La muerte en directo

¿Por qué los reporteros, los periodistas de calle, deben desplazarse a lugar de la catástrofe, del cataclismo? Porque reciben la orden de los servicios informativos.

¿Por qué deben jugarse la vida o poner a prueba su existencia para estar en el lugar de los hechos? Porque es hábito común, ya establecido en todas las cadenas.

Y así vemos a periodistas jóvenes padeciendo las inclemencias, y esas inclemencias desatadas y retransmitidas son supuestamente la prueba palpable de los hechos ocurridos o que incluso están ocurriendo.

Por eso, nada mejor que situar a la reportera inerme o al joven imberbe, cubiertos con sus respectivos chubasqueros, siempre insuficientes, en un paraje inhóspito.

Desde ese paraje inhóspito, apenas iluminado por la antorcha del cámara, transmiten en directo.

Con dificultades, si el viento huracanado azota o si la lluvia empapa, esas personas allí desplazadas informan acerca de lo obvio.

Nos dicen lo que vemos: cómo caen los copos de nieve: ellas son testigos y protagonistas de la rutina o de la excepción climática.

Y nos lo dicen con voz trémula, tiritando. De inmediato, los televidentes, que experimentamos una solidaridad instintiva, casi irracional, nos preguntamos.

Nos preguntamos por la crueldad de la cadena, de las cadenas: no las de los coches, sino las televisivas.

Nada provoca mayor efecto de realidad que la presencia de un reportero junto a los vándalos que se disponen a quemar mobiliario urbano.

Con un casco mínimo y un chaleco reflectante, el corresponsal se juega la vida por nosotros, que contemplamos desde la barrera el penúltimo choque de encapuchados hostigando a los Mossos.

La imagen del suceso, del fait divers, atrae nuestra atención, esa mirada morbosa del espectador que está guarnecido y que a la vez se muestra inquisitivo.

No nos preguntamos qué cosa tan excepcional o grave pasa, sino qué imágenes de riesgo veremos hoy gracias a la sugestión del directo.

Del azote de la naturaleza a la destrucción el vándalo, las televisiones estuvieron allí. Está ocurriendo, lo estás viendo.

Cumplen así con aquel dictado bobo según la cual una imagen vale por mis palabras. Desde el plató, los locutores que no pisan la calle con gesto paternal agradecen el rasgo.

Agradecen el coraje de la corresponsal, aquella que se puso en peligro para beneficio de la audiencia. En directo se está congelando como prueba del frío que, oh sorpresa, hace en Navacerrada.

Cualquier día un alud de nieve atravesará la pantalla de plasma, derramándose y anegando el salón de nuestros hogares. Tendremos ataques de hipotermia.

O, quién sabe, cualquier noche se prenderán las cortinajes del ventanal: un cóctel molotov habrá rebasado la barrera de la tele arrasando nuestra malsana curiosidad.

De verdad, estamos acabados.

Vamos a morir todos.

——

Itziar Tabares, LaSexta

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