Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga. ¿Ciencias o letras?

El martes 22 de marzo de 2022, a las 19 horas, en la Llibreria Ramon Llull de Valencia, tengo el honor de presentar La muerte contada por un sapiens a un neandertal (2022).

Es un libro de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga. Se trata de un volumen que continúa y ‘mejora’ (si puedo decirlo así) lo que ambos ya plantearon en La vida contada por un sapiens a un neandertal (2020).

Tenemos a un científico y a un literato. Ambos conversan sobre la especie humana. Al modo socrático. Hay preguntas y respuestas. Hay conocimiento sabido y hay conocimiento que se adquiere en el proceso mismo del diálogo.

Entremos en materia. Entre las muchas cosas de las que el ser humano puede enorgullecerse están las ciencias y las letras. Imaginemos un diálogo entre ambas culturas, entre las dos culturas que describiera C. P. Snow en una célebre conferencia pronunciada en 1959 y titulada justamente así: Las dos culturas.

La descripción que hacía Snow, físico y novelista al mismo tiempo, era extraordinariamente crítica, tal era el abismo que separaba a los científicos de los literatos. Y tal era el mutuo desprecio que frecuentemente unos y otros se dedicaban.

¿Quién sabe y quién responde?

¿Sólo debemos hablar de aquello que es nuestra especialidad, del conocimiento que hemos adquirido? ¿O acaso también podemos hablar de lo que ‘aún’ estamos aprendiendo o de lo que literalmente desconocemos pero queremos averiguar?

En términos de conocimiento científico, lo normal debe ser que cada uno hable de lo que sabe y que, además, lo haga en condiciones rigurosas. Y punto.

Lo demás sería cháchara. Eso podría pensar un científico al observar a un literato que se pronuncia sobre un objeto de conocimiento sin el crédito que otorga el saber académico.

Es cierto que eso ocurre con relativa frecuencia. Me refiero a la cháchara inconsistente de no pocos intelectuales o creadores que ignoran con aparente desenvoltura las bases del conocimiento científico.

Pero no es menos cierto que con la excusa del rigor muchos científicos evitan pronunciarse sobre hechos públicos que les conciernen o sobre los efectos morales o sociales de sus propias investigaciones.

Si aumenta la especialización de los saberes, si aumenta la división del trabajo científico, entonces cada uno puede recluirse en su gabinete, en su laboratorio, pretextando las muchas faenas a las que debe hacer frente.

Además, como el lenguaje de las disciplinas tiende a la jerga y como la comunicación científica se hace cada vez más árida y abstrusa, entonces los oficiantes pueden enmudecer tranquilamente: ésa no es mi materia.

Pero la materia humana —así en general— es, en realidad, el material con el que trabajan los científicos: incluso los que se dedican a la naturaleza.

Si la estudian no es por sí misma, sino por puro interés humano. De ahí la ética de la actividad científica: aparte de la deontología a que están obligados, los protocolos que han de seguir.

Por eso, el silencio de los investigadores y su escasa presencia en la esfera pública pueden tener consecuencias simplemente desastrosas.

¿Por qué razón?

Porque sus lugares en los medios, en las comunicaciones dirigidas al gran público, los ocuparán los nigromantes, los vendedores de supercherías, de pensamiento mágico.

O, quizá, ese lugar del saber riguroso puede usurparlo algún creador poco escrupuloso que habla de lo real desechando con arrogancia las bases del conocimiento.

O, incluso, esa portavocía puede desempeñarla gente hinchada, con fama, con celebridad como único aval para enjuiciar desde la ignorancia o desde la simpleza.

Pongámonos, pues, no en lo peor, sino en lo deseable. En lo imprescindible. Son imprescindibles los literatos y los científicos.

Unos y otros son necesarios en la esfera pública siempre que hablen desde la responsabilidad y siempre que no se jacten de lo que saben o ignoran con soberbia o con arrogancia intelectual.

Ningún ciudadano tiene por qué estar familiarizado con los lenguajes particulares de los investigadores o de los novelistas, pongamos por caso.

No tiene por qué saber de antemano qué es lo relevante científicamente o humanísticamente. Ambos campos tienen reglas y objetos de tratamiento que el común puede muy bien ignorar

¿Significa eso que el escritor y el científico han de rebajarse para que se les entienda? ¿Rebajarse en el sentido literal? ¿Deben simplificar sus conquistas, sus audacias expresivas, sus logros, sus descubrimientos…para ponerlos al alcance de los ignorantes, que somos tantos?

Significa que deben comunicar sus avances de modo persuasivo, sin el falso prestigio de lo abstruso.

No podemos presentar con simplezas lo que es complejo, pero no debemos oscurecer con jerga o con apelaciones a lo inefable aquello que puede ser pronunciado, manifestado.

Porque lo que digan (o lo que callen) el científico y el creador produce conocimiento social, efectos y defectos.

Y, si eso que saben, ignoran y dicen uno y otro lo comparten generosa, mutua y públicamente, entonces nos rendirán un gran servicio.

Si saben y tienen ansias de saber, de comunicarse y de comunicar con humildad y con humor, entonces el resultado puede ser grandioso. En efecto, se tratará de un auténtico servicio público.

Imaginemos a un par de personas de saberes distintos, de ocupaciones diferentes, de caracteres diversos. Son dos individuos de la especie humana que conversan.

Han aprendido a conversar, guardándose el debido respeto. Y han decidido saltar el abismo que separa a las dos culturas.

Y están dispuestos a instruir e instruirse, deleitando y deleitándose. Con distancia, ironía y suficiente extrañeza. Entonces, la consecuencia provoca unos rendimientos y unos entretenimientos superiores, sofisticados e ingeniosos.

Imaginemos a Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga conversando sobre la vida, el envejecimiento, la vejez, la muerte, etcétera. Entonces, el resultado puede ser grandioso, un auténtico servicio público.

Tengo la dicha de presentarlos y moderarlos.

Como reza el tópico, a ambos no es preciso presentarlos. Pero lo haré, ya lo creo que lo haré.

¿Y moderarlos, moderar la conversación de ambos? ¿De verdad? Si lo que estamos deseando es que se extiendan, que no tengan reparo. Casi no necesitan acicate para largar. Pero les pincharé, les pincharé.

Martes, 22 de marzo de 2022, a las 19 horas, en la Llibreria Ramon Llull de Valencia.

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