintivo, y por consiguiente, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos»
    (Sigmund Freud,»Psicologia de las masas»)

  7. Quedo maravillado con estos artilugios informáticos de comunicación… en fin, iba yo a decirles que algunos temas que quedaron pendientes de mi intervención en el anterior «post» (para el sr. Arnau Gómez, las sras. Pavlova y Fuca y el sr. Veyrat, por orden de intervención suya) habían sido tratatados en su lugar correspondiente, cuando me encuentro que el amable sr. Buscador del Blog se me ha adelantado… magnifico, sapisti.

    Respecto a este «post» esperaré a ver cómo continúa don Justo aunque, desde ahora ya les advierto mi posicionamiento: me resulta especialmente irritante la masa «municipal y espesa» en las que nos vemos sumergidos todos los días.

  8. Creo que la exposición de unos hechos que se presentan como históricos deben hacerse con un cierto decoro. Si la traslación del argumento de la novela del sr. Pérez que nos ha hecho don Justo es correcta – y nada me obliga a pensar lo contrario – percibo una cierta indecencia en el planteamiento de la novela. Una indecencia, lamentablemente, reiterada en los libros de historia españoles. A ver, Madrid no fue “invadido” por tropa imperial alguna: el rey de España, Carlos IV, invita a su aliado, Francia, para que intermedie en el conflicto que el monarca tiene con su hijo, Fernando VII, precisamente por dirimir cual de los dos es el soberano. Y su hijo lo acepta igualmente. Los Borbón, soberanos absolutos, están de acuerdo. La presencia de aquellas mínimas tropas en Madrid era perfectamente legal.

    Las negociaciones tripartitas entre Carlos IV, Fernando VII y Napoleón I se realizan en el país vecino y comenzaron el 30 de abril de 1808. Será recién iniciada esa negociación cuando… oh, sorpresa… se produce la algarada de Madrid. En dicha fecha, 2 de mayo, el monarca seguía siendo un Borbón – fuera cual fuese, padre o hijo – y las noticias del desarrollo de las conversaciones – fueran las que fuesen – era imposible que se conocieran en Madrid a las cuarenta y ocho horas de haberse iniciado. De hecho, las “Abdicaciones de Bayona” por las cuales la dinastía Bonaparte accede al trono español se producirán el 5 de mayo… ¡¡tres días después de que “el pueblo” se alzara contra el “monarca extranjero”!! Así que explíquenme de qué manera el pueblo madrileño podía saber qué se estaba fraguando al otro lado de los Pirineos.

    El “malestar reprimido de la muchedumbre”, yo lo supondría por los siglos de represión que la monarquía castellana había ejercido contra el pueblo castellano – primero por vía feudal y en última instancia por vía absolutista – En ello sí encontraría el oprobio, pero ¿de qué otro patriótico oprobio hablamos? ¿de qué “ocupación francesa”? ¿de qué “poder ilegítimo”?… Ello, si se hubiera dado – cosa que también sería una falacia pues todo el proceso es legal y, si recuerdan uds, el Estado de Derecho es el que informa un régimen democrático-liberal – hubiera sido “a posteriori”.

    ¿Qué pasó, entonces?. Recapitulemos. Lo cierto es que los últimos tiempos borbónicos no podían haber sido más desastrosos para cuantos trataron de modernizar el país. Por perseguir, se persiguió hasta la ciencia. Hubo “caza de brujas” liberales, represión contra cualquier intento político progresista y una abierta inquina contra nada que sonara a avance social. ¿Hubo, realmente, el 2 de mayo de 1808, un generalizado sentimiento antifrancés? En España, desde luego, no. Y en Madrid hubo otra cosa. Más bien lo que hubo fue una inquina al progreso – asimilado a “lo francés” – fraguado en los cenáculos reaccionarios del antiguo régimen castellano y difundido a través de los púlpitos entre las masas populares más ignorantes y, por ende, más fáciles de crispar y hacer saltar con reacciones violentas y fanáticas.

    Por más lerdo que fuera el antiguo régimen castellano, la intervención directa de un poder liberal de corte imperial, como el napoleónico, en la crisis borbónica, era su toque a difuntos. Hay unos grupos sociales muy claramente definidos que perciben que de las negociaciones de Bayona sólo puede concluir su fin como clase dirigente, incluso como clase dominante. Y, obviamente, no tenían interés alguno en que aquella llegara a buen puerto. Había que boicotear a cualquier precio las negociaciones de Bayona. Así que comencemos por poner las cosas en su sitio: hablar del 2 de mayo de 1808 es hablar de una algarada de inspiración reaccionaria contra unas negociaciones que, irremisiblemente, acabarían en la modernización – real – del Estado (sí, esa modernización que no se dio tras la Nueva Planta de Felipe V, aunque algunos de uds así lo crean).

    Con lo cual… ¿espontánea la salida a las calles del pueblo?… ¿Vamos a seguir atribuyendo a la pasión popular, el ardor patrio y a no se cuantas zarandajas más un alzamiento en toda regla en el que se ve implicada la oficialidad del ejercito, los gremios y las parroquias? ¿vamos a creer, de verdad, que la toma de cuarteles, cierre de puentes y asalto a lugares estratégicos obedeció a un impulso desgarrado, irreflexivo, impremeditado pero, muy, muy, muy nacional? Las gentes salieron al combate callejero (¡cáspita, la “kale borroka”!) perfectamente pertrechadas para lo que es ese tipo de lucha. Fue la tropa española que se mantuvo leal a su rey y sus tropas aliadas de Francia las que se encontraron en una situación bélica nueva, desconocida y contra la que no tenían más armas que la defensa desesperada, la salvaje, que genera la angustia ante una situación desmedida en la que se es franca minoría ante una masa iracunda y fanática. Los cuadros de Goya no pueden ser más explícitos. No se trata de un motín urbano como el Esquilache, ni de un asalto de corte medieval a una fortaleza feudal. Aquello era algo nuevo: era la guerrilla urbana, planificada, aplicada y tremendamente efectiva si no hubiera sido porque ni el ejercito español, ni la menestralía, ni los comerciantes, ni burgueses, se sumó en masa al populacho desbocado.

    Dicho lo cual, si les apetece, seguimos hablando del tema de la “masa” propia del mundo contemporáneo pero dejemos en paz uno de los embustes más flagrantes, antiliberales, antieuropeos y antiprogresistas que ha padecido la Historia española.

  9. «Maldito día»

    Jacinto Antón, Entrevista a Arturo Pérez-Reverte, El País (Babelia), 1/12/2007

    Fragmentos

    …/…

    P. Ese afán de objetividad, ese puntillismo, los nombres, dónde mata y muere cada uno…

    R. El Dos de Mayo es algo muy contaminado y manipulado por todo el mundo durante 200 años. He querido despojarlo de todo eso, mostrarlo como fue, con información de primera mano -he consultado una cantidad ingente de documentación-, y hacer que el lector lo viva, por primera vez, en la calle. Que entienda cómo fue, y que se sienta un participante, que pase miedo, que corra, que sude. Un día de cólera es un libro basado en los testimonios, absolutamente riguroso. Es novela sólo en la medida en que he llenado los agujeros que deja la documentación usando técnicas de narrador, poniendo la argamasa que une los datos. Pero empleo un lenguaje directo, objetivo, frío, sin adjetivos. Un tono documental. Aquí no hay héroes, ni heroísmo, ni épica. No he ido a juzgar el aspecto ético. Es un libro descriptivo, distante. Me separo del sujeto para dejarle el sitio al lector, es él el que se mete en la acción, se codea con los personajes.

    P. Dice que el Dos de Mayo ha sido muy manipulado.

    R. Desde el día siguiente. Por los patriotas, por el absolutismo de Fernando VII, los liberales, la I República, la monarquía, la II República -que puso el énfasis en el protagonismo del pueblo en aquella jornada-, el franquismo -para Franco los héroes eran Daoíz y Velarde, claro, los militares a la cabeza del pueblo-… De nada como del Dos de Mayo se han hecho tantas lecturas.

    …/…

    P. ¿Sumergirse como lo ha hecho en el Dos de Mayo le ha llevado a alguna conclusión sobre el significado de esa fecha?

    R. Mi conclusión es que ¡maldito día! El Dos de Mayo es una losa que aún nos pesa. Es el día en que el instinto, el coraje, el fanatismo, el valor, el patriotismo, el ansia de rapiña, el deseo de venganza, lo noble y lo innoble produjeron un proceso que trajo consecuencias terribles para España. Los madrileños luchan en el bando equivocado ese día. Para restituir el viejo orden, casposo, ruin. Esa épica callejera nos metió en una pesadilla que arrastramos hasta hoy, ahí nacen las dos Españas. Insisto: ¡maldito sea el día! El drama del Dos de Mayo no es sólo el de los 400 muertos españoles censados. Es el de la inteligencia, el drama de los lúcidos. De la gente que sabe que la razón, el progreso, está del lado de los franceses, que el futuro es ése. Y que combatir a los franceses es defender a unos reyes incapaces y a unos curas fanáticos. La familia real, española, esos Borbones, eran lo más abyecto, despreciable y vil de Europa. Por eso mucha gente se quedó en sus casas. , por eso luchó quien luchó y no luchó quien no luchó. Moratín, Goya, Blanco White… Qué día más terrible cuando el bando del honor se contrapone abiertamente a todo lo que quieres y en lo que crees.

    …/…

    P. ¿Y el patriotismo?

    R. A veces lo confundimos con el cabreo, que es lo que hay en abundancia el Dos de Mayo. Por eso mi libro se titula Un día de cólera y no Un día de gloria. Lo del patriotismo en el Dos de Mayo es en buena parte manipulación. Al acabar la jornada la gente cree que todo ha terminado ahí, un motín y nada más. Ni independencia ni leches. No sabían lo que estaban haciendo, lo que vendría después. Yo he visto mucha insurrección. , he estado en Rumanía cuando la caída de Ceaucescu. A la calle siempre salen los mismos. Aquel día, combatiendo en Madrid, había algunos patriotas, sí, y militares, incluso un aristócrata. Pero hay que comprender que la algarada es popular y viene del cabreo. Era cólera, no patria. El del Dos de Mayo es el mismo español que pega al ministro, que se cabrea en Barajas. Sale a cargarse franceses como sale a cargarse curas durante la República. Ese español tan peligroso. «¡Con razón o sin ella!», ese terrible motivo del español para pelear. El Dos de Mayo no hay propósito definido, no hay plan, no hay cabeza rectora. Por eso resulta tan difícil a los franceses pararlo. Lo de la nación y la patria viene después. La guinda de la macedonia. Luego todo el mundo se apropia de aquello. Volverán a hacerlo el próximo 2 de mayo de 2008. Yo quiero devolver el 2 de mayo a la calle, insisto. Que el lector corra ante los caballos, escuche las balas golpeando a su lado, se agobie, participe en el combate callejero, se encuentre con gente que no volverá a ver, se meta en el caos, el humo, los gritos, la sangre…

    P. Ahí su experiencia de corresponsal de guerra es un punto.

    R. Cuando hablo de saltar tapias delante de tipos armados que te persiguen no me lo explican, lo he vivido, y eso se nota. Puedo reconstruirlo con soltura. Yo he estado allí, sé lo que se siente. Eso lo hace muy real.

    …/…

    P. ¿Y Arturo Pérez-Reverte qué hubiera hecho ese colérico 2-M?

    R .Yo no sé qué hubiera hecho. De joven, como todos, pensaba que hubiera salido a luchar. Ahora, con la lucidez de los años, no soy capaz de decirlo. Depende de cómo hubiera ido todo, de las circunstancias que me hubiera tocado vivir. En principio, salir a la calle para qué, ¿para defender a esos curas, a esa nobleza inculta, a esos Borbones corruptos? Que salga su puta madre. Pero si veo a ese francés matando a mis vecinos, fusilando, ejecutando. O si una bala perdida alcanza a un familiar en casa? Mucha gente sale por venganza, por rabia, por rencor o por el qué dirán. Qué tragedia, insisto, ese día para los lúcidos, para la razón, para Moratín, para Goya, para la gente culta.

    ——–

    Entrevista completa en El País

  10. Estupendo, mi aplauso para el sr. Pérez… aunque siguen incólumes dos cuestiones: (1) “el misterio de la presciencia” del populacho, alzándose en armas por algo que iba a ocurrir tres días después, y (2) la disposición perfectamente orquestada de las acciones que se vivieron en Madrid, desde luego, en absoluto achacables a alguien que se lanza cabreado, de forma furibunda, a la calle y, sí, con un cierto tufillo a planificación militar y ejecución popular.

  11. Señor Kant, lea la novela de Pérez-Reverte. En serio. No le digo cuál es mi opinión, si buena o si mala. Pero alguien como usted que tan precisamente reflexiona sobre el 2 de mayo y su manipulación debería hacerse una idea cabal de lo que se dice en ‘Un día de cólera’. Tiene a su disposición mi ejemplar: sólo que está muy anotado y subrayado para la reseña que debo hacer.

  12. ¡Oh lúcido Kant! ¡Qué presencia tan útil, qué pérdida para el Parlamento español, pero qué joya para este miniparlamento virtual que es el blog de Justo Serna!
    Pero no tiene razón Justo, a menos ue quiera usted perder el tiempo leyendo mala literatura de consumo, pero además resulta que mi conocimiento personal y «en directo» de la capacidad de mixtificación de mi ex-colega y amigo Arturo Pérez me hace desconfiar de su novela: Yo le he visto «montar» escenas bélicas con soldaditos de verdad como si fueran especialistas de Hollywood. La mitad de sus crónicas de los Balkanes, que le dieron fama televisiva, eran una brillante mentira. El no ha saltado jamás una tapia bajo las balas. Que la cámara de su compañero de equipo lo rodase, ya es otra cosa: estaba perfectamente planificado para que no le rozase un proyectil un sólo pelo de la barba: Exactamente como lo que insinúa, pero no puede demostrar, Kant, pues le falta la documentación precisa y preciosa, ya destruída a buen seguro, que estaba «planificado» el sangriento alboroto del «dos de mayo». En la libreta azul de algún aznápiro de la época.

  13. Al margen de la novela de Pérez Reverte, no puedo por menos que volver a repetir lo que ya dije otra vez al Sr. Kant: ¡¡¡Plás, plás, plás!!! (Aplausos). ¿Ve qué bien hago en callarme? Pensé escribir algo en el sentido en que lo ha hecho usted, pero ¡cuanto mejor lo suyo!

    El pueblo español siempre se ha caracterizado por su aversión al progreso y a todo lo que oliera a él, había que expulsarlo, masacrarlo… sean franceses, árabes o judíos. Donde esté el tirar los orinales por la ventana al grito de ¡agua va!, que se quiten conducciones maravillosos. Además de todo lo demás, es que siempre hemos sido envidiosos y guarros.

    La masa, convenientemente dirigida, lo mismo lucha por su libertad que jalea a Hitler y siempre hay alguien dispuesto a “encarrilarla”

  14. Señora Pavlova tiene una imagen distorsionada de lo que es el «pueblo» y además le da usted un carácter inmutable a esa imagen. El pueblo español ha sido, es y será un bendito.

    Haga usted, el favor de no insultar al «pueblo» español. Quizás ha confundido usted al pueblo con sus dirigentes y sobre todo con la clase que ha detentado el poder político y económico de este país a lo largo de su historia, sin olvidarse nunca de la Iglesia.

    Quizás la grosera y sin modales sea usted. Retire esos calificativos ofensivos hacia el pueblo ahora mismo. Jamas el pueblo esta triste por el bien ajeno, quizás usted si demuestra ser envidiosa al loar con tanta insistencia la habilidad oratoria del Sr. Kant.

  15. Leido los comentarios hasta este momento escritos,tengo que volver a felicitar a D. Justo ,por su síntesis del libro de un autor que no me resulta simpatico (Pérez-Reverte) y también a D. Kant,una vez más certero en su comentario.Creo que atina en su diagnóstico de lo que fue el dos de mayo de 1808: el triunfo de lo rancio,lo oscurantista,la España negra.
    Han pasado 200 años (en mayo se cumplirán) y parece que fue ayer.Los españoles seguimos igual,saliendo a la calle en contra de todo aquello que pueda alterar el espejo brillante que cubre el agua putrefacta.En efecto,El dos de mayo fue una algarada en contra de nosotros mismos.

  16. Ay… que nos perdemos por culpa mía. Me dio el arrebato con lo del 2 de mayo de 1808 – la anécdota del “post” – y nos alejamos del tema central – la sociedad masificada y su impacto violento, de ahí el título que inscribió el sr. Serna – Si me lo permiten, voy a intervenir por última vez con este asunto y no tanto por él en sí, como por el autor citado, don Arturo Pérez-Reverte, y a instancias de la última intervención de don Justo.

    Haré una confesión: a mí que el sr. Pérez-Reverte se enfrentara – y se enfrente – al mundo de la literatura “seria” apolillada recuperando, de la mejor forma posible, el temple del folletín, me encantó; que fuera extremadamente duro en sus intervenciones en los medios, carente de cualquier tipo de “corrección política”, lo aplaudí; incluso que hiciera gala de su “cartagenismo” me pareció de lo más simpático. Así me convertí en fiel lector suyo. Tanto es, que anduve con las primeras ediciones de todas sus obras desde “El húsar” (1986) a “Territorio comanche” (1994). Y con todas disfruté, innegablemente. Entre unas cosas y otras de la vida, su siguiente obra, “La piel del tambor”, se me “escapó” de su primera edición y dado el frenazo en su producción de aquellos años, me tomé con calma su lectura. Pero en 1999 la editorial Debate publicó una nueva edición de “Scaramouche”, de don Rafael Sabatini.

    Me apresto a decirles que el citado espadachín fue uno de los héroes de mi infancia pero no por su formato literario sino por el cinematográfico (¡¡¡¡y eso que lo protagonizaba mi odiadísimo, entonces y ahora, Stewart Granger, un tipo capaz de atravesar la selva tropical africana, asesinar unos cuantos nativos al paso, vadear el río Congo, poseer desaforadamente alguna doncella británica incomprensiblemente victoriana y deambular durante semanas por el Sahara acompañando una partida de tuaregs y, no sólo no despeinarse, ¡es que ni sudar!… en fin, perdonen por este ex-curso). La película (1952, George Sidney), decía, me cautivó y ello, junto con mi afición por leer literatura popular y denostada por ciertos ganapanes de la cultura, hizo que me abocase a la obra de Sabatini ansiosamente, por demás, en una edición muy cuidada. Y fue el certero acero de André-Louis Moreau (alias, Sacaramouche) el que me abatió. En concreto, cuando en un momento de la acción, grita (cito de memoria) “¡Dios no es un caballero, pues los caballeros no permiten la injusticia y él, sí!” Me cayó el alma a los pies: el sr. Pérez-Reverte – mi querido autor – había plagiado miserablemente al sr. Sabatini en su obra “El maestro de esgrima” (1988).

    Desde ese momento las pasadas glorias literarias del cartagenero se me quedaron en la nube de la duda y la desconfianza. Posteriormente me enteré que, precisamente en “El maestro…” otorga a su protagonista una finta única y maravillosa con la cual derrotar a cualquier esgrimista. Y, en efecto, profesionalmente, en la vida real, lo era. Sólo dos personas en España la conocían, dos personas de avanzada edad madura, uno un señor de Castilla, cuyo nombre lamento no recordar, y otro un señor de Valencia… ¡¡mi vecino!! Ambos la crearon allá por los cincuenta del siglo pasado y la practicaron, para asombro de tirios y troyanos, en las competiciones a las que acudieron. Sin embargo, don Arturo tampoco los citó… mmm… mal, muy mal. Se debe ser generoso con la fuente que te inspira (y digo inspira, no plagia).

    Cuando se adentró en las aventuras del “Capitán Alatriste”, la poca credibilidad que aún conservaba en mí sobre él se esfumó. Paradójicamente, enfocando el periodo que le ocupa desde una perspectiva muy próxima a la mía, inundaba su texto de un nacionalismo español anacrónico y totalmente interesado que desvirtuaba el hecho histórico en el que centraba las aventuras (por ejemplo, la “menudencia” de la “Unión de Armas”- 1626/1640 – no parece importarle demasiado para desplegar su españolismo “avant la lettre”).

    Así las cosas, don Justo, me siento honradísimo por la oferta que me hace de leer en su propia obra – subrayada, manoseada y sin duda, con algún fideo seco entre sus planas… porque de lo contrario no comprendo de donde saca ud. horas de lectura – la última obra de don Arturo pero, visto el caso que le expongo, comprenderá que prefiera abstenerme hasta cerciorarme de si el autor sabe enfocar – o continúa desenfocado – con la cuestión española.

    Y si no hay más por parte de nadie, en mi próxima intervención volveré al tema central del “post”… vengo de “Mercadona” y estoy realmente irritado con la masificación del “súper” ¡¡un martes por la tarde!!

  17. «Arturo Pérez-Reverte: «El Dos de Mayo es la tragedia de la inteligencia, el enfrentamiento entre la víscera y la razón»»

    Tulio Demicheli, Entrevista a Arturo Pérez-Reverte, Abc, 11 de diciembre de 2007

    Fragmentos

    …/…

    Pregunta.-Tampoco intelectuales como Moratín o Blanco White salen muy bien parados en la novela.

    Respuesta.-Una de las grandes lecciones del Dos de Mayo es la tragedia de la inteligencia. La gente culta se pregunta: «¿Quiénes son los míos? Ese día era muy difícil saber quiénes eran los tuyos. Bueno, cuando eres pequeño lo tienes claro, los míos son los españoles. Pero ahora, con el tiempo, ¿dónde hubiera estado yo? Era el enfrentamiento entre la víscera y la razón. Pero la razón eran los malos: la modernidad. La verdad es que el pueblo no se echó a la calle a defender la libertad, sino la más oscura tradición. Allí se inoculó el virus de las dos Españas. Como hay que elegir en ese momento crítico, el que elige modernidad, queda proscrito; y el que elige la reacción, detiene ese proceso reformista que había comenzado en el siglo XVIII. Lo terrible de ese día es que los héroes son unos bárbaros ignorantes que luchan por una visión reaccionaria del mundo. De libertad nada, lo único libre fue la visceralidad, la cólera de la gente que se echa a la calle por odio, para matar franceses. Pero no les puedes quitar su condición de héroes.

    P.-Eso ya está en el «Cantar de Mio Cid».

    R.-«Que buen vasallo si oviese buen señor…» ¿Qué hubiera sido de todos esos brutos con navajas y trabucos si hubieran sido educados y si hubieran estado bien gobernados? Con esos arrestos y esa genrosidad este pueblo llano, ¡lo que hubiera sido capaz de hacer!

  18. Me han invitado y forzado a seguir: tenía previsto cambiar el miércoles 12 de diciembre el post. En la parte superior, lo he ampliado tratando de razonar en parte mi lectura de Pérez-Reverte. No es la reseña que debo hacer, pero es una reflexión ‘in progress’.

  19. No quise decirlo con palabras tan gruesas, pero lo ha dicho subliminalmente Kant: Pérez es un impostor. Lo fue como periodista, lo conocí, lo supe de buena tinta y por lo tanto no lo leí como «monedero falso» (Gide) de la literatura «seria» y apolillada que tan bien describe Kant. No me ha sorprendido por tanto verle descubierto como plagiario. Y si algunos críticos solaperos que obedecen la ley del embudo a la que somete la publicidad de las grandes editoriales las páginas de los «suplementos literarios», saldrían seguramente a la luz más aventuras predadoras del cartagenero.
    Además, y con esto termino con un personaje digno de la época que vivimos y que representa perfectamente la calidad de los programas de televisión españoles. ¡¡¡¡Sapristi!!! como diría Kant: ¿¿¿Es que hemos olvidado a GALDÓS??? ¿Por qué en estos tiempos de oprobio intelectual nadie reedita los Episodios Nacionales? Una de las lecturas más sanas y estimulantes que puedan darse. De verdad, don Justo, no pierda el tiempo con don Arturo. Es una triste mentira repetida comercialmente hasta el tedio por Alfaguara: Por Baco, ni siquiera el título es original, se trata del plagio de una gran producción de Hollywood que contenía una de las más brillantes interpretaciones de Michael Douglas, sí, precisamente «Un día de cólera».
    Me parece más interesante y útil el debate planteado aquí mismo acerca de la utilización del rumor como elemento de acción política solapada para movilizar a las masas, que suelen acudir noblemente al cebo que les ponen los agentes del poder. Esa es la gran reseña in progress que ha diseñado Justo Serna, y la que a mi juicio debería continuar. Algún día se descalificarán documentos secretos de nuestra historia más reciente y se sabrá por ejemplo cómo se utilizaron las masas para consolidar la monarquía del heredero de Franco «a título de Rey» y de paso lograr la masiva victoria de su agente Felipe González hace exactamente 25 años, con el inestimable apoyo del general Armada por un lado y Enrique Múgica por otro: El escenario fue la humilde y escondida provincia de Lérida… que propició un 23 de Febrero que precisaría de otro Galdós para ser narrado en toda su vergonzosa gloria. No sigo, en este blog existen ahora, afortunadamente jóvenes plumas de enorme curiosidad y acerbo cultural capaces de hacer «progresar» el debate obviando el miserable autor que lo ha provocado. Esos «brutos con navajas y trabucos» a los que cita Pérez sabían lo que hacían, por instinto, perfectamente, cuando por ejemplo se armaron para oponerse al golpe de Estado de un general felón el 18 de julio de 1936. Esa vez no pudieron ser manipulados ante la agresión brutal que sufrieron por el ejército de su propio país aunque tampoco NADIE LOS «HABÍA EDUCADO». La II República lo había intentado. Precisamente para enseñarles a no ser vasallos, a no necesitar «un buen señor» para ser simplemente ciudadano-

  20. Perdón, debí decir «acervo» aunque a veces sea de acerba consecuencia la posesión de la cultura.

  21. No se preocupe, que una errata la tiene cualquiera. Decía Snré Breton que las arratas mejoran el texto, el poético, claro. Perdonen que me desvíe del apasionante debate acerca del pueblo español y su capacidad de manipulación y/o alzamiento (¿fue el mismo pueblo el que se «levantó» o «levantaron» el dos de mayo que el que configuró las masas masacradas de comuneros de Castilla o germans valencianos? Con ello retomo el apunte de Veyrat de la resistencia al golpe de militar de Franco, y no sólo por la parte leal del ejército español sino por las masas que secundaron ambos bandos. ¿Qué diferenciaba a quienes se «alzaron» a favor del «Alzamiento» y quienes bajaron a la calle para defender las libertadas conquistadas tras siglos de opresión y miseria? Aunque para mí está muy claro, y es evidente que el golpe de Franco no fue ningún rumor, como no fueron rumores la toma del poder de los Austrias con todas sus consecuencias históricas gravísimas para el pueblo español)
    Y me desvío para señalarles las consecuencias del neoborbonismo español en el entusiasmo militante de los neocons americanos: «Why do’nt you shut up?» es la frase de moda entre los republicanos USA más reacionarios: http://www2.elplural.com/politica/detail.php?id=16176

  22. L’uomo qualunque
    Mr Everyman

    Miguel, perdone esta erudición: la película interpretada por Michael Douglas era Un día de furia, no Un día de cólera. En realidad, su título original era: Falling Down (1993). Aunque, bien mirado, el error es muy pertinente y aprovechable. Un día de furia es la historia de un ciudadano apocado, de aspecto gris; la historia de su caída, de su bestialidad: alguien que de repente, por las circunstancias externas, se convierte en un tipo agresivo, temible. El calor aprieta hasta extremos sofocantes, el coche está atascado en una autopista y el personaje ha de regresar a casa sea como sea. Ese Uomo qualunque (Mr Everyman) saca de sí lo peor: la horda primitiva a la que, por especie, perteneció (pertenecimos). Recuerdo a Douglas con su camisa abotonada y aún aseada, con unas gafas que acentúan su aspecto modoso…, recuerdo –digo– a Douglas con un bate de béisbol abriéndose camino en medio del atasco y haciendo frente a los imprevistos y obstáculos.

  23. El Mundo, sí, qué le vamos a hacer, va a publicar, por entregas, cuidadas y bellas, Los Episodios Nacionales de Galdós.

  24. ¿Y no cree, don Justo, don Miguel – ya que ambos trajeron a colación “Día de furia” (1992, Joel Schumacher) – que precisamente en esa película es donde se asiste al hartazgo de la masa por el individuo? Bill Foster (Michael Douglas) es un ciudadano del cúmulo espeso, de la medianía urbana, una persona “normal”… un buen súbdito de Carlos IV si lo ubicamos por arte de birlibirloque en el Madrid agónico de los Borbón en 1808… Una persona tan normal como podía serlo Manuela Malasaña, madrileña, modista (o modistilla, esto no lo se), que a buen seguro vestía de forma acicalada, pulcra y hasta un tanto coqueta por su profesión. Foster acabará con un bate en la mano, Malasaña con una tijeras. Ambos matan. El primero en una orgía de violencia individual, la segunda en una orgía de violencia colectiva.

    Paradójicamente, el primero lo hace en una sociedad que consideramos masificada… en cambio su cólera no es seguida por nadie, al revés, es temida y reprimida por la sociedad a través de su policía. La segunda lo hace en una sociedad perfectamente preindustrial o sea, sin masificación y, si hemos de creer que aquella algarada fue espontánea (cosa que, insisto, es difícilmente creíble aunque para el caso no es óbice), sin embargo ella, Manuela, y una parte considerable de la villa – la más baja e iletrada (salvo la oficialidad del ejercito) – responde y se suma a una marea violentísima que se enfrenta contra unas tropas mínimas (les recuerdo que la presencia francesa obedecía al rescate del sr. Godoy de los intentos de linchamiento por parte de ese mismo “pueblo” y se consideró que con un poco tropa, aunque reforzada por tropa de élite, los mamelucos, bastaba. Eso de los 10.000 soldados al mando de Suchet es una exageración que sólo fuentes francesas me hará rectificar). ¿Por qué?

    Bill Foster responde al agobio de la ciudad-masa que lo oprime a él, individualmente, concretamente. Manuela Malasaña responde a la excitación externa que le provoca una idea: detener la modernidad, el cambio, el progreso. Foster lo tiene aferrado a si, en su seno, en su mente. A Malasaña se lo inoculan desde fuera, desde el púlpito, en las comidillas de comadres, en el mercado, en lo que eran sus medios de información para analfabetos. ¡Caspita! no puedo seguir. Les dejo con estas ideas. Parto presto.

  25. Ayer por la noche (antes de que Justo ampliase el post) iba a decir que nos estábamos desviando del tema, vamos de lo que yo pensaba que era el tema del post: el comportamiento y la violencia de las masas.
    Lo que entendí al principio – repito antes de la ampliación última – era que la novela de Pérez-Reverte no era más que una excusa para introducir el tema de las masas, un ejemplo histórico y concreto para a partir de él, tratar el tema más general de las masas. No digo que no se puede hablar del libro – cada cual es libre – pero yo no he dicho nada porque quería esperar a leer la reseña de Justo y no juzgar su lectura por las cuatro ideas que había esbozado (ahora ya más ampliadas ante la insistencia de la gente por tratar el tema).

    A mi personalmente me interesa mucho más lo que digan Freud o Canetti sobre las masas, que lo que me diga a estas alturas Pérez-Reverte del 2 de mayo. A mi es un tema, este de las masas y sobre todo la lectura que hacen autores como Freud y Canetti (también otros claro, pero estos son los que conozco mejor), que me apasiona. Un tema que sufrimos bien los que vivimos en Valencia (nada mejor que subir a un autobús en hora punta para comprobarlo) y padecemos a las masas y al nerviosismo exacerbado de algunas personas (estoy pensando en ese metro que me lleva a la facultad todos los dias). En fin, deberemos de esperar a otra ocasión…

  26. No es por ponerme pejigueras, Justo, pero doña María Moliner, la primera acepción que coloca tras la entrada «cólera» es precisamente Furia. Ira. ¿Qué mas da? Se trata de un plagio evidente de un título famoso en su versión española para obtener oportunista rédito añadido. Quizás Canal 4 programe pronto de nuevo la película para «empujar» a la editorial hermana. Sin embargo, sí es muy interesante el título en inglés, que yo olvidé en mi entrada: Falling Down quiere decir «Derrumbándose»: significa el estado de ánimo de alguien que ya no puede más, que la realidad le desborda y se quiebra, cae ¿en qué? en el comportamiento más primario de autodefensa ante todo lo que le agrede: la reacción de Bill Foster responde a esa «failure», ruptura emocional, no a la que pretende hacernos colar ese falso neogaldós de capa y espada, o pluma y peluquín, cayendo en contradicciones vergonzosas para justificar su progresismo en las entrevistas pagadas por Alfaguara que le han hecho en diversos medios. Nolite tangere al preste Blanco White, modelo de liberales coherentes —los «rojos» de entonces—, tanto que escogió el exilio como otros muchos españoles de bien cuya lista haría interminable esta simpática polémica en que ha derivado la discusión, para desencanto de mi admirado Paco Fuster; pero en las tertulias sucede esto, Paco, de pronto el vuelo de una mosca en el aire plácido del café cambia el curso de los pensamientos y reflexiones de los contertulios: no es ésto un seminario, aunque a veces lo parezca y en muchas lo supere. Pero no está mal el resultado, ya verá como todo se recompone y volvemos al gran Canetti, de sefaradiano nombre levantino, Canet. Falling Down nos devuelve precisamente a Freud y a la psicopatología de la vida cotidiana, ¿no cree?

  27. Muchas cosas nos devuelven a Freud. Esta película que ha centrado el debate robándole protagonismo a Canetti y que yo vi ya hace mucho tiempo (supongo que sería uno de esos pases de Tele5 bajo el rótulo de «el peliculón» y con pausas publicitarias de diez minutos cada media hora), es un ejemplo clarísimo de lo que no dice Freud, no en «Psicología de las masas» que citaba arriba, sino en «El malestar en la cultura».

    Decía Freud que de todos los dolores que sufre el ser humano, no es el dolor físico el que más nos aflige, sino que son los sinsabores cotidianos de las relaciones humanas – amorosas, fraternales o familiares – lo que produce un dolor más hondo en la persona. El personaje interpretado por Douglas y su furia, bien podría ser un ejemplo de ese malestar que produce la civilización – la cultura dice Freud – y el sometimiento a las normas y la conciencia propia.

  28. Perdónenme pero tenía los pimientos en el fax y casi se me queman. Regreso donde lo dejé. Hablaba de la paradoja y las aparentemente respectivas contradicciones que existían entre el personaje de ficción Bill Foster y la heroína popular doña Manuela Malasaña. Diferentes circunstancias sociales, económicas, históricas… y, sin embargo, una común relación con lo que les vincula, como individuos, a la masa: la violencia.

    Creo – y eso les propongo – que el nexo que da coherencia a tan dispares figuras está en lo irracional – la emoción – que los vincula con la masa. En la dialéctica que establecen con ese grupo anónimo, informe y copioso. Por eso da igual que la masa sea pasiva (la ciudad estadounidense del XX) o activa (el Madrid decimonónico), en cualquier caso afecta a la estabilidad emocional del individuo porque aunque hoy por hoy “la plaza”, como realidad física, ya no es imprescindible para la creación de la masa – aunque todavía lo sea para la ceremonia del poder (véase “La arquitectura del poder” de Deyan Sudjic en Ariel, 2007) – el efecto que producen los medios de comunicación sobre los individuos no sólo es el mismo sino que hoy aporta unas repercusiones mucho más importantes que ayer por su mayor alcance y, además, tiene una proyección mucho más ambiciosa: es un medio, el de los medios, que no para de crecer. Ante ese voraz Cronos – el aparato de comunicación social que conforma la alianza entre los medios y las nuevas tecnologías – que no duda en devorar a sus hijos – los individuos de esa sociedad infotecnificada (ojo al palabro…), los individuos masa – sólo existe el freno de la razón individual, del individuo consciente. De su solidez crítica para matizar los medios, para descubrir los fines que mueven a esos medios (valga el doble sentido para la expresión “medios”) devendrá que las personas sigan siéndolo o que se transformen en alocados seres que reaccionan furibundamente bien contra la masa, y ahí tenemos a los asesinos tipo Columbine – eso ya no es la ficción cinematográfica – o en seres sumados y sumidos en la masa que actúa como una oleada de ira indiscriminada, y ahí tenemos las algaradas de las periferias de las ciudades francesas.

    En efecto, como apunta el sr. Serna “¿quién de nosotros no vive bajo ese efecto?” (el de los medios) pero, por eso mismo, cabría matizar a don Antonio Gramsci en la cita que nos aporta don Justo: no podemos equipara, como hace el italiano, el concepto “hombres-masa” (mejor sería decir “humanos-masa”) con el de “hombres colectivos” (“humanos colectivos). La condición colectiva es propia de todos los primates, a cuya familia pertenecemos los humanos. La condición de masificación es un producto cultural devenido de un determinado despliegue socioeconómico. Mientras que en el primer caso el individuo puede desarrollarse por unos cauces genéticamente establecidos y, por ende, difícilmente mutables, en el segundo la fuerza de la inteligencia sí que es capaz no sólo de resistirse a esa masificación sino de buscar alternativas racionales a la misma.

    Como en otras ocasiones, la respuesta está en la propia humanidad. En su responsabilidad. Al cosmos, con perdón, le importa un huebo (escribí bien: huebo) el destino de los monos desnudos del tercer pedrusco alrededor de una estrella mediocre de la Vía Láctea; si triunfamos como especie será porque triunfa la razón, si fracasamos será porque hemos optado, como masa – no como colectivo – por la estulticia, el comportamiento colérico, carente de reflexión y estrategia, y, por ende, no seremos capaces de administrar nuestro propio mundo, o sea, desapareceremos. Ensayo, error. Y, uds. no sé, pero yo, cuando veo esas manifestaciones de energúmenos, hoy, aquí, ahora, arrastrados por cuatro ideas absurdas, tremendistas, reaccionarias hasta la médula y expresadas de forma violenta, más que mirar hacia el XIX y alegrarme de que ya no se apalee a los ministros progresistas del rey, como le ocurrió a Godoy, miro hacia el XXII y me cuestiono cómo andará el mundo por aquel entonces con el continuo crecimiento de los medios y sus hijos, esos tipos incapaces de desarrollar un pensamiento por si mismos, arrastrados por las fluctuaciones de la masa informe en la que viven y se reproducen, alimentados por medios de comunicación fanáticos, guiados, éstos, por cerebros podridos que sólo buscan su absurdo beneficio personal inmediato. Y es que, si la masa existe y se mueve y se centra en un objetivo y lo ataca es porque “alguien”, a través de los medios, lo señala y lo grita, lo grita como Donald Shuterland en La invasión de los ultracuerpos (1978, Phillip Kaufman).

    PS para el sr. Montesinos. En alguna ocasión nos hemos quejado – ambos – de la falta de reflexión usando como base pensadores libertarios, ¿no cree oportuno, don David, que nos hiciera ud. algún comentario sobre el anarquismo individualista? creo que sería muy oportuno para este “post” y propondría una visión más amplia de la cuestión.

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