La fantasía es una vía de escape, una huida. Pero es también un cedazo, una reja por la que pasa lo real. Si cuela, cuela. Si se obtura entre las celdillas, entonces es que la realidad es tosca y su presentación, roma.
En la infancia, la lógica funciona con determinación. No dejamos pasar lo que no es obvio y, para los bebés pocas cosas lo son. No están familiarizados (léase en todos los sentidos) y, por ello, no dan nada por supuesto y si hay algo que les resulta forzoso, necesario, no lo será, para gran decepción suya.
¿Qué es obvio? ¿Que tu mamá aguarde junto a la verja del cole hasta que acaben las clases? ¿Qué compruebas? Que tu mami tiene vida propia, que el mundo no gira alrededor tuyo, que todo es tosco y romo…: ¿qué te pensabas?
Yo leí ‘Alicia en el País de las Maravillas’ (1865) a los 16 años. Probablemente no era la edad más recomendable. Crees que es un librito infantil, ese estigma que te quieres sacudir. Y, a la vez, cuando lo disfrutas confirmas que es una historia de mayores, un repertorio de episodios adultos de los que apenas captas el sentido y la hondura.
Pero no. ‘Alicia en el País de las Maravillas’ es un centón que reescribes conforme lo lees, con tinta simpática plasmas lo que es en cada ocasión…, conforme la edad en que lo lees. No hay unos años precisos, ni una disposición del ánimo. Alicia, el personaje, siempre te espera, aguarda tu sorpresa y su descalabro, mil veces repetido. Nada es lo que parece; nada es lo que creemos que es; nada es obvio.
Un mundo del revés: ¿cómo viviríamos en un planeta invertido? Los padres son decepcionantes, los adultos son generalmente lamentables, los mayores nos perturban. Todo tiene un envés, una vuelta o revuelta que deja lo real al bies.
Cuando leemos ‘Alicia’ recuperamos la heterodoxia infantil, el trastorno que nos perturba, esa crepitación de cuerpo y alma, todo lo que nos bulle y nos quema. No es pura retórica. Es un experimento muchas veces repetido. Mis lecturas de ‘Alicia’ son siempre una felicidad y una confirmación: no hay una última vez.
Con la obra de Lewis Carroll nos interrogamos sobre la urdimbre de las cosas, sobre lo que creemos obvio, sobre la lógica, sobre el cinismo, sobre el sarcasmo, sobre la fantasía. Tres Hermanas Ediciones nos proporciona una nueva versión de Alicia. Con traducción de Andrés Barba y Teresa Barba y con ilustraciones de Andrea D’Aquino. Tras los nuevos dibujos reaparecen la vieja Alicia, el Conejo Blanco, el Gato de Cheshire, la Reina, etcétera.
En la Librería Ramon Llull, de Valencia, se presenta esta exquisita edición, una filigrana, un regalo para los sentidos. El libro tiene protuberancias que detecta la yema, tiene grafismos que aprecia la pupila, tiene la sorna y la guasa con la que Carroll, aquel matemático victoriano, quiso provocarnos. Pasan los siglos, pasan las décadas y la risa de Alicia nos libera.
El miércoles 10 de febrero a las 19:30 nos convoca Alicia. La presentaremos Marina Sanmartin y yo mismo. Para tal fin los maestros de ceremonias hemos releído la historia en esta nueva edición.
Aún se oyen las carcajadas.
Acostumbro cada mediodia buscar webs para pasar un buen momento leyendo y de esta forma he localizado vuetro post. La verdad me ha gustado el post y pienso volver para seguir pasando buenos ratos.
Saludos
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