Cayetana Álvarez de Toledo. Doctrina de clase

A pesar de las quinientas y pico páginas que tiene, he leído Políticamente indeseable (2021) en pocos días.

No es una proeza. La presunta hazaña es fruto de una disciplina que me resulta infrecuente. Vaya, de una aplicación que no me reconozco.

¿Varios centenares de páginas sin saltarme párrafo alguno?

Admitámoslo. Ya tiene que tener mérito la autora para que un lector caprichoso como yo se entretenga con un volumen doctrinal, dedicándole toda su atención.

He dicho autora y, por supuesto, ya habrán adivinado a quién me refiero: a doña Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos.

Las líneas que siguen no alcanzan a ser una reseña, sino un comentario igualmente caprichoso, de corta extensión, apenas glosa.

Es corta, ya digo, pues mi exégesis es de un libro largo al que, a mi juicio, le sobran unas páginas: quizá, entre trescientas o cuatrocientas.

Diré por qué hay este excedente de verbalismo impreso.

Mientras cumplo con mi palabra voy a tomar aliento y carrerilla. Regreso en horas y les explico.

Cayetana…

Políticamente indeseable es, de entrada, un título provocador, deliberadamente provocador. Quien, en principio, lea la leyenda de la cubierta no sabrá aún a qué alude.

¿Acaso la indeseable, políticamente hablando, es la autora? ¿O, por el contrario, la autora habla de una política indeseable?

Ella juega con ambos extremos, ambos entendidos o malentendidos. La parafraseo.

Ésta es la historia de mi lucha… contra una política indeseable, cosa que para muchos me acabó convirtiendo en una política indeseable.

Muchos, pero no multitud: sólo gentes mediocres que me han temido y aún me temen. Etcétera.

En realidad, lo que este libro viene a ser es un híbrido en el que aparecen y desaparecen varios géneros al alimón, varios géneros que están administrados de forma desequilibrada, no sabiamente.

Es un relato grandilocuente, es el relato de un caso personal.

Ella se sabe soberbia, arrogante y arisca, y se atreve a diagnosticarse, de modo narcisista y a la postre omnipotente.

Cayetana es Cayetana por ser ése su rasgo de carácter, por venirle de casta a la galga.

Es hija de gente noble, de título y de destino, con padre francés de origen español (marqués de Casa Fuerte) que —parece ser— luchó contra los nazis y de quien recibiera una perdurable lección individualista y cosmopolita.

Y Cayetana es hija de una madre argentina, descendiente de pioneros, de conquistadores españoles, una madre libre, corajuda, de fuertes inclinaciones creativas y artísticas y de quien habría recibido su celo o sesgo intelectual.

Por herencia y por enseñanza, Cayetana estaría entre Winston Churchill y Karl Popper.

Al primero lo cita continuamente porque se sabe en contienda permanente, en búsqueda y defensa de la verdad. Como Popper, también.

Ella está en guerra cultural contra la identidad, contra el desestimiento, contra el apaciguamiento, contra la tibieza, contra toda forma de colectivismo, contra el comunismo, contra el nacionalismo.

Cayetana es soberbia porque con legítimo orgullo se sabe tropa o capitana de un pequeño y bravo ejército, los constitucionalistas en una España con enemigos internos dispuestos a romperla.

Ella sería parte de los “happy few”, de Enrique V, de William Shakespeare: “We few, we happy few, we band of brothers…”

Ese bravo ejército, formado por unos cuantos miembros de su propio partido y por antiguos militantes de izquierda ahora reconvertidos, busca siempre la verdad, así perezca el mundo.

Y, claro, esa búsqueda de la verdad es una meta que choca. Resulta molesta a los pasivos, a los hostiles, a los mentirosos, a los tibios.

Pero la política no es asunto de intereses plebeyos o abyectos, sino un gran instrumento que debe estar en manos de los mejores, de los excelentes.

Ella está entre ellos, junto a ese pelotón que finalmente salvará la civilización. Que salvará la Razón.

El problema de Cayetana Álvarez de Toledo es que concibe la política y la vida de dos maneras conexas aunque no idénticas.

La primera es que en la lucha tiene amigos y enemigos. Aquí hay una clara influencia de Carl Schmidt. Estos últimos, los enemigos, son los que se combaten y en esta contienda, al menos figuradamente, no se hacen prisioneros.

La segunda manera que tiene de concebir la política y la vida es la de un juego de suma cero. Lo que el enemigo gana yo lo pierdo.

Lo perdemos yo —en primer lugar— y quienes estamos en el lado de la razón. No hay, pues, componenda y contemporización posibles.

En la lucha de amigos y enemigos con saldo positivo o negativo, hay también traidores o cobardes o ganapanes que se venden fácilmente.

Y el solar patrio está lleno de indiferentes, de burgueses amodorrados, que declinan toda responsabilidad en esta guerra emprendida.

España está en decadencia, en declinación. Cayetana nos lo dice recordando su doctorado en Oxford sobre el Imperio español y su declive.

Lo dice como historiadora, sí, pero una historiadora que toma del pasado todo ejemplo, por enorme que sea, para confirmar sus posiciones actuales, por pequeña o mezquina o mediocre que sea la anécdota en la que ella se ve envuelta.

Este libro es el caso minúsculo de una joven periodista que, con celebridad mediática, alcanza la cima política, la portavocía de su grupo parlamentario, para ser bien pronto defenestrada por los suyos, por la dirección de su organización, el Partido Popular.

Esto es un episodio de valor escaso, infinitesimal. Pero para ella es la penúltima batalla que la razón libra frente enemigos, traidores e indiferentes. Epopeya.

Por ello, el volumen es una larga, subjetiva y frecuentemente sectaria crónica de acontecimientos que en paralelo discurren a su vicisitud personal.

Pero es más. Antes decía yo mismo que es un híbrido. Lo es en la medida en que hallamos el detallado y a la vez superficial libro de memorias políticas, en las que abundan muchos retratos hechos con ojeriza y rencor.

Hallamos la brevísima confesión más o menos íntima, la escueta o mínima historia familiar, la reiterativa y machacona exposición doctrinal.

Y todo ello escrito con estilo simple y pomposo a un tiempo, como un dolorido o rabioso ajuste de cuentas, en una suerte de monólogo shakespeareano, muy enfático para tan magra derrota.

Le puede la épica y vive en un mundo de fantasía guerrera. Por eso, el volumen es, una y otra vez, mi lucha, la historia de cómo combatí, antes y después de haber sido sido designada portavoz parlamentaria del PP.

Es reiterativamente el choque contra una política repudiable, tóxica, pasiva, que identifica con toda identidad o cualquier colectivismo.

Y es también reiteradamente el combate y la decepción que siente hacia los suyos, una parte de los cuales se apartan de ella como si fuera una apestada.

¿Quiénes son? Los mismos que la nombraron son quienes la echan por su política pugnaz y corajuda, ahora ya una política indeseable.

En fin, no quiero extenderme más. Los chismes acerca de sus rivales ya han sido publicados por la prensa y por las redes.

Alguien puede ser amigo suyo y su recuerdo escrito será positivo, pero si esa persona deja de ser amiga antes de la redacción del volumen, entonces se convertirá en un taimado o despreciable personaje o en un mediocre traidor que postula el desestimiento.

La obra son clases de doctrina política y es doctrina de clase. El liberalismo, el constitucionalismo, etcétera, tienen aquí a su defensora más antipática y mas enfática.

Nos hace aborrecer lo que de bueno podría tener su meta, no tanto por el objetivo en sí, cuanto por su prosa bélica y belicista.

Descubrirse traicionada, descubrir que los partidos son organizaciones con fuertes tendencias oligárquicas, descubrir que los buenos pueden dejar de serlo es síntoma de falsa ingenuidad, de adanismo o de ignorancia supina.

Dicho todo esto, y podría añadir mucho más con citas o extractos literales, me callo pidiendo disculpas por hablar largo y seguido de un libro de batalla, de baratillo, de circunstancias.

En el PP no es, no será amada cuando falte, cuando ya no esté entre ellos.

Pero Cayetana Álvarez de Toledo seguirá en la lucha final, con Arcadi Espada, con Félix de Azúa, con Federico Jiménez Losantos

Seguirá hasta que alguno de ellos deje de ser amigo para devenir enemigo. Allí la tendremos.

Sola en el campo de batalla.

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