Cuando no conoces a alguien lo primero qué haces es dejarte llevar por las apariencias, por las impresiones que te causa.
Es lo que he hecho con el Sr. Carles Puigdemont. Su aspecto general resulta incongruente, como el de un viejo precoz o un joven rezagado.
Luce un pelazo que yo evidentemente le envidio, un pelazo que lo aniña. Concretamente adorna su rostro con unas mechas y unos flequillos de otros tiempos. Parece un chico ye-ye.
Los Beatles, antes de abandonarse a las cabelleras indómitas, mostraban en los años sesenta la pequeña audacia de sus flequillos.
Pues aquí igual. El ‘joven’ convergente Puigdemont parece dispuesto a sorprendernos con su rebeldía capilar y con unas gafas que estuvieron de moda diez años atrás.
Pero, por lo demás, Puigdemont es un hombre de arraigo y de montaña (como su enfático apellido proclama), un hombre de orden. Matrimonió en fecha temprana, tiene dos hijas y es alcalde de Gerona, que es todo un plan de vida.
Gerona es una pequeña y bella localidad de provincias, cerradita y dispuesta a la broma gastronómica: su pastel más afamado se llama ‘pets de bisbe’. Pura ventosidad muy sabrosa, dicen. Al fin y al cabo, los gerundenses viven desde hace siglos aplastados por el clérigo. Decididamente es la suya una ciudad levítica.
Por otra parte, el señor Puigdemont luce unos osados foulards, pañuelos o bufandillas que reemplazan las corbatas. Es el toque audaz de su indumentaria, antiguo o rancio o inconformista: entre los fundadores de la Joventut Nacional de Cataluña, y el señor es uno de ellos, tienen que quedar restos de la moda juvenil que siguieron o admiraron: de la moda juvenil de los setenta y ochenta.
A mí, con esos foulards me recuerda a un parisino de mediana edad con aires de conquitador. No sé. Cuando lo reciban en París verán en él a un posible concursante del festival de Eurovisión (de hace cuarenta años) o a un Ives Montand bajito aunque resultón.
Me falta hondura para pronunciarme sobre lo sucedido en Cataluña. Me falta rigor. Si una cosa te da risa, incluso una risa inquieta, demuestras incapacidad. Y yo, que quieren, lo de los políticos catalanes me provoca espasmos, pequeñas convulsiones nerviosas. Recuerdo hace varias campañas, los eslóganes y bravuconadas de las que eran capaces.
Cataluña tiene fama de ser un país serio, un país en el que sus gentes suelen adoptar poses circunspectas, graves, las propias de personas ‘atrafegades’, apremiadas por obligaciones impostergables y por el trabajo.
Es un tópico sempiterno que a los propios nativos les gusta cultivar. Tal vez porque tradicionalmente les ha dado un aire de modernidad en la España de la siesta y la indolencia, de los toros y el primitivismo, una imagen también estereotipada.
«Nem per feina».
——
Fotografía: ‘El Periódico de Catalunya’
Quizás para pronunciarse con rigor haya que vivir allí. Aunque hay hechos que ayudan a describir el problema. En su línea cerril, el PP se ha dedicado durante años a ningunear, menospreciar y a veces insultar a los nacionalistas catalanes y también a todos los catalanes en ocasiones. Los catalanes han tenido un nivel de corrupción en la generalitat de parecido calibre al del propio PP y en contra de su fama han demostrado ser poco serios, unos gestores mediocres y partidistas. Para arreglar este desaguisado el PP no hace nada y es un avance, el PSOE trata de ofrecer una alternativa federal que no tiene aceptación, Podemos se apunta a lo que sea por si las olas le llevan al cielo y Ciudadanos mal puede ayudar en esto cuando parece que no cree ni en el estado de las autonomías. Quizás se demostrará una vez más que la economía marcha sola tutelada por sus principales beneficiarios, las grandes empresas y esos misteriosos ‘mercados’ que todo el mundo conoce. A pesar de su aspecto entre antiguo y moderno, en montar líos los catalanes son expertos. lo somos en toda España y me parece que los pescadores en ríos revueltos nunca descansan.