¿Para qué sirve la historia?

Así se titula un celebrado volumen de Serge Gruzinski: ¿Para qué sirve la historia? La utilidad…

Para la gente obtusa, para la gente atada al presente asfixiante, lo pasado no es válido. Es inservible, no nos proporciona dato o saber. Es decir, es un conocimiento vano u ornamental.

Frente a ello, frente a esa idea, sigue siendo pertinente preguntarse. ¿Preguntarse qué cosa? Pues eso… ¿para qué sirve la historia?

”En el siglo XIX y a comienzos del XX, la disciplina histórica contribuyó, primero en Europa y luego en todas partes, al surgimiento de los Estados nacionales”, nos recuerda Gruzinski. Dio argamasa a entidades que distaban de ser homogéneas.

O, dicho de otro modo, proporcionó pegamento o linimento para suturar fragmentos.

Como suena. Suena a lamento…

“Políticos, investigadores, programas escolares y universitarios, difundidos por editoriales y periódicos, se dedicaron entonces a meter en la cabeza de la gente relatos que interpretaban la Historia como una marcha forzada hacia la nación”, añade Gruzinski.

La nación francesa, la nación española, la nación italiana, la nación alemana, la nación catalana…: el horizonte europeo era un sinfín de naciones en donde la democracia fue la última institución en llegar o ser reconocida. Y así nos fue.

A eso, a ese proceso, podemos llamarlo nacionalización de las masas. Vale decir, es el mecanismo múltiple que te hace sentir copartícipe de una comunidad definida y remota que alcanzaría hasta nuestros días. Felizmente, los historiadores hoy no solemos prestarnos a esta fabulación.

“Comprender de qué está hecho el presente es tan complicado como reconstituir un pasado con los fragmentos que el tiempo ha preservado de él”, añade Gruzinski.

“Hay que comenzar con un trabajo de localización y contextualización”, insiste. De contraste de circunstancias bien distintas.

O en otros términos: “identificar los diferentes estratos que componen un momento o una escena, recuperar los espacios y los tiempos que convergen en el mismo lugar, descifrar lo que está fuera del campo y abrirse a las reminiscencias que inspira la imagen son otras tantas etapas que exigen invariablemente una mirada histórica”, insiste Gruzinski.

Sabemos que esto no es sencillo. Las Letras, las Humanidades, nunca fueron algo obvio… Hay que tener una perspectiva abierta y compleja para captar el significado del texto, de la imagen, del artefacto y de su contexto.

No basta con cualquier simpleza, no nos conformamos con un pasado que nos confirme. Es preciso mirar con cuidado.

Dicho en otros términos: “…se trataría de una mirada que articularía conocimientos lejanos y próximos, operando en múltiples escalas sin encerrarse en una perspectiva estrictamente europea”.

U occidental. O africana. Se trataría de abrir la perspectiva a aquello que no nos es familiar, que nos choca. Y hasta lo cotidiano, visto de cerca y con detalle, nos sorprende.

”Casi siempre vivimos cosas sin saber, en el momento, lo que significan, o tal vez sabiéndolo de forma muy superficial. Solo más tarde adquieren importancia o cobran una resonancia especial”, dice Gruzinski parafraseando a Carlos Reygadas.

“Para ilustrar sus palabras, Carlos Reygadas recrea todas las percepciones de la experiencia vivida, intuiciones, sueños, angustias, pesadillas, miedos de adultos y creencias infantiles con que se teje cualquier presente. Recuerdos y presentimientos se agolpan en un imaginario donde se mezclan ficciones y realidades, fantasmas y delirio…”

“¿Cómo «dar clase»?”, se pregunta Gruzinski.

“O, dicho de otro modo, ¿qué pasado exponer ante unos alumnos que son en parte herederos de los vencedores españoles de la Reconquista (contra el islam), mientras que otros lo son de la Conquista (de América) y otros más descienden de los vencidos en esos episodios fundamentales de la historia ibérica? ¿Cómo explicar la expulsión de los moriscos a unos auditorios divididos entre cristianos y musulmanes? ¿Cómo presentar la conquista de América a unos alumnos cuyas memorias son inconciliables?”

“La denuncia del «genocidio indígena» en América, sean cuales fueren sus fundamentos históricos, no concuerda con una tradición española que durante mucho tiempo se ha complacido en exaltar la «misión civilizadora» de los conquistadores del Nuevo Mundo…”

Vivimos angustiados por el pasado que se nos viene encima y cuyo significado es objeto de disputa. Vivimos sumidos en la pesadumbre historicista.

“Por muy extendida que esté, la idea de que nuestra época sufre de amnesia no resiste al análisis. Continuamente se nos ofrecen o se nos lanzan numerosos pasados bajo las formas más diversas e inesperadas”, señala Gruzinski.

“Sin duda las grandes referencias colectivas que constituían en Europa tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial, que tejían fuertes vínculos entre memoria nacional, experiencias vividas y recuerdos de familia, se van difuminando con el paso de los decenios”, añade.

Tal cosa “no es sorprendente. Ocurre lo mismo con todos los grandes acontecimientos que las han precedido, ya se trate de la guerra de 1870, de las campañas napoleónicas o de la toma de la Bastilla. Tampoco es nuevo el sentimiento de aceleración y fuga del tiempo…”

No. No es deseable lamentar la pérdida de algo que inevitablemente tiene que perderse. Para poder vivir, para poder tomar decisiones, los seres humanos deben olvidar una parte de lo que fueron o de lo que fueron sus ancestros.

“Se construyen pasados para crear sentido, es decir, para dotarse de unas referencias que permitan afrontar mejor las incertidumbres del presente. Pero ¿por qué no de los futuros?”, se pregunta Gruzinski.

“Para muchos seres humanos, los futuros que les inquietan no son más que el capítulo esperado de unas historias que se iniciaron hace cientos o miles de años”, apostilla. Es decir, para muchos seres humanos, los futuros son pasado.

“Si bien la utopía marxista parece haberse ido a pique por completo a finales del siglo XX, las grandes religiones del mundo no han dejado de aportar sentido y de ofrecer respuestas a las expectativas de las sociedades humanas”. Las grandes religiones del mundo y las religiones políticas, que no están acabadas…

Tengamos cuidado.

La historia sirve para comparar. Las cosas que ahora suceden no son una repetición de lo ocurrido en el pasado. Pero lo que hoy acaece puede ser comparado con hechos o ideas o fantasías de otro tiempo.

Vivimos en la realidad. Pero vivimos también en las ficciones que nos sacan de quicio o nos ponen a cien o nos dejan en las nubes.

Esas ficciones son, por ejemplo, las novelas. O las series televisivas. Y son también los grandes personajes que las protagonizan. Esos personajes expresan sentimientos, miedos y expectativas que nos son próximas.

Hay un lado luminoso en la condición humana. Y hay una parte oscura, siniestra, de la Humanidad. Ciertas ficciones expresan exactamente esos malestares u oscuridades. Y ciertas realidades históricas cercanas o remotas nos desarbolan.

Como decía el marqués de Sade a sus compatriotas: «¡Un esfuerzo más, franceses, para ser republicanos!» Basta con ser observadores atentos.

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